Gabo que estás en los cielos
Nadie en la historia de la literatura ha llegado tan lejos al dinamitar las normas del arte de contar historias
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| Retrato del escritor Gabriel García Márquez tomado en Guadalajara ,México./ Gtresonline./lavanguardia.com | 
En esos momentos no se me ocurre un mejor homenaje a la memoria de Gabo
 que evocar en este apunte una cualidad que estimo admirable sin 
reservas. Algunos narradores creemos en el efecto determinante de la 
primera frase de una novela. El ideal sería que aquellas pocas palabras 
iniciales condensaran el sentido del relato que viene a continuación. 
Difícil reto íntimo que a veces retrasa el comienzo de la escritura y no
 siempre uno consigue resolver satisfactoriamente.
Pues bien, García Márquez
 tiene un par de esos principios únicos, ejemplares, que como mínimo 
ponen de relieve la tremenda capacidad expresiva de su poética, y el 
absoluto dominio de los registros narrativos. Señalo ambas condiciones 
porque los asombrosos principios de García Márquez –al menos en los dos 
más significativos– llevan implícito y por tanto anuncian nada menos que
 el desenlace de la historia que va a contar. Uno de ellos es el 
archifamoso arranque de 'Cien años de soledad'. “Muchos años después, 
frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de
 recordar…” Es decir: se nos hace saber que el pilar de la novela mágica
 que nos tendría atrapados durante el resto de nuestros días, el 
inolvidable coronel Aureliano Buendía moría frente a los fusiles de un 
pelotón de milicos. Eso no me impidió devorar la novela en el curso de 
un fin de semana de aquella movida primavera de 1968.
Años 
después, en 1981, el mago de Aracataca repitió la hazaña en una novela 
mucho más breve, más concisa y poética, para mí magistral: 'Crónica de 
una muerte anunciada', de 193 páginas en la primera edición de la vieja 
Bruguera.
Despega con estas palabras que resuenan contundentes 
como los tambores en la salvaje naturaleza colombiana: “El día en que lo
 iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 para esperar el 
buque en que llegaba el obispo”. Esa primera frase parecía contener la 
novela entera y, una vez más, el final. Sin embargo, una vez leída uno 
se sumergía en las aguas turbulentas de las ciento noventa restantes y 
no sacaba la cabeza para respirar hasta que lo rescataba el último punto
 y aparte. Imagino que eso mismo les sigue ocurriendo a los lectores de 
ahora, casi cuarenta años más tarde.
Entonces hubo quien se 
obstinó en no entender que sólo el talento creador de Gabo podía hacer 
algo tan hermoso como arriesgado. Nadie en la historia de la literatura 
ha llegado tan lejos al dinamitar las normas más elementales del arte de
 contar historias. Lo admiro por ello. Es como decir que sigo rendido al
 hechizo de su escritura.
 
 
