Hace ya dieciocho años que Marta Ramoneda, Antonio Ramírez y Maribel Guirao pusieron
en marcha La Central: una primera librería en la calle Mallorca que se
les quedó pequeña casi enseguida.
Hoy siguen al frente Marta y
Antonio: tienen otra librería en Barcelona, en el Raval, y otra en el
corazón de Madrid, en Callao; además de las librerías del Museo Reina
Sofía y de la Fundación MAPFRE, también en Madrid, y las del Museo de
Urbanismo y del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Han conseguido
el más difícil todavía: seguir siendo la misma librería, solo que mucho
más grande, no perder la esencia del proyecto original por el camino,
ser reconocibles y reconocidos, convertirse en un referente
inapelable. Por otro lado, quién mejor que una librera para explicar qué
está pasando en el sector del libro, hacia dónde vamos, si acaso
podemos ver luz al final del túnel.
¿Qué querías ser de pequeña, Marta?
La verdad es que aún hoy no lo sé. No
tenía una vocación clara ni una inclinación definida hacia lo que hago
hoy. No tenía ningún referente, ningún librero o editor entre mis
parientes, aunque los libros y la lectura formaban pare del ambiente
familiar. Estudié Historia del Arte y Filosofía y un año de Filología.
Probé a dar clases, durante un curso, y no pude, vi que no servía, me
desbordaba. Me tocaron alumnos de BUP y COU, de Filosofía y Ética. Me di
cuenta de que se tiene que ser una persona muy cabal para conseguirlo y
yo no me vi capaz.
Surgió la oportunidad de trabajar en librerías, y aquí sí, me dije: «este es mi sitio»; la verdad es que me lo paso muy bien.
Empezaste en Laie.
Sí, los tres primeros años trabajé ahí.
Fue donde me formé como librera. Porque yo lo que sabía era nada, los
libros que leía en casa. Antonio [se refiere a Antonio Ramírez, la otra cabeza visible de La Central] también estuvo trabajando en Laie un tiempo. Al cabo, lo dejó, y lo seguí. Fue cuando montamos La Central.
Sin quererlo, me ha salido redondo
porque a mí personalmente me gusta muchísimo. No deja de ser lo que
queremos. Tal vez parezca que siendo más pequeños es más fácil que tenga
tu sello. Pero yo espero que, incluso habiendo crecido, en lo que
hacemos se note estilo propio, un gusto determinado, una manera propia
de presentar el contenido; son aspectos de nuestro trabajo sobre los que
hemos reflexionado mucho; no paramos de darle vueltas.
Desde el principio, teníamos bastante
claros nuestros objetivos. Siempre han girado en torno a humanidades:
narrativa, poesía, arte, filosofía, ciencias sociales. Y en idiomas
variados: castellano, catalán, inglés, francés… Esto también. Y siempre
con el criterio de calidad en la selección de los libros y siempre
apoyándonos en lo que nos gusta. Pero con matices: hay libros que no nos
gustan pero que entendemos que tenemos que tenerlos, pues gracias a
ellos podemos tener otras joyitas.
¿Cuántas horas pasas en la librería? ¿A qué hora llegas, cuándo te vas?
Suelo llegar sobre las once. Y me voy
sobre las nueve. Si no estoy en una estoy en la otra. Me gusta mucho, me
lo paso muy bien. No me importa estar horas y horas. Tengo también los
gabinetes de lectura, etc. Es una actividad muy intensa.
¿Una librería se define por los libros que no tiene?
Sí, totalmente. Es también la manera de
definir una selección. Procuramos que los que deben estar, estén
siempre, y que los que estén sea porque tienen su justificación clara,
que siempre sea por algo. Preferimos equivocarnos que no aceptarlo todo
por si «tal vez quién sabe».
¿Cómo es la relación con las editoriales, cómo se toman este tipo de decisiones?
De entrada, algunos que se acercan por
primera vez, te preguntan: «¿Por qué no tienes mis libros?». Y tal vez
la respuesta en realidad sea muy sencilla: un editor publica los textos
que más le gustan y un librero vende también los libros que prefiere o,
en todo caso, los que cree que preferirán sus lectores. Yo no me
atrevería a decirle a un editor lo que tiene que editar y lo que no, así
que, por lo general, me incomoda que me digan a mí cuáles son los
libros que deben entrar en mi librería. Pero la verdad es que sí, hay
veces que algunos editores se molestan… Y no deja de ser un orgullo; les
gustaría estar. Ocurre que si no nos esforzamos por seleccionar con la
mayor exigencia, pues La Central no tendría su carácter tan definido.
Parece de perogrullo, pero conviene recordar que cada librería tiene su
propio criterio de selección, es algo que alienta la variedad, siempre
tan importante.
Me han contado que estás muy encima del fondo, muy pendiente.
Mi principal preocupación son los libros
que configuran lo que llamamos el fondo, que nunca fallen. Son los que
siempre nos acompañan y la razón de ser de la librería. Además, es lo
que la gente más busca, lo que desde el punto de vista económico mejor
funciona. Si te fijas, no damos tanta preferencia en la exposición a la
novedad, al margen de las mesas principales en las que suele haber
novedades, la mayoría de mesas y repisas las destinamos a los libros de
toda la vida. Una cosa que nos identifica mucho, y que es muy
interesante de preparar, son mesas temáticas (por ejemplo, ahora
estamos con la conmemoración de la caída del Muro de Berlín, y tenemos
la librería volcada). Libros de todas las épocas. Creo que esa es la
gracia, tener libros no solo de ahora, libros que te llevan a otros
libros, y así conforman tu bagaje…
Abre La Central en 1996. Tampoco son tantos años, ¿no?
No quiero ni contarlos [se ríe].
Lo cierto es que en poco tiempo hemos crecido muchísimo. Eso sí.
Debemos agradecer a la gente que nos ha apoyado; no son pocos los que lo
han hecho desde siempre, desde el primer minuto. Tuvimos a editores,
gente de la prensa, los lectores. Siempre ahí. Esto ha sido fundamental,
e impecable. Cuando abrimos en Madrid igual; fuimos muy bien acogidos.
¿Es La Central lo que queríais que fuera?
Ha sido el día a día el que ha hecho que
lleguemos a esto. Trabajar día a día. No es que tuviéramos un plan
definido. Empezamos y, poco a poco, fuimos ampliando, sobre la marcha,
según íbamos viendo. La primera fue la librería de la calle Mallorca,
empezamos ampliando ese local, luego abrimos Raval y ahora, ya ves, en
Callao nos encontramos.
Recuerdo que nos decían: «Duraréis un año». Bueno, hemos durado un poquito más…
¿Cuántas personas trabajan?
Casi cien. Algunas trabajan a tiempo
parcial, otras por temporadas. Con seguridad, es de lo que más contenta
estoy, de la gente que trabaja con nosotros. Si algo nos hace sentirnos
orgullosos es haber reunido un equipo tan talentoso y entusiasta. La
Central es su equipo. Evidentemente, ha ido cambiando a lo largo de los
años y con algunos nos hemos entendido mejor que con otros; pero es
natural…
¿Haces tú misma las entrevistas de trabajo? ¿Antonio?
Ambos. Unas veces él, otras veces yo.
¿Qué buscáis?
Tal vez lo más importante es una
curiosidad y una visión amplia; no saber muchísimo de algo específico,
por ejemplo, del tema particular de la tesis, y fuera de ahí, nada. Se
trata de tener una cultura amplia que te permita defenderte con soltura
en distintos ámbitos, sea buscando la obra de un poeta o aconsejando
sobre teoría política, que sepas situar a los principales autores, los
acontecimientos, las distintas corrientes literarias, etc.; que te
permita incluso decir algo con sentido sobre libros que no has leído.
Suena a que sois exigentes.
Sí, la verdad que sí. Tal vez no seamos
muy buenos pedagogos, demasiado impacientes a veces, queriendo que esté
todo bien enseguida. Es fundamental reconocer cuál es verdadero lugar
del librero; además ha de ser discreto, tiene que saber dejar a la gente
su espacio para que pueda estar en la librería sin sentirse atosigada.
Si alguien te necesita, entonces sí, debes estar a punto para echar una
mano, si no, no.
Nuestro mayor empeño es ampliar nuestro
papel como mediadores, como profesionales que acercamos los libros a los
lectores. Para nosotros una herramienta fundamental es nuestro diario.
Todos los libreros de La Central colaboramos con una o varias reseñas. Y
es que, sobre todo, con el diario nos lo pasamos bomba. Ya hemos
llegado al número diez. El mérito es de todo el equipo, escribimos
todos, corregimos y maquetamos internamente.
¿Qué tiene que hacer un librero para estar al día?
Leer mucho. Esto es fundamental. Y ser
capaz de dejar el libro en cuanto se da cuenta de que no vale. Porque
hay mucho por leer. Cuando he llegado a la página diez y ya me doy
cuenta de que no merece la pena seguir, lo dejo y continúo con otro. Tal
vez me haya podido perder cosas interesantes, no digo que no… pero
después de los años creo que ya sé cuándo algo merece la pena y cuándo
no.
A veces, cuando los nuevos editores te
explican sus proyectos, muy pronto te das cuenta de los que tienen un
criterio, un hilo conductor, y comprendes que tendrán continuidad. Otras
veces, enseguida te das cuenta de que el asunto no tiene calado, de que
de nuevo se trata de ese ponerse sin más a editar, de esa expresión tan
recurrente, «es que me gusta mucho leer», sin tener claro a dónde se
dirige, por qué se hace, qué tipo de literatura se busca, a qué lectores
se quiere llegar.
Parecería que todo el mundo quiere ser editor.
Sí. Ser editor es como más glamuroso. El
librero es el comerciante y se le mira de otra manera, aunque cada vez
somos más respetados y mejor considerados
¿Te envían textos para que los leas antes de publicarlos?
Sí, sí. Y luego se me enfadan si no los
leo. Me traen para leer textos… y no siempre puedo, por una cuestión de
tiempo, sobre todo. Se molestan cuando les digo que no sé si voy a poder
leerlos. Pero, oiga, usted es el editor, tiene que saber usted lo que
se trae entre manos. Yo soy librera.
¿Qué va a pasar ahora con Acantilado?
Ah, personalmente echo mucho de menos a Jaume [Jaume Vallcorba].
Pero igual… seguro que la vida de la editorial no podrá continuar
igual; lo que le pasaba por la cabeza a Jaume solo le pasaba a él.
Aunque estoy segura de que el nuevo equipo lo hará estupendamente,
siempre será diferente. Ni mejor ni peor, sino diferente. Jaume había
logrado lo más difícil: muchos lectores confiaban plenamente en su
criterio, tan suyo, tan particular.
He visto muchas veces cómo una
determinada editorial publicaba a cierto autor desconocido, de gran
calidad, y cómo, lamentablemente, pasaba totalmente desapercibido. Si
más adelante ese mismo autor era publicado por Acantilado, entonces ya
sí, los lectores le prestaban atención. Esto es lo más difícil para un
editor: lograr la credibilidad. Es un prejuicio, lo sé, y quizá no
siempre sea justo. Pero es algo que se construye con una trayectoria. Es
el caso de Acantilado, lo que propone te lo crees, te fías. Algunos
editores poseen esta especie de poder de magos, una extraña capacidad
para hacernos creer en sus «piruetas»: lo tienen Anagrama, Galaxia
Gutenberg, Asteroide, Periférica, y tantos otros. Cada nueva generación
de lectores reconoce a sus propios «editores-magos»; por ejemplo,
salvando las distancias, con Blackie Books también empieza a pasar algo
parecido. Cuando los lectores se dejan llevar por unas simpatías, no hay
siempre razones claras, causas objetivas, pero tampoco se trata de un
apego arbitrario o fruto de un día. Más bien es resultado de una
trayectoria, una sucesión de aciertos, de tanteos mutuos, de complicidad
honesta, de descubrir afinidades compartidas. En realidad, hay muchas
veces en que no llegas bien a comprender por qué ocurre en ciertos casos
sí y en otros no.
¿Te enfadas cuando ves un libro mal editado?
Sí, sí. Libros a los que les faltan
capítulos, con faltas de ortografía, con referencias equivocadas. Ya no
una errata, no: una idea, un proyecto echado a perder. Es una gran pena,
tantos editores que descuidan el aspecto físico de sus libros; el
papel, el formato, el grafismo, la portada…
Tengo un compañero que dice que para vender libros no hace falta editar bien, ¿qué te parece?
No digo que no, pero pienso que a la
larga esta osadía se cae por su propio peso. Puede ser que, de entrada,
puedas vender aceptablemente bien un libro determinado; ahora bien, con
el transcurso del tiempo, así nunca conquistarás la confianza de los
lectores. No acabarán de creer en el proyecto, se correrá la voz. Lo que
decíamos antes: la confianza de los lectores se obtiene también con la
forma, con los libros bien publicados, con los aspectos gráficos y
tipográficos bien logrados, estables y reconocibles para los lectores.
Es así como a la larga puedes vender los nuevos títulos. En cualquier
caso, yo prefiero vender los libros bien editados.
Hay editoriales como Minúscula, o las
del grupo Contexto, y otras de las que ya hemos hablado, que cuidan
mucho el libro en todos sus aspectos. Y están ahí. Se aprecia el esmero y
convencen. Es una cuestión también de respeto al lector. No es un
capricho. Un libro bien editado siempre te atraerá más que uno que no
esté bien hecho.
En el último informe sobre el
mercado editorial que publica el gremio de editores aparece el dato de
que en el 2012 iniciaron su actividad editorial un total de trescientas
sesenta y ocho empresas.
Madre mía…
El mismo informe dice que solo
el 55% de los españoles compró algún libro en el mismo periodo, y aquí
van incluidos los libros de texto. Es contradictorio, ¿no?
Veamos. Para representar el fenómeno
podríamos recurrir a la forma piramidal pero boca abajo: en la base hay
un grupo de gente que lee muchísimo, y de manera muy intensa. Es un
grupo exigente, muy preparado y capaz, que sabe lo que quiere, tiene sus
rutas literarias, una cosa le lleva a la otra. Es un grupo, como digo,
muy reducido. Y es muy importante para nosotros. Es el que nos nutre,
porque es el que busca fondo, y el que está también al tanto de lo que
ocurre en el mundo editorial, con un criterio propio y sólido que le
permite distinguir entre lo que merece la pena y lo que no.
Luego hay un grupo más disperso de gente
que lee, sí, pero no con regularidad ni de forma intensiva. Ahí
tendríamos, para entendernos, a personas que leen ficción contemporánea
de aquí o traducida; por decirlo así, es un grupo todoterreno. Es
un sector también importante, pero más esporádico e imprevisible. No
leen tanto como los de la base de la pirámide, sus lecturas son más
espaciadas y más variadas. Y, finalmente, hay un público muy disperso
que comprará acaso una obra al año, incluso más para regalarla que para
leerla. El más llamativo y del que más se aprende es ese núcleo
pequeñito, pero muy matón; los que están abajo, en la parte más
estrecha.
¿Y no leen en digital?
O sí, pero combinan. Recurren a lo
digital para según qué géneros, por ejemplo para trabajos académicos; o
en según qué contextos, por ejemplo, para leer en el transporte público;
o según con qué fines, por ejemplo, para obras de consulta, artículos…
Pero ellos mismos reconocen que para sus aficiones y sus gustos más
arraigados, para sus mejores momentos de lectura siguen prefiriendo el
papel.
El papel ya no es solo el objeto. Es el
ir a la librería, todo lo que eso supone, pasarse por aquí un buen rato,
entre los libros, curioseando. A veces sé la hora que es por la gente
que hay en la librería. Es todo un ritual. Al menos en esta. Van por
distintas secciones: historia, filosofía, etc. Esa es la gracia.
¿Por qué se publican tantos libros en este país, entonces? No parece que haya tantos lectores, a la vista de estos números.
Me parece que es una exageración lo que
está ocurriendo. Es como dar por supuesto que todo el mundo que quiera
merece publicar. Y esto que voy a decir quizá suene feo, pero es también
como si se diera por hecho que todo el mundo puede escribir.
Evidentemente puedes hacerlo y también publicarlo. Ahora bien, una cosa
es hacerlo, y otra es proponerte hacerlo bien. Y que lo que estés
ofreciendo interese y tenga un valor. Tanto valor como para que tenga
sentido el fijarlo y convertirlo en un libro.
Se editan muchísimos libros. Además,
ocurre que estamos dando por sentado que una editorial pequeña es buena.
Y eso no siempre es así. Tan buena puede ser una editorial grande como
una pequeña. Aunque el mérito de los pequeños es incontestable y siempre
nos resultan más cercanos, lo importante es que lo que se publique sea
interesante y esté bien editado. El tamaño no es decisivo.
Las editoriales independientes.
Independiente es quien tiene los
recursos necesarios. Si esto te permite mantener los criterios propios y
poder decidir a tu gusto, ¡pues bienvenido sea! Pero no siempre lo que
se hace desde esa independencia está justificado.
Jorge Herralde decía en la entrevista que le hizo Ramón Lobo para esta casa que es por las nuevas tecnologías, que hacen que sea muy barato editar. Gustavo Bueno se remonta a los orígenes de la imprenta.
Claro. Ahora es muy fácil editar un
libro, publicarlo. Es más económico y muy accesible. Para imprimir en
digital no necesitas tampoco hacer una gran inversión. Y sí, el
resultado es que hay una cierta saturación. Pero al final acaba quedando
lo que de verdad merece la pena, lo que pasa una criba. Físicamente en
una librería no cabe todo lo que sale. No podemos tenerlo todo.
Podríamos decir que la edición digital, con las opciones que ofrece a
los escritores espontáneos o diletantes, parece una gran oportunidad
para el libro en papel: permite que la edición «a la ligera», por los
bajos costes, se derive hacia el formato digital y el papel se reserve
para los textos bien trabajados, digeridos y procesados con la paciencia
que siempre necesita un buen libro.
Ahora es un momento difícil, de
todas formas. El mercado del libro, todo el mundo lo dice, pasa por un
momento muy malo, en lo que a ventas se refiere. ¿Qué se puede hacer
para salir adelante? ¿Qué tiene que hacer un editor para que su
editorial sea viable económicamente?
Ante todo hay que tener en cuenta que el
del libro es un mundo en el que tampoco nunca se ha movido muchísimo
dinero. Es un mercado discreto. No son las librerías comercios que
generen grandes beneficios. No hay libreros millonarios. A los editores
les suele venir de familia. [Risas]
Creo que por un lado ha habido un cierto
interés en decir que se acaban las librerías, que se va a imponer lo
digital, sobre todo por parte de ciertos medios. Pero ahora resulta que
no, que no acaban de desaparecer del todo. ¿Que es una resistencia muy
frágil? Sí. Lo es. Si hay un día bueno luego hay otro regular… No te
puedes confiar.
Ser viable económicamente es algo
relativamente sencillo. Ahora pueden trabajar apenas con dos personas,
la editora o el editor y su pareja, o amigo o algún familiar. Si no
pretendes vender miles de ejemplares y haces tiradas muy ajustadas, creo
que perder no pierdes. Se trata de ajustar gastos. Ahora bien, el
misterio de por qué un libro se vende bien y otros no se venden nada o
casi nada es siempre irresoluble.
¿Hay que ilustrar los libros para que se vendan?
Temo que pueda haber una burbuja con
todo este auge de los libros ilustrados. Ahora ya todo se ilustra. Pero
tampoco todo está logrado. Además, puede resultar caro. Tengo la
sensación de que todo se hace ilustrado, desde clásicos, libros menos
clásicos… Algunos me parecen una exageración. Tal vez ahora comienza a
haber ya demasiados, como si lo raro fuera no ilustrar cada libro con
dibujos.
Tal vez se trata de fidelizar a
un determinado público, si la venta del libro de bolsillo ha caído por
el auge de lo digital. Intentar hacer libros que no sean trasladables,
que se tengan que «consumir» en papel.
No estoy de acuerdo con la afirmación de
que la venta del libro de bolsillo haya caído de forma generalizada.
Tal vez sí ha caído lo que los americanos llaman el mass-market:
las novelas populares, románticas, de misterio, de leer y tirar. Pero
el libro de bolsillo bien editado y con clásicos de toda la vida… este
no falla. Para nosotros sus ventas permanecen muy estables. Debolsillo,
Alianza, Compactos de Anagrama, por ejemplo. No fallan.
Decía Beatriz Moura que el problema del sector es que la gente está dejando de leer. Chus Visor también decía esto mismo. ¿Estás de acuerdo?
Esto no lo podría decir. Las encuestas,
en la medida en que sean fiables, muestran que España es de los pocos
países europeos donde los índices de lectura han mejorado en las últimas
dos décadas. Creo que se lee de manera diferente, las generaciones
intermedias leen más; también muchos jóvenes. Y no creo que vaya a
cambiar. Veo que en la librería entra tanto gente mayor como joven,
chavales.
Pero es una realidad que se venden menos libros. ¿A qué se debe?
En primer lugar llevamos ya unos cuantos
años de crisis económica, creo que son siete, una caída muy fuerte en
el consumo, en el gasto de las familias. El sector del libro, como el
resto de sectores, se ha visto afectado. En segundo lugar, no todo el
sector se ha visto afectado de la misma manera: han caído las compras
institucionales, los supermercados han retirado libros de su oferta; me
parece que es en las grandes superficies donde las ventas han caído más,
o mucho más que en las librerías. Tal vez se trate de que la gente hoy
tiene más y más cosas por las que interesarse, que la competencia por
su atención es cada vez más dura. Pero seguimos siendo muchos los que
pensamos que pocas entre esas mil cosas superan la variedad de
satisfacciones que se logran con un buen libro, sean ilustrados o no. [Risas] Y una vez que lo has probado, es difícil cambiar de opinión.
El tono con que me hablas es optimista, no hay derrotismo.
No, claro. Es que el mundo está muy mal,
y nosotros, en ese sentido, somos afortunados: tenemos todo esto —la
librería— y nos podemos rodear de gente con la que se aprende un montón,
hacemos cosas muy dignas… ¿Qué más quiero? Visto el panorama, los
mangantes que nos rodean, la nuestra es una zona privilegiada. Me lo
dicen algunos clientes: «Vengo aquí porque es un sitio donde se puede
estar en calma».
¿Cuál es el papel del librero en la sociedad?
Ah, yo como librera me siento muy
importante. Nosotros estamos con todos: el autor, el editor, el
distribuidor, el lector. Estamos en contacto con todas las patas en las
que se sustenta este sector. Y esto no tiene desperdicio, comprenderás.
Todo acaba pasando por la librería. Eso es fantástico.
Aparte, creo que una población sin una
red variada de librerías es muy triste. En Madrid, Barcelona, hay
tantas, tan diferentes, grandes, pequeñas. Eso es fabuloso.
Han cerrado muchas. Hace nada cerró una librería emblemática de Barcelona: Catalonia.
Y han abierto otras. En el barrio de
Gracia han abierto muchas librerías, y por Madrid hay algunas
recientemente abiertas que ya dan mucho que hablar… eso es bueno.
¿Van prosperando?
Se mantienen. Pero es que hoy en día eso ya es algo, el poder vivir de tu trabajo, no depender de nadie.
¿No se necesita a la vez poner una cafetería dentro?
Hay algunas que solo son librerías.
Algunas ya están bastante asentadas. Creo que prosperarán, sí, que
pueden mantenerse en el tiempo. Ahora bien, si todo el mundo de pronto
abre una librería… Ese es el peligro. La moda. En Nueva York y Berlín se
ha dado mucho, un tipo de librería más tradicional, librería de barrio
regentada por una sola persona. Se está imponiendo aquí, y creo que
sitio para algunas que corresponden a este modelo sí que hay.
Ocurre que el tema inmobiliario ha hecho
estragos. Competir con tiendas de ropa por un alquiler no es viable
para determinados comercios, como lo son las librerías. Son precios
inasequibles, por algunos locales se piden cantidades desorbitadas que
tan solo pueden asumir las franquicias de moda. Y esto ha hecho mucho
daño a la vida de nuestras ciudades.
El margen que se lleva una
librería por la venta de un libro no es nada despreciable, está en torno
al 30/35%. Hay grandes compañías que incluso se llevan más, se puede
llegar hasta el 45%.
Sí, la media será el 35%. Pero en otros sectores hay más margen. En ropa, por ejemplo, es espectacular.
El librero, dentro de lo que es toda la cadena, se lleva un porcentaje nada desdeñable.
No es que se lo «lleve el librero»: debe
asumir los costes de funcionamiento de su negocio, el alquiler, el
personal, etc. Raramente, ni en los mejores momentos, los beneficios de
una librería superan el 2 o 3% de su facturación.
En vuestro caso habéis hecho una
fuerte inversión en el espacio, en las librerías de Barcelona, tanto en
la del Raval como en la de la calle Mallorca. Son sitios muy
acogedores, están muy pensados los interiores, el mobiliario. En la de
Callao, aquí en Madrid, igual. Para esta contasteis ya con capital de
fuera, el grupo editorial italiano Feltrinelli. ¿Cómo es que entre
alguien de fuera en un negocio tan personal como este?
Con Feltrinelli mantenemos una amistad muy sólida y una simpatía mutua. Carlo Feltrinelli tiene
mucho interés personal y profesional por España y los países de ámbito
hispano. Así que el acuerdo entre ambos ha sido muy plácido: ellos
pusieron una parte del capital con el que pudimos abrir Callao pero
justo con el propósito de que nosotros continuáramos trabajando a
nuestra manera. No intervienen en el día a día y sí nos respaldan.
Seguimos siendo independientes en nuestra manera de hacer las cosas,
siguiendo nuestro criterio. Y es lo que a ellos más les interesa.
Aquí en Madrid editores, lectores… todo
el mundo nos ha acogido muy bien. Ha sido fantástico. Estamos muy a
gusto. Llevamos poquito, en realidad, no llega a tres años.
Y al lado de la FNAC.
Sí, y creo que no es malo, al contrario.
A los lectores les gusta ir un día a un sitio, otro a otro. Para
muchos, visitar librerías es seguir un circuito que cuantas más paradas
tenga mejor.
Me parece que todos tenemos ahora una
sola competencia. No lo citaré, pero comienza por A., y se reconoce
porque pretende quedarse con todo y sin pagar impuestos. Así que el
resto vamos todos a una. Si a unos nos va bien a los otros también. Creo
que esto es importante: que nos pueda ir bien a todos. Lo que nos dará
estabilidad y seguridad es que haya un tejido cuanto más denso mejor.
Bien es cierto que Madrid y Barcelona son ciudades grandes. Quizás en
ciudades más pequeñas resulte más difícil. Pero aquí creo que hay para
todos. Bastante frágil está todo ahora como para que entre nosotros no
nos llevemos bien.
Los libros los vendes uno a uno. Digo
frágil en este sentido. No es poner una pila de libros y que desaparezca
sola. Eso pasa con Marías y con pocos más… El resto hay que trabajarlo: «Pongo este al lado de este otro que me gustó…». Pensar al detalle.
Los editores de Nevsky nos decían que es más complicado vender los libros escritos por mujeres, en general.
A mí me cuesta pensar en esos términos. No por nada… es que no lo veo.
Fabio de la Flor, editor de Delirio, decía aquí que
los hombres se ofrecen para escribir y las mujeres para trabajar. ¿Por
qué a las mujeres les cuesta tanto y a los hombres tan poco ponerse a
escribir?
Tal vez porque las mujeres tenemos más cosas que hacer.
Mira, por ejemplo, en los gabinetes de
lectura que hacemos siempre son mayoría mujeres. Suelen ser personas que
están haciendo siempre un montón de cosas. A los hombres les veo más
pendientes de su trabajo, y poco más. Las mujeres, sin embargo, están
constantemente moviéndose, su trabajo, su familia, sus actividades. No
paran. Supongo que es porque siempre han tenido que esforzarse
especialmente para llegar a más. Tal vez lo hacemos, escribimos, pero
nos cuesta más mostrarlo. En este sentido, entiendo que no es tanto si
se hace o no, sino cómo se esparce.
Y volviendo a si venden más que los
hombres, creo que las mujeres compran de todo, sin distinción de sexo. Y
los hombres no: compran más a hombres que a mujeres… Pero no lo sé, no
me he parado a pensar en esto mucho.
Editoras hay un montón. Y agentes.
¿Tal vez sea que las mujeres han
ido asumiendo roles masculinos sin ser capaces a la vez de desprenderse
de las obligaciones que tradicionalmente tenían asignadas?
Exacto. No tenemos reparos a la hora de cargarnos de trabajo.
¿Qué opinas de la guerra Hachette vs. Amazon?
Les deseo la mejor de las suertes… Pero,
vaya, me parece que la posición de Amazon roza el chantaje. «Si no
haces esto no expongo tus libros». Ahora Amazon tiene tanto poder que se
siente seguro de poder imponer las reglas de juego, para todos, y es
algo que no puede traer consecuencias positivas para el conjunto, para
los lectores. Una empresa global que pretende suplantar a toda la
cadena: desplazar a otros vendedores de libros, suplantar a los
editores, prescindir de los agentes. Eliminar a todos los
intermediarios. Es un propósito sobre todo destructivo; una cosa, en mi
opinión, es que montes tu negocio para que te vaya bien; otra, distinta,
es que lo montes pensando en cómo deshacerte de los demás. No pueden
estas prácticas ser buenas ni para el que las hace ni para los demás. Y
creo que esto no será bueno para nadie. Además, todos deberíamos
trabajar en igualdad de condiciones, es decir, pagar impuestos como se
nos exige a todos.
No usas como Marta Ramoneda las redes sociales.
No. Es La Central.
¿Qué te parece que se tomen
decisiones editoriales (publicar a alguien) teniendo en cuenta sobre
todo los seguidores que se tienen en Facebook o Twitter? ¿Se tiende a
confundir al lector con el seguidor?
Sí, eso crea confusión, claro. Una cosa
es que te lean un comentario, una frase graciosa. De ahí a que luego
vaya esa misma gente a la librería hay un trecho. Que seas muy simpático
o gracioso no quiere decir que tu libro vaya a funcionar. Son registros
distintos y creo que es un error equipararlos.
Por otro lado, cuando veo a alguien con
una presencia insistente, muy participativo, me pregunto cuándo se
forma, cuándo lee, cuándo pule lo que escribe. Esto creo que está
empezando a hacer algo de mella. Es una ficción esta, la que se crea en
torno a los seguidores.
También es cierto que por parte de los
libreros, por nuestra parte, ha habido un poco de dejadez. A veces no
estás preocupado por las cosas nuevas. Es un sector que se ha quedado
apalancado. Incluso, en cierta época, algo casposo… Y creo que tanto el
hecho de que haya editoriales nuevas como librerías, modelos diferentes,
ha hecho que se espabile un poco todo el mundo.
Luego está el tema de la inmediatez, que
creo que no es buena. Hay que reflexionar sobre lo que se está
haciendo. No se puede demostrar todo de una vez y luego pasar a otra
cosa y así, sin detenerse a pensar en nada.
Háblame sobre La Maleta de Portbou. Tiene una reputación envidiable, todo el mundo habla maravillas de esta publicación. Tú intervienes.
La dirige Josep Ramoneda,
mi hermano. Lo edita Galaxia Gutenberg. Es una idea que tenía él desde
siempre. Una vez que dejó el CCCB, que le acaparaba todo su tiempo, se
sintió casi liberado, más contento que nunca y muy dispuesto. Y
consiguió socios que le financiaran. Nosotros ahí estamos como asesores,
más que nada, y para criticarle un poquillo, claro. Es un proyecto muy
suyo, muy personal. El contenido es de reflexión humanística, incluyendo
el ámbito artístico, científico y económico. También teníamos muy claro
que el diseño debía estar muy cuidado, que fuera agradable y atractivo.
Hemos llegado al número ocho y acabamos de cumplir el primer aniversario. Y podemos estar contentos.
¿Cómo se promociona una publicación como La Maleta?
Esto sí es importante. Yo le dije que no
dejara de ir a ningún sitio, por pequeña que fuera una librería, que no
se centrara solo en las grandes ciudades. Cervantes en
Oviedo, por ejemplo, la presentó. Se lo pasaron genial, acudió mucha
gente. También en Auzolan, Pamplona. Y esto es lo que hace que un
proyecto de este tipo se vaya asentando.
Es decir, sirven las presentaciones de libros. Hemos hablado de esto en alguna ocasión, aquí, con Jekyll&Jill, por ejemplo.
Las presentaciones de libros son algo
diferente… Ya no te sabría decir. Las presentaciones son sobre todo un
acto social; si el presentado tiene familia, es decir, si acompañan al
autor, la madre, la familia, los amigos… entonces parece que el asunto
funciona. Por lo demás, nadie te garantiza nada. Muchas presentaciones
son una oportunidad para mostrar el agradecimiento del autor a sus
amigos y para sus amigos, el cariño, la solidaridad, hacia el autor, así
siempre funciona. Excepto en los casos donde el autor es muy conocido o
su presencia en la ciudad muy poco frecuente.
Hace poco hemos tenido aquí en Callao
actos con muchísimo público y no solo por eso nos han dejado muy buen
sabor de boca: uno con Edgar Keret y otro con Yasmina Kadra.
Sobre todo fue el interés que despertaban ellos, su posición en el
momento actual, han sido los dos actos muy emocionantes, por la actitud
del público y por el contenido mismo.
En el caso de las actividades de La Maleta,
la verdad es que no se trata de presentaciones al uso, como eventos
sociales. Josep reúne a intelectuales que tienen cosas que explicar y
las intervenciones y la discusión suelen ser por sí mismas muy
interesantes. Eso a la gente le gusta. Por eso han funcionado bien. No
es presentar un libro y ya está. Es algo diferente. Es enriquecedor.
¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre, aparte de leer?
Me gusta mucho andar. Por donde sea, la
ciudad, el campo. Salir a andar. Correr no. También me gusta mucho la
música. La música antigua y la época de la Velvet.
Viajar. Pero viajar a sitios que conozca un poquito por referencias
librescas, a sitios sobre los que he leído… Y comer. Cocinar no, porque
soy muy impaciente.
Haznos alguna recomendación de librera.
Ahora ha salido un libro que me ha gustado muchísimo, Días felices en el infierno de György Faludy.
Lo han coeditado Pepitas de Calabaza y Fulgencio Pimentel. Es un libro
precioso. Han aprovechado un cartel soviético y lo han compuesto a su
manera… Les ha quedado genial. Son las memorias de un poeta húngaro que
estuvo deportado en un campo de concentración, tras una vida apasionante
entre París, Marruecos y EE. UU., pero una vida terrible, al fin y al
cabo. En cambio, lo vas leyendo, y es como un libro de aventuras, con
una gran ironía y humanismo. Es trepidante; a la vez que te está
contando peripecias, descubrimos a una persona cultísima. Puede recordar
un poco al Limonov de Carrère, pero el personaje no es tan turbio. Lo recomiendo encarecidamente. Y no tiene dibujos [Se ríe].
Otro libro que está muy bien, que da para mucho es Andar, de Frédéric Gros. Es
filosofía, pero de trato asequible. Otro que me ha gustado es la
edición que Trotta acaba de publicar con una selección de ensayos sobre
literatura de Hannah Arendt, Más allá de la filosofía.
Personalmente, lo que más ilusión me hace es que al parecer los clásicos no decaen: Dante, las sagas artúricas, los trágicos griegos… Raro es el día que no se vende Los ensayos de Montaigne.
Dejo que acabes como tú quieras.
Creo que hoy es importante que los libreros valoremos nuestro trabajo, que pongamos de relieve su importancia.
A veces hay quien te dice «¿Y para ser librero tienes que ser
licenciado?». Pues sí. No es tanto el título como el haber estudiado.
Durante mucho tiempo el oficio de librero no ha estado valorado. Y
debemos empezar, en mi opinión, por valorarlo nosotros mismos antes.
Para nosotros es el objetivo diario de La Central, está detrás de
iniciativas como el o los gabinetes, los cursos, los talleres, y otras
muchas actividades que organizamos aquí, y que también se hacen en otras
librerías; me parece que así podremos conseguirlo.
Valorar las librerías es valorar a los lectores. Eso es lo que yo intento aquí. Es lo fundamental.
Fotografía: Begoña Rivas/jotdown.es