sábado, 19 de octubre de 2013

"El blanco más negro de Brasil"

Hoy, sábado 19 de octubre se conmemora el centenario del nacimiento de este compositor, que en la actualidad es un clásico de la música

Vinicius de Moraes empezó a escribir canciones a los catorce años de edad./elespectador.com
 
“Para vivir un gran amor —escribió Vinicius de Moraes— hay que ser hombre de una sola mujer, pues ser de muchas, ¡vaya!, es fácil… No tiene ningún valor”. Y aunque fuera su evangelio, Vinicius también fue un hombre de varias mujeres y varias pasiones: vivió un gran amor en nueve matrimonios y fue poeta, dramaturgo, cantante, cronista y crítico de cine —también diplomático para viajar por el mundo con el favor de un sueldo—. Una vida que acaricia al mundo con su memoria, con la gracia delicada de la bossa nova, con los amigos que hicieron de su gracia un arte: Antonio Carlos Jobim, Elizete Cardoso, Nara Leão, João Gilberto y todos los que vendrían para festejar su herencia.
Si Jobim creía en la poesía de la música y Vinicius en la música de la poesía —como señaló en el disco que grabaron con Elizete Cardoso a finales de los años 50, Canção do amor demais—, el encuentro entre los dos sería inevitable para componer la música y la poesía que nutre “a los que gustan de cantar, que es algo que ayuda a vivir”.
Un poeta de talento prematuro, que empezó a escribir canciones a los catorce años de edad y escuchó al ritmo de un animado foxtrot, interpretado por los hermanos Tapajós, los versos de Loura ou morena (Rubia o morena), en los que ya se descubre al galán precoz e inquieto, buscando a la mujer que quisiera enamorar de una manera sabrosa, rubia o morena, da igual.
Aunque después el muchacho pasara de las mujeres como inspiración al sufrimiento como transpiración. Río de Janeiro, donde nació el 19 de octubre de 1913, haría posible el vaivén entre la playa y sus cuerpos balanceándose hacia el mar, y el mundo del joven hecho un poeta dramático. Los títulos de sus versos registran la incertidumbre del artista acongojado: Ausencia, Vigilia, Agonía, Vejez.
Tiene veinte años y publica su primer libro, O caminho para a distância (El camino para la distancia). Y así como escribe versos libres, sin rima, también se enamora de una forma precisa que nunca abandonará: el soneto. Entonces aprovecha el riesgo de los amores tortuosos para su Soneto de la separación, que años después cantará Jobim, con voz pausada y serena, para suavizar el fuego que se apaga en los ojos de la enamorada.
Los fantasmas de Vinicius durante su infancia fueron Dickens, Verne, Cervantes —el buen amigo para cualquier temporada, más aún cuando Cervantes comprendió que el portugués se parecía al español, pero sin huesos, algo que confirmaría Vinicius recitando sus canciones o cantando sus poemas—, a los que el tiempo agregó la presencia de Manuel Bandeira, de Baudelaire y Rimbaud, de Neruda y Whitman, de los músicos que le enseñaron la tradición africana y portuguesa, del legado que le permitió escribir una canción que sembró la bossa nova en Brasil, Chega de saudade (Basta de… nostalgia, melancolía y otros posibles seudónimos que podrían traducir la emoción de la palabra) —aunque la saudade sea por una mujer lejana, extraviada en la distancia, a la que Vinicius, en compañía de Jobim, le promete, si regresa, tantos besos en su boca como peces en el mar—.
‘El blanco más negro de Brasil’, como supo describirse a sí mismo Vinicius en su samba Da bênção —prefiriendo la alegría a la tristeza y explicando que un samba con belleza necesita un poquito de tristeza—, honraría entonces a Changó, a Ochún, a los músicos que estuvieron antes o al mismo tiempo con él, saludándolos en la canción con un ritual ¡saravá! —¡salve!— por su tradición, su vanguardia y su futuro.
¡Saravá! para Vinicius por la fusión que logró entre la mitología griega y el vértigo urbano de Río; cuando Orfeo y Eurídice, protagonistas de una pasión imposible redimida por la música, se trasladaron con él a las favelas de Río, demostrando que en el arte no hay límites precisos, sólo prejuicios que quieren fragmentar el mapa, olvidando que las influencias son para quien las disfruta y las reinventa. Orfeu da Conceição, escrito el primer acto en 1942 y el punto final en 1953 —mientras los papeles se perdían, la obra se reescribía y el destino permitía que Vinicius trabajara en cada acto—, fue otro mito en las tablas y en las pantallas de cine —otra pasión del poeta—.
Amigo de Orson Welles cuando estuvo en Brasil, después Vinicius irá a visitarlo a Los Ángeles hacia finales de los años 40. Cuando llega a California, Vinicius, el diplomático, quiere estudiar cine, pero Welles y el camarógrafo Gregg Tolland le dicen que vaya mejor a un rodaje, donde se aprende en la práctica. “Lo que tienes que hacer —recuerda que le dijeron— es venir al estudio y vernos trabajar”. Así que Vinicius vio la historia del cine filmándose a la luz de Welles cuando rodó un par de clásicos: La dama de Shangai y Macbeth.
Al mismo tiempo escuchaba a los dioses de otro olimpo llamados Louis Armstrong, Billie Holiday, Sara Vaughan. El encuentro del jazz y la bossa nova fue como un búmeran entre Brasil y Estados Unidos. Empezó en Río cuando Jobim escuchó los discos del saxo barítono y arreglista de jazz, Gerry Mulligan. Continuó en Estados Unidos seduciendo a otro saxo blanco de alma felizmente negra, Stan Getz, grabando a principios de los años 60 el álbum Getz/Gilberto, un dueto hecho trío con Jobim. Thelonious Monk diría entonces que la bossa nova les había dado a los intelectuales del jazz en Nueva York lo que habían perdido: ritmo, swing y calidez latina. Dizzy Gillespie aprendió del pianista argentino Lalo Schifrin, que vivió un tiempo en Río, el tema Desafinado de Jobim, incorporándolo a su repertorio. Frank Sinatra quiso subirse también a la cresta de la nueva ola proponiéndole a Jobim que hicieran un disco juntos.
La chica que Vinicius vio andando por Ipanema extendió entonces su playa sobre el mapa del mundo. La bossa nova apoyada en los versos del poeta continuó mientras su obra multiplicaba los libros: Patria minha; Para uma menina com una flor; Arca de Noé; A mulher e os signos; Poemas de muito amor. Vinicius no escogió entre la biblioteca, la playa o los prostíbulos: ninguno excluía al otro. Se hizo popular y los poetas solemnes se lo reclamaron. Conmueve cuando Ángel Crespo escribe en su introducción a la Antología de la poesía brasileña que Vinicius buscó a las masas “escribiendo letras para las canciones pioneras de la bossa nova”. Una grata recompensa que “las masas” se lo agradecieran. Que una calle de Río tenga su nombre. Algo todavía más justo cuando escribió un poema titulado Namorado das ruas (Enamorado de las calles), celebrando las calles de Río con nombre de mujer.
Cuánta falta me haces, un disco de Maria Bethânia en homenaje a Vinicius, con canciones de Vinicius, expresa la nostalgia de todos los que recuerdan su amor por la poesía, por las mujeres en su poesía, por la música y “el arte del encuentro”, como definió a la vida, aunque la vida también sea el arte de los desencuentros, no importa, há sempre una mulher à sua espera (hay siempre una mujer que te espera). El poeta Ferreira Gular, en un documental titulado, sencillamente, Vinicius (Faria, 2005), asegura que Vinicius ayuda a vivir. “Y el pueblo brasileño le debe eso”, agrega Gular, “porque lo ayudó a ser feliz”. Como a nosotros, a los que también sabemos que hay siempre otro poema, otra canción de Vinicius, que ayudan a vivir mejor.