viernes, 2 de agosto de 2013

Mao, un cuadro de doble lectura

El escritor disidente chino Liao Yiwu advierte a los franceses sobre los riesgos de ponderar una figura política que dominó China con mano dura. A 37 años de su muerte, el líder sigue generando polémicas

Mao Tse Tung, o Mao Zedong. Ilustración de Daniel Roldán./revista Ñ
 
Escribir sobre la disidencia china para un público francés es una tarea compleja. Ustedes los franceses han sido defensores fervientes del pensamiento de Mao Zedong (1893-1976) durante su movimiento de Mayo 68 y admiraron de lejos esa marea de banderas rojas que ondeaba sobre la Plaza de Tiananmen.
La distancia les impidió constatar que ese color rojo, tan pintoresco, no era en realidad sino un baño de sangre. Las catástrofes provocadas por Mao, uno de los dictadores más grandes del siglo XX, dejaron heridas tan profundas en nuestra sociedad que es imposible saber si China se recuperará alguna vez.
Los historiadores tratan de establecer una cifra del número de muertes directamente imputables a las múltiples experiencias visionarias de Mao y no consiguen ponerse totalmente de acuerdo: ¿más de cuarenta millones? ¿Cincuenta millones? ¿Ochenta millones?
Están las muertes provocadas por la hambruna que desató el Gran Salto adelante desde 1959 hasta 1962, por las masacres de la Revolución Cultural, los innumerables fusilados inocentes, y todos los que prefirieron darse muerte antes que soportar el deshonor o torturas, los que hallaron la muerte tratando de huir a nado hacia Hong Kong, o a través de las selvas hacia Vietnam o Birmania, y tantos otros casos...
Y sin embargo, aún hoy, el personaje de Mao Zedong continúa siendo agradable en la memoria de numerosos contemporáneos. Su imagen se vende como pan caliente en todos los mercados chinos, en forma de camisetas, de estatuillas, de colgantes, y el famoso Librito rojo forma parte actualmente de los objetos de moda.
¿Quién se atrevería a hacer algo así con Stalin o Hitler? ¿Quién se atrevería a lucir una remera con su efigie? ¿A quién se le ocurriría reproducir, de manera laudatoria, los discursos de Mussolini o de Franco? ¿Por qué Mao se salvó del oprobio global?
Pues, en el fondo, la dictadura china nunca cambió de naturaleza desde la muerte de su presidente, en 1976, y aprueba sus métodos sanguinarios. Sigue siendo brutal, mortífera, despreciativa de los valores universales que son la libertad del individuo, su bienestar, su deseo de expresarse.
Los franceses se consuelan, empero: ¡no fueron los únicos burlados por este visionario asesino! El 21 de abril, en ocasión de un discurso pronunciado en una conferencia organizada por el poder chino, el Premio Nobel de Literatura 2012, Mo Yan, declaró, jugando a dos puntas: “Utilizar la distorsión, la caricatura, la demonización de un personaje histórico tan grandioso como Mao Zedong no es muy inteligente. En realidad, quienes todavía quieran hablar bien de Mao en nuestro tiempo se exponen a muchos inconvenientes”.
Sólo que el retrato de Mao continúa estando en todos nuestros billetes, que Mo Yan puede expresarse de manera positiva sobre uno de los criminales más grandes del siglo y que, no sólo no lo metieron en la cárcel sino que le asignaron un auto oficial, un alojamiento principesco, el rango de viceministro con su correspondiente sueldo, y que su pueblo natal fue transformado en parque de atracciones del cual cobra cómodos dividendos. ¿Todo eso con el apoyo de quién? Del poder chino actual.
Hace cuarenta años, la palabra de un escritor como Alexander Solzhenitsyn (1918-2008) no se cuestionaba, y su denuncia del gulag soviético dejó helados a sus lectores. Quienes conseguían huir del infierno comunista eran recibidos como héroes y la prensa transmitía sus ideas, daba a conocer su perfil.
Yo no tuve la suerte de Alexander Solzhenitsyn. Pero, igual que él, no me considero un disidente sino más bien un rebelde, y en igual medida que a él, me enfurece la indolencia de los países occidentales que no ven el peligro que representan estos inmensos países bajo el peso de la dictadura.
Durante la Guerra Fría, nadie cuestionaba la idea del bien (democracia) y del mal (dictadura). Hoy, los valores han perdido sus contornos y todo está sumergido en una vaguedad sin sustancia.
Mire: mi amigo Li Bifeng, poeta y escritor, que compartió mis cuatro años de cárcel después de la masacre de Tiananmen, al comienzo de los años Noventas, está en la cárcel en nuestra provincia natal, el Sichuan. Fue condenado a doce años de reclusión en el otoño de 2012. Obviamente, fue acusado de delitos económicos, pero todos saben que su único crimen es haber seguido fiel a la causa democrática, y haber sido amigo mío.
Fue incluso condenado de una forma más excesiva que mi otro amigo fiel, Liu Xiaobo, que gozó, por su parte, de cierta compasión, ya que su pena de once años de cárcel le valió el Premio Nobel de la Paz en 2010. Pero ¿quién se acuerda, hoy, de su nombre en Francia, qué intelectual sale a auxiliarlo, qué sinólogo tomó partido por él para pedir su liberación?
Todos temen perder su visa para China, la subvención que será otorgada a su universidad si contribuye a crear allí un Instituto Confucio, la posibilidad de efectuar viajes a China cuando se realizan coloquios que son pretextos para grandes festines en hoteles de lujo.
Utilizo mi pluma y la magia de la literatura para que los sufrimientos de China no sean silenciados, para que esta prodigiosa injusticia que se comete con nosotros, con los chinos, sea conocida en mínima medida: ¿por qué hay que lamentar las víctimas del nazismo, del estalinismo o del fascismo y seguir cantando loas al desarrollo económico de China? ¿Acaso nuestra piel es menos blanda que la de ustedes?
Liao Yiwu.Escritor chino. Su último libro El imperio de las tinieblas. Fue arrestado en 1990 y enviado a prision cuatro años por haber denunciado la represion de Tiananmen. Huyo de China en 2011 y vive en el exilio en Berlin.