En el año de su centenario, acaba de publicarse una antología exhaustiva de poemas y canciones del artista brasileño, uno de Los grandes revolucionarios de la música popular del siglo XX
Vinicius publicó su primer libro de poemas a los 19 años. Allí estaba la influencia de los grandes nombres de la poesía francesa: Baudelaire, Verlaine y sobre todo Rimbaud. /Revista Ñ |
En su autobiografía, Verdad tropical , Caetano Veloso sostiene:
“En esa época, probablemente Brasil haya creado las canciones de
protesta más elegantes del mundo”. Allí, en ese momento, el del
surgimiento y éxito de la bossa nova , el letrista era Vinicius,
transformado en uno de los principales emblemas de su país en la
construcción de una cultura donde la modernidad no implicara la
exclusión de lo tradicional. A él se deben más de un clásico de la bossa
nova , más allá del ya tan fatigado “Garota de Ipanema”, “A
felicidade”, “Si todas fossem iguais a você”, “Eu sei que vou te amar”,
entre tantas otras composiciones. Caetano también señala en su libro un
dato que no es menor, Vinicius no llegaba desde la música, era “un poeta
de verdad”.
En efecto, al momento de asociarse al panorama
musical brasileño, este diplomático frustrado o mejor dicho desganado
(“lo que me llevó a abandonarla fueron todos los prejuicios sociales que
rodean a la diplomacia, sobre todo la corbata, que me produce
espanto”), nacido en Río de Janeiro en 1913, había publicado a los 19
años su primer libro de poemas, El camino para la distancia . Allí
estaban presentes con sus influencias los grandes nombres de la poesía
francesa: Baudelaire, Verlaine y sobre todo Rimbaud. Según lo que
cuenta Vinicius a Enrique Raab durante una entrevista aparecida en el
diario La Opinión : “La francofilia brasileña fue un poco artificial”,
en ese primer texto puede leerse una profecía fracasada que inicia su
poema “Vejez”: “Llegará el día en que seré un viejo experimentado/que
mira las cosas a través de una filosofía sensata”.
Todo el resto
de su vida sería una desmentida a esos versos, desmentida que se resume
en el ícono en que se fue transformando a lo largo de su carrera: un
hombre dispuesto a disfrutar siempre de la vida, gran admirador de la
belleza femenina, con la permanente compañía de un vaso de whisky (que
al final de su vida iría rebajando cada vez con más agua) y de un
cigarrillo. Generalmente vestido de negro, cantaba y hablaba en un
escenario convertido por él en un espacio de una ceremonia que no
evitaba, más bien promovía, la autocelebración. Al punto que Les
Luthiers le dedicaron “La bossa nostra”, una parodia de aquellos
recitales en los que se hablaba más de lo que se cantaba y aparecía ese
Saravá (una expresión de buenos deseos usual en Brasil) que Vinicius
repetía como un mantra a modo de brindis alzando su vaso de whisky. El
tema le causó mucha gracia.
Pero, lo que es su aporte más
importante es haber sido, desde el ángulo de las letras, del mismo modo
que Tom Jobim y João Gilberto desde la música, un puente entre las
producciones populares y la así llamada cultura alta. Y eso dio como
resultado una nueva presencia –esta vez sin los exotismos de una Carmen
Miranda– de lo brasileño a nivel mundial. Algo refrendado por el exitoso
estreno en 1959 de Orfeo Negro , la película que dirigió el francés
Marcel Camus, sobre una obra de teatro de Vinicius quien, según la
leyenda, se retiró de la sala de proyección antes de que terminara el
filme, molesto con lo que consideraba una tergiversación
internacionalista de su texto y sus ideas. Un paisaje for export del
que abominaba, pero que de alguna manera fue una amenaza constante
durante todo el tiempo en que estuvo vigente la bossa nova .
Según
repitió Vinicius en varias entrevistas, ese paso del afrancesamiento a
la recuperación y estilización de las tradiciones populares formó parte
de un movimiento más vasto en el que incluía a Mario de Andrade,
Graciliano Ramos y Jorge Amado. Y reivindicaba como su gran maestro al
poeta pernambucano Manuel Bandeira: “A través de su influencia comprendí
la necesidad de simplificarme, que la gente me escuchara”.
Este
trayecto puede seguirse de una manera más amplia de la que provee la
antología armada por Vinicius a sus 50 años, que recoge lo que entonces
era su producción más reciente y que tuvo su traducción argentina en
Ediciones de la Flor. La Antología sustancial que acaba de publicar
Adriana Hidalgo, permite acercarse al poeta en sus inicios y también en
los textos que dejó inéditos. Plantea Cristian de Nápoli, antólogo y
traductor: “Fue un trovador, alguien con pocos temas muy fuertes, el
amor, la muerte, la amistad y que supo aprender lo que le marcaban los
poetas mayores que él. Los sonetos de Vinicius son formalmente
impresionantes”.
Esta vuelta a las raíces fue acompañada de un
afán de denuncia de las tremendas condiciones de vida de las clases
sumergidas del Brasil. Algunos de estos retratos tuvieron un matiz más
lírico, como es el caso de “A felicidade”, compuesta junto a Tom Jobim
donde se lee : “La felicidad del pobre parece la gran ilusión del
carnaval/la gente trabaja el año entero/por un momento de sueños/para
vivir la fantasía/de rey, pirata o jardinera/y luego todo vuelve a ser
como era...” Otras veces todo se vuelve más crudo, como en “Rosa de
Hiroshima”, musicalizado por Gérson Conrad e interpretado originalmente
por Ney Matogrosso cuando aún integraba el grupo Secos & Molhados.
Allí, impactado por la posguerra, residente en Los Angeles donde conoce a
Orson Welles, escribe un libro que se publica en 1954. El poema que da
título al volumen dice: “Piensa en las criaturas/mudas,
telepáticas/piensa en las muchachas/ciegas inexactas/piensa en las
mujeres/rotas alteradas/piensa en las heridas/como rosas cálidas”.
De
todos modos, su principal aporte a la bossa nova va en la primera
dirección, lo que le generó una dura aunque no del todo abierta crítica
de una joven Maria Bethania, quien en contraposición a cierto ambiente
plácido y festivo de los temas de Vinicius, reivindicaba la aridez del
paisaje descripto en lo que fuera su primer éxito, “Carcará”, compuesto
por João do Vale y José Cândido.
En un reportaje compartido con el
Mono Villegas, Vinicius responde breve y contundentemente a la pregunta
por el peor de los defectos que se puedan hallar en una persona: “la
vulgaridad”. Esa elegancia de la que hablaba Caetano implica una huida
de esa bestia negra, la búsqueda de la forma de separar a lo popular de
lo vulgar. Los temas del samba tradicional le parecían en general
chatos y buscó nuevas formas de contar las realidades permanentes. Es
muy difícil hallar en su obra referencias muy directas a cuestiones
coyunturales. Incluso en pleno furor revolucionario de los 70 mantiene
una cierta vocación de equilibrio, sosteniendo que eran más peligrosas
las fronteras individuales que las nacionales y creía más en las
revoluciones interiores que en las políticas. Lo que no le significó un
obstáculo para ser un ácido crítico del hippismo al que reivindicaba
como filosofía, pero detestaba como práctica: “Hizo hincapié en las
drogas, en la promiscuidad sexual, en cosas que no llevan a nada”.
Pero
sin dudas su gran tema fueron las mujeres, a las que vuelve una y otra
vez, no sólo en poemas y entrevistas sino en su propia vida, pues se
casó siete veces. Los textos abundan en celebraciones de la condición
femenina. Más allá de “coisa cheia de graça” de la “Garota de Ipanema”,
se pueden citar : “Que sea ella el principio y el fin de todas las
cosas. ¡Poder general, completo, absoluto a la mujer amada!” (“La brusca
poesía de la mujer amada”); el raro dilema de “Pero si rubia no llego a
encontrar/Una morocha es la onda/Una preciosa chica morocha/Dios mío,
qué linda/Una morocha es el ideal/Pero una rubia no está mal” (“Rubia o
morocha”).
Y hasta alguna declaración desacompasada que sabía
hacer pasar como parte de ese vitalismo que podía reunir el buen comer
con la búsqueda permanente de esa mujer perfecta y los versos entonados
al pie del alcohol: “Es muy importante que sea bella por dentro y por
fuera”. El amor forma parte de esa admiración que no deja de tener algo
de gesto seductor. A esa pasión le dedicó uno de sus libros más
célebres, P ara vivir un gran amor (entre nosotros editado por De la
Flor). En el poema que lleva el mismo título se dan una serie de
consejos para poder llevar a buen puerto la empresa amorosa. La
ingeniosidad del texto y cierto entusiasmo filtrado de reticencias que
se desprende prácticamente de cada verso permite entender esa mezcla de
sencillez, sorpresa y previsibilidades que forma parte del estilo de
Vinicius. Se propone allí, entre otras “recetas” (el texto dista de toda
pretensión pedagógica): el irónico “mucha seriedad, poca risa”,
dedicarse a una única mujer, cuidarse de los que no están enamorados,
“practicar la gastronomía y el kung fu” y “no morir de dolor”.
Falleció
la madrugada del 9 de julio de 1980 en la bañadera de su casa en Gavea,
a los 66 años. Dejó pendiente un disco infantil a grabar con Toquinho, A
arca de Noé (Toquinho lo completó, no obstante, en dos volúmenes donde
participaron, entre otros, Clara Nunes, Elba Ramalho y Tom Jobim). El
cansancio previo a la muerte puede leerse en varios proyectos anunciados
y nunca terminados como El debe y el haber y Periplo lírico y
sentimental de la ciudad de San Sebastián de Rio de Janeiro, donde
nació, vive en tránsito y muere de amor el poeta Vinicius de Moraes ,
algunos de cuyos textos están recuperados en la antología de Adriana
Hidalgo. Además de algunas canciones que envejecieron a destiempo de sus
clásicos como “Na tonga da mironga do kabuletê”, un juego de palabras
de origen nagó que, de acuerdo a los especialistas, carece de sentido,
pero que cantada y explicada por él asumía las características de un
divertido modo de injuriar Cuenta la periodista Liana Wenner en su muy
documentado Nuestro Vinicius (Sudamericana), en el que se siguen los
rastros de sus estancias en la Argentina, (donde generó un pequeño
fenómeno con sus presentaciones el café concert La Fusa junto a María
Creuza y Toquinho), que en el velatorio se cantó “A felicidade”. Una
adecuada despedida para este hombre que se consideraba el “más negro de
los blancos del Brasil”. Aparte de un poeta más que considerable, fue él
uno de los símbolos y difusores de eso que se ha dado en llamar alegría
brasileña: un estado de ánimo en el que la tristeza es apenas una
sombra y la felicidad un horizonte siempre cercano. Como se autorretrató
en una entrevista dada en Brasil no mucho antes de su muerte y
respondiendo a la pregunta sobre si le preocupaba qué decir con sus
letras: “Decir las cosas que creo fundamentales para el hombre. Mucho
amor. Es decir, el amor es también una manera de protestar. Pero sobre
todo mi preocupación es no repetirme, no dejar que la comida se
recaliente”.