La nueva obra del escritor colombiano Azriel Bibliowicz, Migas de pan es una innovadora mirada a los efectos de la Segunda Guerra Mundial y de la violencia en Colombia desde una casa maravillosa
Dijo Pablo Neruda en su discurso por el Nobel de 1971: “El mejor
poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más
próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de
amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una
obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla
conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de
una colosal artesanía...”.
Esas palabras las merece hoy el
escritor bogotano Azriel Bibliowicz por su nueva obra Migas de pan
(sello editorial Alfaguara), no por el título sino por la hogaza con que
alimenta un ejercicio de arte poética que comienza con aires de novela
negra pero se transforma en la apuesta personal por esa utopía de todo
prosista: la “novela total”.
Él, mejor que muchos, sabe lo que
significa esa pretensión porque dedicó su vida a enseñar literatura de
la buena y yo tuve el privilegio de ser uno de sus alumnos en el
seminario de lectura del Ulises en la Maestría de Escrituras Creativas
de la Universidad Nacional, otra de sus exitosas creaciones. Un
discípulo de Joyce y de Shakespeare —no olvidemos que apenas recibió el
dinero del Premio Nobel lo primero que compró Neruda fue un rollo de
manuscritos de Shakespeare oculto “bajo siete capas de olvido”— podría
presumir a partir de su formación anglosajona, pero prefiere usarla para
moldear la condición humana a lo Leopoldo Bloom. El escenario es
Bogotá, su ciudad, no Dublín. Todo empieza con la noticia del secuestro
de Josué, sobreviviente judío de origen rumano de los campos de trabajos
forzados de la Segunda Guerra Mundial, uno de los centenares que
vinieron a Colombia huyendo del horror nazi.
Hay, pues, dos
elementos de base que podrían configurar una novela anacrónica si se
hubiera construido como una simple parábola urbana o una de las miles de
ficciones inspiradas en el Holocausto. Sin embargo, el dominio de las
técnicas literarias le permite a Bibliowicz construir con un lenguaje
sobrio un universo en una casa de dos pisos del barrio Quinta Paredes.
Nace
de la obsesión de su personaje principal: un comerciante de relojes con
alma de actor tragicómico que vive para recordar a los sacrificados,
para construir un lugar en la memoria de la humanidad, para superar el
olvido y la marginación a los que fue sometido. Josué “decidió que la
única forma de recobrar su dignidad serían el encierro y la construcción
de un mundo propio”. Historia y tiempo se funden teniendo como testigos
a relojes de cuerda y arena que simbolizan la condena del ser humano a
vivir siempre a la espera... de la libertad, del amor, de la muerte;
viajando dentro de sí mismo, como lo vislumbró Nietzsche.
La
intensidad de la acción se sostiene a través de la inminente negociación
entre El Turpial, uno de los plagiarios, y Samuel, el médico patólogo a
través de quien mejor llegamos a conocer a Josué —siempre en
cautiverio—, junto con su prima Ester, herederos y defensores del
“gabinete de las maravillas”, porque crecieron en esa segunda planta,
cerca y lejos de la realidad.
En el primer nivel se mueve Leah, la
esposa de Josué, sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz,
refugiada en la cocina y el costurero, huyéndole a la maldad y al
“museo de lo inútil” de su esposo, aunque con su potencial venta puede
pagar el rescate si se imponen los intereses del negociante de
secuestros de judíos, Raúl Musser, sobre los de Samuel y Ester. Abajo
transcurre la vida de una familia marcada por múltiples violencias y
escaleras arriba predomina la atmósfera que hace único este libro: las
habitaciones del “gabinete” bautizadas como “el teatro de la
naturaleza”, colección de conchas, piedras y escaparates dedicados a la
historia de la humanidad desde el arca de Noé hasta la Expedición
Botánica; “el teatro del tiempo”, donde los mecanismos de los relojes
invitan al arte “conquistando un enfoque más allá del tiempo y el
espacio”; “el hospital de las palabras”, para buscar significados en
diccionarios y poemarios; “el salón del Dorado”, para participar de un
diálogo con personajes de la cultura indígena precolombina construido
por un conocedor de uso del factor mitológico en la literatura; “el
Memoratro o teatro de la memoria”, para reencarnar gracias a la
dramaturgia, y “el salón del silencio”, para callar y entender.
Migas
de pan no se queda en esa propuesta estética, sino que con
distanciamiento mira la guerra en Colombia desde el asesinato de Gaitán
en 1948 hasta los secuestros de ahora. El inventario de testimonios de
la Segunda Guerra me recordó El libro de los susurros (Pre-textos), la
gran novela del poeta rumano Varujan Vosganian sobre la masacre del
pueblo armenio a manos del régimen turco, y también Sobrevivientes del
Holocausto que rehicieron su vida en Colombia (Grijalbo), escrito por
Hilda Demner y Estela Goldstein. Así se haya leído Si esto es un hombre,
de Primo Levi, no se empieza a entender ese dolor hasta hablar con
personajes como Jacobo Brod, fallecido hace poco en Bogotá. “Las
crueldades de los cielos”, interpretadas por Shakespeare en El rey Lear,
inspiradoras de esta novela, una alegoría de nuestro holocausto
nacional e individual, sin que por ello no haya espacio para el humor y
la ironía en un país irreflexivo “condenado al sainete”. ¿Escapar a
Miami?, como sueña Leah.
Así el autor cumple con su prédica de
maestro: “Aprender a mirar es el comienzo de todo, descubrir la poesía
latente en las cosas, por simples que parezcan”. Por eso opino,
recordando a Neruda, que Azriel Bibliowicz horneó pan de dios para
quienes nos alimentamos de literatura, creyentes o ateos.