“Harry Bosch es un individuo que camina por una cuerda floja bajo la cual se abre un abismo. Sus misiones lo llevan a penetrar en el lado oscuro de los seres humanos. Como este es su trabajo diario, debe valorar cuánta de esa oscuridad está dispuesto a absorber y cómo va a arreglárselas para mantenerse a salvo, de cara a evitar que su corazón se ennegrezca y se enfríe. Este es el quid de toda la serie: moverse por las tinieblas sin que te aspiren”. Así define el maestro Michael Connelly (Filadelfia, 1956) la relación de su gran personaje con el mal y la oscuridad. Y con la búsqueda diaria de la esperanza en el ser humano
Michael Connelly en Barcelona en 2009./Carles Ribas./elpais.com |
Esta lucha y esta búsqueda resumen la grandeza de Cuesta abajo
(RBA, traducción de Antonio Padilla), novela del escritor
estadounidense que llegó ayer a las librerías españolas. Una obra con
todas las virtudes de los buenos libros del autor, una novela que no te
deja respirar, una exhibición de sabiduría sobre el trabajo policial y
el politiqueo lamentable que se esconde detrás pero, sobre todo, una
historia que lleva a Harry Bosch al límite, una obra brutal sobre lo
dolorosamente irremediable que es el mal.
A nuestro querido Harry Bosch ya le dedicamos dos entradas en blog que recomiendo a todo el que no las haya leído: las 10 razones para amarle (que podrían ser 100) y una reflexión sobre su amor por el jazz.
AVANCE EN EXCLUSIVA: Lean el primer capítulo de Cuesta abajo.
Harry Bosch ha llegado a los sesenta y tiene fecha de
caducidad: en 39 meses dejará de ser policía y la idea no le entusiasma.
Tampoco le quita ni un ápice de fuerza para seguir enganchado a su
trabajo, a la búsqueda de la verdad en la Unidad de Casos Abiertos / No
resueltos de la polícia de Los Ángeles. En un día le llegan dos casos.
Por un lado, un asunto antiguo, unas muestras de ADN que ponen Bosch y a
su compañero David Chu ante un imposible: que un niño de ocho años
violara y asesinara en 1989 a una joven. Por otro lado, Irving Irving,
concejal de la ciudad y Némesis de Bosch se empeña en que sea nuestro
querido detective quien investigue la reciente muerte de su hijo, en
principio un suicidio evidente pero que el poderoso político está
empeñado en demostrar que no lo es.
¿Por qué Bosch, si lleva media vida enfrentado a Irving?
Porque el concejal odia al detective pero sabe que es el único al que le
motiva una sola cosa: la verdad. Es el único que se mueve por un
principio sagrado: “Si importa una víctima, importan todas”. Aunque sea
el hijo de su enemigo, aunque la víctima sea una rata trepa y miserable,
guiado por esa máxima, Bosch es capaz de trabajar para el hombre que
trató de destruirlo.
A partir de aquí se desarrolla una trama trepidante (y el
adjetivo no es en vano) en la que dos casos se cruzan y en la que Bosch
se lanza a pecho descubierto por encima de jerarquías, nunca le han
gustado, intereses políticos y hasta su propia integridad mental. “Al
ponerle a trabajar en dos casos de manera simultánea trataba de mostrar
la realidad del trabajo policial”, aseguraba Connelly en una entrevista
que se puede ver íntegra más abajo.
Bajo una cantidad inmensa de presiones, Bosch trata de
investigar el caso de la violación, en el que sin querer se va
sumergiendo en un mundo horrible y tenebroso de depravación, muerte y
abusos, y aclarar qué ha ocurrido con el hijo del concejal. En un
momento dado, explota ante su ex compañera Kiz Rider, ahora teniente y
próxima a las altas esferas, otra de las relaciones personales del
policía que se resienten cuando éste vuelve a poner su honestidad y su
integridad por encima de cualquier cosa. Así es el diálogo:
- Harry, soy yo, Kiz. ¿Por qué me estás hablando de esta manera?
- “¿Por qué ? Quizás porque estoy harto de las intrusiones
políticas en mi trabajo. ¿No te parece? Voy a decirte una cosa. Tengo
otro caso entre manos: el de una chica de 19 años a la que violaron y
dejaron muerta en las rocas de la marina. Los cangrejos se estuvieron
alimentando de su cuerpo. Es curioso, pero nadie del Ayuntamiento me ha
llamado en relación con este otro caso”.
Harry sabe que existe el mal. Lucha contra él, no le
perdona, trata de que no salga impune. Es partidario de la pena de
muerte y no puede ni quiere evitarlo. Ha visto demasiado. En un momento
especialmente duro, cerca de la frustración pero sin bajar del todo los
brazos asegura:
“Mi función es la de presentarme más bien cuando las cosas ya han pasado, para limpiar un poco los desperfectos. Lo que yo sé es que en este mundo existe el mal. Lo he visto. De lo que no estoy seguro es de donde procede”.
Esta reflexión la hace ante Hannah Stone, psicóloga que
ayuda a delincuentes sexuales a reinsertarse en la sociedad y con la que
Harry trata de tener una relación. Pero, como siempre, las heridas que
arrastra el personaje lo hacen todo muy difícil.
Su hija Maddie, que ya tiene 15 años y vive con él,
completa la parte personal del libro, que no se abandona en ningún
momento y que nos muestra a un Bosch todavía más complejo, más
taciturno, más preocupado. Se puede decir que el bienestar de su hija,
una chica madura y responsable, un gran personaje, es su única
preocupación auténtica fuera del trabajo.
Bosch está cansado pero Connelly tiene planes para él. Esta novela es anterior a La caja negra, con la que ganó el RBA de novela en
2012. La serie (de la que Roca publicó varios episodios antes de estos
dos libros) continuará. En una entrevista en la revista francesa Alibi,
Connelly aseguraba: “Le va a pasar algo importante, pero todavía no sé
el qué. Eso sí, les aseguro que no tengo intención de matarlo”.
La novela sigue teniendo las eternas virtudes de los libros
de Connelly que le han llevado a vender 45 millones de ejemplares en
todo el mundo. Se lee de una sentada; no tiene artificios, ni en el
lenguaje, ni en la estructura; el trabajo policial está descrito con una
minuciosidad deliciosa. Entre todas las cosas maravillosas, hay una que
me encanta: volvemos a pasar ratos en la magnífica terraza de la casa
del detective, escuchando a Frank Morgan, mirando al tráfico de Los
Ángeles, imparable, lejano pero siempre presente. Como el mal.