Las librerías y las bibliotecas de una ciudad deben ser parte del centro de la vida cotidiana de los barrios y un indicador de su calidad como lugares para residir.foto:García Cordero.fuente:elpais.comLa era electrónica convierte el futuro de la creación en papel en una incógnita - Los libreros reflexionan sobre su porvenir, entre la pasión y la incertidumbre
En algún tiempo, en España, las librerías tuvieron tanta importancia social (y política) que resultaron objeto del odio de los que, como Goebbels, veían en la cultura una amenaza. En la revista Texturas (marzo 2011) Lola Larumbe, de la Librería Rafael Alberti (Madrid), recuerda cuando su establecimiento fue asaltado por terroristas que entonces, en el inmediato posfranquismo, tenían los libros en el punto de mira de su odio nostálgico.
Ahora los problemas de las librerías no son esos, dice Larumbe. Ahora el problema de las librerías se encierra en una pregunta: ¿Resistirán? Los libreros dicen que sí, pero tienen muchos problemas, y en primera fila está el que afecta a la edición de libros, a la música, al cine y a la prensa: ¿resistirán el desafío tecnológíco? ¿Resistirán, sobre todo, a la piratería?
Los datos no animan al optimismo. Actualmente quedan en en España 4.500 librerías. Desde 2005 el sector vive una cierta estabilidad (los años anteriores cerraban 90 por cada 60 que abrían), pero se espera que su número vuelva a bajar.
En la Feria Internacional de Guadalajara dijo el escritor Fernando Vallejo, autor de La virgen de los sicarios: "Cuando cunda en serio el libro electrónico esta profesión tan honorable [la de editor] que empezó algo después de Gütenberg hace 500 años va a quedar más descontinuada que la de relojero o la de deshollinador".
Para los libreros no es menos preocupante la situación. Por lo menos, dice Paco Goyanes, de la librería Cálamo (Zaragoza), es "enrevesada". Dice Goyanes, en cuya librería se juntaron 125 libreros, editores y distribuidores para hablar de estos asuntos: "Sufrimos (literalmente: casi nadie subraya la carga de dolor que supone la crisis para la mayoría de la población) la crisis económica y social que soportamos todos los españoles, aderezada con algunos elementos propios del sector".
Esos elementos son preocupación común de los libreros: la fuerte caída de las compras institucionales (bibliotecas, centros de enseñanza, Ayuntamientos); un mercado sobredimensionado, con un exceso de oferta que estrangula las librerías y que, dice Goyanes, "recuerda la crisis inmobiliaria".
Tampoco las cifras de lectores son buenas. Un 91,1% de la población declara leer, pero de ellos solo el 55% dice que libros. Eso sí, de estos, el 41,3% afirma que lo hace a diario.
Goyanes ve la situación "enrevesada". Pere Duch, de Babel (Castellón), la ve "mal, muy mal". "Nunca habíamos vivido una situación tan crítica". Los bajos índices de lectura, la progresiva implantación de las nuevas teconologías y su incidencia en el mundo de las librerías, los sistemas de venta de libros de texto impuestos por la Administración, la "desmesurada" competencia en una ciudad pequeña, y la crisis económica son los que convierten en "muy mala" esta situación "enrevesada".
Ese es el presente. ¿Y el futuro? Duch cree que "es muy incierto"; para seguir, "las librerías habrán de dar cabida al libro de papel y a los contenidos digitales" y "deberán buscar la fuerza del asociacionismo, librerías interconectadas que serán capaces de proporcionar mayores ventajas y servicios a sus clientes". Para sobrevivir, dice Concha Quirós (Cervantes, Oviedo), lo que han de hacer los libros es "ejercer su función, que no es otra que ejercer de asesor e intermediario entre el autor y el lector. Las librerías independientes, las que quedamos, tenemos asegurada nuestra pervivencia si somos capaces de ejercer como libreros".
Rodrigo Rivero (Lé, Madrid) añade un sustantivo a la lista de adjetivos fatales: la situación actual, dice, es "de incertidumbre". Pero él es optimista. En primer lugar, "el libro en papel seguirá teniendo durante un gran plazo de tiempo un papel preponderante con respecto al libro electrónico". Pero, para que se cumpla esa versión optimista, "lo que tendríamos que hacer las librerías es adecuarnos a los tiempos, reformar nuestros sistemas informáticos, tener potentes webs de venta para todos los formatos, aparecer en las redes sociales, ofertarnos como espacios culturales para dinamizar las zonas geográficas donde nos ubicamos..." Y, además, "maridar el libro con otros componentes culturales como la gastronomía, la fotografía, la pintura, los viajes... Y, por supuesto, estar muy pendientes del desarrollo e incoporación a la demanda del libro electrónico".
Juan Manuel Cruz, de la librería Rayuela (Málaga), dice que "la situación es bastante complicada". El libro ha perdido mercado, al menos "en un 30%" en los últimos tres años, lo cual ha puesto en riesgo "la viabilidad de las empresas". Las librerías han sido dañadas por "políticas demagógicas" como las que hablan de "la gratuidad de los libros de texto que han convertido a estos libros en mercado de votos electorales".
Hace aún más complicada esta situación lo que Cruz llama "cruzada contra el libro papel y la alabanza al libro digital". Dice que "lo que durante siglos ha sido un valioso objeto social, se ve degradado a un objeto obsoleto que hay que sustituir con urgencia"; esa prisa para sustituir el libro tradicional deja "como marginales" los problemas de la piratería y la pérdida de derechos de autor.
El presente es, afirma Cruz, "tan tormentoso como atractivo". Ya se ve por qué es tormentoso, "pero también supone un reto. Hasta hoy, el mundo de la librería independiente ha sido capaz de superar las amenazas de muerte que han significado los distintos cambios tecnológicos (como el CD-ROM)".
Fernando Valverde, presidente de la Confederación de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal), considera que "el impacto de la crisis ha tardado algo más en llegar" al mundo del libro que a otros sectores. Pero la crisis convierte la situación "en un momento complicado a la vez que interesante". Se nota "el descenso en las adquisiciones de libros para las redes bibliotecarias" y "ha descendido la venta directa en las librerías".
"La alarma" ante la llegada de los formatos digitales es como una gota malaya; se ha suavizado a medida que ha habido más información sobre los dispositivos de lectura. Valverde cree que las pequeñas y medianas librerías "están soportando mejor estos momentos que las cadenas y las grandes tiendas".
Según él, "tienen una mayor capacidad de adaptación a los momentos duros"; saben, además, "que no es posible crecer siempre y a cualquier precio"; cree que "las dificultades de grandes cadenas en Estados Unidos e Inglaterra, caso de Borders; el cierre de las librerías Crisol en España, y la reciente absorción de la cadena Bertrand por Casa del Libro, hablan por sí solo de las dificultades de soportar estructuras gigantescas, en donde el elemento humano, la calidez del trato, la integración con los entornos es más complicada que en la red de librerías independientes".
Esas sombras no le hacen perder el optimismo. "Nunca como ahora se ha leído tanto. Abren nuevas librerías, con gente joven al frente... En la última década también han irrumpido en el mercado nuevos editores, jóvenes, haciendo apuestas por literatura de calidad, haciendo objetos bellos y apetecibles".
El miedo está ahí. Paraliza, dice. "Pero no debemos perder energías en intentar enfrentar los soportes. No son excluyentes porque la experiencia de leer en papel y la de hacerlo en pantalla son esencialmente distintas. Y las dos son buenas. Y las dos pueden y deben y creo que convivirán mucho tiempo".
"La peor amenaza", afirma, "es no hacer nada. Es resistirse numantinamente a los cambios que se están produciendo. Junto a esto es obvio que el anuncio de la llegada de plataformas como Amazon, o la irrupción en el mercado digital de operadores ajenos hasta ahora al sector del libro suponen nervios y expectación, y, por qué no decirlo, algo de miedo. Es imprescindible que la actitud de la Administración y de los editores sea inequívoca a la hora de buscarse los mejores aliados". Y él cree que los mejores aliados "son los libreros españoles".
Montse Moragas, de Laie (Barcelona), pone énfasis en los peligros que trae la piratería al mundo del libro, "ese es el problema más grave", pero avisa de otra amenaza: "La desintermediación", que el librero "se quede fuera de juego, que no sepa evolucionar para seguir jugando un papel determinante en el mundo de la cultura; que adopte una actitud defensiva y victimista y deje pasar la oportunidad de posicionarse claramente en el mundo digital". Según ella, esa oportunidad llevará al librero "a nuevos públicos, que hasta ahora no frecuentaban las librerías. Las librerías tienen que vender libros en todos los formatos, y además de la presencia física tienen que vender virtualmente".
¿Y qué puede hacer la Administración? La respuesta es unánime: tomarse en serio las librerías como centros de agitación cultural, como otra forma de bibliotecas, algo así como lo que dice Luis Landero: recuperar las librerías "como centro del mundo".
A eso apunta Lola Larumbe: "Creo que la salud de las ciudades, de los barrios, de los pueblos de un país se debería estimar por el número de librerías que alberga y por la calidad de éstas. Parece que no ha habido mucha gente con capacidad de decidir que haya visto esto, que le haya importado el empobrecimiento paulatino que han sufrido los barrios de una ciudad tan importante como Madrid con el despojamiento de sus librerías. Librería y biblioteca, formando un núcleo duro de actividad, deberían estar siempre en el horizonte de los gestores culturales públicos".
"Ir a la librería", concluye Larumbe, "es un signo de humanismo, de humanidad, y es la pérdida de ésta la gran amenaza".