Edmundo Paz Soldán. Amable y de buen
humor, el autor habla de la situación actual de la literatura en su país
de origen y de cómo su vida en Estados Unidos marca su obra
|
Edmundo Paz Soldán, escritor boliviano./adncultura.com |
Se lo nota cansado, y para colmo una nueva entrevista
promete atragantarle la digestión. Sin embargo, no debe resultar nada
sencillo hacerle perder al autor de novelas como El delirio de Turing,
Palacio Quemado y Norte, su natural buen humor y amabilidad. Apenas
hemos cruzado el mediodía en Buenos Aires; Edmundo Paz Soldán sonríe
como si no le esperara un día interminable, y se presta a la charla
sobre su literatura, pero también la de un país que ha sido, desde
siempre, víctima del prejuicio, la ignorancia o el desinterés.
-¿A qué se debe que la literatura de Bolivia se haya vuelto últimamente más visible?
-Creo
que hay una coincidencia de factores macro y micro. En los últimos años
ha habido un proceso muy interesante de transformaciones sociales en
Bolivia, que ha hecho que para tratarse de un país tan pequeño concite
tanta expectativa. Al mismo tiempo, creo que ha surgido una generación
muy potente en la narrativa boliviana, unos siete u ocho o diez
escritores que de pronto le están dando una dinámica que quizás antes no
tenía. Quizás a causa de las redes sociales, las conexiones entre las
editoriales pequeñas a través de América Latina son mucho más fáciles,
entonces ha sido posible articular una red que permite que estos
escritores jóvenes que han surgido puedan circular. Y eso trae la
atención sobre lo que había antes, con lo que nos beneficiamos todos.
-Cuando
se habla de literatura boliviana se suele usar el adjetivo "andino",
como si se tratase de sinónimos, olvidando que en Bolivia conviven otros
paisajes y otros imaginarios. ¿Cómo tomás esa reducción, producto del
desconocimiento o la indiferencia?
-Pero eso comenzó con
nosotros. Porque nosotros también, en nuestra "autoidentidad" como país a
lo largo de nuestra historia, hasta hace poco nos veíamos como un país
andino, por la influencia de La Paz como sede de gobierno y su
imaginario tan fuerte en la literatura. Santa Cruz era como el otro
extremo, un lugar olvidado, hasta que comenzó a tener un gran
crecimiento económico a partir de los años 70. Lo que ha pasado es que
con los años Santa Cruz se ha convertido en un polo muy fuerte de
migración interna del país, y hoy yo lo veo como la condensación o el
resumen de lo que es Bolivia. Por eso ahora cuando a mí me preguntan,
digo: es un país andino-amazónico.
-Hace algo más de veinte
años que vivís en Estados Unidos. ¿En Bolivia te consideran "uno de los
suyos", o siempre hay algo de recelo respecto del que vive y le va bien
afuera?
-Lo más chistoso de todo es que yo creo que hubo mucha
desconfianza hacia mí hasta que dejé de escribir directamente sobre
Bolivia. Antes, la reacción era: "¿Este tipo, que vive hace veinte años
afuera, cree que sabe más sobre Bolivia que nosotros?" Pero desde las
últimas narraciones, que ambienté en Estados Unidos, o Iris, hubo una suerte de encono que desapareció, y mi intuición me dice que tiene que ver con ese cambio.
-A propósito de Iris,
y de su lugar dentro del género de la ciencia ficción, entiendo que en
principio iba a ser otra cosa, muy distinta. ¿Cómo fue esa transición?
-Iba
a ser una novela realista? Comencé con un proyecto que, en mi cabeza,
yo llamaba "trilogía de la violencia", y eran tres novelas ambientadas
en los Estados Unidos. Con Los vivos y los muertos comencé con la violencia en los colegios. En Norte
era la violencia de las fronteras. La tercera era lo más obvio: la
violencia de la guerra, de las aventuras imperiales posteriores al 11 de
septiembre de 2001. Había leído un reportaje en la revista Rolling
Stone de unos soldados psicópatas, en Afganistán, que se pusieron a
matar civiles, y entonces lo elegí como tema. Y lo que pasó fue que en
ese mismo momento en que comenzaba a investigar todo el tiempo veía
noticias de Afganistán e Irak en CNN, en el periódico, y el tema me
saturó. Y un amigo me dijo, bromeando: "¿Por qué no ambientas la novela
en Marte?" La idea era tan descabellada que me sonó bien; si me hubiese
dicho una cosa más racional, probablemente lo habría ignorado.
Obviamente Marte no, pero podía ser una región propia, y ahí apareció Iris. Y en lugar de ser el final de una trilogía, se convirtió en el comienzo de algo diferente.
-Hace
algunos años señalabas, en una entrevista, que parecía que la
tecnología y la ciencia ficción eran patrimonio de los norteamericanos.
¿Sigue siendo así? ¿Hay una cierta incomodidad o extrañeza en cuanto a
que un escritor latinoamericano escriba una novela como la tuya?
-Lo
que pasa es que hay mucho trabajo en América Latina con lo fantástico,
pero con la ciencia ficción mucho menos, y creo que tiene que ver con
que más que "productores de ciencia" hemos sido receptores. Hay una
curiosidad, sólo que no tenemos tradiciones locales fuertes. Yo he
notado entonces las dos cosas: el prejuicio, pero también la curiosidad y
el deseo -sobre todo en las nuevas generaciones- de que haya algo
local. Pero parte del problema también tiene que ver con que en los
últimos veinte años la ciencia ficción se ha vuelto la cosa del
escapismo, del entretenimiento grandilocuente, de los efectos
especiales, cuando la ciencia ficción es un género muy político, si
piensas en 2001 o en las grandes distopías del siglo XX como Un mundo feliz o 1984. Ahí hay una desconexión contra la cual hay que luchar, porque se han creado muchos prejuicios.
-Un aspecto muy interesante en Iris
es el trabajo minucioso con el lenguaje, en el que te apropiás de
muchas palabras o las resignificás. ¿Cuáles fueron, en este sentido, tus
textos de referencia?
-Cuando empecé a escribirla, había algo
que no funcionaba, pero no sabía exactamente qué era. Y un día tuve
algo así como una epifanía: si estoy hablando de cambios sociales y
tecnológicos, me dije, no puedo narrar esos cambios sin mostrar algún
tipo de distorsión en el lenguaje. Y ahí sí comencé a buscar modelos.
Leí La naranja mecánica, que me pareció fascinante, pero para lo
que yo estaba buscando era demasiado. Curiosamente la pista me la dieron
autores que no tienen nada que ver con la ciencia ficción, como Roa
Bastos, que tenía este cruce con el guaraní, o José María Arguedas con
el quechua, que en sus cuentos o novelas jugaban mucho con el quiebre de
la sintaxis del español, interviniéndolo con otro lenguaje, añadiendo
otras palabras, y sin glosario, sin explicarlo.
-Hace poco salió también una antología de cuentos tuyos, Las dos ciudades, y la mayoría son textos muy breves. ¿Qué posibilidades específicas encontrás en ese subgénero?
-Mis
dos primeros libros eran de cuentos bien breves. Yo comencé siendo muy
lector de Borges y Cortázar, de la literatura fantástica, pero cuando
escribía novela no podía sostener la mentira durante muchas páginas?
Entonces poco a poco la novela se convertía en algo más realista. Los
cuentos eran, también, una forma de llevar una suerte de diario de
lecturas, porque leía un texto de Onetti, o una novela de Nabokov, y en
vez de escribir el comentario de esa novela lo que hacía era tratar de
apoderarme de esa lectura a través de un cuento breve, de una o dos
páginas. Y también había una limitación: yo quería escribir cuentos
clásicos, pero todavía no tenía el bagaje como para sostener la
introspección psicológica de un personaje durante diez páginas..