martes, 28 de febrero de 2012

Homenaje a Eddy Armando, visionario y luchador incansable

Los días 29 de febrero y 1°de marzo, se presentará : Homenaje a Gabo y el 2 y 3 de marzo se hará la lectura dramática de la obra El Abejón Mono. Todas las funciones en el Teatro La Mama, con entrada gratis
Eddy Armando, dramaturgo colombiano, fallecido el 31 de diciembre. foto.fuente:culturarecrecionydeporte.gov.co


Adicionalmente, se realizará una exposición fotográfica sobre diferentes momentos de la vida y carrera del homenajeado, en el XIII Festival Iberoamericano de Teatro; así como un encuentro en su memoria en el marco del mismo evento.

Tres palabras podrían describir la personalidad del maestro Eddy Armando (1942-2011): luchador, visionario y dramaturgo. Quienes lo conocieron saben que él fue un hombre luchador e incansable que trabajó siempre por sus ideales y por sus compañeros; un visionario que exploró los caminos que otros no se atrevieron; y un dramaturgo en todo el sentido de la palabra, que vivió y murió por el teatro.

El pasado 31 de diciembre, Eddy Armando dejó este mundo, pero presente está su legado: el Teatro La Mama, su hogar y refugio desde 1968, el escenario que fundó y dirigió desde entonces. En cada centímetro de este teatro palpita el recuerdo del maestro Armando: Si sus paredes hablaran, le contarían al mundo cuantos desvelos y esfuerzos tuvo que hacer para mantener a flote este, su proyecto de vida.

Homenaje de la Alcaldía Mayor
Por eso el mejor reconocimiento que se le puede hacer es llevar al escenario algunas de sus obras más emblemáticas: es así como la Alcaldía Mayor de Bogotá, a través de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, y el Instituto Distrital de las Artes, con el apoyo del Teatro La Mama, presentan al público el "Homanaje a Eddy Armando Rodríguez (1942-2011)", del 29 de febrero al 3 de marzo.

El homenaje incluye el montaje de "En sueños de Bolívar" los días 29 de febrero y 1° de marzo; y la lectura dramática de la obra "El Abejón Mono" el 2 y 3 de marzo. Estas presentaciones se harán precisamente en el Teatro La Mama, hoy dirigido por su hija Verónica Rodríguez, quien tomará el rumbo de la nave que por más de cuatro décadas comandó Armando.

Adicionalmente, el XIII Festival Iberoamericano de Teatro se unirá al homenaje del maestro: del 23 de marzo al 8 de abril de 2012, en la Ciudad Teatro de Corferias se realizará una exposición fotográfica con imágenes que evidencian diferentes etapas de la vida personal y artística de Armando; así mismo, el martes 3 de abril de 11:00 a.m. a 1:00 p.m. en el Auditorio Fabio Lozano de la Universidad Jorge Tadeo Lozano se hará el "Encuentro Homenaje Eddy Armando Rodríguez", en el marco del mismo evento.

El luchador incansable
La fuerte personalidad de Eddy Armando siempre quedará en evidencia en sus obras de teatro, con procesos creativos en el que sus contenidos y estéticas buscan reflexionar sobre la realidad nacional. Su teatro logró sobrevivir a épocas difíciles gracias a la convicción y pasión del maestro Armando.

El visionario
El maestro, director, actor y dramaturgo Eddy Armando nació en 1942, en Bogotá. Inició su carrera artística en 1962 en el Taller del Parque Nacional, y en 1966 fue cofundador de la Casa de la Cultura (hoy Teatro La Candelaria). Pero su más grande proyecto inició en 1968, con el Grupo de Teatro Experimental La Mama, que reunió a un puñado de reconocidas figuras del teatro colombiano: Kepa Amuchástegui, Paco Barrero, Germán Moure, Jorge Cano e Isidora Aguirre.

Tal y como lo dictaban lo cánones revolucionarios de La Mama Experimental Teather Club de Nueva York (EE.UU), este debía ser un espacio para la creación colectiva y la exploración de nuevas propuestas escénicas. Un galpón de la carrera 13 con calle 48 fue su primera sede.

Por motivos políticos e ideológicos, La Mama fue desalojada. Sin embargo, sus artistas no dejaron acabar el proyecto y vivieron en carpas, y respaldados por intelectuales de la época iniciaron protestas que exigieron al gobierno implementar políticas de fomento al arte y la cultura; no fueron tiempos fáciles: Armando debió dejar el país por un tiempo, ya que fue perseguido. Pero volvió, y en 1976 La Mama consiguió su sede actual, de la calle 63 con carrera 9ª.

El dramaturgo
El teatro, a eso fue lo que Armando quiso dedicar su vida. Pero no fue un teatro cualquiera: su proyecto fue (y hoy lo sigue siendo) construir una dramaturgia con rostro colombiano, que revelara cada rastro de la realidad nacional.

Quedaron registradas en sus obras los secretos de su pensamiento y los misterios de su alma: "El Abejón Mono", "Chaupi Punchapi Tutayaca", "Joselito Carnaval", "Faunabula de un Ecocidio", "Los Tiempos del Ruido", "La Incertidumbre del Amor", "En Sueños de Bolívar", "La Melodía De Hamelin", "Arrebatos de Mujeres", "Entre Besos y Peloteras", "Las Impurezas del Amor...Un Bolero", "Ahí Les Dejo Su H... P... Vida", "Espíritus Migratorius", "Memorias de Salomón" y su último proceso de creación "El Homenaje a Gabo". En estos montaje participaron y crecieron actoralmente artistas como Misael Torres, Consuelo Luzaro, Kepa Amuchástegui y Hugo Afanador.

LAS OBRAS DEL HOMENAJE

▸HOMENAJE A GABO: EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA CERCADO POR LA MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES
Autor y director: Eddy Armando
Febrero 29 y Marzo 1°, 7:30 p.m.
Teatro La Mama (Cl 63 N° 9-60)
Ver aquí la reseña y elenco de la obra

▸EL ABEJÓN MONO- Lectura dramática
Escrita y dirigida por Eddy Armando
Dirección Lectura: Misael Torres Pérez
Marzo 2 y 3, 7:30 p.m.
Teatro La Mama (Cl 63 N° 9-60)
Ver aquí la reseña y elenco de la obra

De La Concha: "El español está estigmatizado y contaminado en Estados Unidos"

Se veía en paz de vuelta al estudio de la lengua cuando le llamaron para ocuparse del Instituto Cervantes. Su labor en la Real Academia Española le avala como gigante en la política del español. Aquí da algunas claves de lo que será su mandato
Víctor De La Concha, Director del Instituto Cervantes. foto:James Rajotte.fuente:elpais.com

Perseguido por los vericuetos y las batallas públicas de la lengua, Víctor García de la Concha no ha podido refugiarse tampoco en la paz de la propia lengua. Entre el estudio, la enseñanza y la política de la misma se ha movido toda la vida. Como profesor en varios institutos, en diversas universidades y, después, como impulsor de la expansión universal del castellano al frente de la Real Academia Española (RAE).

A los 78 años, creía haber cumplido con creces su labor pública y deseaba adentrarse en el estudio profundo de un canon literario propio. Pero de nuevo recibió una llamada para ponerse al frente del Instituto Cervantes después de que Mario Vargas Llosa rechazara el ofrecimiento. Le cortaron la retirada. ¿La razón? Impulsar lo que será la gran máquina de la cultura con el Gobierno del PP. Atraer a los países hispanoamericanos en un frente común que coloque al español en su posición de dominio lingüístico global junto al inglés.

No podía decir que no. Si alguien ha impulsado las alianzas con los países de habla común, en lo que definió como la acción panhispánica, ha sido él. Ahora debe encargarse de aunar esfuerzos y no crear fricciones. Nadie como un hombre de concilio que presume de conocer y aplicar a fondo en la política y en la vida la diplomacia vaticana.

Ha llegado usted a lo que denominan el buque insignia de la cultura y resulta que tiene que cambiar el rumbo. Virar hacia el mundo hispano, ese al que se le ha dado tanto la espalda desde el propio Cervantes. Hay que virar, pero eso no implica que lo que se haya hecho hasta ahora estuviera mal. Me alegré de que al día de mi toma de posesión acudieran los cinco directores precedentes y quiero que figuren en el patronato. Cada uno ha trabajado bien y ha hecho su labor. Aquí hay mucha gente que cumple su cometido sin medios y vocacionalmente. Esta institución ha crecido a base de entusiasmo, echándose a la aventura, y esto no se puede perder. Si nos limitáramos a dar clase, estaríamos haciendo un pan como unas tortas. Lo que ha logrado el Cervantes en 20 años, comparado con otras instituciones que llevan 100 o 70 años en activo, como el Instituto Francés o el British Council, es mucho.

Hay gente que dice que empleo la diplomacia vaticana. No me disgusta

Aun así, hay que virar. Bueno, ligeramente.

No, bastante, mucho incluso. Bien, pero sin desatender lo que tenemos y sin perder de vista que el tiempo no nos deja.

¿Por qué? Pues para expandirnos a determinadas zonas como África, sobre todo el sur del continente, o India.

Pero no hay dinero. Hay que pensar en una presencia que a lo mejor no requiera centros, medios como el centro virtual Cervantes, aulas de nuestra marca en las universidades. Por eso urge pensar, ser imaginativos y apoyarnos en lo que tengamos, en empresas también, porque esa carrera no consiente aplazamientos. Si tardamos 15 años en llegar, el campo estará tomado.

No se había contemplado hasta ahora el mundo hispánico dentro del Cervantes como una sinergia, más bien se le ha visto como una competencia. La palabra competencia en ese sentido es absurda.

Pero así se había visto. Bueno, no creo que se haya concebido así del todo. Veamos un frente común: Estados Unidos. Nosotros tenemos allí tres centros y medio. México tiene varios. Lo que debemos hacer es establecer una alianza con ellos por una razón muy sencilla. El español allí tiene un problema común. Está contaminado, estigmatizado por considerársele vinculado a una lengua de inmigrantes que plantean problemas. Debemos emprender una labor de cambio de mentalidad en ese sentido.

Para empezar, en el reparto eurocéntrico a lo largo de sus 20 años, ¿no hubiese sido mejor centrarse en lugares donde existía una demanda real acelerada, como Estados Unidos? ¿No es tarde? Europa y el norte de África ya están básicamente atendidos. Porque se ha hecho eso podemos pensar en otros frentes. Me decían que si se abrieran 50 centros en Estados Unidos, se llenarían. Ahora no hay capacidad económica, en la época de Moratinos se habló de 10. ¿Por qué no nos unimos con México? Es lo que yo propongo. Hay disposición de ellos para colaborar. En el Gobierno y la Academia Mexicana. Me han trasladado su intención de hacerlo, de empezar a hablar de eso. Consuelo Saizar, ministra de Cultura, y Jaime Labastida, director de la Academia, llamaron el día que se conoció mi nombramiento. Urge porque el problema de esa estigmatización en la sociedad de Estados Unidos hay que abordarlo juntos, no podemos hacerlo solos.

La acción cultural, en ese sentido, ayuda a limpiar. Sí, y más si se realiza de la mano. Llevamos 20 años, no es cuestión de flagelarse, pero es necesario buscar esas nuevas alianzas, sobre todo ahora que ellos tienen economías emergentes.

De todas formas, esa visión del pasado que tiene usted sobre el Cervantes resulta leal con la institución, pero la realidad, en comparación con sus competidores que cuentan con presupuestos en ocasiones 10 veces mayores, es que esto era un hijo pobre del Estado. Nadie tenía fe en su potencial. Yo no lo creo.

Usted, cuando era director de la Real Academia, ¿no tenía la pesada sensación de que era necesario convencer a los Gobiernos para que creyeran con más fuerza en las posibilidades del español? Voy a ser sincero. Desde el Gobierno de Felipe González hasta ahora, no. La Academia fue muy pobre en épocas anteriores. No sé cómo pudo sobrevivir. A Fernando Lázaro Carreter le tocó, para empezar, reconstruir el edificio. Desde esos tiempos, cada vez que la RAE ha pedido algo, dentro de las posibilidades pudimos ir viviendo. Pero por encima de todo eso, hay que decir, estaba y está el apoyo del Rey, que eso lo tiene más que claro. Ha cruzado con nosotros el océano para asistir a congresos y reuniones, y en eso está más que volcado.

¿Cuántas veces ha sobrevolado usted el Atlántico? 50 veces. Y cada una de ellas he visitado al menos dos o tres países. Pero no solo fui yo, sino que desde entonces empezaron a venir ellos. No hay nada como entrar a casa del interesado, todo empieza y termina en personas. He hecho amigos fraternos. Como reza el dicho asturiano: Dios y el cuchu, pueden muchu. Pero sobre todo el cuchu. Lo personal, tocarse, es importante.

¿Y cuántos le quedan por hacer? Tiene usted un aspecto envidiable, ya ha cumplido 78 años y eso se notará. Yo se lo dije honradamente al ministro Wert cuando me llamó: "Vamos a ver, yo ya tengo 78 años…". "Pero muy bien llevados", dijo. "Bueno, de momento…".

Se había reorganizado la vida. Había terminado mi mandato académico. Yo tengo la gran suerte de dedicarme a algo que me gusta tanto que para mí no es trabajo. Había recuperado el espacio de la escritura, de la reflexión, salir a caminar, cosa que sigo haciendo todos los días. En fin, me llamó el ministro y le dije lo primero lo de la edad y acepté sin tener en cuenta los comentarios de los que me alertan: ¡Cómo has aceptado! ¡Te nos vas a quedar en un aeropuerto!".

¡Hombre, por Dios! Toquemos madera. Lo que es cierto es que esa vida que usted había recuperado ha saltado por los aires. Ni me planteo arrepentirme. Los amigos me aconsejan dedicarme a la filología primera, a las academias literarias renacentistas desde las que pretendíamos aprender el renacimiento de otra manera. Explicándolo desde la perspectiva de los autores que tenían el Epithetorum opus, de Ravisius Textor, un diccionario de epítetos en los que se encontraban referencias a los clásicos y que usaban Fray Luis, Lope de Vega…

Para copiar… Para asimilar. Era la labor de la abeja para ellos. Pero, en fin, en lo que yo me estaba ocupando ahora es en realizar mi canon de la literatura. Y consiste en volver a leer ciertas obras con apoyo en la bibliografía última, que yo ya no alcancé a estudiar a fondo. ¡Lo feliz que yo he sido estos meses! Con esa relectura apoyada en estudios que han hecho alumnos nuestros. He prometido a mis amigos que no iba a dejar eso. Que voy a organizarme de manera que reservaré unas horas para mi canon.

Difícil lo veo. Bueno, como habrá un secretario general en el que se pueda descargar buena parte del trabajo y eso viene bien para la causa, aprovecharé.

Lo que ocurre es que, como usted está acostumbrado a meterse a fondo en las cosas que hace, me da la sensación de que delegar le es complicado. No, no. Precisamente porque me conozco, en el cambio de reglamento aplaudí la idea de especificar las acciones que corresponden al secretario general. No se imagina con qué detalle hemos puntualizado todo.

Aun así, tendrá tentaciones. ¿Las controlará? ¿Por qué? ¿Porque tengo fama de presidencialista?

Bueno, lo ha sido en la Real Academia. Lo fui, cierto. Y me confesaba en las juntas de Gobierno y en las comisiones. Les decía: "Vosotros sabéis que yo soy un director presidencialista". Y me contestaban: "Por eso te hemos elegido".

Eso tranquiliza bastante a quienes están debajo. A mí me lo contagió Fernando Lázaro Carreter. Él tenía un temperamento fuerte. Cuando le afectó un ictus, me dijo que tenía que dejarlo, y yo le convencí de que no podía porque sin esa labor sería peor para él. Me comprometí a ayudarlo a fondo y le aseguré que no haría nada sin consultarle. Él me contagió ese presidencialismo. Pero ahora no, ahora esto tiene que ser distinto, en primer lugar porque el Cervantes cuenta con una estructura distinta, con unos jefes de área más que competentes. Ahí va a estar el secretario general, y yo me dedicaré a fondo a la labor institucional.

De lo que no cabe duda es de que usted forja lealtades, porque era impactante observar a sus compañeros de la Academia en la toma de posesión haciéndole de guardia pretoriana. ¿Qué les da? ¿Miedo o cariño? Mucho cariño. Miedo no, nunca. En la Academia aprendí que la institución era más fuerte cuanto más nos tratábamos con cariño. Con la cortesía académica, que es fundamental. Yo siempre cuidé mucho a los académicos mayores, a quienes caían enfermos. Curiosamente, a medida que se hacían mayores, acudían más: Pedro Laín Entralgo, Rafael Lapesa, Ángel González, Areilza, Rosales… Yo he querido mucho a los académicos. Ahora tengo que encargarme de los directores y profesores de centros, son gente que está por ahí, por el mundo, necesitada de apoyo.

La tarea de misión que veía Lázaro Carreter en el Cervantes… Pero es que ahí damos con otro rasgo de su personalidad porque usted ha trabajado también como sacerdote. Sí. Hace ya casi medio siglo de ello y fue por poco tiempo. Pero guardo un gran respeto a esa etapa, a la que debo mucho de mi formación. No estuve en el tipo de misión a la que se refería Lázaro. Trabajé en la información de la Iglesia y fundé, siendo arzobispo Tarancón, con quien tuve una relación cercana, el semanario Esta Hora. Pero básicamente era profesor y si tuve alguna notoriedad fue porque escribía en La Nueva España. Guardo grandes amigos de entonces. Desde cardenales hasta curas de aldea. Hay gente que dice que empleo la diplomacia vaticana. No me disgusta…

No me corresponde decir si he sido visionario. Soñador sí fui siempre

Como vocación, queda, construye. Mucho va en la pasta, en la manera de ser. Hay gente conflictiva por naturaleza, que parecen salamandras, que no viven a gusto más que en el fuego, y luego hay gente de paz. Yo lo soy. Pero no por haber dedicado pocos años de mi vida a eso. Yo me recuerdo de niño como un muchacho pacífico, eso va en la manera de ser, en el carácter.

Todo construye una vida. Desde luego. Un hombre es muchos hombres. Eso lo cuenta Mario Vargas Llosa en su última novela, El sueño del celta. Aun la persona que nos parece más anodina es muchas a la vez.

También tiene su etapa como profesor de instituto. Eso fue muy importante. Lo que yo soy ahora es el final de una etapa que ha durado 50 años. Una carrera de letras. Tuve la suerte de disfrutar a grandes maestros. Fui discípulo amado de Emilio Alarcos, nada menos. De José María Cachero, José Caso, verdaderos maestros. Y a poco de terminar comencé la carrera docente con oposiciones sucesivas, de abajo arriba: primero fui adjunto y luego catedrático de instituto; en Valladolid, penene de universidad, después agregado, más tarde catedrático… Ha sido una carrera muy variada en la universidad, en Zaragoza, en Salamanca… Allí moví muchas iniciativas, incluso me hice cargo de los cursos internacionales de enseñanza de español a extranjeros, qué cosas.

Ya dicen muchos que usted tiene algo de visionario en esto del idioma. No me corresponde a mí decir eso. Soñador sí fui siempre. Pero visionario…

Lo digo por el concepto panhispánico que impulsó usted en la Real Academia y cambió la manera de percibir la enseñanza y el poder sobre el idioma. Pasó de ser castellano dictado por normas castellanas a español global, en el que América tenía tanto o más que decir sobre el idioma que España misma. Bueno, pero ahí tengo que pagar peajes. ¿Por qué yo me interesé por América? Tiene su deuda. Yo era un gran europeísta. Por mis años de estudio en Roma, algunas estancias en Alemania y porque mi padre, que era juez, se sentía muy ligado a lo francés. Cuando Fernando Lázaro me propuso ser secretario de la Academia, hablé mucho con Alonso Zamora Vicente. Fue él quien me dijo: "Víctor, por favor, ocúpate de América, estamos ciegos". También me pidieron lo mismo Francisco Ayala y Gregorio Salvador. Fueron dos referencias que me hicieron reflexionar hondamente. Surgió la idea del panhispanismo después de ser alertado por ellos. Cuando hicimos la nueva gramática, nos planteamos la colaboración con el resto de las academias, y así ha sido con el resto de lo que se ha hecho después. Pero eso ya estaba planteado desde el principio.

¿Con antecedentes? Las academias se constituyeron como organismos correspondientes de la española, precisamente para atajar los conatos de independentismo lingüístico gracias sobre todo a Andrés Bello. Se revela y dice: "¿De qué estáis hablando? La lengua es nuestra". Fueron academias formadas por gente de gran representatividad e influencia en los países nacientes. Algo que ocurre ahora también, son miembros de mucho peso. Estaba claro que debíamos trabajar en conjunto, y así ha sido. Mi mejor aportación a esa etapa ha sido favorecer que los tres grandes códigos puestos al día durante mis mandatos –el gramatical, el ortográfico y el léxico se hicieran como obra de todas las academias sobre el español de todo el mundo. Hoy eso es una realidad. Y nos va a servir en la labor que ahora nos toca al frente del Cervantes.

Por eso dice usted mismo que le han llamado. Por algo que resume, a mi juicio, en una carta Alfredo Matos, el director de la Academia Chilena: "Tu concepción y convicción panhispánicas ahora en perspectiva transhispánica universal".

Eso puede ser un eje de su mandato. Así es.

Pero antes debe limar las asperezas eternas entre los Ministerios de Educación y Cultura y Exteriores para hacerse fuertes en esta institución. ¿Cómo va la lucha? Hay varios organismos de la cultura española que van por su parte. Existe una dispersión de esfuerzos que sumados producirían una sinergia considerable. Hace falta ponernos a remediarlo. Cada entidad tiene su normativa, pero con un poco de buena voluntad por parte de todos El Cervantes está ausente de América Latina, pero los centros culturales españoles que existen allí pueden servir de palestra para organizar cosas en conjunto. A eso llegaremos pronto porque es tan obvio que resulta difícil encontrar quien esté en contra de eso. Se ha señalado que en la toma de posesión, el ministro de Exteriores dejó claro que esto era suyo y lo hizo en presencia del responsable de Educación y Cultura. Pero yo puedo decir que se han dado pasos para clarificar todo eso. Lo primero que hemos hecho es modificar el reglamento. Ha sido fácil, y por eso mismo pienso que cuando llame a las puertas para unir sinergias, estoy muy confiado en que se va a conseguir y será un paso importante.

¿El reto de lo digital nos desborda para el idioma también? Sí, y eso exige investigación, negociación comercial con las grandes firmas, es un momento en que urge pensar, por muchas razones, y urge superar los compartimentos pequeños y unirse en sinergia no solo a nivel del Estado, sino con relaciones estrechas con las industrias culturales y con las empresas a las que interese la promoción de sus labores. No solo la cultura, también la ciencia, la tecnología. Todo eso está por pensar y por definir. Vendrá el mecenazgo y la ayuda, pero no porque pidamos, sino para ofrecerles.

¿Por qué? ¿Se acabó ir de pedigüeños? ¿Es a ellas a las que se debe convencer de que pueden sacar idéntico partido? Efectivamente. Hay que venderles a las empresas el valor de sus posibilidades abiertas al español para hacer cosas conjuntas. Es un problema de apertura y de vuelo. Aunque solo sea por la rentabilidad económica que les supone a las empresas. En Estados Unidos, dos de cada tres estudiantes la eligen como segunda lengua. ¿Por qué? Porque dicen que es útil. Para ganarse la vida. Ese cambio de mentalidad no lo podemos hacer solos, sino con los protagonistas de todo ese fenómeno, que son los países hispanoamericanos.

Guardián e impulsor global del español

Víctor García de la Concha (Villaviciosa, Asturias, 1934), filólogo y licenciado en Teología, estudió en la Universidad de Oviedo y en la Gregoriana de Roma. Su carrera como docente transcurrió a partir de los años sesenta en diferentes institutos de secundaria hasta que llegó a la universidad, donde ha desarrollado su labor como catedrático en Zaragoza y Salamanca, principalmente.

Desarrolló tres mandatos al frente de la Real Academia Española (RAE), a la que dio un impulso modernizador entre 1998 y 2010 cuando sustituyó en el cargo a Fernando Lázaro Carreter. Había sido nombrado académico en 1992 para ocupar el sillón con la letra c minúscula. Ha sido reconocido con el Toisón de Oro por parte del rey Juan Carlos, así como con el Premio Internacional Menéndez Pelayo. (En la foto, en Santander, en 1988).

domingo, 26 de febrero de 2012

El cuento del domingo


Ryunosuke Akutagawa

En el bosque


Declaración del leñador interrogado por el oficial de investigaciones de la Kebushi

-Yo confirmo, señor oficial, mi declaración. Fui yo el que descubrió el cadáver. Esta mañana, como lo hago siempre, fui al otro lado de la montaña para hachar abetos. El cadáver estaba en un bosque al pie de la montaña. ¿El lugar exacto? A cuatro o cinco cho, me parece, del camino del apeadero de Yamashina. Es un paraje silvestre, donde crecen el bambú y algunas coníferas raquíticas.

El muerto estaba tirado de espaldas. Vestía ropa de cazador de color celeste y llevaba un eboshi de color gris, al estilo de la capital. Sólo se veía una herida en el cuerpo, pero era una herida profunda en la parte superior del pecho. Las hojas secas de bambú caídas en su alrededor estaban como teñidas de suho. No, ya no corría sangre de la herida, cuyos bordes parecían secos y sobre la cual, bien lo recuerdo, estaba tan agarrado un gran tábano que ni siquiera escuchó que yo me acercaba.

¿Si encontré una espada o algo ajeno? No. Absolutamente nada. Solamente encontré, al pie de un abeto vecino, una cuerda, y también un peine. Eso es todo lo que encontré alrededor, pero las hierbas y las hojas muertas de bambú estaban holladas en todos los sentidos; la victima, antes de ser asesinada, debió oponer fuerte resistencia. ¿Si no observé un caballo? No, señor oficial. No es ese un lugar al que pueda llegar un caballo. Una infranqueable espesura separa ese paraje de la carretera.

Declaración del monje budista interrogado por el mismo oficial

-Puedo asegurarle, señor oficial, que yo había visto ayer al que encontraron muerto hoy. Sí, fue hacia el mediodía, según creo; a mitad de camino entre Sekiyama y Yamashina. Él marchaba en dirección a Sekiyama, acompañado por una mujer montada a caballo. La mujer estaba velada, de manera que no pude distinguir su rostro. Me fijé solamente en su kimono, que era de color violeta. En cuanto al caballo, me parece que era un alazán con las crines cortadas. ¿Las medidas? Tal vez cuatro shaku cuatro sun1, me parece; soy un religioso y no entiendo mucho de ese asunto. ¿El hombre? Iba bien armado. Portaba sable, arco y flechas. Sí, recuerdo más que nada esa aljaba laqueada de negro donde llevaba una veintena de flechas, la recuerdo muy bien.

¿Cómo podía adivinar yo el destino que le esperaba? En verdad la vida humana es como el rocío o como un relámpago... Lo lamento... no encuentro palabras para expresarlo...

Declaración del soplón interrogado por el mismo oficial

-¿El hombre al que agarré? Es el famoso bandolero llamado Tajomaru, sin duda. Pero cuando lo apresé estaba caído sobre el puente de Awataguchi, gimiendo. Parecía haber caído del caballo. ¿La hora? Hacia la primera del Kong, ayer al caer la noche. La otra vez, cuando se me escapó por poco, llevaba puesto el mismo kimono azul y el mismo sable largo. Esta vez, señor oficial, como usted pudo comprobar, llevaba también arco y flechas. ¿Que la víctima tenía las mismas armas? Entonces no hay dudas. Tajomaru es el asesino. Porque el arco enfundado en cuero, la aljaba laqueada en negro, diecisiete flechas con plumas de halcón, todo lo tenía con él. También el caballo era, como usted dijo, un alazán con las crines cortadas. Ser atrapado gracias a este animal era su destino. Con sus largas riendas arrastrándose, el caballo estaba mordisqueando hierbas cerca del puente de piedra, en el borde de la carretera.

De todos los ladrones que rondan por los caminos de la capital, este Tajomaru es conocido como el más mujeriego. En el otoño del año pasado fueron halladas muertas en la capilla de Pindola del templo Toribe, una dama que venía en peregrinación y la joven sirvienta que la acompañaba. Los rumores atribuyeron ese crimen a Tajomaru. Si es él quien mató a este hombre, es fácil suponer qué hizo de la mujer que venía a caballo. No quiero entrometerme donde no me corresponde, señor oficial, pero este aspecto merece ser aclarado.

Declaración de una anciana interrogada por el mismo oficial

-Sí, es el cadáver de mi yerno. Él no era de la capital; era funcionario del gobierno de la provincia de Wakasa. Se llamaba Takehito Kanazawa. Tenía veintiséis años. No. Era un hombre de buen carácter, no podía tener enemigos.

¿Mi hija? Se llama Masago. Tiene diecinueve años. Es una muchacha valiente, tan intrépida como un hombre. No conoció a otro hombre que a Takehiro. Tiene cutis moreno y un lunar cerca del ángulo externo del ojo izquierdo. Su rostro es pequeño y ovalado.

Takehiro había partido ayer con mi hija hacia Wakasa. ¡Quién iba a imaginar que lo esperaba este destino! ¿Dónde está mi hija? Debo resignarme a aceptar la suerte corrida por su marido, pero no puedo evitar sentirme inquieta por la de ella. Se lo suplica una pobre anciana, señor oficial: investigue, se lo ruego, qué fue de mi hija, aunque tenga que arrancar hierba por hierba para encontrarla. Y ese bandolero... ¿Cómo se llama? ¡Ah, sí, Tajomaru! ¡Lo odio! No solamente mató a mi yerno, sino que... (Los sollozos ahogaron sus palabras.)

Confesión de Tajomaru

Sí, yo maté a ese hombre. Pero no a la mujer. ¿Que dónde está ella entonces? Yo no sé nada. ¿Qué quieren de mí? ¡Escuchen! Ustedes no podrían arrancarme por medio de torturas, por muy atroces que fueran, lo que ignoro. Y como nada tengo que perder, nada oculto.

Ayer, pasado el mediodía, encontré a la pareja. El velo agitado por un golpe de viento descubrió el rostro de la mujer. Sí, sólo por un instante... Un segundo después ya no lo veía. La brevedad de esta visión fue causa, tal vez, de que esa cara me pareciese tan hermosa como la de Bosatsu. Repentinamente decidí apoderarme de la mujer, aunque tuviese que matar a su acompañante.

¿Qué? Matar a un hombre no es cosa tan importante como ustedes creen. El rapto de una mujer implica necesariamente la muerte de su compañero. Yo solamente mato mediante el sable que llevo en mi cintura, mientras ustedes matan por medio del poder, del dinero y hasta de una palabra aparentemente benévola. Cuando matan ustedes, la sangre no corre, la víctima continúa viviendo. ¡Pero no la han matado menos! Desde el punto de vista de la gravedad de la falta me pregunto quién es más criminal. (Sonrisa irónica.)

Pero mucho mejor es tener a la mujer sin matar a hombre. Mi humor del momento me indujo a tratar de hacerme de la mujer sin atentar, en lo posible, contra la vida del hombre. Sin embargo, como no podía hacerlo en el concurrido camino a Yamashina, me arreglé para llevar a la pareja a la montaña.

Resultó muy fácil. Haciéndome pasar por otro viajero, les conté que allá, en la montaña, había una vieja tumba, y que en ella yo había descubierto gran cantidad de espejos y de sables. Para ocultarlos de la mirada de los envidiosos los había enterrado en un bosque al pie de la montaña. Yo buscaba a un comprador para ese tesoro, que ofrecía a precio vil. El hombre se interesó visiblemente por la historia... Luego... ¡Es terrible la avaricia! Antes de media hora, la pareja había tomado conmigo el camino de la montaña.

Cuando llegamos ante el bosque, dije a la pareja que los tesoros estaban enterrados allá, y les pedí que me siguieran para verlos. Enceguecido por la codicia, el hombre no encontró motivos para dudar, mientras la mujer prefirió esperar montada en el caballo. Comprendí muy bien su reacción ante la cerrada espesura; era precisamente la actitud que yo esperaba. De modo que, dejando sola a la mujer, penetré en el bosque seguido por el hombre.

Al comienzo, sólo había bambúes. Después de marchar durante un rato, llegamos a un pequeño claro junto al cual se alzaban unos abetos... Era el lugar ideal para poner en práctica mi plan. Abriéndome paso entre la maleza, lo engañé diciéndole con aire sincero que los tesoros estaban bajo esos abetos. El hombre se dirigió sin vacilar un instante hacia esos árboles enclenques. Los bambúes iban raleando, y llegamos al pequeño claro. Y apenas llegamos, me lancé sobre él y lo derribé. Era un hombre armado y parecía robusto, pero no esperaba ser atacado. En un abrir y cerrar de ojos estuvo atado al pie de un abeto. ¿La cuerda? Soy ladrón, siempre llevo una atada a mi cintura, para saltar un cerco, o cosas por el estilo. Para impedirle gritar, tuve que llenarle la boca de hojas secas de bambú.

Cuando lo tuve bien atado, regresé en busca de la mujer, y le dije que viniera conmigo, con el pretexto de que su marido había sufrido un ataque de alguna enfermedad. De más está decir que me creyó. Se desembarazó de su ichimegasa y se internó en el bosque tomada de mi mano. Pero cuando advirtió al hombre atado al pie del abeto, extrajo un puñal que había escondido, no sé cuándo, entre su ropa. Nunca vi una mujer tan intrépida. La menor distracción me habría costado la vida; me hubiera clavado el puñal en el vientre. Aun reaccionando con presteza fue difícil para mí eludir tan furioso ataque. Pero por algo soy el famoso Tajomaru: conseguí desarmarla, sin tener que usar mi arma. Y desarmada, por inflexible que se haya mostrado, nada podía hacer. Obtuve lo que quería sin cometer un asesinato.

Sí, sin cometer un asesinato, yo no tenía motivo alguno para matar a ese hombre. Ya estaba por abandonar el bosque, dejando a la mujer bañada en lágrimas, cuando ella se arrojó a mis brazos como una loca. Y la escuché decir, entrecortadamente, que ella deseaba mi muerte o la de su marido, que no podía soportar la vergüenza ante dos hombres vivos, que eso era peor que la muerte. Esto no era todo. Ella se uniría al que sobreviviera, agregó jadeando. En aquel momento, sentí el violento deseo de matar a ese hombre. (Una oscura emoción produjo en Tajomaru un escalofrío.)

Al escuchar lo que les cuento pueden creer que soy un hombre más cruel que ustedes. Pero ustedes no vieron la cara de esa mujer; no vieron, especialmente, el fuego que brillaba en sus ojos cuando me lo suplicó. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí el deseo de que fuera mi mujer, aunque el cielo me fulminara. Y no fue, lo juro, a causa de la lascivia vil y licenciosa que ustedes pueden imaginar. Si en aquel momento decisivo yo me hubiera guiado sólo por el instinto, me habría alejado después de deshacerme de ella con un puntapié. Y no habría manchado mi espada con la sangre de ese hombre. Pero entonces, cuando miré a la mujer en la penumbra del bosque, decidí no abandonar el lugar sin haber matado a su marido.

Pero aunque había tomado esa decisión, yo no lo iba a matar indefenso. Desaté la cuerda y lo desafié. (Ustedes habrán encontrado esa cuerda al pie del abeto, yo olvidé llevármela.) Hecho una furia, el hombre desenvainó su espada y, sin decir palabra alguna, se precipitó sobre mí. No hay nada que contar, ya conocen el resultado. En el vigésimo tercer asalto mi espada le perforó el pecho. ¡En el vigésimo tercer asalto! Sentí admiración por él, nadie me había resistido más de veinte... (Sereno suspiro.)

Mientras el hombre se desangraba, me volví hacia la mujer, empuñando todavía el arma ensangrentada. ¡Había desaparecido! ¿Para qué lado había tomado? La busqué entre los abetos. El suelo cubierto de hojas secas de bambú no ofrecía rastros. Mi oído no percibió otro sonido que el de los estertores del hombre que agonizaba.

Tal vez al comenzar el combate la mujer había huido a través del bosque en busca de socorro. Ahora ustedes deben tener en cuenta que lo que estaba en juego era mi vida: apoderándome de las armas del muerto retomé el camino hacia la carretera. ¿Qué sucedió después? No vale la pena contarlo. Diré apenas que antes de entrar en la capital vendí la espada. Tarde o temprano sería colgado, siempre lo supe. Condénenme a morir. (Gesto de arrogancia.)

Confesión de una mujer que fue al templo de Kiyomizu

-Después de violarme, el hombre del kimono azul miró burlonamente a mi esposo, que estaba atado. ¡Oh, cuánto odio debió sentir mi esposo! Pero sus contorsiones no hacían más que clavar en su carne la cuerda que lo sujetaba. Instintivamente corrí, mejor dicho, quise correr hacia él. Pero el bandido no me dio tiempo, y arrojándome un puntapié me hizo caer. En ese instante, vi un extraño resplandor en los ojos de mi marido... un resplandor verdaderamente extraño... Cada vez que pienso en esa mirada, me estremezco. Imposibilitado de hablar, mi esposo expresaba por medio de sus ojos lo que sentía. Y eso que destellaba en sus ojos no era cólera ni tristeza. No era otra cosa que un frío desprecio hacia mí. Más anonadada por ese sentimiento que por el golpe del bandido, grité alguna cosa y caí desvanecida.

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que recuperé la conciencia El bandido había desaparecido y mi marido seguía atado al pie del abeto. Incorporándome penosamente sobre las hojas secas, miré a mi esposo: su expresión era la misma de antes: una mezcla de desprecio y de odio glacial. ¿Vergüenza? ¿Tristeza? ¿Furia? ¿Cómo calificar a lo que sentía en ese momento? Terminé de incorporarme, vacilante; me aproximé a mi marido y le dije:

-Takehiro, después de lo que he sufrido y en esta situación horrible en que me encuentro, ya no podré seguir contigo. ¡No me queda otra cosa que matarme aquí mismo! ¡Pero también exijo tu muerte! Has sido testigo de mi vergüenza! ¡No puedo permitir que me sobrevivas!

Se lo dije gritando. Pero él, inmóvil, seguía mirándome como antes, despectivamente. Conteniendo los latidos de mi corazón, busqué la espada de mi esposo. El bandido debió llevársela, porque no pude encontrarla entre la maleza. El arco y las flechas tampoco estaban. Por casualidad, encontré cerca mi puñal. Lo tomé, y levantándolo sobre Takehiro, repetí:

-Te pido tu vida. Yo te seguiré.

Entonces, por fin movió los labios. Las hojas secas de bambú que le llenaban la boca le impedían hacerse escuchar. Pero un movimiento de sus labios casi imperceptible me dio a entender lo que deseaba. Sin dejar de despreciarme, me estaba diciendo: «Mátame».

Semiconsciente, hundí el puñal en su pecho, a través de su kimono.

Y volví a caer desvanecida. Cuando desperté, miré a mi alrededor. Mi marido, siempre atado, estaba muerto desde hacía tiempo. Sobre su rostro lívido, los rayos del sol poniente, atravesando los bambúes que se entremezclaban con las ramas de los abetos, acariciaban su cadáver. Después... ¿qué me pasó? No tengo fuerzas para contarlo. No logré matarme. Apliqué el cuchillo contra mi garganta, me arrojé a una laguna en el valle... ¡Todo lo probé! Pero, puesto que sigo con vida, no tengo ningún motivo para jactarme. (Triste sonrisa.) Tal vez hasta la infinitamente misericorde Bosatsu abandonaría a una mujer como yo. Pero yo, una mujer que mató a su esposo, que fue violada por un bandido... qué podía hacer. Aunque yo... yo... (Estalla en sollozos.)

Lo que narró el espíritu por labios de una bruja

-El salteador, una vez logrado su fin, se sentó junto a mi mujer y trató de consolarla por todos los medios. Naturalmente, a mí me resultaba imposible decir nada; estaba atado al pie del abeto. Pero la miraba a ella significativamente, tratando de decirle: «No lo escuches, todo lo que dice es mentira». Eso es lo que yo quería hacerle comprender. Pero ella, sentada lánguidamente sobre las hojas muertas de bambú, miraba con fijeza sus rodillas. Daba la impresión de que prestaba oídos a lo que decía el bandido. Al menos, eso es lo que me parecía a mí. El bandido, por su parte, escogía las palabras con habilidad. Me sentí torturado y enceguecido por los celos. Él le decía: «Ahora que tu cuerpo fue mancillado tu marido no querrá saber nada de ti. ¿No quieres abandonarlo y ser mi esposa? Fue a causa del amor que me inspiraste que yo actué de esta manera». Y repetía una y otra vez semejantes argumentos. Ante tal discurso, mi mujer alzó la cabeza como extasiada. Yo mismo no la había visto nunca con expresión tan bella. ¡Y qué piensan ustedes que mi tan bella mujer respondió al ladrón delante de su marido maniatado! Le dijo: «Llévame donde quieras». (Aquí, un largo silencio.)

Pero la traición de mi mujer fue aún mayor. ¡Si no fuera por esto, yo no sufriría tanto en la negrura de esta noche! Cuando, tomada de la mano del bandolero, estaba a punto de abandonar el lugar, se dirigió hacia mí con el rostro pálido, y señalándome con el dedo a mí, que estaba atado al pie del árbol, dijo: «¡Mata a ese hombre! ¡Si queda vivo no podré vivir contigo!». Y gritó una y otra vez como una loca: «¡Mátalo! ¡Acaba con él!». Estas palabras, sonando a coro, me siguen persiguiendo en la eternidad. ¡Acaso pudo salir alguna vez de labios humanos una expresión de deseos tan horrible! ¡Escuchó o ha oído alguno palabras tan malignas! Palabras que... (Se interrumpe, riendo extrañamente.)

Al escucharlas hasta el bandido empalideció. «¡Acaba con este hombre!». Repitiendo esto, mi mujer se aferraba a su brazo. El bandido, mirándola fijamente, no le contestó. Y de inmediato la arrojó de una patada sobre las hojas secas. (Estalla otra vez en carcajadas.) Y mientras se cruzaba lentamente de brazos, el bandido me preguntó: «¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que la mate o que la perdone? No tienes que hacer otra cosa que mover la cabeza. ¿Quieres que la mate?...»

Solamente por esa actitud, yo habría perdonado a ese hombre. (Silencio.)

Mientras yo vacilaba, mi esposa gritó y se escapó, internándose en el bosque. El hombre, sin perder un segundo, se lanzó tras ella, sin poder alcanzarla. Yo contemplaba inmóvil esa pesadilla. Cuando mi mujer se escapó, el bandido se apoderó de mis armas, y cortó la cuerda que me sujetaba en un solo punto. Y mientras desaparecía en el bosque, pude escuchar que murmuraba:

«Esta vez me toca a mí». Tras su desaparición, todo volvió a la calma. Pero no. «¿Alguien llora?», me pregunté. Mientras me liberaba, presté atención: eran mis propios sollozos los que había oído. (La voz calla, por tercera vez, haciendo una larga pausa.)

Por fin, bajo el abeto, liberé completamente mi cuerpo dolorido. Delante mío relucía el puñal que mi esposa había dejado caer. Asiéndolo, lo clavé de un golpe en mi pecho. Sentí un borbotón acre y tibio subir por mi garganta, pero nada me dolió. A medida que mi pecho se entumecía, el silencio se profundizaba. ¡Ah, ese silencio! Ni siquiera cantaba un pájaro en el cielo de aquel bosque. Sólo caía, a través de los bambúes y los abetos, un último rayo de sol que desaparecía... Luego ya no vi bambúes ni abetos. Tendido en tierra, fui envuelto por un denso silencio. En aquel momento, unos pasos furtivos se me acercaron. Traté de volver la cabeza, pero ya me envolvía una difusa oscuridad. Una mano invisible retiraba dulcemente el puñal de mi pecho. La sangre volvió a llenarme la boca. Ese fue el fin. Me hundí en la noche eterna para no regresar...

Ryūnosuke Akutagawa (芥川 龍之介 o 芥川 竜之介? , Tokio, 1 de marzo de 1892 - ibídem, 24 de julio de 1927) fue un escritor japonés perteneciente a la generación denominada "neo-realista" que surgió a finales de la Primera Guerra Mundial; sus obras, en su mayoría cuentos, reflejan su interés por la vida del Japón feudal.

Nació en Tokio, Japon, y fue hijo único de Toshizo Niibara. Debido a la enfermedad (al parecer una psicosis) de su madre, que murió en 1902, fue adoptado por el hermano mayor de ésta, Michiaki Akutagawa. Su tía política le atormentó durante toda la infancia diciéndole que padecía de la misma enfermedad que su madre; esto le traumatizó y le signó como escritor atormentado. En 1910 ingresó a la Escuela Superior Nº 1 de Tokio. Sus compañeros de estudio fueron Kan Kikuchi, Masao Kume, Yuzo Yamamoto,Bunmei Tsuchiya, y otros que llegarían a ser escritores célebres.

En 1913 comenzó sus estudios en el Departamento de Literatura Inglesa de la Facultad de Letras de la Universidad Imperial de Tokio. Con el grupo formado por Kikuchi, Yamamoto, Toyoshima, Tsuchiya y otros, editó al año siguiente la revista Shinshicho (tercera época), en la que publicó traducciones de obras de William Butler Yeats y Anatole France, y sus primeros cuentos: "Vejez" y "La muerte de un joven".

En 1915 publicó "Rashōmon" (donde describe la decadencia de las tradiciones japonesas acompañada por la angustia existencial de los protagonistas) y otro cuento en la revista Teikoku Bungaku ("Literatura Imperial") de la Universidad Imperial de Tokio. Frecuentó la casa del escritor Natsume Sōseki, quien ejercería en él una notable influencia. En 1916, con Kume, Kikuchi, Matsuoka y otros edita Shinshicho (cuarta época), en la que publica "La nariz", mereciendo elogios de Natsume. Publica además "El pañuelo" en la revista Chuo Koron, que tiene favorable acogida en la crítica; se convierte en uno de los más firmes valores de la nueva generación. Se gradúa en la Universidad; presenta la tesis "Estudios sobre William Morris". Es nombrado profesor en la Escuela de Mecánica Naval de Oficiales. Ese mismo año, muere su maestro Natsume.

En 1917 publicó sus dos primeros libros de cuentos. En 1918 se casó con Fumi Tsukamoto. Ingresó en el periódico Mainichi de Osaka. Publicó "El biombo del infierno", "La muerte del mártir", "Asesinato de la era Meiji", "La muerte del poeta Basho" y otros cuentos. Al año siguiente viaja a Nagasaki con Kan Kikuchi para estudiar el cristianismo japonés y publica cuentos con ese tema (Nagasaki era una ciudad que había tenía a la mayoría de su población japonesa practicante fiel del catolicismo a partir de las misiones de Francisco Javier).

En 1920 publicó algunos cuentos, entre ellos "El Cristo de Nankín", "El baile" y "Otoño"; este último señala un cambio en su estilo. Un año de después viajó a China como corresponsal del diario 'Mainichi' y escribe varios cuentos relacionados con ese país.

En 1922 publicó algunos ensayos y cuentos: "En el bosque", "El general", "La princesa Rokunomiya" y "La castidad de Otomi" que marcan el fin de su primera época literaria. Al año siguiente publicó la serie de cuentos sobre Yasukichi. En aquel tiempo se produciría el gran terremoto de Tokio.

En 1924 se encarga de la publicación de The modern series of English Literature. Al año siguiente compilaba una antología de literatura moderna japonesa; también publica una crónica de viaje a la China.

Hacia 1926 enfermó gravemente y padecería crisis nerviosas: alucinaciones visuales y angustia. Declinó su producción literaria. En 1927 mantuvo una polémica literaria con el novelista Junichiro Tanizaki. Escribió numerosas obras de gran valor en las cuales los principales méritos son la originalidad y las logradas expresiones de lo emocional: "Ilusión", "Kappa" (una sarcástica sátira social parcialmente fabulada basándose en los animales de la mitología popular japonesa llamados kappa), "El hombre del oeste", "La vida de un idiota", "Palabras de un enano", "Los engranajes" (breve pero intenso relato autobiográfico en el cual describe sus sensaciones pesadillezcas y expresa la idea del suicidio). Ese mismo año se suicidó ingiriendo veronal; antes de morir dijo: ぼんやりとした不安 (Bonyaritoshita fuan, que significa "sombrío desasosiego"). Después de su muerte se publicó su último libro de cuentos, además de otros ensayos, poemas y cuentos infantiles.

En 1935 su amigo de toda la vida Kan Kikuchi estableció el premio literario de mayor prestigio en Japón, el Premio Akutagawa, en su honor.

Akutagawa empleó los pseudónimos Chōkōdō Shujin 澄江堂主人 y Gaki 我鬼.

Akutagawa y el cine

Su relato Rashōmon (1915) fue combinado con un relato posterior, En el bosque (1921-22), para formar la base argumental de la premiada película Rashōmon (1950), dirigida por su compatriota, el director de cine Akira Kurosawa.

Obras

Rōnen (1914). Hana (La nariz) (1915). Imogayu (1916). Jigokuhen 地獄変 (El biombo del infierno) (1916). Rashōmon 羅生門 (1917). El tabaco y el diablo 煙草と悪魔 (1917). Kumo no ito (El hilo de la araña) (1917). Jashūmon. Yabu no Naka (En el bosque). Kairaishi (1919). Nankin no Kirisuto (Cristo en Nankín)(1920). Sombras del farol (1920). Flores de la noche (1921). Vestido de primavera (1923). Ojakufu (1924). El abanico de Konan (1927). Genkakusanbō (1927). Aru ahō no Isshō (1927). Seihō no hito (El hombre del oeste) (1927). Los engranajes (1927)

Novelas. La vida de Nobusuke Daidoiji (1925)

Foto:internet.Semblanza biográfica: Wikipedia. Texto: El cuento del día.

sábado, 25 de febrero de 2012

El jefe

El jefe es una película colombiana basada en el libro Recursos Humanos del escritor Antonio García Ángel y protagonizada por Carlos Hurtado, Marcela Benjumea y Katherine Porto

El Jefe, dirigida por Jaime Escallón, quien también adaptó al guión la novela. Es su ópera prima.

La historia gira entorno a Osorio, un jefe de Recursos Humanos que vive entre un trabajo que detesta y un hogar que lo deprime, pero encuentra algo de felicidad en Ángela, la mejor amiga de su esposa. Dispuesto a cambiar su vida, Osorio toma sus ahorros y comienza una cadena de engaños y traiciones con el fin de escapar junto a su amante.

El jefe es una comedia que introduce a los espectadores al mundo de las oficinas donde las rencillas, las competencias, la ambición y las confabulaciones son el pan de cada día.

fuentes:babillacine.com


Minicuentos 23


El componedor de cuentos

Mariano Silva y Aceves

Los que echaban a perder un cuento bueno o escribían uno malo lo enviaban al componedor de cuentos. Éste era un viejecito calvo, de ojos vivos, que usaba unos anteojos pasados de moda, montados casi en la punta de la nariz, y estaba detrás de un mostrador bajito, lleno de polvosos libros de cuentos de todas las edades y de todos los países.
Su tienda tenía una sola puerta hacia la calle y él estaba siempre muy ocupado. De sus grandes libros sacaba inagotablemente palabras bellas y aun frases enteras, o bien cabos de aventuras o hechos prodigiosos que anotaba en un papel blanco y luego, con paciencia y cuidado, iba engarzando esos materiales en el cuento roto. Cuando terminaba la compostura se leía el cuento tan bien que parecía otro.
De esto vivía el viejecito y tenía para mantener a su mujer, a diez hijos ociosos, a un perro irlandés y a dos gatos negros.

Franz Kafka y la niña

Josefa Sarrionandía

Imagínate a Franz Kafka en una calle de Praga. No, no es Praga, es otra ciudad. Imagínatelo en una calle de Berlín.
En el noviembre de 1923, él y Dora Dymant cambiaron de casa –Grunewaldstrass, 13- y alquilaron dos habitaciones en casa de un médico.
Imagínate a aquel escritor, afectado ya por la tuberculosis, paseando por la calle en una tarde nublada y tranquila.
Una niña llora en la acera. Franz Kafka se acerca a la niña, que oculta su cara bajo mechones pelirrojos. Llora porque ha perdido su muñeca.
-No, no se ha perdido –le dice Franz Kafka. Que no se ha perdido, que no llore, que la muñeca ha tenido que marcharse de viaje y que no se ha despedido de ella porque los adioses son tristes.
-Hace poco me he encontrado con tu muñeca –dice Franz Kafka-, a la salida de la ciudad. Y me ha dicho que te ha escrito.
Imagínate a la niña secándose las lágrimas con las manitas. La niña, desde la profundidad de sus ojos azules, mira al hombre moreno, al extraño mensajero.
El mensajero, Franz Kafka, sube calle arriba con su traje negro y paso lento, para perderse, como el más misterioso de los mensajeros, tras la esquina de la calle.
La niña, durante las semanas siguientes, recibió las cartas de la muñeca, en las que le contaba un viaje extraordinario, cada vez desde más lejos.

Las patronas

Guillermo Samperio

Las patronas de las sirvientas son complicadas. Se disgustan por cualquier cosita. Piensan que a cada paso les roban, se burlan de ellas, las espían. No les gusta que las cosas cambien de lugar ni que las sirvientas metan gente a la casa. Odian que la muchacha utilice sus baños, sus jabones, sus peines, el refrigerador, los sillones, las sillas, el teléfono, las camas, el pasillo, la entrada, la salida, las llaves de la casa, al esposo y a los hijos adolescentes. Quisieran tener un ángel maravilloso por sirvienta. Los maridos de las patronas de las sirvientas son más complicados y les da lo mismo esposa, sirvienta, que ángel.

Árbol del fuego

Hipólito G. Navarro

Es el niño primero de la clase, extraño niño de sobresalientes y matrículas. Por las tardes abunda en su sustancia, y en el parque soslaya la facilidad de los cerezos y los arces y trepa, con dificultades, a lo más alto de un árbol del fuego.
Abajo, intuyendo la caída que algún día tendrá que llegar, espera sin prisas otro niño, éste más discreto tras sus gafas: el que fantasea en la clase en el último pupitre bajo el mapa, donde nunca llegan los premios del maestro.

Formas de pasar el tiempo

Julia Otxoa

A L.K. después de aquello, le era difícil respirar. Le producía un extremo dolor soportar la existencia propia y la de los demás. Una terrible incógnita, el porqué de todo. Así que sin tener la menor idea de qué hacer con su vida, cogió el primer tren para Dublín, buscó trabajo, conoció a una mujer, se casó y tuvo hijos.
Nota: Todo lo demás, incluido ese dato, puede ser aleatorio, es decir, que bien puede el personaje coger un tren para Oslo, Londres, Barcelona, o no cogerlo. Y también puede no casarse. Es decir, todo es accidental y fortuito, menos el dolor y la angustia, que han de ser fijos.

Yo vi matar a aquella mujer

Ramón Gómez de la Serna

En la habitación iluminada de aquel piso vi matar a aquella mujer.
El que la mató, le dio veinte puñaladas, que la dejaron convertida en un palillero.
Yo grité. Vinieron los guardias.
Mandaron abrir la puerta en nombre de la ley, y nos abrió el mismo asesino, al que señalé a los guardias diciendo:
-Éste ha sido.
Los guardias lo esposaron y entramos en la sala del crimen. La sala estaba vacía, sin una mancha de sangre siquiera.
En la casa no había rastro de nada, y además no había tenido tiempo de ninguna ocultación esmerada.
Ya me iba, cuando miré por último a la habitación del crimen, y vi que en el pavimento del espejo del armario de luna estaba la muerta, tirada como en la fotografía de todos los sucesos, enseñando las ligas de recién casada con la muerte…
-Vean ustedes –dije a los guardias-. Vean… El Asesino la ha tirado al espejo, al trasmundo.

La violetilla

Juan Ramón Jiménez

Nos trajeron de regalo un palomo blanco, "para que nos lo comiéramos". ¿Quién, después de verlo y acariciarlo, se lo comía? Se lo dimos a los dos niños del jardinero para que lo criaran.
-¿Qué haréis con él?
María, la mayorcita, La violetilla como le decíamos, grisucha y graciosa, con sus ojos verdes, su pelo pardo con aceite, y sus dientes amarillos, saltó al momento:
-¡Cuidarlo, zeñorito!
Pero el padre mató al palomo aquella misma tarde y se lo comió la familia, digo, él y el niño, Faneguillas, que tenía todo su mimo. La madre y la niña se contentaron con olerlo, agradables a la fuerza.
Al día siguiente, cuando entré, estaban los niños sentados en el umbral jugando a los alfileritos.
-¿Y el palomo? –les pregunté ansioso.
El niño se puso de pie, y sacando la barriga, se dio una palmada en ella:
-¡Aquí, gualdado!
Y La violetilla María, sonriendo triste, copiaba a su hermano:
-¡Aquí guardado, zeñorito!

Currículum vitae

Marco Denevi

A menudo un dictador es un revolucionario que hizo carrera. A menudo un revolucionario es un burgués que no la hizo.

Un corto imperdible

A solo un día de la entrega de los Oscar, presentamos Los fantásticos libros voladores del señor Morris Lessmore, uno de los cortos de animación nominados a los premios de la Academia. Está inspirado en el Huracán Katrina, en Buster Keaton y en El Mago de Oz, y hace referencia a las personas que son devotas a los libros. Es una hermosa alegoría sobre el poder curativo de la literatura
fuentes:revistaarcadia.com, youtube.com


Dirigido por William Joyce y Brandon Oldenburg.

viernes, 24 de febrero de 2012

García Lorca declaró, en una entrevista, que haría el teatro como le diese "la gana"

García Lorca empieza diciendo, entre otras cosas: "Yo siempre haré el teatro que me guste, el que siento; y lo haré como me dé la gana"
Imagen facilitada por el Instituto Nacional de Artes Escénicas y Múscia (INAEM) de una entrevista con Federico García Lorca, perdida y ahora recuperada por el Centro Dramático Nacional. foto:EFE.fuente:lainformacion.com

El Centro de Documentación Teatral (CDT) ha recuperado una entrevista con Federico García Lorca que se publicó en 1931 en el primero y único número de la exclusiva revista "Miradero" y que no está incluida en las Obras Completas del poeta de Granada.

Una entrevista de cinco páginas realizada por Juan de Alfarache a un García Lorca que habla de sus pensamientos sobre el teatro, los toros, el fútbol, Granada, Cuba, las actrices o su viaje a América, y que se completa con las fotografías de "La zapatera prodigiosa" interpretada por Margarita Xirgu, realizadas por Calvache.

Tan valioso documento ha sido donado recientemente al Centro de Documentación Teatral por María Jesús Gómez Llano, sobrina del editor de la revista "Miradero", José Gallo de Renovales.

"Miradero" fue un proyecto cultural de alta calidad que puso en marcha Renovales, que no consiguió sacar el número dos a la calle.

Esta bella e importante entrevista se completa con un artículo del profesor Huélamo Kosma, estudioso de la obra de García Lorca y director del CDT.

Juan Alfarache abre la entrevista escribiendo: "García Lorca me tiende la mano generosamente...y su mano, extendida hacia mí generosamente, me ha significado tanto o más que sus palabras...".

García Lorca empieza diciendo, entre otras cosas: "Yo siempre haré el teatro que me guste, el que siento; y lo haré como me dé la gana".

Después de comentar que en julio de 1931 había vuelto de seguir un curso en Estados Unidos en la Colombia University y de haber dado un curso de conferencias en Cuba, el poeta comenta, a la pregunta del entrevistador sobre el público de Granada, que "nadie es profeta en su tierra".

"Tengo un grupo de amigos -dice-, sí, es cierto, que toman con el cariño de las cosas propias mis triunfos en escena. Pero Granada, que es una ciudad inteligente, es una ciudad muy fría...Lo que vale allí es el pueblo, son las afueras, el Albaicín, todo lo que hay de secular en la entraña de las gentes del pueblo. Es el pueblo de las calles".

"La ciudad -continúa- es una ciudad acolchada, muerta... Ahora bien: todo carácter del pueblo vierte a raudales simpatía". Y precisa: "El único sitio donde no ha gustado 'Mariana Pineda' ha sido en Granada".

El autor de "Poeta en Nueva York" también habla de su primer estreno, "La zapatera prodigiosa", que califica de "un hermoso pateo", y comenta dos de sus aficiones, el fútbol y los toros.

Dice que es más aficionado de los toros, pero que no tiene un torero predilecto, y del fútbol añade: "Sin que mi pasión llegue a vincularse a un equipo".

"Cuando presencio un partido, unos me son más simpáticos que otros. Conquistan espontáneamente la simpatía por cualquier accidente del juego. Y deseo que gane el que más rápidamente captó mis simpatías. Voy al espectáculo deportivo sin prejuicio alguno", concluye.

Con respecto al teatro de vanguardia, el autor de "El público", ese drama que considera su "mejor poema" y el más experimental junto con "Así que pasen cinco años", como recuerda Julio Huélamo en el artículo que acompaña la entrevista, contesta un año después, "en términos bastantes restrictivos": "Considero que el teatro puede ser muy atrevido; pero con una norma: que sea para todo el mundo".

"Está bien algo de laboratorio, de teatro experimental; pero toda obra de teatro no debe buscar limitaciones, sino ser ampliamente para todos", decía el poeta.

martes, 21 de febrero de 2012

Selznick: "Yo crecí en una familia feliz, pero maté a varios padres en mis libros"

Habla el autor del libro en el que se basó Martin Scorsese para Hugo, nominada a 11 Oscar
Hugo Cabret, el chico huérfano que intenta hacer funcionar un autómata, único legado de su padre. foto.fuente:Revista Ñ

El chico corre por la entrada de la estación, entre columnas de hierro, vapor y vidrio. Dé vuelta la página: entra en la boca de un túnel cuadrado. Dé vuelta nuevamente la página, y verá, en primer plano, que su brazo se extiende hacia una reja de hierro ornamentada en la pared; y luego, ve su bota, con agujeros en la suela, que desaparece en los pasillos.

Esta secuencia de apertura del best seller La Invención de Hugo Cabret , del ilustrador y autor de libros para niños, Brian Selznick, se desenrolla como una película. El libro es la inspiración para Hugo , la magnífica película de Martin Scorsese que está nominada a 11 Premios Oscar. Y el libro se trata, entre otras cosas, del cine: la maravilla de las películas mudas en general, y el trabajo de ese genio de los inicios del cine francés, Georges Melies, en particular.

La historia es la de un niño huérfano que vive en los recovecos de la estación de Montparnasse a principios de los 30, donde mantiene los relojes en funcionamiento. El mayor amor y razón de ser del chico es un misterioso autómata, el único legado de su padre, que murió en un incendio en un museo. Los intentos por reparar la máquina lo conducen a otra huérfana, Isabelle, que vive al cuidado de un anciano que tiene la juguetería de la estación, donde Hugo roba piezas mecánicas. El autómata termina delatando al viejo como el gran director de películas Georges Melies, quien en su desesperación, destruyó casi todos los rastros de su trabajo, luego de los ataques de la Primera Guerra Mundial.

En la realidad, Melies hizo lo mismo: lo encontraron trabajando en una juguetería de Montparnasse y sus películas fueron restauradas como tesoros del cine mudo.

Lo de Selznick, ahora, es cine 3D. A su juicio, en la película, "todo está mejorado. Los movimientos de la cámara se basan en mis dibujos, pero más grandiosos y más operativos". Las secuencias son una recreación exacta de lo que dibujó Selznick puesto en movimiento "y profundizado en espacio, convertido en escultural" dice el ilustrador.

Brian Selznick, que hoy tiene 45 años, nació en Nueva Jersey y hoy vive entre Brooklyn, costa este de Estados Unidos, y San Diego, en la costa del Pacífico; su abuelo era primo de David O. Selznick, el productor del King Kong original y de Lo que el viento se llevó .

Pero lo de Brian es con el lápiz: "Trabajo en escala muy pequeña con un lápiz HB", explica, "muchas veces utilizo una lupa. Parte de lo que intenté con Hugo era obtener el tono de blanco y negro de las primeras películas francesas, la riqueza de las texturas de los comienzos del cine".

Selznick dice "hacer a Hugo", más que "escribir" o "dibujar": hay algo predigital acerca del libro en sí mismo, más allá de la narrativa y la ambientación. Ni La Invención de Hugo Cabret , ni Wonderstruck –su nuevo libro– se convertirán en libros electrónicos, insiste. "La gente usa las computadoras más y más, lo que borra la mano del artista, y yo quise que se viera la mano del artista... Estoy interesado en el acto de dar vuelta una página, contar una historia moviéndome hacia adelante físicamente. En los libros de imágenes, uno da vuelta la página al ritmo que quiere, se convierte en la fuerza impulsora detrás de la narrativa." Y Selznick agrega: "También quise recrear la experiencia de una película en el dar vuelta las páginas, para reflejar en ese dar vuelta la página lo que Hitchcock y Truffaut hacían con sus cámaras." Después de todo, "algunos de los mejores libros son acerca de libros, y algunas de las mejores películas son acerca de películas". Con Hugo, tenemos un movimiento perpetuo de correspondencia entre ambos: "Un libro que celebra a las películas, y ahora una película que celebra a los libros." La elección del período también es didáctica: "En términos de cultura popular, quería ubicar mis historias en un mundo donde no hubiera celulares pero que me permitiera tratar temas vigentes para los chicos de hoy." De esos temas, ninguno tan caro a la literatura infantil como la orfandad. Hugo e Isabelle en La invención de Hugo Cabret , y Ben en Wonderstruck son todos huérfanos, mientras que Rose en Wonderstruck , es rechazada por ambos padres.

"Es gracioso", relata Selznick, "yo crecí en una familia feliz con padres cariñosos, pero maté a un montón de padres en estos libros. El huérfano en la literatura infantil", argumenta, "le permite al niño protagonista hacer avanzar la historia por sí mismo. Se trata de encontrar tu lugar en el mundo. Se trata de la importancia de construir tu propia familia. Es lo que hace Hugo, para lograr un perfecto final feliz." Interrogado por una revista estadounidense acerca de la experiencia de que su libro fuera adaptado por Scorsese y se transformara en un éxito enorme, Selznick respondió "Es tan excitante. Quiero decir, Scorsese es el mejor, y cuando fui al estudio de filmación, todos tenían una copia del libro. Scorsese siempre tenía algunos a mano, para poder dárselos a la gente y que pudieran comprender lo que él quería." Dante Ferretti, el diseñador de producción le dijo a Selznick: "Simplemente hice todo lo que usted dibujó."

lunes, 20 de febrero de 2012

Letras en imágenes

No se necesita genialidad para notarlo: los libros adaptados al cine están marcando una tendencia en el cine que más suena por estos días en el panorama internacional. Fue evidente en los BAFTA y, ahora, en los Oscar hay 11 películas nominadas que primero fueron libros

La chica del dragón tatuado, versión de remarke de Hollywood de la novela de Stieg Larsson.foto.fuentes:revistaraacadia.com, youtube.com

No nos arriesgamos a apostar por las ganadoras, pero les mostramos una selección que promete.

The Descendants

Basada en la novela homónima de Kaui Hart Hemmings y adaptada por Alexander Payne.

George Clooney es el protagonsita y la víctima de una fatídica historia en Hawaii, basada en la primera novela de una escritora local. Recomendamos el justo comentario de Ricardo Silva en Semana, aquí.

Hugo

Basada en "The Invention of Hugo Cabret", de Brian Selznick, y dirigida por Martin Scorsese.

"Hugo" se enmarca en el París de los treintas y sigue los pasos de un niño (Asa Butterfield), que vive en una estación de tren y que intenta resolver un misterio sobre su padre. La fórmula de Hugo no tiene pierde: la dirigió Scorsese –que recientemente recibió honores en la entrega de los Bafta y de quien no hay que presentar prontuario– y está basada en el libro de Brian Selznick, quien ha obtenido reiterados reconocimientos por su trabajo.

Mi semana con Marilyn

Basada en los libros "The Prince", "The Showgirl and Me" y "My Week with Marilyn", de Colin Clark, y adaptada por Adrian Hodges.

De nuestra lista este es el único caso en el que el autor del libro es a la vez el personaje protagónico de la historia. Se trata de Colin Clark, quien es interpretado por Eddie Redmayne en el filme, un asistente de dirección que conoce a Marilyn Monroe durante la filmación de "The Prince and the Showgirl". Clark tiene un romance con Monroe, poco después de que ella se ha casado con el escritor Arthur Miller. El 81% de aprobación de la audiencia en Rotten Tomates puede ser una pista del buen camino de este biopic de la inagotable Marilyn Monroe.

Albert Nobbs

Basada en Albert Nobbs, la novela de George Moore, y dirigida por Rodrigo García.

Otra película de época, otra adaptación. Es una historia que se desarrolla en el siglo XIX y cuenta la vida de Albert Nobbs (Glenn Close), una mujer que para trabajar en un hotel de lujo se debe disfrazar de hombre, lo que da lugar a una serie de altercados. Es una ironía que Glenn Close haya obtenido una nominación como mejor actriz por este papel masculino. Esta es la única adaptación de la lista cuyos derechos de autor vencieron y ya son de dominio público.

La chica del dragón tatuado

Basada en la novela de Stieg Larsson, adaptada por Steven Zaillian y dirigida por David Fincher.

Una película del director de "El club de la pelea" (1999) basada en la obra de un escritor sueco que ha vendido un millón de ejemplares en formato digital de sus libros. Todo parece indicar que la narrativa de Larsson es ideal para la pantalla grande pues los otros dos libros de su trilogía "Millenium" han sido adaptados al cine en solo un par de años. Es la historia de Mikael Blomkvist (Daniel Craig), un periodista que se traslada a Suecia para investigar un crimen. La novela negra no se cansa de las cámaras, las luces y el ¡acción!

¿De dónde esta moda por las adaptaciones? Los derechos de autor de cuatro de las cinco novelas de esta lista aún están vigentes, lo que significa que los cineastas deben pagar por los derechos de las obras y por sus adaptaciones, así que el estímulo no es ahorrarse costos. Por su puesto, los casos de éxito de adaptaciones literarias en el cine son infinitos, basta pensar en sagas como la de "Harry Potter" o "El señor de los anillos". Tal vez esto tenga alguna relación con la evidente tendencia. Ya veremos qué pasa en los Oscar.