sábado, 4 de febrero de 2012

Algunos sueños y unas pesadillas 4

...¿Quién sabe si esta otra mitad de la vida en que creemos estar despiertos, no es sino un sueño un poco diferente del primero, del que despertamos cuando creemos dormir? PASCAL

La rosa del mundo

William Butler Yeats

¿Quién soñó que la belleza pasa como un sueño? Por estos labios rojos, con todo su orgullo luctuoso, luctuoso de que ninguna nueva maravilla pueda predecir, Troya se desvaneció como un alto destello fúnebre.


La trama

Gastón Padilla

Para nuestro fatigado y distraído meditar, lo que está a la vista de la alfombra (cuyo dibujo nunca se repite) probablemente sea el esquema de la existencia terrenal; el revés de la trama, el otro lado del mundo (supresión del tiempo y del espacio o afrentosa o gloriosa magnificación de ambos); y la trama, los sueños. Esto soñó en Teherán Moisés Neman, fabricante y vendedor de alfombras que tiene su negocio frente a la plaza Ferdousi.


La explicación

Nathaniel Hawthorne

Un hombre, en la vigilia, piensa bien de otro y confía en él plenamente, pero lo inquietan sueños en que ese amigo obra cono enemigo mortal. Se revela, al fin, que el carácter soñado era el verdadero. La explicación sería la percepción instintiva de la realidad.

Lo consciente y lo inconsciente

Rodericus Bartius

En su autobiografía, Jung narra un sueño impresionante. (Pero cuál no lo es.) Hallábase frente a una casa de oración, sentado en el suelo en la posición del loto, cuando advirtió a un yogui sumido en meditación profunda. Se acercó y vio que el rostro del yogui era el suyo. Presa de terror, se alejó, despertó y atinó a pensar: es él el que medita; ha soñado y soy yo su sueño. Cuando despierte, ya no existiré.

Sombras suele vestir

Luis de Góngora

El sueño, autor de representaciones,

En su teatro sobre el viento armado

Sombras suele vestir de bulto bello.

Episodio del enemigo

Jorge Luis Borges

Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con el torpe bastón que en sus viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. M e costó percibir lo que esperaba: El débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos a pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver , y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.

Me incliné sobre él para que me oyera.

-Uno cree que los años pasan para uno -le dije- pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.

Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.

Me dijo entonces con voz firme:

-Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.

Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:

-Es la verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.

-Precisamente porque ya no soy aquel niño –me replicó- tengo que matarlo. No se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.

-Puedo hacer una cosa –le contesté.

-¿Cuál? -me preguntó.

-Despertarme.

Y así lo hice.

La pesadilla

Marcelo Del Castillo

El horrible hombre arrastrando su pata seca, blandiendo el hacha entre sus peludas manos, empezaba la continua persecución a la niña por los pasadizos y corredores de la enorme casa. Cuando perdida la esperanza de escapar, la niña, viéndolo acechante correr hacia ella y levantar el hacha, no soportaba más, gritaba, entonces despertaba. Y así las sucesivas noches...Hasta la noche en que la niña no quiso gritar para no despertar más a sus padres quienes acudían entre somnolientos y aburridos a socorrerla de los gritos de pesadilla. Al otro día, en la mañana, su madre al abrir la puerta del cuarto, antes de dar un sonoro grito de desmayo, alcanzó a ver una figura algo humana de un cuerpo tendido en la cama con más de media hacha metida en el pecho aún sangrante. El padre corrió y encontró en un rincón del cuarto a la niña sollozando babeante entre sus mocos.