Con su novela El ruido de las cosas al caer, el bogotano Juan Gabriel Vásquez obtuvo la semana pasada el Premio Alfaguara de Novela, segundo colombiano que gana este premio. La primera fue Laura Restrepo, en 2004, con Delirio.foto.fuente.semana.comJuan Gabriel Vásquez acaba de ganar el Premio Alfaguara de Novela y hace poco Antonio Ungar ganó el Herralde. Pero entre tantos premios literarios, ¿cómo saber si un premio vale la pena? ¿Cómo funcionan los premios?
La palabra premio funciona. Genera un titular noticioso, y el premiado resplandece en un aura de gloria instantánea. Y entre todos, el resplandor de los premios literarios es el más insoportablemente glamuroso de todos. No importa cuántos haya en el mundo (solo en Francia se calculan 1.500), no importa qué tipo de premio sea: ganar un premio parece un hecho excepcional y por eso es noticia.
Pero la profusión de premios ha generado una gran confusión entre los lectores. Cada vez es más necesario mirar con cuidado cómo funciona la escogencia del ganador. En Gran Bretaña, por ejemplo, los premios literarios más prestigiosos son el Booker y el Costa Award. Ambos son otorgados por fundaciones culturales que no forman parte de la industria editorial. Son otorgados a novelas publicadas durante el año precedente al premio. El jurado está conformado por críticos y académicos del mundo de la literatura que suelen premiar buenas novelas. No otorgan sumas de dinero extravagantes, porque basta uno de estos premios para que se disparen las ventas de la novela.
Así funciona también el Goncourt. Y el día que se anuncia, Francia se paraliza. Luego, el autor celebra mientras su editor –más feliz todavía– ordena a la imprenta reimpresiones a toda prisa. ¿Cuánto recibe el ganador del Goncourt? La honorable suma de 50 euros, cifra que ha permanecido inmune a la inflación desde que nació el premio, en 1903.
En Estados Unidos también hay, entre muchos, dos premios literarios destacables, y ambos funcionan igual. Tanto el Premio Pulitzer de Novela como el National Book Award son otorgados por fundaciones. Los dos entregan 10.000 dólares.
Aquí no
En el mundo hispanoparlante las cosas son muy distintas. Los premios más sonados son de las editoriales. Cosa aparte son el Cervantes y el Príncipe de Asturias, que sí son otorgados por fundaciones, pero premian la carrera de un escritor, no un libro.
Los premios más conocidos en Iberoamérica son el Planeta, el Alfaguara y el Herralde, de la editorial Anagrama, que este año recayó sobre un colombiano: Antonio Ungar. Y a ellos ha venido a sumarse el premio de Editorial Norma. Todos son dados por casas editoriales, y casi todos, excepto el Anagrama, entregan sumas de dinero descomunales –para el mundo de la literatura–. Son premios a manuscritos y no a novelas publicadas. Porque son estrategias de marketing para vender sus libros. Eso es todo.
Estas exorbitantes cifras de dinero (el Planeta, entrega 600.000 euros,), elevadísimas para el negocio editorial, son un anticipo por las ventas.
Cortar el ponqué
Un escritor recibe en promedio entre el 8 y el 12 por ciento del precio de venta de un libro. El resto se reparte en la larga cadena de la industria. Pero a los autores se les suele pagar un anticipo, basado en las proyecciones de ventas potenciales que hace el editor. Muchas veces el editor se equivoca y las ventas no cubren el anticipo ya dado, que no se devuelve. Obviamente, los autores consagrados reciben anticipos fuertes y sus agentes negocian los porcentajes de ventas. Es la sencilla ley de oferta y demanda.
Si los 650.000 euros del Planeta, los 175.00 dólares del Alfaguara o los 100.000 dólares del Norma son anticipos, la presión para que se vendan estos libros es enorme. Por eso son premios comerciales.
Lo bueno y lo malo
Esto no quiere decir que esos premios sean malos. Pero es bueno recordar la mecánica para saber a qué atenerse. Es, por supuesto, un terreno espinoso. El exorbitante Premio Planeta, que puede llegar a vender entre 150.000 y 400.000 ejemplares de la obra premiada, lleva a cabo una multimillonaria y cuidadosa campaña de marketing: hasta los reyes de España y el presidente de gobierno (preferiblemente si es del Partido Popular) acuden a la cena de gala de premiación. El premio ha sido otorgado tanto a autores literarios como a comerciales, y, comprensiblemente, prefieren a estos últimos. Las editoriales están atentas para saber qué se vende mejor. Pueden dar un golpe y 'robarle' un autor a una casa de la competencia. Pueden dar el premio a un autor que ya vende muy bien. O a una novela cuya temática esté de moda.
Planeta es una casa muy española y su premio no circulaba bien en América Latina. Por eso crearon hace cuatro años el Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América, dirigido a este mercado. No es el mismo, y tiene una remuneración menor, pero nada despreciable, de 200.000 dólares. Así, Planeta ha segmentado los mercados mientras capitaliza el poder de su marca. También ha creado pequeños premios para mercados locales, como el Planeta de Periodismo en Colombia. En España entrega cada año 16.
El Alfaguara, en cambio, nació con una vocación latinoamericana, en una época de expansión de Prisa hacia América Latina. De 13 entregados, diez han sido para latinoamericanos. Y suelen premiar a sus propios autores, porque si ya han apostado por ellos editorialmente, el premio los valoriza. La connotación de este premio en el mundo cultural es que suele darse a autores de más prestigio literario que el Planeta, pero esto no ha sido garantía de éxito de ventas. Lo mismo pasa con el glamuroso Anagrama, que solo otorga 8.000 euros, pero lo entrega una editorial vista como una exquisita boutique del libro.
Es sabido que en España el Premio Planeta es el que más vende, porque es más antiguo (se fundó en 1952) y está más enraizado en el imaginario de la población. Curiosamente, la colombiana Laura Restrepo ha sido uno de los premios Alfaguara más vendidos, y han acertado con autores como el peruano Santiago Roncagliolo, pero la verdad es que no siempre han dado en el clavo de las ventas. Pero Vásquez sí puede ir por el mismo camino del peruano.
A dedo
Todo esto lleva a una pregunta: ¿pueden estos premios provenir de concursos legítimos? Claro que no. Si bien los manuscritos son enviados con seudónimo y se supone que deberían ser todos leídos por el jurado, y que gana el mejor, esto no es cierto. Para empezar, es imposible que un jurado se lea los 500 manuscritos que se presentan, y se supone que hay un jurado 'negro' que hace cribas iniciales. Pero es obvio que la dirección editorial de la empresa señala, elige, investiga qué buenos escritores están a punto de terminar una novela, habla con los agentes literarios (que tienen un enorme poder) y con los autores, y claro, los invita a presentarse al premio. De hecho, a los escritores consagrados les ofrecen el premio. Porque casi ningún autor de renombre, que sabe cuánto venden sus libros, va a correr el riesgo de presentarse a un premio y perder. ¿Para qué someterse a eso? Y es que el tamaño de los egos es un asunto complicado en el mundo de la literatura. Los miembros de los jurados sí leen a los cuatro o cinco finalistas, pero el editor, casi sin excepción, tiene la última palabra.
Precisamente por eso, premios como el Tusquets, más reciente, se han promocionado como premios 'verdaderos', y el mismo Alfaguara, cuando lo ganó el completamente desconocido escritor mexicano Xavier Velasco, recalcó que esa era la prueba de que su premio no se daba a dedo. Pero tampoco es cierto. Tomás Eloy Martínez o Manuel Vicent, ambos ganadores en el pasado, fueron 'cordialmente invitados' a presentarse.
Y es que hay de todo un poco. Cuando a Planeta se la ha tachado de dar premios demasiado flojos, sorprende al año siguiente premiando a un autor de peso. Ernesto Sábato y Miguel Delibes denunciaron que el Planeta les había sido ofrecido a ambos en 1994, y lo rechazaron. Otro caso más reciente es la demanda por fraude ante un tribunal argentino de Gustavo Nielsen, un escritor participante, en 2005, cuando el Planeta local fue dado a Ricardo Piglia. Y, cosa insólita, ganó la demanda.
Pero esto no implica que los premios sean malos. Todo editor siempre anhela el equilibrio entre la calidad y las ventas. No es fácil. Y en medio de esa tensión, las casas hacen sus apuestas.
El que Alfaguara haya premiado a un autor joven, de envergadura, como Juan Gabriel Vásquez es una buena noticia para la literatura colombiana. Y Colombia debe esperar la publicación de la novela con genuina curiosidad lectora, porque a pesar de que Vásquez genera animadversión en el mundillo literario local por su carácter un tanto altivo, es un escritor de una rara inteligencia, que combina su férrea vocación con una inquebrantable disciplina de lector, y es dueño de un ya probado talento poderoso.