No es bueno conocer a los escritores, y el Hay Festival está
hecho no solo para conocerlos, sino para intimar con ellos. “¿Por qué
escribes?”. “¿Para quién escribes?”. “¿A qué dedicas el tiempo libre?”
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No hay nada menos poético que un escritor.../soho.com.co |
Esas son las preguntas que a uno le toca oír en el Hay. Ya lo decía
Keats: no hay nada menos poético que un escritor. Pero no, la gente
insiste en conocerlos. La gente, que también lo incluye a uno: yo estuve
en el Hay Festival —en el primero— para conocer escritores, pero
prometo que no vuelvo.
Me tocaba moderar una mesa sobre Cine y Literatura con el escritor
inglés de origen pakistaní Hanif Kureishi. Estaba feliz: Ku-re-ishi.
Nada menos. El admirado autor de Intimidad, Mi oído en su corazón y el
guion de la película Mi hermosa lavandería. Para completar mi felicidad,
me habían alojado ¡en el mismo hotel de Kureishi! No lo podía creer.
Pura suerte. Un hotel boutique, el más superwow de Cartagena: La Casa
del Arzobispado. Como su nombre lo indica, era la casa del arzobispo, el
hombre más poderoso de la Cartagena colonial, convertida hoy en un
exclusivo hotel. Y ahí estaba yo, con Kureishi, Francisco Goldman,
Vikram Seth y Sergio Ramírez. “Te dieron tratamiento de primera”, me
dijo con cierta envidia Jaime Abello. Pura suerte: como no había cupo en
ningún otro hotel, me alojaron en ese. Es lo mismo que ocurre cuando
—una vez en un siglo— no hay más asientos en la clase turística de un
avión, no lo pueden dejar a uno, entonces te suben a primera.
En mi flamante hotel del Arzobispado yo veía a Hanif Kureishi por los
pasillos y en la piscina, y pensaba cómo hablarle. Qué decirle. Pero me
detenía mi bad English. Yo también lo hablo muy despacito. Me sentía una
hueva: por hablar mal inglés, porque con ese hotel tan pequeño se
incrementaban las oportunidades —¡desperdiciadas! — de abordarlo. Pero
una mañana “se nos dieron las cosas”. Yo estaba desayunando solo y él
estaba ahí, al alcance de la mano, en la mesa de al lado, también solo,
hojeando un periódico. “¿Qué le digo? ¿De qué libro le hablo?”. “I liked
Intimacy very much”, “Do you like Cartagena?”, ensayaba mentalmente.
No, culísimo. Tenía que decirle algo más original. En esas estaba,
ensayando frases ridículas en inglés, angustiado porque pasaba el tiempo
y en cualquier momento él se paraba y se iba, y de repente, se volteó a
mirarme —alcancé a palidecer— y me preguntó: “Do you have cocaine?”.
Creo que abrí los ojos, que alcancé a pensar “¿A las siete de la
mañana?”, que dudé si había entendido bien la pregunta, pero a lo único
que atiné fue a mover la cabeza de izquierda a derecha: no.
Me tomé muy en serio el Hay Festival que no es serio. Los escritores,
los extranjeros, vienen a pasarla bomba —me parece muy bien— y a
disfrutar que los traten como estrellas de rock, lo cual nunca les pasa
en sus propios países. Solo tienen que decir una frase ingeniosa y hacer
un buen chiste, en una sesión que dura una hora exacta —el tiempo es
oro— , en un set relajado —con sillones y sofás— como si fuera en
televisión. Como si fuera Muy buenos días, de RCN. La cultura cool y los
escritores como personajes de farándula. Lo cual no es tan terrible, si
comparamos con lo que había antes: las “mesas redondas” duraban horas y
los escritores eran vistos como pobres diablos (ahora los pobres
diablos son los que no van al Hay Festival). El Hay Festival es un
negocio, un muy buen negocio, inventado por Peter Florence, un inglés
que descubrió que la cultura da plata: las editoriales quieren
promocionar a sus escritores, la gente quiere conocerlos y a las
empresas les da prestigio aparecer como mecenas culturales. Me parece
muy bien, nada que objetar, todo es muy claro: en el Hay no hay lugar a
engaños. Con lo que no contaban sus organizadores era con la lagartería y
el arribismo colombianos. En el primer año, cuando yo estuve, en las
páginas sociales de las revistas al menos aparecían los escritores.
Ahora, los mismos de siempre: Poncho Rentería, la Chica Morales, la
primera dama. Un público cachaco —que consigue boletas gratis— copa las
graderías y luego se pavonea con los autores de moda en fiestas
privadas, en sus lindas casas de la ciudad amurallada. Quedan muchas
postales del Hay, pero me quedo con esta reciente: Tutina de Santos, con
gesto enternecido, en un barrio pobre de Cartagena, abraza a Gael
García.