Michel Onfray hace un rítmico recorrido solar y hedonista, enarbolando la estela trágica de Georges Bataille
Michel Onfray añade su teoría del placer solar./revistadeletras.net |
Portada Teoría del cuerpo enamorado |
El instinto de supervivencia ha cobrado
en el hombre evolucionado, desde épocas platónicas, el hábito gregario y
ordenado de la abeja, animal organizado por antonomasia. El servilismo y
hábito de grupo han hecho de los filósofos cristianos, burdos alarifes
que han apadrinado aquella espantosa ruta de la pareja, que, amén de
ratos placenteros durante los primeros años de matrimonio, han ido dando
sombra al mismo; desplegada así, la ramada que el displacer y el harem
ininterrumpido de ataduras componen su caldo de cultivo para la
secularización programada de ese indeliberado hasta racional bípedo sin
plumas preocupado por no levantar ni un grano de polvo en detrimento o
desplome de una comunidad que altere el ritmo apasionado de su tan
forjado servilismo.
Mas la fuerza de la libido mantiene
alerta a unos cuantos desadaptados. Y la relativa malicia que apuesta
por un breve estallido de lo permanente en el deseo, se apresta a
declararle batalla a lo impuesto. Es justo que para esos pocos lunares y
filósofos la sociedad de su alrededor no ha sido, digamos, justa con
ellos. Como el músico Tchaikovski, obligado a envenenarse, o el mismo Platón
al escanciar la cicuta para dejar en paz un rebaño que hasta el cierre
de este cristianismo no ha dejado de cobrar victimadas cabezas del
rebaño pidiéndole con el mazo unos mangos al Divino Creador de las
presencias.
El llano de posibilidades no supera
escalas en lo permisible, si de humidificar endechas relacionales con
las pulsiones eróticas en permanente producción de ideas, más ideas, se
trata; en pro de la noble causa que siempre ha llevado la batuta en lo
discernible al deseo, que nada tiene que ver con algún gen obediente en
el gran núcleo que la pareja institucional ha erigido.
Llanos a padecer, por grupúsculos, desde
siempre hemos estado alertas a las ordenanzas que el colmenar nos
imponga, desde aspados los rayos del día. Estas criaturas del trabajo
son máquinas minuciosamente organizadas y destinadas, en el mejor de los
casos, a una sola cópula en el vuelo nupcial que termina en la muerte
del procreador más libre en esa instantánea mordaz que al ver del solo
refulgir anacrónico de la colmena, y a un solo zumbido invernal,
mantiene en pie la energía necesaria capaz de conservar en completa
monotonía el cadáver de la abeja, en esos sarcófagos hexagonales del
trabajo, donde pasan toda su corta vida almacenando la miel obrera que
traen desde los prados, donde su mellada libertad les dobla las antenas.
Michel Onfray hace un rítmico recorrido solar y hedonista, enarbolando “la estela trágica de Georges Bataille”, que contrapone la tradición filosófica de Diógenes, Horacio y Demócrito, a las elucubraciones cristianas de San Agustín o San Pablo,
apostando por una auténtica exploración libre “del cuerpo enamorado”,
al solaz regodeo del cerdo epicúreo, preocupado únicamente por los
placeres que el cuerpo entregado a la satisfacción plena de la carne y
lo intuitivo se entrega.
Así, una filosofía basada en el
materialismo hedonista, defiende las abscisas permanentes de los más
destacados pensadores de la disciplina filosófica (y también relegados
al olvido).
Onfray, desde la estela normada que lo
vio nacer, hace un recorrido brillante por los caminos en los que se ve
evolucionando el hombre desde la matriz blanca y oscilante del prenato
hombre que no ha tocado berrido sobre la tierra civilización, hasta
equiparar sus dignos ideales platónicos, por ejemplo, con los de Epicúreo,
el filósofo del jardín, cuya inclinación apasionada por la exaltación
de los deseos saciados, nos llevan a instantáneas de la pareja ideal,
unida únicamente por lazos libres y amicales hasta hoy vistos como una
plaga contaminante, temida bomba de tiempo: la soltería.
Teoría del cuerpo enamorado,
apuesta “por una erótica solar”, visionada a dar galope suelto sobre la
playa del goce secreto y compartido de las exaltaciones hedonistas, por
sobre todas las trabas y arraigos cristianos, levantados por sobre el
atrio que el poder carnal nos endilgue hasta estos días.
El ensayista francés, también autor de La sculpture de soi. La morale esthétique
(1993), Premio Médicis de ensayo, ensalza al erizo como ejemplo
práctico y materialista a seguir, una bestezuela neutral, resistente a
los cambios, que crea su cámara lúcida de padecimientos, para la
existencia plena de un disfrute, hasta cierto grado, indiferente,
neutral, de lo que significa arder en una senda desapasionada de reglas y
espacios que tornan imposibles y hasta disparatados los más elementales
instintos de conservación de la especie apasionada, desarticulando las
normas católicas y los lazos tribales donde se regodea la pareja, fiel a
las causas perdidas de una sociedad en picada, con agenda de caducidad
ya rubricada por los buenos valores, de antemano.
Pero la pasión no es fiesta que hayamos
de extender por mucho tiempo. Tal parece que la pérdida apasionada de
tales valores que apuestan por la carne y exaltaciones del cuerpo no ha
de durar mucho, si se mira, digamos, a un par de milenios, aparte de
tener en cuenta que la culpa y el arrepentimiento son males
catastróficos cristianos, si se trata, igualmente, de la ilusa
propensión de que cada rebaño, un día próximo, no se esparza en pequeños
lunares, por el blanco espacio de las libertades permitidas, a bordo de
la nave corpórea por la que hemos berrido, insaciables hedonistas del
cuerpo enamorado.
Suena iluso, pero sólo de unos pocos
especímenes se compone el verdadero paraíso. Y la exaltación solar atada
a la ventana del riesgo nos lo recuerda cada día. Libertad por delante
de todos los deseos permitidos.
Teoría del cuerpo enamorado
(Por una erótica solar). Michel Onfray
Traducción, prólogo y notas de Ximo Brotons
Pre-Textos (Valencia, 2002)
(Por una erótica solar). Michel Onfray
Traducción, prólogo y notas de Ximo Brotons
Pre-Textos (Valencia, 2002)