Gabo que estás en los cielos
Reproducimos apartes de Una vida la biografía autorizada de Gerald Martin
|  | 
| Gabriel García Márquez durante la creación de El otoño del patriarca, en Barcelona, en los años 70, fotografiado por su hijo RodrigoFoto Tomadas del libro. Una vida/jornada.unam.mx | 
El 10 de diciembre de 1982, Gabo se preparaba para la entrega 
del Premio Nobel de Literatura enfundado en ropa interior térmica y 
rodeado de amigos ya listos para la ocasiónFoto Tomadas del libro       
Minutos después, García Márquez apareció en la ceremonia de premiación 
vestido con el tradicional liquiliqui, tal como anunció desde que se 
supo galardonado, y 
horror, botas negras, relata Gerald MartinFoto Tomadas del libro
Mercedes y Gabo, con Gonzalo y Rodrigo, sus hijos, en Barcelona, a finales de los años 70. Imagen de la familia García MárquezFoto Tomadas del libro.
        
En unos días llegará a las librerías de México la biografía Gabriel García Márquez: una vida, libro
 de 768 páginas fruto de la investigación que realizó durante 17 años el
 académico británico y experto en literatura hispanoamericana Gerald 
Martin.
El pasado 23 de septiembre La Jornada publicó una 
entrevista exclusiva con el autor, quien ofreció algunos pormenores del 
volumen que será presentado el próximo 26 de octubre en la sala Manuel 
M. Ponce y en la que participarán, además de Martin, Elena Poniatowska, 
José Agustín y Gonzalo Celorio, como se informó también en estas 
páginas. Otras actividades paralelas son la exposición Gabriel García Márquez: una vida, que se inaugura el jueves; la mesa de análisis El otoño del patriarca. Conversaciones sobre García Márquez, y el sábado 17 y el 24 un maratón de lectura. 
La biografía se publicó primero en Gran Bretaña, Holanda y 
Estados Unidos, y su lanzamiento también se hará en octubre en América 
Latina, mientras en Europa saldrán a la venta las ediciones en italiano y
 francés. El tiraje para México es de 15 mil ejemplares editados por el 
sello Debate de Random House-Mondadori.
En esta investigación, como se adelantó aquí el lunes pasado, 
Gerald Martin parte del árbol genealógico del Nobel de Literatura y lo 
acompaña hasta 2007 con el homenaje en Cartagena; da cuenta no sólo del 
proceso de creación de sus libros, su entorno familiar, sus amores y 
desamores, sus amistades y enemistades, sino también de su acción 
política, su compromiso con los otros, con Cuba, con Chile frente a la 
dictadura de Pinochet, con el periodismo. Por ello ofrecemos, con 
autorización del sello Random House-Mondadori, dos fragmentos de la 
biografía que dejan ver la figura política de García Márquez y su 
pensamiento social y humanista más allá de la literatura.
19 Chile y Cuba: García Márquez opta por la Revolución 1973–1979
El 11 septiembre de 1973, al igual que millones de 
personas progresistas del mundo entero, García Márquez, sentado frente a
 un televisor en Colombia, contemplaba horrorizado cómo los bombarderos 
de las fuerzas aéreas chilenas atacaban el palacio de gobierno en 
Santiago. Horas después se confirmaba la muerte del presidente Salvador 
Allende, que había sido elegido democráticamente, aunque si lo habían 
asesinado o se había suicidado nadie lo sabía. Una junta asumió el poder
 e inició una redada de más de treinta mil supuestos activistas de 
izquierdas en el curso de las semanas siguientes, muchos de los cuales 
jamás salieron vivos de la detención. Pablo Neruda agonizaba víctima del
 cáncer en su casa de Isla Negra, en la costa chilena del Pacífico. La 
muerte de Allende y la destrucción de sus sueños políticos mientras 
Chile caía en manos de un régimen fascista ocuparon los últimos días de 
Neruda en este mundo, antes de que sucumbiera a la enfermedad que lo 
aquejaba desde hacía varios años.
El gobierno de Unidad Popular de Allende había estado en el punto de 
mira de comentaristas políticos y activistas de todo el mundo como un 
experimento con el que comprobar si podía alcanzarse una sociedad 
socialista por los cauces democráticos. Allende había nacionalizado el 
cobre, el acero, el carbón, la mayoría de los bancos privados y otros 
sectores clave de la economía, y sin embargo, a pesar de la propaganda y
 la subversión constantes por parte de la derecha, su gobierno aumentó 
el porcentaje de votos y alcanzó el 44 por ciento en las elecciones que 
se celebraron a mediados del mandato, en marzo de 1973. Esto no hizo más
 que alentar a la derecha a redoblar sus esfuerzos para minar el 
régimen. La CIA había estado trabajando contra Allende aun antes de su 
elección: Estados Unidos, asediado en el atolladero vietnamita y 
obsesionado ya con Cuba, trataba por todos los medios de que no 
proliferaran otros regímenes anticapitalistas en el hemisferio 
occidental. La destrucción salvaje del experimento chileno, ante los 
ojos del mundo entero, causaría en la izquierda un efecto parecido al 
revés de la derrota de los republicanos en la guerra civil española, 
casi cuarenta años atrás.
Aquella tarde, a las ocho, García Márquez dirigió un telegrama a los miembros de la nueva junta chilena:
Bogotá, 11 de septiembre de 1973.
Generales Augusto Pinochet, Gustavo Leigh, César Méndez Danyau y Almirante José Toribio Merino, miembros de la junta militar:
Ustedes son autores materiales de la muerte del presidente Salvador 
Allende y el pueblo chileno no permitirá nunca que lo gobierne una 
cuadrilla de criminales a sueldo del imperialismo norteamericano.
En el momento en que redactó estas líneas todavía se desconocía la 
suerte que había corrido Allende, pero García Márquez dirigía 
posteriormente que conocía a Allende lo suficiente para saber con toda 
seguridad que nunca saldría vivo del palacio de gobierno; y los 
militares también debieron de saberlo. Aunque algunos dijeron que este 
telegrama fue un gesto más propio de un estudiante universitario que de 
un gran escritor, resultó ser la primera acción política que llevaba a 
cabo un nuevo García Márquez, alguien que trataba de desempeñar un papel
 distinto pero cuya línea política acababa de concentrarse y endurecerse
 radicalmente con el violento zarpazo que puso fin al experimento 
histórico de Allende. Tiempo después diría en una entrevista: 
El golpe en Chile fue una catástrofe personal para mí.
El caso Padilla, como era de prever, había marcado la división de las
 aguas de la historia latinoamericana durante la Guerra Fría, y no tan 
sólo en el ámbito de los intelectuales, los artistas y los escritores. 
García Márquez, a pesar de las críticas de sus amigos –que iban desde 
acusaciones de 
oportunismohasta entenderlo como una
ingenuidad–, había sido el más coherente desde el punto de vista político de los autores latinoamericanos de primera fila. La Unión Soviética no ofrecía la clase de socialismo que él quería, pero, desde el punto de vista latinoamericano, consideraba que era esencial como baluarte contra la hegemonía y el imperialismo estadounidenses. Esto no era, en su opinión, ”partidismo”, sino una apreciación racional de la realidad. Cuba, aunque planteaba un caso problemático, era más progresista que la Unión Soviética, y había de recibir el apoyo de todos los latinoamericanos antiimperialistas que se preciaran de serlo, quienes en cualquier caso debían hacer todo lo posible por moderar cualquier aspecto represivo, no democrático o dictatorial del régimen. Personalmente optó por lo que le parecía la senda de la paz y la justicia para los pueblos del mundo: el socialismo internacional, en un sentido amplio del término.
Aunque sin lugar a dudas había deseado que el experimento chileno 
saliera adelante, lo cierto es que nunca creyó que se lo fueran a 
permitir. En respuesta a la pregunta de un periodista neoyorquino en 
1971, había dicho:
Yo ambiciono que toda la América Latina sea socialista, pero ahora la
 gente está muy ilusionada con un socialismo pacífico, dentro de la 
constitución. Todo eso me parece muy bonito electoralmente, pero creo 
que es totalmente utópico. Chile está abocado a un proceso violento muy 
dramático. Si bien el Frente Popular va avanzando –con inteligencia y 
mucho tacto, a pasos bastante rápidos y firmes– llegará un momento en 
que encontrará un muro que se le opone seriamente. Los Estados Unidos 
por ahora no están interfiriendo, pero no van a cruzarse de brazos. No 
van a aceptar de verdad que sea un país socialista. No lo van a 
permitir, no nos hagamos ilusiones... No es que yo vea (la violencia) 
como una solución, pero creo que ese muro, en un momento, sólo se podrá 
franquear con violencia. Desgraciadamente creo que es inevitable, que 
será así. Pienso que lo que está sucediendo en Chile es muy bueno como 
reforma, pero no como revolución.
Pocos observadores habían visto el futuro con tanta nitidez. García 
Márquez se dio cuenta de que en aquel momento estaba viviendo una 
coyuntura crítica de la historia mundial. En el curso de los años 
inmediatamente posteriores, a pesar de su arraigado pesimismo político, 
llevaría a cabo una serie de declaraciones a propósito del compromiso 
que tal vez alcanzan su mejor expresión en una entrevista de 1978: 
El sentido de la solidaridad, que es lo mismo que los católicos llaman la comunión de los Santos, tiene para mí una significación muy clara. Quiere decir que en cada uno de nuestros actos, cada uno de nosotros e responsable por toda la Humanidad. Cuando uno descubre eso, es por que su conciencia política ha llegado a su nivel más alto. Modestamente, ése es mi caso. Para mí no hay un solo acto de mi vida que no sea un acto político.
Buscó un modo de actuar. Estaba más convencido que nunca de que la 
senda cubana era el único camino viable para que América Latina 
alcanzara la independencia política y económica; esto es, la dignidad. 
Sin embargo, una vez más, estaba distanciado de Cuba. Dadas las 
circunstancias, decidió que para volver allí había de pasar, en primer 
lugar, por Colombia. Llevaba un tiempo intercambiando impresiones con 
intelectuales colombianos jóvenes, en particular con Enrique Santos 
Calderón (de la dinastía de El Tiempo, a quien conocía desde 
hacía poco), Daniel Samper (con quien tenía relación desde hacía una 
década) y, más tarde, Antonio Caballero (hijo del novelista liberal de 
clase alta Eduardo Caballero Calderón), con la idea de cultivar en 
Colombia una nueva forma de periodismo, más concretamente con la 
fundación de una revista de izquierdas. García Márquez había llegado a 
la conclusión de que la única manera de reformar su país, profundamente 
conservador, era a través de la 
seduccióny la
perversión, como diría en tono de chanza, de la joven generación de las viejas familias dirigentes. Otros de los implicados fundamentales en el proyecto fueron el cronista más reputado de la Violencia, Orlando Fals Borda, sociólogo de talla internacional, y el empresario progresista José Vicente Kataraín, que posteriormente se convertiría en el editor de García Márquez en Colombia. La nueva revista se llamaría Alternativa, partía de la necesidad que imponía “el creciente monopolio de la información que padecía –y padece– la sociedad colombiana por parte de los mismos intereses que controlan la política y la economía nacional”, y su propósito era mostrar
esa otra Colombia que nunca aparece en las páginas de la gran prensa ni en las pantallas de una televisión cada día más subordinada al control oficial.
 

 
