domingo, 10 de abril de 2022

Rosario, la hermana que se dedicó a preservar el legado de Andrés Caicedo

 Andrés Caicedo solo publicó dos novelas en vida: El atravesado y ¡Qué viva la música! Sin embargo, fue mucho más lo que escribió. Durante 45 años, varios de sus amigos, así como su padre, Carlos Alberto Caicedo, y su hermana Rosario se han dedicado a conservar las palabras del autor caleño

Rosario Caicedo insiste en que "yo aquí no estoy defendiendo a Andrés Caicedo y a la libertad de sus palabras porque haya sido mi hermano. Yo lo estoy defendiendo (porque fue) un gran amigo y un gran escritor”. / FOTO: Archivo particular


“Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos”, escribió el caleño Andrés Caicedo en ¡Qué viva la música!, su novela más conocida y cuya primera edición llegó a sus manos el 4 de marzo de 1977, horas antes de que se suicidara. Y esas once palabras se convirtieron en una profecía autocumplida. 

Más de cuatro décadas después, Andrés Caicedo es reconocido como uno de los autores más importantes de Cali y de Colombia en el siglo XX. Eso es, en buena parte y como dice Rosario Caicedo (escritora, promotora cultural y quien, “por coincidencia”, fue la hermana de Caicedo), gracias a esos “pocos buenos amigos”. 

Un pequeño grupo que decidió, después de la muerte del escritor, preservar su memoria a través de lo que escribió. No solo lo publicado, que fueron las dos novelas El atravesado y ¡Qué viva la música!, así como varias decenas de críticas de cine, sino cuentos, novelas y cartas. 

Hace pocas semanas, se conmemoró el aniversario 45 del deceso de Caicedo. La conmemoración se realizó con la proyección del documental ‘Unos pocos buenos amigos’, del cineasta y protagonista en la historia póstuma de Caicedo, Luis Ospina, en la Cinemateca de Bogotá. Luego de esta Rosario Caicedo, el escritor Sandro Romero y el periodista Juan David Correa realizaron un conversatorio. 

Adicionalmente, Rosario tomó una decisión encaminada a que el legado de su hermano se mantenga en la capital vallecaucana: por los 45 años de la muerte del autor, donó su archivo personal a la Biblioteca del Centenario, la primera biblioteca pública de Cali fundada en 1910.  

Entre los objetos que entregó, luego de atesorarlos durante años, está la máquina de escribir de Caicedo, que la define más que como un objeto, como su ‘voz’. 

Curaduría de un legado

El mismo día en que Andrés Caicedo se suicidó, su padre, Carlos Alberto Caicedo, tomó una decisión: comprender al hijo que ya no estaba a través de sus palabras. Un hijo con el que llegó a tener varios desencuentros en vida, pero que pudo conocer mejor al leerlo. 

«‘Más vale tarde que nunca’, me repitió por décadas cada vez que él y yo hablábamos sobre el hijo y el hermano muerto. Y fue gracias a esa tardía epifanía que la obra literaria de Andrés Caicedo se conservó para la posteridad. Gracias al trabajo expiatorio de un padre adolorido, que entendió el obsesivo deseo de su hijo por publicar absolutamente todo lo que salió de sus manos”, escribió Rosario en Cronología de una censura, las cartas prohibidas de Andrés Caicedo, un artículo publicado en Esferas, la revista del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de New York (NYU). 

Ahora, desde Connecticut (Estados Unidos), donde vive desde hace varios años, Rosario recuerda que, como escritor, Andrés era obsesivo. Desde que empezó a escribir, a los 15 años, y hasta los 25, cuando murió, fue “un escritor profundamente fructífero y disciplinado. Se necesita de una gran obsesión por el arte de escribir para que hubiera producido tanto en tan poco tiempo y con tan poca edad”. 

Y de todo, o casi todo, hay registro. Juiciosamente, Caicedo guardaba una copia hecha con papel carbón y la almacenaba en un baúl que, años después, su hermana definiría como un tesoro. Un tesoro que fue curado, principalmente, por tres personas: Carlos Alberto Caicedo, Luis Ospina y Sandro Romero. 

En agosto de 1977, unos cinco meses después de la muerte de Andrés, Carlos Alberto ya tenía una lista de lo que había escrito su hijo. Y años después, entre 1982 y 1983, Luis Ospina (amigo personal de Caicedo) y Sandro Romero (quien conoció al escritor en el cine club que tenía en Cali, pero con quien no tenía una relación cercana) llegaron a la casa de Carlos Alberto con una idea: darle una segunda vida al autor a través de sus textos. 

Así, se publicaron Destinitos fatales y Calicalabozo, que contienen varios cuentos de Caicedo, incluyendo Angelitos empantanados o Historias para jovencitos, así como la novela inconclusa Noche sin fortuna, considerada ‘fundacional’ del género literario gótico tropical. “En ese archivo expiatorio lo que ellos se encuentran es un tesoro”, dice Rosario, mientras hojea la edición del libro cuyas páginas ya son amarillentas. 

Las palabras eternas de Andrés Caicedo

 

Rosario Caicedo recuerda que su hermano, Andrés Caicedo, guardó una copia de todo lo que escribió, incluyendo las cartas que enviaba a sus amigos. / FOTO: Archivo Rosario Caicedo


Carlos Alberto, quien murió en 2010, “quiso encontrar a su hijo después de muerto en sus escritos y a eso se dedicó por décadas”, explica Rosario. Y ahora, es la hermana quien hace lo mismo. Entender a ese ser querido, con el que apenas se llevaba un año, a través de lo que escribió. Conversar con sus textos, ya que no puede hacerlo directamente con él. 

Pero, y es enfática en esto, no lo hace como si se tratara de un deber de hermana, un vínculo de sangre que ella insiste en que no es más que una coincidencia. “Yo aquí no estoy defendiendo a Andrés Caicedo y a la libertad de sus palabras porque haya sido mi hermano. Yo lo estoy defendiendo, porque fue un gran amigo y un gran escritor”, asevera. 

Y lo defiende como un gran escritor, porque, a su juicio, sus palabras logran lo mismo que la literatura que lleva el apellido de universal: que genere identidad, independiente de dónde ocurre y de dónde se lee. No importa si es en la Cali de Andrés Caicedo, el Caribe de Gabriel García Márquez, la Venecia de William Shakespeare o el San Petersburgo de Fiódor Dostoievski

“Cali se está leyendo y está viajando ahora por todo el mundo no solamente por Andrés Caicedo, pero sí porque fue la ciudad de él, la que recorrió de norte a sur, de arriba a abajo, de izquierda a derecha. La gente conoce esa Cali de la misma forma en que yo he estado en pueblos franceses: por las obras que he leído”, reflexiona Rosario. 

Además, hay otro factor que, para ella, hace que las palabras de su hermano sean necesarias: “Sabemos que estamos al frente de una buena literatura cuando sobrevive al tiempo, cuando empiezan a pasar las décadas y esas palabras se siguen leyendo o ese esa música se siguió escuchando o ese cuadro se sigue visitando en algún museo. Ese es el arte que vale la pena: el que sobrevive al tiempo y a la muerte”. 

El peso de esa realidad es el que ha mantenido el deseo de parte de la familia de Andrés Caicedo y de cercanos de preservar sus palabras. Una realidad que empezó en la infancia de Andrés y Rosario cuando leían las novelas de detectives de Agatha Christie y ella le decía a su hermano que “era un gran detective”. Uno que, dice ahora Rosario, sabía desde el principio que moriría joven. Y que también sabía que serían esos pocos buenos amigos los que lo mantendrían presente. 

Uno de los objetos donados por Rosario Caicedo a la Biblioteca Centenario de Cali fue la máquina de escribir de su hermano. / FOTO: Archivo Rosario Caicedo

domingo, 3 de abril de 2022

Olivia Laing: “Debe existir el consentimiento, ¿pero cómo sabes qué te va a proporcionar placer?”

La heterodoxa ensayista británica, que afirma ser trans como forma de expresar las miles de derivas que ofrece la libertad sexual individual, disecciona en su nuevo libro los grandes debates del feminismo y la identidad. Sostiene que el cuerpo es la jaula y la palanca para entender el mundo

Olivia Laing, escritora británica/elpais.com


El cuerpo como prisión, como único filtro con la realidad que nos rodea. El cuerpo como depositario de enfermedades y vehículo de goce sexual. El cuerpo también como víctima de la libertad desatada de otros, y como condicionante político de la realidad vital. Olivia Laing (Brighton, 45 años), escritora, pero ante todo crítica de arte, ha producido un fascinante e hipnótico ensayo, Todos los cuerpos. Un libro sobre la libertad (Paidós), en el que utiliza la figura del psicoanalista de entreguerras Wilhelm Reich (y otras muchas figuras históricas y contemporáneas) para divagar sobre la libertad conquistada y perdida, que cada generación debe esforzarse en defender. Laing se define a sí misma como “trans” o “no binaria”, dos formas de declarar su rechazo a ser encajonada en un género concreto y de expresar los miles de derivas que ofrece la libertad sexual de cada persona. Después de su éxito La ciudad solitaria: aventuras en el arte de estar solo (Capitán Swing), traducido a 15 idiomas, Laing ha logrado demostrar ahora que la ruta de salida del debate más envenenado de nuestro tiempo, el del género y la identidad, no está en la biología ni en el activismo radical. Radica en utilizar el arte, la literatura, el psicoanálisis, la música, la historia del feminismo o incluso la de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos para entender, con un estilo exquisito de escritura, que el cuerpo es la jaula y la palanca para entender el mundo. “Imagina, por un minuto, lo que sería habitar un cuerpo sin miedo, sin la necesidad de temor. Imagina lo que podríamos hacer y el mundo que podríamos construir”, escribe.

PREGUNTA. En la era de Instagram, no es la frivolidad —o no— de tener un cuerpo perfecto lo que a usted le preocupaba. Era más bien la idea de alcanzar la libertad desde el límite físico que nos toca habitar.

RESPUESTA. Quería reflexionar sobre la experiencia de habitar un cuerpo, que es algo mortal y vulnerable. Quería pensar en ello desde una perspectiva social y política para entender lo que significa vivir dentro de unos cuerpos a los que se asigna categorías concretas. Y algunas de esas categorías sufren el odio, mientras otras disfrutan de un inmenso privilegio sin ser conscientes de ello. Claro que la apariencia externa es importante, mucho más ahora. Pero no era ese aspecto el que a mí me interesaba.

“Con Twitter el principio de solidaridad se disuelve, solo hay conflicto y está destrozando el feminismo”

P. Wilhelm Reich es el psicoanalista en quien Sigmund Freud puso su confianza pero acabaron enfrentados. El hombre que soñó en el orgasmo como el principio liberador de las personas. ¿Por qué Reich?

R. Al principio era uno más de los personajes del libro. Reaparecía constantemente en cada uno de los aspectos en los que yo me adentraba. Fue un psicoanalista que desarrolló una psicoterapia orientada hacia el cuerpo. Y fue un activista político, muy interesado en los factores políticos y sociales que afectaban a nuestras vivencias corporales. En sus trabajos iniciales se interesó por las mismas cosas que yo. Era un antifascista muy interesado en el sexo y en la sexualidad. Tuvo una segunda fase de su vida muy extraña, acabó muriendo en prisión.

P. Tan contradictorio como el resto de personajes que desfilan por su libro: Susan SontagMalcolm XNina SimoneAndrea DworkinAna Mendieta o Kathy Acker…

R. Sí, porque era un personaje realmente complicado. No estoy de acuerdo con todas sus ideas. Algunas de las cosas que hizo no me gustan en absoluto. Maltrató a su mujer. Pero a la vez era hijo de un matrimonio donde hubo violencia de género. Entendía la misoginia y la violencia sexual de un modo muy profundo. La primera ola de feministas le admiraba realmente. Yo no quería para mi libro un héroe o un santo. Quería alguien que hubiera cometido errores graves también.

P. Una proclama contra la cultura de la cancelación.

R. Odio la idea de que no se permita a la gente cometer errores, cambiar, sostener una idea, aprender por experiencia propia que se trata de una idea equivocada, y cambiar de idea. Esa sensación de que todo el mundo está rastreando en internet para ver lo que esa persona pudo escribir cuando estaba en el colegio o en la universidad, para usar contra ella esa información. Es absurdo. Debemos permitir a los demás cambiar, y adquirir nuevas ideas. Todos empezamos con ideas tontas y con una visión limitada del mundo, hasta que la ampliamos. Permitir que los demás cometan errores es una parte fundamental para mejorar nuestras libertades.

P. ¿No tiene usted la sensación de que la izquierda, con su debate sobre las identidades, con sus enfrentamientos internos, corre el riesgo de arruinar conquistas consolidadas?

R. El problema reside en que las victorias de la izquierda han sido bastante limitadas. Y cuando surgen nuevos grupos que, bien por el color de su piel o por su género, dicen: “Espera un momento, estas libertades no nos incluyen a nosotros”, hay una terrible tendencia en la izquierda a responder: “¿Quiénes sois vosotros? Dejad de quejaros, ya hemos asegurado todas estas conquistas”. Pero la realidad es que debemos seguir ampliando nuestras luchas, debemos seguir escuchando lo que la gente quiere expresar. No podemos dormirnos en los laureles. Pero es verdad que hay una terrible tendencia en la izquierda a las luchas internas. Ocurría durante la década de los años treinta. Por eso no me canso de repetir que lo más importante es la solidaridad. Uno puede permitir a otros llevar a cabo sus propias batallas sin tener la sensación de que se superponen unas con otras. Tenemos enemigos más importantes a los que combatir.

“Debe existir el consentimiento. ¿Pero cómo sabes qué es lo que te va a proporcionar placer?”

P. Tiene usted una postura clara, generosa y conciliadora, en el actual debate sobre las personas trans.

R. Ocurre también en la izquierda, pero es particularmente doloroso con el feminismo, que se desgarra a sí mismo una y otra vez. Ya pude comprobarlo al indagar sobre el feminismo de los años setenta. Y el asunto actual es la gente trans, y las feministas transfóbicas frente a las feministas transpositivas —con las que me identifico claramente, como persona trans que soy—. Encuentro todo esto muy triste, porque creo que hay toda una generación de feministas que han sido sometidas al exilio y al ostracismo, porque no ha existido el suficiente diálogo, la suficiente conversación. Han tenido una reacción instintiva de defensa ante todo lo que está ocurriendo: “Tengo miedo de que esté cambiando la categoría misma de ser mujer, y no pueda controlarlo. Quiero controlarlo”, piensan. Y a la vez, la gente trans está diciendo: “Yo también pertenezco a esta categoría. ¿No podemos ampliarla y hacerla más expansiva?”. De algún modo, esa conversación no ha ocurrido en un espacio de generosidad donde puedan expresarse ideas que la otra parte considere dolorosas, sí, pero buscar un espacio de maniobra desde ese punto.

P. ¿Dónde está la causa de un desencuentro tan feroz?

R. Se ha convertido en un conflicto imposible donde cada lado es más y más binario y enfrentado al otro. Y la culpa la tienen Twitter y las redes sociales, un espacio para expresar opiniones opuestas, pero donde es imposible construir un consenso. En una habitación donde estés condenado a hablar y hablar puedes lograr ese consenso. Si realizas acciones de protesta conjuntas, encuentras modos de comunicarte. Pero con Twitter el principio de solidaridad se disuelve, solo hay conflicto y antagonismo, y creo que está destrozando el feminismo.

P. Rechaza esa parte casi puritana del feminismo de Dworkin, incapaz de admitir que la imaginación en el sexo puede llevar a terrenos ambiguos. ¿Es necesario el consentimiento sexual expreso en una relación?

R. Es un asunto clave, y entramos en áreas realmente complicadas. Es necesario el detalle fino. Puede parecer que la respuesta simple sea la de que el consentimiento es lo más importante. Debe existir el consentimiento. ¿Pero cómo sabes por adelantado qué es lo que te va a proporcionar placer? Ahí tenemos un problema, y es algo muy duro de admitir por las feministas, que reclaman que haya un consentimiento absoluto. Debe haber espacio para poder decir que no a lo que en un principio has consentido, y al revés… En eso consiste la ambigua madurez de las relaciones sexuales. Aunque entiendo la necesidad de intentar proporcionar seguridad a las mujeres en sus encuentros sexuales. No hay una respuesta operativa simple.

“Fui criada por una pareja gay. Tengo la convicción de que los padres gais tienen derecho a tener hijos”

P. Resulta fascinante el modo contradictorio en que Andrea Dworkin y Angela Carter analizan y estudian la obra del Marqués de Sade. La primera, para condenar al autor, sin dudar de la verosimilitud de sus aberraciones; la segunda, como un triunfo de la fantasía.

R. Fue un momento y un debate muy interesante en la segunda ola del feminismo. El porno provocó división. Una parte que aseguraba que era imposible representar de ese modo la actividad sexual, que se trataba de un puro ejercicio de misoginia que, por tanto, debía ser prohibido. Yo nunca podría situarme en ese bando, niegan la posibilidad de que haya un mundo de la imaginación distinto del mundo físico del cuerpo. Hay un mundo en el que puedes ensayar cosas, probar cosas, sin que por ello resulte una réplica directa de las estructuras de abuso de poder que tenemos en el mundo real. Vivir en un mundo en el que todo sea real y nada pueda ser imaginario resultaría bastante desagradable.

P. El cuerpo como único medio de alcanzar la libertad, pero también como condicionante vital. Lo vemos actualmente, con una vuelta a cierto supremacismo racista.

R. Escuchar, como hemos escuchado últimamente, que a los refugiados se les describe como cucarachas… Es interesante ver cómo ha vuelto a cambiar el lenguaje. Y parece algo bueno, pero tiene también un punto racista. Estos son cuerpos blancos, y les damos la bienvenida en nuestros hogares. Esto no ocurrió con los refugiados sirios. A eso me refiero cuando hablo del tipo de cuerpos en los que las personas habitan. Esas son las ideas que históricamente han surgido al referirse a distintos tipos de cuerpos. Ideas políticas de las que hablamos constantemente, pero tienen detrás algo visceral y físico. De eso es de lo que quiero hablar.

P. Maternidad subrogada o vientre de alquiler, según como lo vea cada uno. No cabe mayor debate sobre el cuerpo y su libertad.

R. Vengo de una familia gay. Fui criada por una pareja gay. Así que mi opinión va a estar siempre muy influida por mi convicción de que los padres gais tienen derecho a tener hijos. Pero es complicado, no me va a encontrar en una postura muy definida porque creo que en este asunto hay una zona gris muy interesante. Pero si alguien se muestra dispuesto, creo que es una transacción posible.

“¿Que no se pueden mezclar dinero y sexo? Lo importante es que la prostitución sea segura”

P. ¿No acaba siendo un modo de explotar a las mujeres pobres?

R. Bueno, pero en ese caso, hablemos de pobreza y de cómo solucionarla. No pensemos en ellas solo como posibles receptáculos, sino como personas que tienen capacidades, ideas, su deseo de ayudar a alguien, o incluso su voluntad de conseguir dinero a cambio de algo que pueden hacer.

P. También hay una fuerte corriente contra la prostitución.

R. No me pueden meter en ese saco. Cuando el feminismo acaba compartiendo cama con la derecha, siento que las cosas comienzan a ir terriblemente mal. No comparto ese proteccionismo que dice a las mujeres lo que pueden o no pueden hacer. ¿Qué es eso de decirles que no pueden mezclar dinero y sexo? Me resulta incluso ingenuo. Lo verdaderamente importante es que la prostitución sea algo seguro.