Una nueva traducción reivindica La tierra baldía como el libro más influyente de la poesía moderna
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El escritor T. S. Eliot, retratado en 1930. / Bossano ./elpais.com |
La literatura es una bomba de efecto retardado y en 1922, cuatro años
después del fin de la Primera Guerra Mundial, estalló un puñado de
libros que hizo saltar en pedazos la novela, la filosofía y la poesía
occidentales. Si se piensa que ese año vieron la luz el Ulises, de Joyce; el Tractatus logico-philosophicus, de Wittgenstein, y La tierra baldía, de T. S. Eliot —cabría añadir Trilce, de César Vallejo, y las Elegías de Duino, de Rilke, escritas ese año y publicadas el siguiente— se entiende la magnitud del estallido.
Desde que vieron la luz en el número inaugural de la revista The Criterion, fundada y dirigida por el propio Eliot, los 434 versos de La tierra baldía no han dejado de generar versiones e interpretaciones. La última corre a cargo del crítico y editor Andreu Jaume, que acaba de publicar en Lumen una edición bilingüe del poema más influyente del siglo XX. Como pórtico, ha colocado Prufrock y otras observaciones, un poemario de 1917 que, indica el traductor, le sirve de “cantera”.
El mismo año que Eliot se estrenó como poeta con Prufrock se
estrenó también como empleado del Lloyd’s Bank de Londres, la ciudad a
la que había llegado tres años antes. Atrás habían quedado Saint Louis
(Missouri), donde nació en 1888, y Harvard, donde se había doctorado en
filosofía.
El hombre que trabajaba de 9.30 a 16.30 y almorzaba en el Baker’s
Chops House lidiaba a tiempo completo con la mala salud mental de su
esposa, Vivienne Haigh-Wood, y con su propia fragilidad nerviosa. En 1920, comenzó a componer un largo poema titulado provisionalmente He Do the Police in Different Voices
(“Hace de policía con distintas voces”). Pronto cambiaría los ecos
dickensianos por los del mito celta de la hambruna y la devastación y
pasaría a ser La tierra baldía.
Culminada en Suiza durante una cura de reposo y reelaborada después
de que Ezra Pound —mentor con 37 años de un Eliot de 34— la podase
drásticamente de elementos confesionales y pirotecnia vanguardista, la
obra se convirtió en el gran fresco de una época acelerada en que la
naturaleza dio paso definitivamente a la “basura pétrea” de la ciudad
moderna. “Toda la gran poesía urbana del siglo XX tiene una raíz
inevitablemente eliotiana”, apunta Andreu Jaume, que recuerda un
comentario del poeta: “Varios críticos me han hecho el honor de
interpretar el poema en términos de una crítica al mundo contemporáneo;
de hecho lo han considerado como una importante muestra de crítica
social. Para mí supuso solo el alivio de una personal y totalmente
insignificante queja contra la vida; no es más que un trozo de rítmico
lamento”.
Réquiem por un mundo destripado en el campo de batalla y a la vez testimonio de un matrimonio tormentoso, La tierra baldía
se edita tradicionalmente acompañada de las notas con las que el propio
autor aclara las muchas referencias eruditas que contiene: del Grial a
Baudelaire, de Dante al tarot. Lo que empezó siendo una sugerencia del
primer editor estadounidense del libro para engordar su volumen terminó
convirtiéndose en un lastre. Andreu Jaume habla incluso de “pistas
falsas”: “El mismo Eliot se arrepintió de haber orientado así la
lectura. Cuando acepta incluir esas notas está aceptando que el poema no
puede entenderse sin ellas. Eso es una revolución brutal. porque nunca
antes se había admitido que un poema no pudiera leerse de forma
autónoma. Y es falso. La tierra baldía puede disfrutarse por su
propia intensidad estética. Ha sido interpretado como un poema
mistérico, pero lo puede entender cualquier lector moderno porque habla
de un ser que ha perdido su relación con la divinidad”.
A esa lectura autónoma ha querido contribuir Jaume con su traducción,
más pendiente, dice, del “control de los acentos” que del “contoneo de
las sílabas, que no produce, en sí mismo, ningún efecto”. De ahí que
frente al popular arranque “Abril es el mes más cruel”, Andreu Jaume
haya optado por: “Abril es el más cruel de los meses, pues engendra /
lilas en el campo muerto, confunde / memoria y deseo, revive / yertas
raíces con lluvia de primavera”.
Otro asunto es el título. La solución empleada por Joan Ferraté en catalán —La tierra gastada— le parece quizá la más acertada porque acerca “el original waste a su fuente etimológica del francés antiguo, donde the waste land es le gaste pays de Chrétien”. Pero “gastada”, se resigna, ha perdido en castellano la “pristinidad” que conserva el “waste” inglés.
Antes de convertirla en libro en 1977, Ferraté desgranó su Lectura de ‘La terra gastada’
en un seminario al que asistió Antoni Marí. “La tesis de Ferraté es que
ese poema retrata una cultura decadente, gastada, cuyo sedimento ha
quedado envenenado por los gases de la Gran Guerra”, recuerda el poeta y
filósofo ibicenco, quien hace tres años rastreó en el volumen Matemática tiniebla
(Galaxia Gutenberg) la genealogía de la poesía moderna que surge con
Poe y culmina en Eliot tras pasar por Baudelaire, Mallarmé y Valéry.
“Eliot sintetiza la tradición romántica y la simbolista —de la mano de
Laforgue— para abrirla a lo imposible de pensar en poesía”, explica
Marí. “Ningún otro poeta ha tenido tanta influencia”.
Félix de Azúa, también filósofo, aunque “expoeta”, abunda en la importancia de La tierra baldía: “Lo sigo teniendo como uno de los más grandes poemas del siglo XX y solo cercano a algunas de las Elegías
de Rilke. Debemos leerlo cada año para averiguar si ha cambiado el
Tiempo porque nos proporciona una herramienta cósmica de juicio”. Jaime
Gil de Biedma, devoto de Eliot, dividía a los escritores entre aquellos
que preferían La tierra baldía y los que optaban por los Cuatro cuartetos,
otra obra cumbre, publicada en 1943, en medio de una nueva guerra y con
el poeta convertido ya en ciudadano británico. Se nacionalizó a la vez
que ingresaba en la Iglesia anglicana.
Suele decirse que la generación del 50 —la de Gil de Biedma— prefería los Cuartetos y la de los novísimos, La tierra baldía. Azúa, incluido por Castellet en su famosa antología, explica que en su caso es cierto: “Sin duda. Los Cuartetos
son un gran conjunto de momentos deslumbrantes, pero no forman unidad.
Son desiguales y extremadamente intelectuales. Son poemas filosóficos,
como los de la baja latinidad. La tierra, en cambio, es un poema tan sólido, coherente y articulado como las Coplas
de Manrique y además de una emoción inmediata; es un poema carnal. A mí
me gusta particularmente su atmósfera de fresco medieval. Como si
Giotto pintara calles con autobuses y señores tomando aperitivos”. Por
eso celebra la versión de Andreu Jaume: “Por fin tenemos la traducción
al español exacta, elegante y profunda que exige este poema”.
Vertido al castellano por ilustres como León Felipe, Vicente Gaos,
José María Valverde, el mismo Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José
Emilio Pacheco, Juan Malpartida o Jordi Doce, T. S. Eliot atraviesa la
literatura occidental como poeta, pero también como crítico y editor.
Andreu Jaume, que también se ocupó de sus ensayos en el volumen La aventura sin fin
(Lumen, 2011), subraya su importancia al frente de la colección de
poesía de Faber & Faber, la editorial en la que recaló tras
abandonar el Lloyd’s Bank: “El primer poeta que descubre es, en 1927,
nada menos que Auden; el último, en 1957, Ted Hughes, cuyas Cartas de cumpleaños [dirigidas a su esposa, Sylvia Plath] fueron en 1998 el último best seller poético de Europa”.
Consagrado por el Nobel en 1948, Eliot llegó a recitar en EE UU ante
15.000 personas. Ni su muerte en enero de 1965, hace ahora medio siglo,
apagó su influencia. Faber & Faber, donde trabajó hasta el final, se
salvó en 1980 de la quiebra cuando su segunda esposa accedió a una
petición del compositor Andrew Lloyd Webber: convertir en opereta los
poemas infantiles de su marido. Fue así como El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum, escrito para los hijos del dueño de la editorial, terminó convertido en un musical llamado Cats.