Dice Luis Rafael Sánchez (Puerto Rico, 1936) que él escribe "con la
oreja". Pero cabría pensar que lo hace con la boca, porque este ágil y
cálido conversador pronuncia con el mismo cuidado y envolvente ritmo con
el que ha construido sus obras de teatro, sus cuentos, ensayos y
novelas.
Esta mañana viste una guayabera amarilla, el mismo tono de los
cojines de las mecedoras del coqueto balcón de su salón. Confiesa,
mientras ríe, que siempre ha pensado que este color le da buena suerte,
igual que Gabriel García Márquez, un temprano admirador de Sánchez que
quedó atrapado por La guaracha del macho Camacho, la novela de 1976 que le dio a conocer.
"Aquel fue un periodo de gran experimentación novelística y
lingüística. Había una efervescencia de lo cultural a lo político, un
sentimiento de ser contemporáneos de todos los hombres. En esos años se
colapsó la virginidad, vinieron las amanecidas, llegaron las primeras
afirmaciones provocadoras, ese soy gay, ¿y qué?". A Sánchez no le gustan
los guetos, le van los temas del corazón, tiene una risa sonora y una
sonrisa abierta. Como en una canción, en la que hay sitio para el
melodrama, el requiebro y el sentido del humor, engarza recuerdos,
agudos comentarios, y su original punto de vista.
En las estanterías de una sala conserva una copia de la primera edición de Cien años de soledad,
porque aunque donó sus libros a la biblioteca de la Universidad de
Puerto Rico, donde ha impartido clases, Sánchez guardó los que estaban
dedicados. Lo contrario le parecía un desaire.
A Sánchez no le gustan los guetos, le van los temas del corazón, tiene una risa sonora y una sonrisa abierta
Desde hace décadas reparte su tiempo entre Nueva York —"la ciudad del sueño bolivariano, donde se habla el español abracadabra"—
y San Juan, en concreto Santurce, ese barrio que despegó en los
cincuenta. "Era nuestro pequeño Broadway", apunta. "Había hasta 12
cines, fue nuestra irrupción en la modernidad, era lo mezclado, bastardo
y plebeyo, un lugar con fuerte presencia dominicana, un mundo de
mudanzas étnicas y de sensibilidad". Y en este Santurce se instaló
tiempo después, convertido hoy en "un lugar encantador" con todas las
calles que dice que vivió cuando era "un mulato engreído". Sobre
aquellos años escribe ahora en el libro de memorias que prepara, Vida, ¡nada me debes!
Su estudio, al fondo de este piso en un condominio de 1939,
restaurado, tiene luz y resulta ser un buen espacio para trabajar por la
noche, de espaldas a un espejo y con la máquina de coser donde su madre
hacía prendas para el bazar de Josefina Reyes, como escritorio. "Mi
madre tenía talento para la vida", cuenta. "Mi personaje principal es
ella más que nadie. Sabía qué hacer. Cuando algo sale mal pienso en lo
que nos decía: 'No se entretengan en el dolor".
Temprano admirador de los novelones Galdós ("tenía hambre de La de Bringas y de Tormento") y de Valle-Inclán, su carrera arrancó como actor en radionovelas. "La radio estaba en su apogeo, yo tenía 17 años y hacía de galancete,
de negrito sinvergüenza, de pillo", recuerda. "Tengo una gran deuda con
la radionovela. Siempre he pensado que la gente entra a las cosas por
el oído. Valoro mucho la voz. La banda sonora de mi existencia es la
música popular, los boleros. A mí me formaron los géneros menores,
Cervantes y la telenovela. ¿Qué de aquello queda en mí? Sobrevive, me
sigue alimentando. ¡Cuánto me ha marcado el mal gusto!".
La llegada de la televisión le dejó sin papeles radiofónicos y
aquello le empujó a la universidad. Allí, este renovador de la escena
teatral escribió su primera obra, La espera, y obtuvo una beca
para ir a la Universidad de Columbia. Hubo un antes y un después de
aquel primer viaje en el que vio a Paul Newman en Dulce pájaro de juventud,
de Tennessee Williams. Regresó después para hacer un máster, conoció a
James Baldwin, siguió escribiendo teatro. "El texto y el contexto
cambiaron", recuerda. También pasó por Madrid, donde obtuvo su doctorado
en la Complutense. Le gusta Cartagena de Indias, ha vivido en Brasil,
en Bogotá —“cuando era una ciudad serena”— e intermitente y
constantemente en Nueva York —“esa ciudad me trastornó, me relativizó”—.
Y parece que será allí donde se estrenará un musical de la Guaracha del macho Camacho. También tiene pendiente el estreno de Te vistes, te pago, te largas, la primera obra de teatro de la Trilogía al sur del ombligo,
en la que trabaja. Defensor de lo heterodoxo, el autor boricua no duda:
"La literatura no tendrá más salida que reivindicar la desobediencia,
la rebeldía, la inconformidad", escribió en una conferencia pronunciada
en la primera Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. ¿El futuro? "Hablo
del pasado por una razón amarga: impuntual como el señor Godot, el
futuro nunca llega. O, cuando llega, llega travestido de presente".