Gabo que estás en los cielos
En 1999 el periodista Jon Lee Anderson escribió para la revista New Yorker un perfil titulado El poder de García Márquez donde daba cuenta del origen del problema, la posición del escritor ante Cuba y su amistad con el dictador Fidel Castro
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| Portada de el artículo en The New Yorker./lasillavacia.com | 
“García Márquez ha tenido un “Problema con Cuba” desde 1971, cuando 
el  poeta cubano Heberto Padilla fue arrestado por ‘actividad 
contrarevolucionaria’. Un grupo reconocido de intelectuales, que incluyó
 a Plinio Apuleyo Mendoza, escribió una carta a Fidel Castro en protesta
 por el arresto. En vista de que García Márquez estaba de viaje y fuera 
de contacto, Plinio se tomó la libertad de sumar su nombre a la 
petición. Padilla fue liberado de su detención pero fue forzado a pasar 
por una grotesca confesión pública al estilo soviético y el espectáculo 
llevó a que muchos de los que habían apoyado el régimen de Castro 
rompieran con él. Una segunda carta de protesta fue firmada por todos 
los que habían firmado la primera misiva, excepto por Julio Cortázar y 
García Márquez. Luego, en 1975, García Márquez fue a Cuba, con la 
intención de escribir ‘el libro’ de la revolución. Nunca publicó el 
libro, pero escribió una serie de artículos y conoció e hizo amistad con
 Castro”.
García fue fiel a su “problema con Cuba” y por más de cuatro décadas 
recibió críticas negativas de otros escritores. Mario Vargas Llosa llamó
 a García el “cortesano de Castro”, Guillermo Cabrera le recordó
 los nombres de todos sus colegas cubanos que no gozaban de los mismos 
privilegios que tenía García en Cuba y que vivían en el exilio a riesgo 
de regresar a la isla y ser arrestados, Fernando Vallejo le dedicó una diatriba per angostam viam en El Malpensante. Enrique Krauze, en 2009, luego de publicada la biografía de García concertada con Gerald Martín, le hizo un análisis detallado al libro, a tono de crítica literaria y pronto pasó de lo formal a lo moral, dos fragmentos concluyentes:
“Gabriel García Márquez no es un escritor de torre de marfil: ha 
declarado estar orgulloso de su oficio de periodista, promueve el 
periodismo en una academia en Colombia y ha dicho que el reportaje es un
 género literario que “puede ser no sólo igual a la vida sino más aún: 
mejor que la vida. Puede ser igual a un cuento o una novela con la única
 diferencia —sagrada e inviolable— de que la novela y el cuento admiten 
la fantasía sin límites pero el reportaje tiene que ser verdad hasta la 
última coma”. ¿Cómo conciliar esta declaración de la moral periodística 
con su propio ocultamiento de la verdad en Cuba, a pesar de tener acceso
 privilegiado a la información interna?”
“Por lo que hace al juicio de la posteridad, es un tanto prematuro 
afirmar que García Márquez es el “nuevo Cervantes”. Pero en términos 
morales no hay comparación. Héroe de guerra contra los turcos, herido y 
mutilado en batalla, náufrago y preso en Argel por cinco años, Cervantes
 vivió sus ideales, dificultades y pobreza con una moralidad quijotesca,
 y la suprema libertad de tomar sus derrotas con humor. Esa grandeza de 
espíritu no se ha visto en las complicidades de García Márquez con la 
opresión y la dictadura. No es Cervantes.”
El “problema con Cuba” persigue a García y a la sesuda crítica se 
sumó un balbuceo cerril de la representante de una casta política 
colombiana, emitido a pocas horas de conocerse la muerte del celebrado 
escritor colombiano. La recién elegida representante para el congreso en
 representación de un partido de derecha trinó por Twitter: “Pronto 
estarán juntos en el infierno” y acompañó el mensaje con una foto de 
Fidel Castro y García muy acomodados en un plácido sofá.
El escupitajo de moralina celestial de la congresista fue un eco 
lacónico de lo que piensan muchos de sus votantes y seguidores del 
partido político al que ella pertenece. Gracias a este microrelato más 
oportunista que oportuno se dibujó un pensamiento tan políticamente 
incorrecto como esclarecedor, el de una parroquia mental de politiqueros
 que le exige a las mentes tolerantes, antes que una cómoda indignación,
 tolerancia ante esa intolerancia a riesgo de cercenar la libertad de 
expresión. La libertad que se tomó la futura congresista para opinar es 
la misma que cobija a los que en Venezuela, por ejemplo, le han hecho 
monumentos a los líderes de la guerrilla en Colombia, a no ser que ella y
 sus copartidarios quieran negarle a sus contrincantes los mismos 
derechos que los cobijan a ellos (o que cobijan a los que por estos días
 han criticado a la congresista y también la han mandado al averno).
Pero volviendo al señor García y a su “problema con Cuba”, el 
problema del escritor no parece haber sido insular sino continental: su 
patología se extiende a la personificación del poder en general. Al 
respecto escribía Anderson en su perfil de 1999:
“García Márquez niega que tenga una obsesión con el poder. ‘No es mi 
fascinación con el poder’, me dijo, ‘es la fascinación que tienen todos 
los que tienen poder conmigo. Son ellos los que me buscan, y confían en 
mi.’ Cuando le repito esto a uno de los amigos más cercanos a García 
Márquez en Bogotá, este se ríe y cierra los ojos, ‘Bueno, él puede decir
 eso, también es verdad. Todos los presidentes latinoaméricanos quieren 
ser sus amigos, pero él también quiere ser amigo de ellos. Hasta donde 
lo conozco, él siempre ha tenido ese deseo con el poder. Gabo ama los 
presidentes. A mi esposa le gusta molestarlo y le dice que hasta un 
vice-ministro le causa una erección.’”
Y claro, García no solo ha usado su poder para medir su hombría con 
la de los poderosos, sino que usó el poder para erigir, el poder para 
poder hacer y se pueden recordar sus conspiraciones por la paz (entre 
1997 y 2000) y por la educación (Comisión de sabios en 1994). Pero tal 
vez la empresa en la que García se vio más comprometido con el poder a 
nivel de Colombia y que le granjeo más problemas
 fue la revista Alternativa (y no el proyecto más calculado de la 
Revista Cambio de años posteriores en el que García fue accionista 
mayoritario).
Alternativa publicó 275 números desde 1974 hasta 1980. 
García actuó en un comienzo como reticente fundador y decidido 
financiador pero terminó metido de cabeza y participó en su enfoque 
editorial, investigativo, gráfico y como columnista. Alternativa en sus seis años de vida sufrió
 por problemas externos —decomisos, atentados, bloqueos en su 
financiación, circulación restringida— y por problemas internos 
—sectarismo, sindicalismo, separaciones—. Es diciente de este país que 
la acción política de más largo aliento en la que García invirtió tanto 
tiempo y recursos sea la más ninguneada y que ahora que se rememoran los
 episodios de su vida en Colombia, su etapa más politizada a nivel 
nacional sea la más ignorada.
A pesar de que la muerte de García estaba cantada desde hace meses y 
que los obituarios y “presentaciones multimedia” ya estaban preparadas 
casi con años de antelación, la omisión de lo que representó Alternativa
 en la “gabolatría” patriotera de estos días muestra que al periodismo 
no le gusta hacer periodismo sobre el periodismo. Además, ocuparse de 
una publicación como Alternativa implica volver sobre un 
contrapunto escrito y gráfico que hace ver al periodismo actual 
deslucido, apocado, aburrido. Incluso, se puede decir que el exilio de 
García del año 1981 es un efecto claro de la labor de contrapeso al 
poder establecido que él, junto a tantos otros, hicieron en Alternativa.
 Su exilio fue una retaliación por parte del cuerpo político y militar y
 por parte de un sector del periodismo, encabezado por el periódico El 
Tiempo que colaboró con la fabricación de una carta anónima difundida en
 sus páginas que señalaba a García como colaborador de la guerrilla y lo
 ponía en lista de espera para el próximo allanamiento y detención por 
parte del aparato parajudicial del Gobierno de Julio Cesar Turbay. Al 
menos así lo denunció
 García en su época, y así lo ignoró El Tiempo en estos días, y en vez 
de pedir disculpas o de aclarar ese bochornoso incidente del pasado, 
prefirió pasar de agache, camuflar su error con un bufet variado de 
hagiografía multimedial y no explicar por qué colaboró en esta campaña de odio que obligó al escritor a decirle adiós a su país.
El “problema con Cuba” continuará persiguiendo al señor García y 
servirá para nuevas diatribas de más gramaje una vez desaparezcan los 
Castro de Cuba, cuando salga a la luz la dimensión real de su gobierno y
 se pueda hacer un balance de la corruptela del poder revolucionario 
cotejándola con las perversiones del embargo económico, cuando se pueda 
saber qué se hizo bien y qué se hizo mal. Las críticas a García, desde 
el aspecto ideológico, siempre tendrán que teñirse de moral, serán una 
planicie fértil para el cazador de inconsistencias y contradicciones que
 gusta de sumarle estampitas a la biblia que todo moralista pretende 
escribir e ilustrar. Pero a nivel del arte, el mismo terreno pantanoso 
de lo mundano es el lugar propicio para comprender en su complejidad la 
experiencia paradójica de vivir. El tiempo que García se compró para 
poder trabajar exclusivamente en Cien Años de Soledad vino de 
lo que pudo ahorrar por trabajar durante varios años al servicio de 
franquicias norteamericanas de publicidad o haciendo guiones, y claro, 
toda esa experiencia laboral de tinte mercantil en vez de depreciar su 
obra, la alimentó, le dio al artista una educación práctica y 
sentimental, un arsenal de trucos
 narrativos que jamás le habría dado la literatura “pura” (aunque nunca 
dejó de ser un lector insaciable de todo lo escrito por una tropa 
mundial de literatos vivos y muertos).
El artista, a riesgo de hundirse lentamente en las arenas movedizas 
de la inmoralidad, gracias a esas experiencias mundanas ganó una 
comprensión que le permitió hablar con propiedad de la vida y de sí 
mismo:
"Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción 
contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, 
que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no 
sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se 
sepa cuan poco me importa el tiempo ajeno." (Memoria de mis Putas Tristes)
Más que andar haciendo discursitos empalagosos sobre García plagados 
de mariposas amarillas o de andar engolosinados con la categoría de 
“realismo mágico” que parece salida de la misma encuesta que dictamina 
que los colombianos son los seres más felices del planeta, habría que 
ver que lo escrito por García nunca estuvo tan cargado del didactismo 
aleccionador con que ahora se lo pretende inmunizar, al menos en sus 
obras iniciales, antes de que pasara de la metralleta rítmica de la 
máquina de escribir a la cajita de música ambiental de un computador 
Mac.
El poder de García se mide, al menos como artista, en esos momentos 
en que supo capturar al mundo, hacerlo suyo y de todo el que se arrime a
 interpretarlas. Todas esas obras o fragmentos de obras en que logró 
darle concreción formal a ese estado inmanente entre la tragedia y la 
comedia donde se define lo humano. El poder de García puede verse 
reflejado en la casa llena de lujos que tenía en Cuba junto al 
desnucadero secreto de Castro, o en jugar tenis con los expresidentes de
 Colombia y departir con el Rey de España en el islote presidencial 
cerca a la siempre colonial Cartagena, pero el poder revolucionario del 
artista está en el lenguaje, en esa quimera que supo servir, alimentar, 
nutrir incluso con inmoralidad, con infamias efímeras que se 
transformaron luego en pasajes hipnóticos que le dieron una brizna de 
inmortalidad:
“La verdad es que yo no gano nada con ser santo después de muerto, yo
 lo que soy es un artista, y lo único que quiero es estar vivo para 
seguir a pura de flor de burro con este carricoche convertible de seis 
cilindros que le compré al cónsul de los infantes, con este chofer 
trinitario que era barítono de la ópera de los piratas en Nueva Orleans,
 con mis camisas de gusano legítimo, mis lociones de oriente, mis 
dientes de topacio, mi sombrero de tartarita y mis botines de dos 
colores, durmiendo sin despertador, bailando con las reinas de la 
belleza y dejándolas como alucinadas con mi retórica de diccionario, y 
sin que me tiemble la pajarilla si un miércoles de ceniza se me 
marchitan las facultades, que para seguir con esta vida de ministro me 
basta con mi cara de bobo y me sobra con el tropel de tiendas que tengo 
desde aquí hasta más allá del crepúsculo, donde los mismos turistas que 
nos andaban cobrando al almirante trastabillan ahora por los retratos 
con mi rúbrica, los almanaques con mis versos de amor, mis medallas de 
perfil, mis pulgadas de ropa, y todo eso sin la gloriosa conduerma de 
estar todo el día y toda la noche esculpido en mármol ecuestre y cagado 
de golondrinas como los padres de la patria.” (Blacamán el bueno vendedor de milagros)

