Una biblioteca dedicada a la autora y la noticia de varias adaptaciones cinematográficas renuevan el interés por la malsana maestra de la novela negra
Patricia Highsmith, la dama de la novela negra./elperiodico.com |
Aseguran, aunque no está probado, que fue Graham Greene, que admiraba
mucho a Patricia Highsmith, quien dijo de ella que «escribe sobre los
seres humanos como una araña lo haría sobre las moscas». Sea o no así,
es una buena manera de explicar la mirada despiadada, casi friamente
científica y sin asomo de culpabilidad que dirige a sus personajes y a
la implacable y retorcida lógica que les anima. La escritora
norteamericana es una de las grandes de la novela negra, lo sostienen
los críticos y un importante círculo de incondicionales lectores que
admiran su desapasionada visión de la maldad en la que todos nos
sentimos, ¡ay!, identificados. Sin embargo, y pese a que Anagrama desde
los años 80 se ha mantenido fiel a la autora, a la que no ha dejado de
publicar, es un hecho que Highsmith (Forth Worth, Texas, 1921 - Locarno,
Suiza, 1995), en estos tiempos de bonanza de ficciones criminales, no
acaba de tener hoy en España todos los lectores que merece. (¿Hay que
recordar que durante años sus novelas fueron ninguneadas en Estados
Unidos por mor de la corrección política?). Para cambiar esa tendencia,
el sello contraataca con la Biblioteca Patricia Highsmith con seis
títulos que son además, una buena panorámica histórica de su escritura.
Este año también se cocinarán algunas adaptaciones cinematográficas de sus novelas, como Carol,
una historia de temática abiertamente lesbiana que la autora publicó en
un principio bajo seudónimo, con Rooney Mara y Cate Blanchet, dirigida
por el estimable Todd Haynes en una de sus queridas atmósferas
cincuenteras,y El cuchillo, otra intriga con Jessica Biel.
Se
lamenta el librero Paco Camarasa de la falta de atención de un público
solo capaz de atender con interés ficciones más complacientes y
domésticas. «Si se leyera mucho más a la Highsmith, ese sería un
perfecto ejemplo de la madurez lectora del país». Y aunque algunos
productos recientes, como Perdida, de Gillian Flynn, en seguida
recibieron la coletilla de highsmithianos, lo cierto es que hoy por hoy
Camarasa no ve discípulos en lontananza: «Ella es única, no admite
copias ni secuelas, no ha dejado seguidores».
Highsmith escribió
en su diario: «Aprendí a vivir con un odio homicida y opresivo muy
temprano [en referencia a su padrastro al que odiaba]. Y aprendí a
sofocar también mis emociones más positivas. Todo eso probablemente
causó mi propensión a escribir sanguinarias historias de muerte y
violencia». Y si se conocen los detalles, no es de extrañar que fuera
así. Su madre intentó interrumpir su gestación bebiendo aguarrás y
cuando se lo contaba a su hija (porque se lo contaba) añadía: «Es
curioso que te guste tanto ese olor...». Pero el momento más decisivo de
su infancia fue la lectura a los ocho años de un manual de psiquiatría
titulado La mente humana, un libro que marcó su manera de
apreciar la normalidad -es decir, no apreciándola en absoluto- y en el
que también, cosas de la época, se incluía el lesbianismo como aberración.
Cuando descubrió que le gustaban las mujeres (aunque no pudiese
mantener una relación larga con ninguna) decidió que lo viviría sin
culpa, haciendo de su escasa empatía hacia los demás -algo que se
convertía en odio si esa gente era agradable y convencional- un escudo
frente al mundo. La mayoría de sus entrevistas cuentan cómo ella se
resistía a concederlas.
En los 60 se vino a Europa, a Suiza,
donde era mucho más apreciada. Pero no por sentirse más querida sino
para aislarse mejor. Poco a poco, se fue labrando una eficaz leyenda de
bruja que convenía a sus historias al tiempo que su rostro se
deterioraba. Fumaba casi dos cajetillas de Gauloises diarios, se fue
arrugando macerada en alcohol, rodeada de gatos y cultivando viscosas
aficiones como la cría de caracoles. Tan misógina -una acusación que la
persiguió hasta que a modo de burla escribió sus Pequeños cuentos misóginos- como misántropa. Pero ahí quedan sus ficciones para redimirla.
La herencia
Aunque
reconoce la escasa huella que ha dejado Highsmith en las actuales
generaciones de creadores de novela negra, el barcelonés Carlos Zanón,
representante de la nueva hornada del género y buen lector de la autora
aprecia especialmente su legado. «Más allá del estilo, en nada parecido
al mío, lo que me ha enseñado es a crear personajes que se mueven en la
frontera de la moralidad. Gente que puede hacer cualquier cosa y es
capaz de seguir viviendo como si nada. Hubiera cambiado gustoso la arena
de sus gatos durante un año por haber conocido y haberle podido decir
que he disfrutado (y me he incomodado) leyéndola».