El arte del escritor consiste en hacernos olvidar que emplea palabras
Anatole France
Porfirio Barba Jacob como Ricardo Arenales, un heterónimo. |
TRISTE AMOR
No
hay nada grande, nada, sino la Muerte…
En
vano querrá un ardiente Numen, tras líricos empeños,
aprisionar
la turba de los silfos risueños
o
descubrir las líneas de un rostro sobrehumano.
Las
cosas son la espuma del tiempo en nuestra mano;
la
gloria es eco de una proeza urdida en sueños:
joyeles
y palacios de exóticos diseños
son
fábrica de niebla, ruido del océano…
Con
todo, Cintia mía, en la noche nevada
junta
a mi carne lívida tu carne sonrosada…
y
un hijo rasgue otrora las brumas del camino.
¡Si
es crimen dar renuevos a la materia oscura,
yo
purgaré en mí mismo la erótica locura
de
dos lobeznos tristes que amamantó el Destino!
Ricardo
Arenales, Tegucigalpa, 1917.
CANCIÓN LIGERA
Si acongoja un
dolor a los humildes,
o si miran un
valle, un monte, un mar,
dicen tal vez:
“Dichosos los poetas
porque todo lo
pueden expresar”
la cotidiana y
múltiple emoción,
como no
encuentra un ritmo que la cante
se ahoga en el
sepulto corazón.
Y están sin voz
el oro de los trigos,
el son del
viento en pugna con el mar,
y el llanto de
la noche en el palmar.
Y están sin voz,
perennemente mudos,
sin quién venga
su espíritu a decir,
el sol, la
brizna, el niño y el terrible
pródigo del
nacer y del morir.
Y nosotros, los
míseros poetas,
temblando ante
los vértigos del mar,
vemos la
expresada maravilla,
y tan sólo
podemos suspirar.
Ricardo
Arenales, San Salvador, 1917.