Que nadie se escandalice con lo que viene: el trastorno bipolar se ha
convertido en el asunto de nuestro tiempo, en la enfermedad mental que
ocupa el centro de nuestras preocupaciones. El psicoanalista inglés Darian Leader
lo explica así en un ensayo llamado 'Estrictamente bipolar' (editorial
Sexto Piso), que se puede resumir en una tesis: igual que la posguerra
fue la época de los ataques de ansiedad y los años 80 y 90 fueron los
años de la depresión, hoy vivimos el momento del trastorno bipolar.
Leader da dos razones; la primera es mercantil: las patentes de muchos
medicamentos contra la depresión caducaron con el cambio de siglo, de
modo que las farmacéuticas se quedaron sin su gran mercado psiquiátrico.
En busca de nuevos públicos, sostiene Leader, la industria se esforzó
por crear nuevas necesidades y nuevos productos. Aparecieron nuevas
categorías para describir "formas suaves" del trastorno bipolar, y
aumentó en un 2.000% la frecuencia de diagnosis, lo que, entre otras
consecuencias, abarata el nombre del síndrome y el sufrimiento de los
pacientes que tienen un problema grave. Una prueba: la frase coloquial
"ser un poco bipolar" es el equivalente moderno del "estar un poco
'depre'" de los viejos tiempos.
"Estaría bien recordar que los primeros psiquiatras que definieron la
categoría de maniacodepresivo pretendían exactamente lo contrario: ir
más allá de las fluctuaciones en el ánimo que se pueden ver en la
superficie. Cualquiera tiene fluctuaciones en el ánimo, pero eso no nos
convierte en maniacodepresivos", explica a EL MUNDO Leader, que, por
cierto, prefiere la calificación antigua, maniaco-depresivo,
a la palabra bipolar. "Lo que importaba entonces no era el
comportamiento, la superficie, lo que importaban eran los procesos, las
relaciones entre unos comportamientos y otros. Deberíamos volver a
trabajar en ese sentido para deshacer la confusión de la actual
psiquiatría como un mercado", continúa.
La segunda razón por la que el trastorno bipolar está en el centro de nuestro mundo tiene que ver con la chica de la serie 'Homeland':
allí donde las personas depresivas son sombrías y la esquizofrenia está
asociada al miedo y la violencia, los sujetos maniacodepresivos pueden
ser en sus momentos de alza expresivos, divertidos, generosos,
creativos, sexis... Pueden ser incluso aprovechables para el trabajo si
aparece por ahí un jefe que sepa interpretar sus momentos. ¿Suena un
poco a la visión romántica y naíf de la cocaína en los 20? Sí, claro.
Hace unos años, un anuncio de Virgin mostraba a Richard Branson
como un capitán de navío frenético y genial. "¡Cuidado que le sube el
litio!", decía a la cámara un colaborador de Branson. Como si la
enfermedad fuera una juerga inolvidable.
"En un mundo como el nuestro en el que nadie se siente muy seguro con
su trabajo, existe la expectativa de que todos debemos entregarnos a
cada proyecto profesional con absoluto entusiasmo, debemos poner el alma
y el cuerpo, trabajar hasta la madrugada si hace falta... El resultado
es que, cada vez más, nuestro ritmo de trabajo consiste en una sucesión
de altos y bajos, ponemos toda nuestra energía en momentos concretos y
después languidecemos hasta la siguiente vez". Trabajar así, explica
Leader, no es lo mismo que tener un trastorno bipolar. Pero, de alguna
manera, ayuda a poner la enfermedad en nuestro mapa, nos familiariza con
ella, nos anima a sentirnos "un poco bipolares".
Un ejemplo reciente: 'Homeland'. El guionista que tuvo la idea de
cargar con un trastorno bipolar la cabeza de su protagonista debe de
saber algo del tema. De pronto suena un disco de jazz (¡muy apropiado!) y
la realidad cobra perfiles insoportablemente nítidos en la cabeza de Carrie Mathison.
Como una iluminada, la chica empieza a entenderlo todo. Todo: los
dobles y los triples juegos, los señuelos, las relaciones inimaginables
que llevan de no sé qué banco en Caracas a un despacho en Washington
D.C., de un ministerio de Teherán a una mezquita de Islamabad... Carrie
recoge sus iluminaciones en un tablero de corcho, en forma de apuntes,
fotos y recortes. Su excitación va en aumento, suda por la frente, los
ojos se le salen de las órbitas. Necesita compartir su epifanía. Llaman a
la puerta, llega alguien, mira el mural y no entiende nada: "¿Pero qué
locura es ésta, Carrie?". Y en ese momento de incomprensión profunda y
dolorosísima, la chica empieza a descomponerse, el subidón culmina su
Tourmalet y se lanza al descenso, a toda velocidad, hacia la paranoia,
la depresión y la tiritona. Los perfiles que antes eran tan nítidos se
vuelven informes. El jazz suena cada vez más alto y caótico. Que alguien
llame a urgencias, por favor.
Carrie Mathison no es la única bipolar que se ha ganado un sitio en
la cultura popular moderna. Internet está lleno de listas de
maniacodepresivos chic: Balzac, Van Gogh, Hemingway, Stephen Fry,
Proust, Dalí, Goethe, Juan Ramón Jiménez, Morante de la Puebla... Aunque
lo mejor sería tomarse las listas con prudencia: el poeta Pedro
Casariego Córdoba también aparece en alguna de ellas, pero su hermano el
novelista Martín Casariego lo desmiente 21 años después de su muerte:
"No sé qué tenía exactamente Pedro. Estaba normal o deprimido, y a veces
estaba contento, pero no eufórico".
¿Hablamos ya del mito que relaciona creatividad y trastorno bipolar? A Guillermo Cabrera Infante
le diagnosticaron un trastorno bipolar en 1972. Su caso no es ningún
secreto pero tampoco es célebre. Su viuda, Miriam Gómez, recuerda la
primera crisis maniacodepresiva del novelista cubano: "Fue en un intenso
periodo de trabajo con guiones en inglés, [Guillermo] se bloqueó
completamente hasta quedar en un estado vegetativo: salió después de 18
electrochoques y con la memoria borrada. Lo declararon bipolar. Desde
ese momento hizo lo que pudo, escribió lo que le dio la gana a la hora
que le daba la gana; sólo lo calmaba escribir, por eso ha dejado tanto
material, a veces distintas versiones del mismo tema como pasa con 'La
ninfa constante'... Entre una crisis y otra variaba la música de lo que
escribía, aunque fuera el mismo tema".
"Él mismo», continúa Miriam Gómez, "se analizaba tratando de
comprender lo que le ocurría. Cuando estaba bajo se levantaba... y a
escribir. Cuando estaba muy bajo no escribía, se estaba quieto en una
meditación total. Cuando estaba eufórico entraba en la fase que yo más
temía, pues hacía cosas como entrar a un hotel del barrio donde, a
comienzos de los años 40, vivían muchos jubilados y viudas. Algunas
mujeres habían desaparecido asesinadas por otro huésped... Guillermo se
dirigía a la carpeta [la recepción] y pedía por el huésped John George Haigh:
[las recepcionistas] casi siempre eran muchachas, miraban la lista de
arriba abajo y nunca encontraron al tal John, que fue un famoso asesino
entre los asesinos, conocido como el Acid Bath Murderer. Cuando estaba
'high', volvía a ser el mismo Guillermo de La Habana y hacer esas cosas
que cuenta en 'Tres tristes tigres'. Lo malo es que
después de la subida venía la caída, y cuanto más alta era la subida, la
caída era más profunda. Pero mientras vivió nunca se aburrió... Siempre
tuvo el cine. Nunca olvidaré el día que lo arrastré a ver 'Blade
runner' en un estado extremo. 'Blade runner' hizo un milagro, la persona
que salió del cine no fue la que entró".
Cuando se tiene noticia del padecimiento de Guillermo Cabrera
Infante, la primera tentación es pensar que, claro, su trastorno fue la
clave que explica toda su obra: ¿qué es 'Tres tristes tigres' sino un
subidón de litio, el ataque de locuacidad y de audacia de un
maniacodepresivo en su 'high', como dice Miriam Gómez?
La viuda del escritor, en cambio, no cree que sea justa esa
interpretación. "La locuacidad de Guillermo es la locuacidad cubana; los
giros inesperados son los de una persona que pensaba con una rapidez
inesperada; las relaciones geniales se deben a que Guillermo era muy
inteligente y tenía un gran sentido del humor, que le daba más
brillantez a lo que decía o escribía, además de una cultura sin
fronteras, pues para él no había alta ni baja cultura. El ritmo
frenético tiene que ver con la prosa entendida como música: una palabra
lo llevaba a otra, con el ritmo que oía mientras escribía jazz, bolero,
un son, un mambo o música clásica, casi toda francesa; siempre la música
de fondo marcando el ritmo en su escritura", recuerda la actriz cubana
desde su casa de Londres.
Creatividad
Leader también relativiza la idea de que hay una puerta que lleva del
trastorno bipolar a la genialidad: "Se han trazado muchas líneas que
van de la creatividad al llamado trastorno bipolar, pero casi todas
están equivocadas. Es verdad que una parte nuclear del trastorno
consiste en la necesidad de comunicar y de expresarse, pero una persona
maniacodepresiva no está mejor ni peor dispuesta para la creación que
cualquier otro". En realidad, explica Leader, el mito del loco-genio va
en sentido contrario. "Muchas de las señales que interpretamos como
pruebas de que una persona 'no está bien' son, en realidad, actos
creativos, las formas con las que esa persona intenta encontrar
soluciones a sus problemas. Hasta un delirio es una forma de creatividad
y debe ser considerado como tal".
Y alguno se acordará en este punto de David Foster Wallace,
del que tantas veces se ha dicho que fue el gran novelista de nuestro
tiempo y que, también él, recibió el diagnóstico de un trastorno
bipolar.Sin embargo, el autor de 'La broma infinita' estaba convencido
de que todo era un error: "En realidad, Wallace no aceptó nunca la idea
de que tuviera un trastorno bipolar.Él estaba convencido de que lo suyo
era una depresión atípica y logró ser tratado como tal con cierto
éxito".
El que lo recuerda es D.T.Max, periodista estadounidense que hace un
año y medio presentó en España la biografía de David Foster Wallace,
'Todas las historias de amor son historias de fantasmas' (Debate). En
sus páginas había una idea que era casi un punto de partida: Thomas
Pynchon era el hombre en el espejo para Wallace, la referencia con la
que medirse, a la que imitar, al que amar y al que odiar.
De Pynchon sabemos muy poco, sería una tontería especular con su
diagnóstico.Pero podemos estar de acuerdo en que sus novelas, como las
de Cabrera Infante, tienen el litio por las nubes: las visiones
geniales, las relaciones insólitas, el ruido y el ritmo, como si una
banda de 'bebop' se hubiera instalado en la cabeza del lector...
Entonces, si David Foster Walllace admiraba a Thomas Pynchon y si era
más o menos maniaco depresivo... ¿Por qué le salió en 'La broma
infinita' la gran novela sobre la depresión? ¿Por qué no se subió al
cohete del trastorno bipolar como su ídolo? "Le diría que 'Westward' (un
relato incluido en 'La chica del pelo raro') sí era la historia de un
escritor con trastorno bipolar... David tenía miedo al diagnóstico
bipolar, sentía que no se ajustaba bien a la complejidad de su caso...
Pero yo no soy psiquiatra, no sé lo que los profesionales podrían pensar
de sus síntomas".
El mismo año en el que apareció la biografía de David Foster Wallace llegó a España 'La trama nupcial' (Anagrama), de Jeffrey Eugenides.Su
protagonista era un científico que también tenía trastorno bipolar y
que también llevaba una bandana en la cabeza, como David Foster Wallace.
Su drama consistía en que, si no se medicaba, era un tipo genial y
encantador pero también sufría y hacía sufrir a las personas queridas;
en cambio, si tomaba las pildoras, vivía en paz pero engordaba, perdía
los reflejos y el apetito sexual. Se sentía menos vivo.
Al final, es imposible hablar del trastorno bipolar y no discutir sobre las medicinas: "Guillermo se aferró al litio;
se negaba a usar los nuevos medicamentos y el litio es pésimo para los
riñones. Al final lo estaban preparando para diálisis y pensábamos
mudarnos a Mula, en Murcia, un lugar maravilloso en España donde tienen
uno de los mejores y más humanitarios centros de diálisis de Europa.
Pero no nos dio tiempo", recuerda Miriam Gómez.
"Creo que David se sintió cómodo con su medicación durante mucho
tiempo... Hasta que, al final de su vida, dejó las píldoras porque le
preocupaba que tomarlas le impidiera escribir bien. Además, hubo otros
factores: desde que estuvo en un programa de Alcohólicos Anónimos para
dejar de beber, quiso vivir completamente limpio y por eso desdeñó el
nardil [un principio antidepresivo]", explica D.T., Max.
Y termina Leader: "El tiempo es la clave. En los servicios de
urgencias psiquiátricas nunca hay suficiente tiempo para que el
maniacodepresivo explore en su historia, podamos comprender su problema y
entonces tratarlo. No tenemos tiempo, pero tenemos pastillas, así que
usamos pastillas, aunque los efectos secundarios sean peligrosos".