A treinta años de la muerte del filósofo, su obra se amplía y sigue estimulando la polémica al analizar temas como la inseguridad. El estudioso Edgardo Castro examina sus usos más actuales
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| Michel Foucault, cada vez más vigente en su discurso filosófico./revista Ñ | 
Existen casos –muy pocos– en que el comentario o la crítica 
complementan tan acertadamente al autor “original” que logran, si no 
mejorarlo, potenciar a pleno sus aportes más significativos, ocultos o 
controversiales. Allí están el Heidegger de Vattimo; el Spinoza de 
Deleuze; el Hegel de Marx (por cierto, bien distinto al de Susan Buck 
Morss, quien encuentra en la dialéctica del amo y el esclavo los rastros
 del colonialismo esclavista europeo). Del Foucault de Edgardo Castro 
(Doctor en Filosofía por la Universidad de Friburgo, Suiza, e 
investigador del Conicet) esto se puede decir en más de un sentido, al 
cumplirse 30 años de la muerte del autor de Las palabras y las cosas .
Mientras en el Diccionario Foucault
   Castro llevó adelante un gran esfuerzo por darle sistematicidad a una
 obra diseminada en libros, entrevistas, artículos y cursos, en esta Introducción a Foucault
  (también editada por Siglo XXI), intentó atar cabos sueltos de ese 
vasto corpus para producir un balance actualizado, por un lado, y una 
interpretación de conjunto, por otro, de la obra de Foucault. 
Castro
 advirtió que existe un concepto cuyo estatuto metodológico no ha sido 
suficientemente tematizado todavía por los especialistas  y cuya 
relevancia es central para entender el conjunto de la obra foucaultiana.
 Este concepto es el de “fragmentación” y lo aplica tanto para referirse
 al trabajo intelectual que viene desarrollando en el Collége de France,
 como al carácter de las luchas que emprende. “Las luchas a las que 
puede acoplarse el saber fragmentario de sus investigaciones son, 
también ellas, fragmentarias, es decir, específicas”, explica Castro y 
continúa: “La fragmentariedad no aparece como una deficiencia que deba 
ser compensada o subsanada, sino como una consecuencia a la renuncia de 
las explicaciones en términos de totalidad y, sobre todo, como una 
opción en vista a las luchas eficaces.”  “Fragmentos Foucaultianos” es 
el nombre de la serie en la que Siglo XXI reunió tres tomos: El poder, una bestia magnífica , La inquietud por la verdad y ¿Qué es usted, profesor Foucault?
Incluyen
 entrevistas, conversaciones y artículos difíciles de hallar siempre al 
cuidado de Edgardo Castro. Ahora llegan los cursos que Foucault 
pronunció en 1981 en Lovaina (Bélgica) sobre la historia de la confesión
 en Occidente.
Obrar mal, decir la verdad. Función de la confesión en la justicia
  es un verdadero hallazgo con la que gozan los especialistas y que ya 
está en librerías. En esta entrevista Castro también trae a Foucault al 
presente para ver cómo se ubicaría en el debate que despierta la 
inseguridad, ¿garantista o abolucionista?
–¿Por qué escribir esta “Introducción a Foucault”?
–La
 bibliografía foucaultiana ha cambiado mucho en los últimos años. Se han
 publicado varios de sus cursos en el Collège de France y ahora aparece 
un curso en la Universidad Católica de Lovaina, “Obrar mal, decir la 
verdad”, sobre el dispositivo de la confesión. También se publicó su 
tesis secundaria de doctorado, que permaneció inédita durante casi medio
 siglo. También la bibliografía sobre Foucault ha crecido notablemente 
con nuevas interpretaciones y apropiaciones de sus trabajos. Era 
necesario establecer una especie de balance actualizado de este 
material. Además, valía la pena hacerlo teniendo en cuenta los múltiples
 intereses que atraviesan los trabajos de Foucault y que sea accesible 
desde diferentes perspectivas. No es una introducción para entendidos, 
pero tampoco se propone simplificar las cosas.
–A treinta años de su muerte, ¿cuál es la actualidad de su pensamiento?
–Los
 análisis políticos que podemos leer en sus cursos de mediados de la 
década de 1970 –investigaciones en torno a la formación de los 
dispositivos de seguridad, del liberalismo y del neoliberalismo– han 
sido retomados en torno a la cuestión de la biopolítica. Subrayaría dos 
grandes problemáticas: la interpretación de la Modernidad en términos 
fundamentalmente de seguridad y no de libertad, y la tendencia en la 
gubernamentalidad del siglo XX a subordinar el Estado al partido.
–¿Qué tipo de relación establece Foucault entre la confesión religiosa y la del ámbito de la justicia?
–En
 sus últimos trabajos analiza la relación entre verdad y lenguaje: el 
ejercicio del gobierno, la acción de gobernar, requiere de la producción
 de verdad. De ahí la importancia de los dispositivos lingüísticos con 
los que esta se produce, como el de la confesión. Decir la verdad sobre 
uno mismo se convierte, de este modo, en un mecanismo fundamental para 
gobernar y ser gobernados. El ejercicio del poder requiere de la verdad y
 de los diferentes mecanismos para producirla. No se pude gobernar sin 
producción de verdad.
–¿Qué es lo que le permitía a Foucault abordar objetos tan heterogéneos? 
–Para
 él, como decía su maestro Canguilhem, todo material extraño es bueno 
para la filosofía y todo material para ser bueno tiene que ser extraño. 
Su metodología consiste en encontrar algún tipo de racionalidad en las 
formas más diversas de la cultura (un reglamento administrativo, un 
proyecto arquitectónico, una disposición gubernamental, etcétera).
–Pero
 ha dedicado varios trabajos a la problemática penal: “Vigilar y 
castigar” y “Obrar mal, decir la verdad”, son ejemplos de ello.
–Es cierto. Y habría que agregar dos libros: La sociedad punitiva , recientemente publicado en francés, y Teorías e instituciones penales
 , uno de sus primeros cursos, todavía inédito. Creo que hay dos grandes
 motivaciones que explican este interés. Por un lado, teórica. A través 
de cada sistema penal –no sólo la cárcel sino también, por ejemplo, el 
suplicio– Foucault analiza las formas de ejercicio del poder de las 
sociedades a las que estas formas de castigo pertenecen. Por ello, 
podría decirse que no es la cárcel en sí misma la que le interesa, sino 
la sociedad panóptica o punitiva de la que la cárcel forma parte. Los 
mecanismos de poder que encontramos en la cárcel también se observan en 
las escuelas y los hospitales de esa misma sociedad, es decir, aquellos 
mediante los cuales se busca producir individuos políticamente dóciles y
 económicamente rentables mediante la vigilancia continua y un control 
exhaustivo de sus conductas. Por otro lado, hay un interés militante de 
Foucault, como lo muestra su compromiso con el Grupo de información de 
las prisiones (GIP), que fundó junto a otros intelectuales. Este interés
 surge de las formas concretas en que, más allá de la ley e incluso 
contra ella, más allá del sistema judicial, se castiga a los individuos.
 Surge de la preocupación por las condiciones de detención que, como 
sabemos, distan de ser las que las propias leyes prevén. Surge, para 
decirlo de algún modo, de la preocupación por las prácticas ilegales e 
ilegítimas del ejercicio del poder de castigar.
–En los términos de algunos debates locales, ¿podría decirse que Foucault es garantista o abolicionista?
–La
 preocupación de Foucault siempre ha sido la de problematizar, mediante 
investigaciones rigurosas e históricamente situadas, las categorías con 
las que habitualmente se abordan los temas. La política no puede o no 
debería apoyarse en significantes vacíos, es necesario saber de qué 
estamos hablando y hacerlo con precisión. Desgraciadamente, cuando se 
habla de garantismo, abolicionismo o mano dura se juega demasiado con 
los diferentes sentidos que pueden tener. La Modernidad política se 
funda en lo que podría denominarse un pacto de seguridad: protección por
 obediencia. Protección por parte del Estado, sobre todo de la vida de 
las personas, obediencia por parte de los ciudadanos, sobre todo a las 
leyes. Esa protección supone no sólo que es el Estado el que castiga, el
 que tiene derecho a castigar; sino también que es el  que tiene el 
deber castigar, la obligación de hacerlo para garantizar la seguridad. 
Sin castigo no hay seguridad. Pensar una sociedad que renuncie al poder 
de castigar es, simplemente, del orden de la utopía. Cambian las formas 
del castigo, pero la función de castigar es parte del funcionamiento de 
la sociedad.
–Sin embargo, está bastante probado que el endurecimiento del castigo no redunda en más seguridad.
–Debemos
 preguntarnos, por ello, qué pasa cuando las formas del ejercicio de 
castigar producen inseguridad. Es uno de los problemas que plantea el 
funcionamiento concreto de la cárcel: genera delincuencia. Castigar es, 
por decirlo de algún modo, solo una cara del problema. La otra es evitar
 que se comentan delitos. Actuando sólo sobre las consecuencias no se 
resuelve el problema de la seguridad. Volviendo al debate de estos días.
 Ninguna ley puede hacerse a espaldas de los ciudadanos; pero de ello no
 puede inferirse, de manera lógica, que la opinión de los ciudadanos 
deba ser la fuente del derecho penal. Entre otras razones, porque el 
criterio de la pena no puede ser la satisfacción de la víctima. Abrir 
las puertas a lo que podría denominarse un populismo jurídico es, a mi 
modo de ver, un forma de retroceso social. En pocas palabras, retomando 
una expresión del propio Foucault en relación con el sistema penal, es 
necesario repensar, a la vez, la ley y la cárcel, la aplicación de la 
ley y el ejercicio concreto del poder de castigar.
–Pero, ¿es abolicionista?
–Si
 por abolicionista se entiende la idea de una sociedad que no ejerce el 
poder de castigar, no me parece que sea lo que está en cuestión en sus 
trabajos. Tampoco se lo puede considerar un anarquista. Una cosa es 
criticar el modo en que somos gobernados y otra suponer que esta crítica
 implica que se podría prescindir de toda forma de gobierno. Por otro 
lado, para comprender los análisis de Foucault acerca de la cárcel, no 
se puede prescindir de algunas circunstancias históricas que, 
ciertamente, marcaron su pensamiento. Pienso, en primer lugar, el 
affaire Alin Jaubert, el periodista del Nouvel Observateur que, en 1971,
 por querer acompañar a un detenido, fue golpeado y se le armó una causa
 falsa. Foucault fue de los primeros en reaccionar. Después de Mayo del 
68, se le concedió un poder a la policía que les permitía arrestar de 
manera arbitraria a las personas. Posteriormente, el número de presos 
políticos aumentó considerablemente.
Performance del profesor rapado
     Piloto, sombrero de lluvia, polera blanca y anteojos de marco 
negro. Representación de un Foucault salido del túnel del tiempo de los 
deseos y recién aterrizado  en un congreso de filosofía, donde la figura
 homenajeada era Friedrich Nietzsche, luz inspiradora de Foucault. 
Aunque estaba anunciado en el programa, muchos se limpiaron los lentes 
cuando este Michel caracterizado entró en escena. Importante: el 
performer no es un actor, la ficción no es total. La ponencia que va a 
leer tiene momentos desopilantes pero estos gozan de sustancia y 
veracidad; el intérprete es Mariano Dorr, ensayista, narrador, 
periodista cultural. Rapado especialmente para la ocasión, Dorr habla en
 primera persona y reinterpreta el pensamiento foucaultiano como si el 
mismísimo filósofo hubiera vuelto de la tumba para defenderse de 
intérpretes y reapropiadores. Ahora el performer resalta el nacimiento 
del concepto de biopolítica: “Algunos jóvenes talentosos tuvieron acceso
 al contenido de mis cursos: Agamben, Esposito, Negri...  Es increíble 
la capacidad de Agamben para tomar un término trabajado por mí y 
desarrollarlo de manera tal que termina creyendo que lo inventó él. 
Esposito hace más o menos lo mismo, pero sin la soberbia de Agamben”.
El texto de Dorr, en realidad, nació de una idea y un pre-texto de la doctora en Filosofía Esther Díaz, directora del III Congreso Internacional de Epistemología y Metodología “Nietzsche y la ciencia”, en la Biblioteca Nacional la semana pasada. El intérprete sigue en su papel dramático, se posesiona: lo suyo es ilusionarnos, el título de su paper es “Esto no es un Congreso. Una visita intempestiva”. Por momentos creemos que MF se apersonó como un Cristo resucitado que vuelve para saldar cuentas con quienes lo negaron cuando estuvo muerto...
Cuando Dorr/Foucault terminó su exposición, recibió preguntas del público, que en verdad ignoraba a quién le dirigía sus inquietudes al tiempo que le sacaba fotos. Sigue la ilusión. “No viene mal recordar que en una oportunidad –cuando las autoridades pensaron en mí para ministro de Educación– los rectores de toda Francia publicaron una solicitada en mi contra, donde se decía abiertamente que era vergonzoso nombrar en ese cargo a alguien con mi orientación sexual.
Egalité, fraternité et liberté ...” El Foucault que viene a defenderse de los fariseos tiene algo de parecido con el Marshall McLuhan de la película Annie Hall donde Woody Allen lo materializa en una cola de cine para que le diga a un tipo insoportable –que cita su teoría comunicacional para conquistar una chica– que no ha entendido nada de sus libros. Tal vez Esther Díaz y Dorr soñaron con esa posibilidad: la de traer a MF al presente para autorizar seguidores y expulsar a los pecadores que repiten sus ideas sin haberlas comprendido.
    
El texto de Dorr, en realidad, nació de una idea y un pre-texto de la doctora en Filosofía Esther Díaz, directora del III Congreso Internacional de Epistemología y Metodología “Nietzsche y la ciencia”, en la Biblioteca Nacional la semana pasada. El intérprete sigue en su papel dramático, se posesiona: lo suyo es ilusionarnos, el título de su paper es “Esto no es un Congreso. Una visita intempestiva”. Por momentos creemos que MF se apersonó como un Cristo resucitado que vuelve para saldar cuentas con quienes lo negaron cuando estuvo muerto...
Cuando Dorr/Foucault terminó su exposición, recibió preguntas del público, que en verdad ignoraba a quién le dirigía sus inquietudes al tiempo que le sacaba fotos. Sigue la ilusión. “No viene mal recordar que en una oportunidad –cuando las autoridades pensaron en mí para ministro de Educación– los rectores de toda Francia publicaron una solicitada en mi contra, donde se decía abiertamente que era vergonzoso nombrar en ese cargo a alguien con mi orientación sexual.
Egalité, fraternité et liberté ...” El Foucault que viene a defenderse de los fariseos tiene algo de parecido con el Marshall McLuhan de la película Annie Hall donde Woody Allen lo materializa en una cola de cine para que le diga a un tipo insoportable –que cita su teoría comunicacional para conquistar una chica– que no ha entendido nada de sus libros. Tal vez Esther Díaz y Dorr soñaron con esa posibilidad: la de traer a MF al presente para autorizar seguidores y expulsar a los pecadores que repiten sus ideas sin haberlas comprendido.
Las entrevistas holandesas
     En el sitio web Critical Theory se publicó el 26 de marzo una entrevista de 1971 a Foucault que muchos buscaron largamente. Fue realizada por la televisión holandesa y dirigida por el filósofo anarquista Fons Elders.
 El video dura unos quince minutos y es lo que quedó de un programa de 
una hora que se quemó en un incendio del canal de televisión donde se 
realizó el reportaje. En ese sitio de Internet señalan que Elders le 
pagó una parte de los honorarios a MF con hachís. También dice que quiso
 obligarlo a usar ¡una peluca roja!
A su vez, en un pausa de la entrevista se ve el edificio donde vivía MF en la Rue de Vaugirard –París– en un departamento interno de un octavo piso. No tenía nada en particular.
El mismo Elders fue quien ese mismo año juntó a Michel Foucault con el lingüista norteamericano Noam Chomsky para protagonizar uno de los debates de mayor repercusión en las últimas décadas que aún es hoy desmenuzado hasta en su estructura sintáctica por académicos y activistas. En 2006 el debate se publicó en nuestro país en un libro titulado La naturaleza humana: justicia versus poder (Katz).
    
A su vez, en un pausa de la entrevista se ve el edificio donde vivía MF en la Rue de Vaugirard –París– en un departamento interno de un octavo piso. No tenía nada en particular.
El mismo Elders fue quien ese mismo año juntó a Michel Foucault con el lingüista norteamericano Noam Chomsky para protagonizar uno de los debates de mayor repercusión en las últimas décadas que aún es hoy desmenuzado hasta en su estructura sintáctica por académicos y activistas. En 2006 el debate se publicó en nuestro país en un libro titulado La naturaleza humana: justicia versus poder (Katz).
La condena de escribir cada día mejor
La obra de Foucault creció de forma 
infinita luego de su muerte. Se multiplican libros, conferencias y 
entrevistas en todos los formatos 
Michel Foucault (MF) not dead? Pasan los años y se suceden 
libros con materiales inéditos o dispersos. Y se espera más. MF sigue 
iluminando la oscuridad, se halla presente en cada vez más páginas. La 
inflación MF parece obra de una máquina de leer, fichar, escribir, de 
editar libros. Apuntes de él, notas de sus clases tomadas por terceros, 
grabaciones de cursos, entrevistas: está MF en todo esto descultado en 
las últimas décadas, y es mucho más que lo publicado por él en vida. Y 
lo reconocemos en cada párrafo, pero ya quizá no podamos esperar un 
acontecimiento MF, un desplazamiento –otro– de su programa de 
investigación. Muy seguido aparece ya un libro de MF, otro más: es una 
obra diferente, pero ya no una obra nueva, porque lo nuevo consistiría 
en ir más allá de los límites que trazó, sería apertura de otra vista 
infinita. Se reconocen sus temas, sus tonos, sus perspectivas, sus 
acentos; se descubren otras diferentes capas de su línea de trabajo. Y 
está cada vez más descubierto: abundan referencias a sus conceptos y 
libros en las tesis doctorales, es popular su nombre, su rostro y alguna
 aproximación esquemática a sus ideas. ¿Pero acaso estar así, tan al 
descubierto, hace que se devalúe la potencia crítica de su pensamiento?
Las palabras y los libros
Si
 todo lo que sucede en el mundo genera efectos incesantes, en la era de 
la reproducción técnica la captura y repetición de un hecho presentan 
posibilidades inexistentes en el pasado. Es altamente improbable que 
siquiera podamos sumar algunas líneas, o unas pocas palabras, a lo que 
conservamos del poema de Parménides: una reconstrucción fragmentaria a 
partir de citas dispersas en textos antiguos y medievales. No podremos 
escuchar a Sócrates. En cambio, luego de muerto Wittgenstein (en 1951) 
se ha podido acceder gradualmente a manuscritos y diarios hasta llegar, 
en el año 2000, a la edición de lo que podría entenderse como su 
cerebro: el movimiento de sus pensamientos por los renglones de los 
cuadernos está grabado en un cd con veinte mil páginas manuscritas y 
fácsimiles (el “valor”, mil cien libras esterlinas). ¿Tendremos el cd de
 MF? Por ahora reaparece en libros –y filmaciones (ver: 
http://www.critical-theory.com/watch-the-foucault-interview-that-was-lost-for-nearly-30-years/
 ). Son auténticos MF, aunque podría decirse en cada caso “esto no es un
 libro de MF”. Podría también tratarse de un obrar mal y decir la 
verdad. Es verdad, MF dictó un curso, y otro y otro más, pero “se obró 
mal”: él no lo hizo libro y habría, quizá considerándolos borradores, 
desautorizado su publicación. Está documentada la autenticidad de la 
atribución a MF –es parte de la obsesión documental de nuestra cultura. 
¿Pero qué queda de su voluntad testamentaria?
Las cenizas de MF
La
 famosa conferencia que dictó en 1969, “¿Qué es un autor?”, permite 
aproximarnos a MF como “autor” de libros que nunca escribió. Allí señala
 que “el autor no es una fuente indefinida de significaciones” y que “no
 precede a las obras”. Agrega: “el autor es la figura ideológica gracias
 a la cual se conjura la proliferación del sentido.” Y asienta “un 
principio ético fundamental de la escritura contemporánea”: la 
indiferencia. Se basa en la interpelación de Beckett: “¿Qué importa 
quién habla?” Desde la desaparición del autor, desde ese lugar vacío, MF
 no sería ni el propietario ni el responsable de textos que, sin 
embargo, a él se atribuyen. Pero la atribución es el resultado de 
operaciones críticas complejas y raramente justificadas. Pero así es la 
escritura, irregular; por eso entendió “que se la experimenta siempre 
del lado de sus límites; siempre está transgrediendo e invirtiendo esta 
regularidad que acepta y a la cual juega”. He aquí una cuestión con los 
libros de MF que él no escribió: en ellos la escritura no se despliega 
como un juego que va más allá de sus reglas. No se trata, en estos 
cursos y entrevistas, ni tampoco en los manuscritos inconclusos, de su 
búsqueda de “la apertura de un espacio en donde el sujeto que escribe no
 deja de desaparecer”.
La obra al infinito
MF 
explora el parentesco de la escritura con la muerte, la función de 
conjurar la muerte. Curiosa tensión: apropiado por la industria cultural
 (editoriales, academias), sobrevive en libros que escribió y también en
 otros cuya existencia no imaginó. Y todos son su obra. El preguntó: 
“¿Qué es una obra? ¿No es aquello que escribió aquél que es un autor?” 
Tomando a Nietzsche de ejemplo, avanzó en la interrogación: “¿En dónde 
hay que detenerse? Hay que publicar todo, ciertamente, pero ¿qué quiere 
decir este ‘todo’? ¿Todo lo que el propio Nietzsche publicó?, de 
acuerdo. ¿Los borradores de sus obras? Ciertamente. ¿Los proyectos de 
aforismos? Sí. ¿También las tachaduras, las notas al pie de los 
cuadernos? Sí. Pero cuando en el interior de un cuaderno lleno de 
aforismos se encuentra una referencia, la indicación de una cita o de 
una dirección, una cuenta de la lavandería: ¿obra o no obra? ¿Y por qué 
no? Entre las millones de huellas que alguien deja después de su muerte,
 ¿cómo puede definirse una obra? La teoría de la obra no existe, y los 
que ingenuamente emprenden la edición de las obras no cuentan con dicha 
teoría ...” ¿Qué es una “obra” en la época de Internet? ¿Cómo, más allá 
de la vida de los autores, se manifestará esa otra vida digitalizada, 
enredada en mails, blogs y proliferación googleana de citas? MF no supo 
de facebook.
Religión crítica
 Entre los devotos de 
la secta foucaultista y los intereses de la industria cultural, la 
referencia a Foucault aún ayuda a pensar. Acompaña también a considerar 
la condición textual, el espacio en donde se dispersa y el tiempo en 
donde se despliega la escritura. MF parece hallar una recepción que 
afirma el carácter sagrado de su pensamiento, alabando su entidad de 
creador crítico. MF, convertido en el cuerpo estético que asume en cada 
libro, halla la supervivencia en la obra. MF, que como escritor 
interpelaba a la escritura desde las imágenes del anonimato y el 
murmullo, se ha convertido en un haz expresivo que se manifiestaría con 
el mismo valor en los libros que escribió, en borradores, en cartas, en 
fragmentos, en clases, conferencias… No querría que persistieran las 
preguntas tan machacadas: ¿Quién escribió estos libros póstumos? ¿Es él 
efectivamente? ¿Con qué autenticidad? Detrás de estas preguntas, 
pensaba, no se escucha más que el rumor de una indiferencia: “Qué 
importa quién habla”. Quedamos en una aporía, porque nos importa Michel 
Foucault.
Michel Foucault básico
Poitiers, 1926 – París, 1984. Filósofo, psicólogo e historiador. 
Fue un historiador de las ideas, psicólogo, teórico social y filósofo 
francés. Fue profesor en varias universidades francesas y 
estadounidenses y catedrático de Historia de los sistemas de pensamiento
 en el Collège de France (1970-1984) en reemplazo de la cátedra de 
Historia del pensamiento filosófico que ocupó hasta su muerte Jean 
Hyppolite. Foucault es conocido principalmente por sus estudios críticos
 de las instituciones sociales, en especial la psiquiatría, la medicina,
 las ciencias humanas, el sistema de prisiones, así como por su trabajo 
sobre la historia de la sexualidad humana. Sus análisis sobre el poder y
 las relaciones entre poder, conocimiento y discurso han sido 
ampliamente debatidos. Foucault fue miembro del PC Francés de 1950 a 
1953. Su mentor, Louis Althusser, le indujo a ingresar en él, pero 
pronto se desilusionó con la política y la filosofía del partido. Murió 
de una enfermedad relacionada con el sida en París el 25 de junio de 
1984. En ese momento, aún se sabía poco sobre la enfermedad y sus 
rivales filosóficos en ocasiones atacaron sus actividades sexuales como 
una expresión de sus opiniones. 
 
 
