El fundador del Taller de Escritores de la Universidad Central, Isaías Peña, afirma que las nuevas tecnologías disminuido la pasión de las personas por los libros. foto:archivo.fuente:elespectador.comFundado por Isaías Peña en 1981, el taller ha visto pasar por sus aulas a escritores como Jorge Franco, Nahum Montt, Óscar Godoy, Gloria Inés Peláez, Manuel Rincón o Germán Gaviria Álvarez
A finales de los años 70, con diploma de abogado pero alejado del Derecho, Isaías Peña Gutiérrez ya tenía concebido su ideal de vida: crear un taller de escritores sin costo de matrícula y ajeno a cualquier programa académico. Ya escribía sobre literatura en los periódicos y ejercía la cátedra de historia del arte, pero necesitaba quien apoyara su proyecto. A principios de 1981 apareció el mecenas : el entonces rector de la Universidad Central Jorge Enrique Molina. Desde entonces han transcurrido 30 años en lo que Isaías Peña ha compartido con más de 600 forjadores de la palabra, los pormenores de la escritura como una disciplina creativa.
"Aunque el mundo ya está formado, la creación literaria debe ser motivo para reinventarlo, para volver a contar la historia del hombre y sus locuras, sus sinsalidas o sus libertades", señala hoy con la satisfacción de 10.950 días seleccionando los mejores textos para sus escritores o ideando nuevos esquemas para que la narración fluya en la incesante búsqueda del mejor marco de composición, el diálogo eficaz o la credibilidad de los personajes. Una tarea que con sobrada razón le hizo merecedor del distintivo con que lo reconocen sus amigos: el maestro Isaías. Bien ganado por su desprendimiento a la hora de enseñar lo que sabe sin guardar secretos.
Hace tres décadas, cuando se realizó la primera convocatoria del taller, llegaron más de 200 solicitudes de ingreso. Fueron necesarios dos meses para concretar la lista de 32 escritores. El 23 de junio de 1981, con una conferencia del consagrado novelista Pedro Gómez Valderrama, se dio apertura a la colectiva empresa literaria. Una vez a la semana, de seis a diez de la noche, en un salón de la vieja sede de la Universidad Central situada en la carrera 16 con calle 24, Isaías Peña y sus primeros 32 elegidos probaron que el invento era necesario y que la pelea contra la página en blanco también es producto del intercambio de lecturas y experiencias .
Uno de los integrantes de ese primer grupo fue Óscar Emilio Bustos, catedrático, escritor y periodista, actual director del programa D.C. Cuenta, del Canal Capital. Su testimonio resume lo que significó el taller. "Antes yo tenía interés por la literatura, pero escribía desordenadamente, sin tener una conciencia cabal de mi labor. En el taller de Isaías Peña aprendí a titular, a encabezar, a fluir con los personajes y los detalles de las historias, a poner los signos de puntuación con deleite, a rematar un texto como un artesano que da la puntada final a su obra", expresa satisfecho de haberse convertido en un premiado narrador y reconocido cronista.
Año tras año, nuevos aprendices de escritores fueron renovando la trascendencia del taller y su gestor ganándose el respeto y aprecio de los beneficiarios del mismo. Cargado de libros y revistas nacionales o internacionales que semanalmente le llegaban a su oficina, producto de sus leídas columnas "El correo de los chasquis" en el periódico El Espectador o "Arca de papel" en el diario El Tiempo, Isaías Peña siempre cumplió su cita con la literatura. A su vez, los talleristas no dejaron de conocer en cada reunión a un nuevo autor o un espacio de publicación, y a cada biblioteca personal se sumó un ejemplar obsequiado por el maestro.
Era cuestión de días que el taller se empezara a desdoblar. Cuando concluyó la segunda convocatoria y arrancaba la tercera, un grupo de egresados, con el liderazgo de Isaías, creó el centro de estudios Alejo Carpentier. Empezó con una reunión mensual para compartir la lectura de una novela corta y con el paso de los años se convirtió en un grupo estable que promovió ciclos de conferencias y creó el premio nacional "El cuentista inédito". Con un sistema práctico para renovar sus cuadros: todo ganador era invitado a sumarse a este hijo del taller de escritores. Como sucedió con Phillip Potdevin, o Germán Gaviria, hoy profesionales de la literatura.
Al tiempo que talleristas como Óscar Bustos, Gloria Inés Peláez, Hugo Montero, Carlos Bahamón, Óscar Arcos o José Manuel Rodríguez, le daban forma al centro Alejo Carpentier, otros egresados organizaron sus propias tertulias. El grupo Tinta Fresca que llegó a consolidar su propio impreso o la gente del colectivo Maracuyá azul, de las últimas generaciones enmarcadas en la revolución tecnológica. Unos y otros, reforzaron su vocación literaria en el taller de escritores de la Universidad Central, que también vio pasar por sus salones a los escritores Jorge Franco, Nahum Montt, Óscar Godoy, Juan Álvarez o Miguel Manrique.
En los años 90, el taller conservó su condición gratuita pero modificó sus tiempos. Con duración de tres meses y dos sesiones a la semana, empezó a hacer énfasis en la creación del cuento corto como género determinante para asimilar las claves de la creación narrativa. Y adoptó ese giro, como lo admite el propio Isaías, porque entendió "que para que los aprendices de escritores tuvieran un espectro amplio del complejo universo de la narrativa, era necesario plantear una propuesta integral de autores y a través de textos cortos entender muchos años de procesos experimentales de transformación del lenguaje, la composición y los argumentos". Una metamorfosis del taller.
La visión surgida de su disciplina de estudioso de la narrativa, con ocho libros publicados sobre diversos aspectos de su evolución. Entre ellos, Manual de Literatura Latinoamericana, que se convirtió en guía para asimilar los cambios en el tratamiento de las historias, o La Generación del Bloqueo y el Estado de Sitio, para explicar de qué manera se dio el desarrollo de la literatura colombiana en el contexto de sus conflictos sociales y políticos. Sin embargo, para él su obra predilecta es la biografía de su coterráneo Jose Eustasio Rivera, el celebre autor de La Vorágine. Una creación que también ha desarmado en su estructura como uniendo y ajustando las piezas de un reloj.
Lo ratifican sus escritores. "El taller me dio la oportunidad de entender las herramientas básicas de la creación literaria; me mostró que era posible escribir si se trabajaba con convicción, sinceridad y dedicación y me obsesionó por la disciplina como primer paso para escribir mejor y llegar a convertir en realidad mis cuentos y novelas, que inicialmente solo eran ideas sueltas en mi cabeza", expresa el periodista y escritor Manuel José Rincón, ganador en 2006 del Concurso Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá. Y como él, son muchos los que ratifican cómo el taller de escritores cambió su concepción sobre lo que significa hacer literatura.
La prueba es la sucesión de 265 premios y distinciones que han recibido egresados del taller en sus 30 años de existencia. Desde el Concurso Nacional de Cuento 'Testimonio' en Pasto, que tuvo como finalistas a los talleristas Oscar Arcos y Carlos Bahamón, hasta el Premio Nacional de Literatura Novela Inédita del Ministerio de Cultura y el Concurso de Novela Corta de la Universidad Central, que hace apenas dos semanas le fueron otorgados a Germán Gaviria Álvarez. Una demostración de que las técnicas aprendidas, sumadas a la persistencia, constituyen una demostración para los nuevos aprendices del Taller de Escritores de Isaías Peña.
Un escenario que desde finales de los años 90 y entrando el nuevo siglo tuvo una vuelta de tuerca. La Universidad Central empezó a cobrar matricula pero también comenzó a delinear el camino para transformar el taller en un escenario de formación profesional. Con espacios tales como Noche de Narradores para gestar encuentros entre los estudiantes y escritores consagrados, el taller se transformó en diplomado de creación narrativa a partir de 2004, y desde el año pasado en un programa profesional de creación literaria con plan de estudios de ocho semestres, y un objetivo determinante: el aprendizaje de las destrezas que requiere un escritor profesional.
Un largo recorrido de 30 años con un promotor incansable. Un intelectual que un día de mediados de los años 60 salió de su natal municipio de Salado Blanco en el Huila para probar fortuna en Bogotá y hoy, detrás de sus lentes de pasta negra y ancha y su barba entrecana, sin ínfula alguna y palabras exactas, es el mentor de decenas de escritores y periodistas que alguna vez tocaron a la puerta de su taller de la Universidad Central y ávidos de información sobre autores y novelas, terminaron cambiados por el consejo amable y directo de un maestro del idioma que, junto a su hermano Joaquín, no se cansa de enseñar a los demás lo que sabe.
"Aunque el mundo ya está formado, la creación literaria debe ser motivo para reinventarlo, para volver a contar la historia del hombre y sus locuras, sus sinsalidas o sus libertades", señala hoy con la satisfacción de 10.950 días seleccionando los mejores textos para sus escritores o ideando nuevos esquemas para que la narración fluya en la incesante búsqueda del mejor marco de composición, el diálogo eficaz o la credibilidad de los personajes. Una tarea que con sobrada razón le hizo merecedor del distintivo con que lo reconocen sus amigos: el maestro Isaías. Bien ganado por su desprendimiento a la hora de enseñar lo que sabe sin guardar secretos.
Hace tres décadas, cuando se realizó la primera convocatoria del taller, llegaron más de 200 solicitudes de ingreso. Fueron necesarios dos meses para concretar la lista de 32 escritores. El 23 de junio de 1981, con una conferencia del consagrado novelista Pedro Gómez Valderrama, se dio apertura a la colectiva empresa literaria. Una vez a la semana, de seis a diez de la noche, en un salón de la vieja sede de la Universidad Central situada en la carrera 16 con calle 24, Isaías Peña y sus primeros 32 elegidos probaron que el invento era necesario y que la pelea contra la página en blanco también es producto del intercambio de lecturas y experiencias .
Uno de los integrantes de ese primer grupo fue Óscar Emilio Bustos, catedrático, escritor y periodista, actual director del programa D.C. Cuenta, del Canal Capital. Su testimonio resume lo que significó el taller. "Antes yo tenía interés por la literatura, pero escribía desordenadamente, sin tener una conciencia cabal de mi labor. En el taller de Isaías Peña aprendí a titular, a encabezar, a fluir con los personajes y los detalles de las historias, a poner los signos de puntuación con deleite, a rematar un texto como un artesano que da la puntada final a su obra", expresa satisfecho de haberse convertido en un premiado narrador y reconocido cronista.
Año tras año, nuevos aprendices de escritores fueron renovando la trascendencia del taller y su gestor ganándose el respeto y aprecio de los beneficiarios del mismo. Cargado de libros y revistas nacionales o internacionales que semanalmente le llegaban a su oficina, producto de sus leídas columnas "El correo de los chasquis" en el periódico El Espectador o "Arca de papel" en el diario El Tiempo, Isaías Peña siempre cumplió su cita con la literatura. A su vez, los talleristas no dejaron de conocer en cada reunión a un nuevo autor o un espacio de publicación, y a cada biblioteca personal se sumó un ejemplar obsequiado por el maestro.
Era cuestión de días que el taller se empezara a desdoblar. Cuando concluyó la segunda convocatoria y arrancaba la tercera, un grupo de egresados, con el liderazgo de Isaías, creó el centro de estudios Alejo Carpentier. Empezó con una reunión mensual para compartir la lectura de una novela corta y con el paso de los años se convirtió en un grupo estable que promovió ciclos de conferencias y creó el premio nacional "El cuentista inédito". Con un sistema práctico para renovar sus cuadros: todo ganador era invitado a sumarse a este hijo del taller de escritores. Como sucedió con Phillip Potdevin, o Germán Gaviria, hoy profesionales de la literatura.
Al tiempo que talleristas como Óscar Bustos, Gloria Inés Peláez, Hugo Montero, Carlos Bahamón, Óscar Arcos o José Manuel Rodríguez, le daban forma al centro Alejo Carpentier, otros egresados organizaron sus propias tertulias. El grupo Tinta Fresca que llegó a consolidar su propio impreso o la gente del colectivo Maracuyá azul, de las últimas generaciones enmarcadas en la revolución tecnológica. Unos y otros, reforzaron su vocación literaria en el taller de escritores de la Universidad Central, que también vio pasar por sus salones a los escritores Jorge Franco, Nahum Montt, Óscar Godoy, Juan Álvarez o Miguel Manrique.
En los años 90, el taller conservó su condición gratuita pero modificó sus tiempos. Con duración de tres meses y dos sesiones a la semana, empezó a hacer énfasis en la creación del cuento corto como género determinante para asimilar las claves de la creación narrativa. Y adoptó ese giro, como lo admite el propio Isaías, porque entendió "que para que los aprendices de escritores tuvieran un espectro amplio del complejo universo de la narrativa, era necesario plantear una propuesta integral de autores y a través de textos cortos entender muchos años de procesos experimentales de transformación del lenguaje, la composición y los argumentos". Una metamorfosis del taller.
La visión surgida de su disciplina de estudioso de la narrativa, con ocho libros publicados sobre diversos aspectos de su evolución. Entre ellos, Manual de Literatura Latinoamericana, que se convirtió en guía para asimilar los cambios en el tratamiento de las historias, o La Generación del Bloqueo y el Estado de Sitio, para explicar de qué manera se dio el desarrollo de la literatura colombiana en el contexto de sus conflictos sociales y políticos. Sin embargo, para él su obra predilecta es la biografía de su coterráneo Jose Eustasio Rivera, el celebre autor de La Vorágine. Una creación que también ha desarmado en su estructura como uniendo y ajustando las piezas de un reloj.
Lo ratifican sus escritores. "El taller me dio la oportunidad de entender las herramientas básicas de la creación literaria; me mostró que era posible escribir si se trabajaba con convicción, sinceridad y dedicación y me obsesionó por la disciplina como primer paso para escribir mejor y llegar a convertir en realidad mis cuentos y novelas, que inicialmente solo eran ideas sueltas en mi cabeza", expresa el periodista y escritor Manuel José Rincón, ganador en 2006 del Concurso Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá. Y como él, son muchos los que ratifican cómo el taller de escritores cambió su concepción sobre lo que significa hacer literatura.
La prueba es la sucesión de 265 premios y distinciones que han recibido egresados del taller en sus 30 años de existencia. Desde el Concurso Nacional de Cuento 'Testimonio' en Pasto, que tuvo como finalistas a los talleristas Oscar Arcos y Carlos Bahamón, hasta el Premio Nacional de Literatura Novela Inédita del Ministerio de Cultura y el Concurso de Novela Corta de la Universidad Central, que hace apenas dos semanas le fueron otorgados a Germán Gaviria Álvarez. Una demostración de que las técnicas aprendidas, sumadas a la persistencia, constituyen una demostración para los nuevos aprendices del Taller de Escritores de Isaías Peña.
Un escenario que desde finales de los años 90 y entrando el nuevo siglo tuvo una vuelta de tuerca. La Universidad Central empezó a cobrar matricula pero también comenzó a delinear el camino para transformar el taller en un escenario de formación profesional. Con espacios tales como Noche de Narradores para gestar encuentros entre los estudiantes y escritores consagrados, el taller se transformó en diplomado de creación narrativa a partir de 2004, y desde el año pasado en un programa profesional de creación literaria con plan de estudios de ocho semestres, y un objetivo determinante: el aprendizaje de las destrezas que requiere un escritor profesional.
Un largo recorrido de 30 años con un promotor incansable. Un intelectual que un día de mediados de los años 60 salió de su natal municipio de Salado Blanco en el Huila para probar fortuna en Bogotá y hoy, detrás de sus lentes de pasta negra y ancha y su barba entrecana, sin ínfula alguna y palabras exactas, es el mentor de decenas de escritores y periodistas que alguna vez tocaron a la puerta de su taller de la Universidad Central y ávidos de información sobre autores y novelas, terminaron cambiados por el consejo amable y directo de un maestro del idioma que, junto a su hermano Joaquín, no se cansa de enseñar a los demás lo que sabe.