Semblanza íntima de una autora que hizo del aislamiento el fundamento de su singularidad y de su intransferible estilo. Entrevista
Alice Munro:""Las mujeres necesitan interpretar la vida verbalmente". George Waldman./adncultura.com |
Decía Alice Munro en una infrecuente entrevista que
nos concedió hace nueve años (puede decirse incluso que las entrevistas a
Munro se cuentan con los dedos de una mano), que "cuando se crece en un
lugar donde no tenemos rivales, una se hace una idea exagerada de lo
que puede lograr en la vida."
Puede parecer una frase arrogante, incluso viniendo de
una escritora que ha hecho cosas realmente excepcionales en la vida,
sobre todo tras haber ganado el Premio Nobel de Literatura. Pero
intenten imaginar el contexto en que creció esta reina del relato breve,
que a los ochenta y dos años es la estrella más brillante de la
literatura canadiense: una pequeña granja en una zona habitada por
prostitutas y contrabandistas de alcohol, en los márgenes de una región
del estado de Ontario Occidental. La vida social, inexistente. La madre,
enferma de Parkinson desde los cuarenta años, debe ser asistida por su
hija de doce. Vecinos llenos de prejuicios: metodistas, protestantes,
presbiterianos, anglicanos. Una pésima escuela de campaña donde los
varones te hacen la vida imposible. Y una educación fundada sobre la
base de que si después de haber terminado de lavar, planchar, cocinar,
ordenar y ayudar a la madre enferma, todavía te quedan ganas de hacerte
la inteligente, tu padre te agarra a lonjazos con el cinto.
Lo cuenta Alice Munro en su último libro, Mi vida
querida, en cuyos cuatro cuentos finales, "que no son realmente
historias. sino que son lo primero y lo último que tengo para decir de
mi vida". Y que por lo tanto ella misma anuncia como fragmentos
autobiográficos, reveladores, por no decir directamente indiscretos,
cuando en verdad contienen lo que de su historia ya habíamos entendido
leyendo entre las líneas de las trece colecciones de cuentos anteriores:
la cría de zorros y visones de su padre, que quebró durante la Gran
Depresión; las aspiraciones sociales de su madre maestra, el impacto de
la enfermedad, la hermanita menor que Alice fantasea con estrangular en
su cuna, el deseo de escaparse de su casa. "Cosas que si hubiese puesto
todas juntas en una ficción, habrían sido demasiado", escribe hoy Munro,
contradiciendo la opinión de tantos escritores autobiográficos para
quienes la vida no basta, y la página parece falta de color si no se le
agrega un poco de inventiva.
De hecho, puede decirse que Alice Munro logró escaparse
de su casa dos veces. La primera, cuando se casó, muy joven, y tuvo
tres hijas, abandonó la universidad sin recibirse y vivió en Vancouver
primero y en Victoria después, escribiendo como otro grande del relato,
Raymond Carver, en las pausas de una vida doméstica que, como máximo, le
permitía escribir narrativa breve. Y la segunda, cuando se divorció a
los cuarenta años y pudo dedicarse verdaderamente a la escritura con el
apoyo de su segundo marido, el geógrafo Gerald Fremlin, junto a quien se
quedó hasta su muerte, hace pocos meses.
"Intenten entenderme. Mi marido y yo teníamos una
regla: no permitir que nuestra vida y nuestra casa fuesen invadidas por
nada que fuese resultado de mi trabajo", me había dicho Munro en la
época de nuestra entrevista, para justificar el hecho de que, aunque
había aceptado hablar de sí y de su libro de aquel momento, Escapada,
prefería hacerlo por teléfono. Y cuando le preguntamos si vivir en las
afueras de un pueblo de tres mil habitantes junto al lago Huron no la
hacía sentirse aislada, ella respondió: "Si viviera en un lugar más
grande, donde hubiesen otros escritores, creo que no los frecuentaría.
Tengo una personalidad más bien impresionable, en el sentido de que me
dejo influenciar fácilmente por las personas que tienen más carácter que
yo. Para colmo, no soy una persona particularmente instruida, y mi
apego a la escritura es un poco frágil. Si alguien me dijese que estoy
por el camino equivocado y me diese argumentos convincentes, sentiría
que debo dar un paso atrás. No cambiar de idea, sino dar un paso atrás,
para reencontrarme con mi seguridad de escritora". Ésa es la fuerza de
Alice Munro: no cambiar de idea, sino apostarlo todo a la propia
singularidad fundada sobre el aislamiento. ¿Y qué ha surgido de esa
forma de ir sumisamente contra las reglas? Un estilo "que debe ser como
el agua transparente, y sincero, por más que un escritor no sea nunca
sincero del todo". Se trata de una "indagación emotiva "que muestra lo
complicadas que son las cosas, y sorprendentes, porque es así como yo
veo la vida", dice Alice Munro.
"Quiero emocionar a las personas con sorpresas, pero no
con trucos. Quiero que los lectores piensen: sí, la vida es así. Porque
ésa es mi reacción frente a la literatura que más me gusta: una
sensación de maravilla y asombro. No es el sentimiento de felicidad que
te da un libro escrito para suscitar felicidad, sino una sensación de
gratitud por haber visto la vida de un modo tan intenso, a través de la
escritura".
Periodista cultural, la italiana Livia Manera
ha realizado un importante proyecto televisivo de entrevistas con
autores norteamericanos.
Alice Munro: "Las mujeres necesitan interpretar la vida verbalmente"
La narradora canadiense habla, en este diálogo realizado poco antes de
obtener el Premio Nobel de Literatura 2013, sobre el mundo rural del que
proviene, en el que lo femenino cumplía un papel clave; rememora la
compleja relación con sus padres y revela los rituales de una escritura
que acecha el surgimiento de lo inesperado
Alice Munro, que ha ambientado gran parte de su obra
en el sudoeste de Ontario, de donde es oriunda, es considerada desde
hace mucho tiempo la más prominente escritora de ficción psicológica en
lengua inglesa. Su constante innovación de la estructura del relato
breve ha expandido nuestra comprensión de los alcances de esa forma
narrativa. Durante sus 60 años de carrera, Munro ha publicado más de
trece colecciones de cuentos y una novela, y recibió innumerables
premios, incluyendo el Premio Internacional Man Booker, el Premio
PEN/Malamud a la excelencia en ficción breve, y el Premio del Círculo
Nacional de Críticos Literarios. El título de su última colección de
cuentos, Mi vida querida, parece un adecuado suspiro de exasperación
mezclado con alegría proveniente de una autora cuya escritura celebra la
irreductible complejidad de la experiencia y las relaciones humanas. De
hecho, cuando le pregunté cómo decidió el título, Munro explicó:
"Son dos palabras muy maravillosas para mí, porque las
escuchaba cuando era niña, y significaban todo tipo de cosas. '¡Ay, vida
querida!' a veces significaba nada más que uno estaba abrumado por todo
lo que tenía que hacer. Me gusta el contraste entre eso y las palabras
'vida querida', que son tal vez una gozosa resignación, pero cuando
decimos "querida" -la palabra-, no convoca tristeza. Convoca algo
precioso."
Munro habla conmigo de su narrativa desde hace nueve
años. Me descubro sonriendo de agradecimiento cuando me dice, en el
transcurso de esta entrevista, que su trabajo muchas veces se inspira en
la forma en que se hablan las personas entre sí y en la forma en la que
cuentan sus historias. Me sorprendió que nuestras entrevistas
compartieran algunos aspectos del modo en que ella estructura sus
relatos.
Aunque Munro y yo jamás planeamos el rumbo que tomarán,
las conversaciones suelen orillar un sendero similar al que ella toma
en sus relatos autobiográficos incluidos en "Finale", la última parte de
Mi vida querida: yo le pido que nos ponga en situación de uno de sus
nuevos relatos o libros, y ella me responde conectando su relato o
historia personal con hechos o circunstancias más amplios de la época en
que ocurre la historia en cuestión, una técnica que confiesa admirar en
Ancestors: A Family History, de William Maxwell. El cuento "Mi vida
querida", por ejemplo, abre con una descripción geográfica del barrio en
el que Munro creció. Cuando examino estos comentarios introductorios
"factuales", sorprende que tengan tantos niveles de sentido y que sean
tan reveladores del proceso creativo de la autora: echan luz sobre los
motivos subyacentes de su obra y suelen ser la clave de ese libro o de
ese relato.
Al igual que sus historias, nuestras conversaciones se
zambullen en temas como la caracterización y la estructura, y dan giros
sorprendentes en curvas cerradas e imprevistas. Podemos estar hablando,
por ejemplo, de un aspecto menor de un relato, cuando de pronto sale a
la luz un tema mayor o una trama de emociones subyacente. Cuando eso
ocurre, Munro suele seguir ese camino pero en sentido contrario y
explorar su transformación, tal como lo hace en su narrativa.
A veces una pregunta no conduce a ninguna parte y nos
deja en silencio. Entonces Munro de pronto dice algo que me resulta
inconexo. Lo que suele suceder es que poco tiempo después, cuando ya he
trabajado con la transcripción de la conversación durante un tiempo,
empiezo a encontrarle sentido al comentario y a ver cómo encaja en algo
que tal vez discutimos antes o en otra entrevista, o cómo efectivamente
sí estaba relacionado con lo que estábamos conversando en el momento que
hizo el comentario, pero de un manera indirecta que yo no estaba listo
para captar. Y al repasar sus comentarios finales, suelo encontrar
conexiones inesperadas que me hacen volver al principio de nuestra
entrevista, para oírla y escucharla de nuevo, en todos sus matices.
-¿Cuál es su proceso de escritura?
-Trabajo con lentitud. Siempre es difícil. Casi siempre
es difícil. La realidad es que vengo trabajando sin parar desde que
tenía veinte años, y ahora tengo ochenta y uno. Ahora mi rutina es así:
me levanto a la mañana, me tomo un café y me siento a escribir. Y
después, un poco más tarde, puede ser que haga una pausa y coma algo,
para seguir escribiendo. La escritura de verdad sale a la mañana. Al
principio de lo que sea que estoy escribiendo no puedo dedicarle mucho
tiempo, apenas unas tres horas. Reescribo mucho, así que reescribo y
cuando pienso que está listo, lo envío. Y después quiero reescribirlo un
poco más. Lo que me pasa a veces es que hay una o dos palabras que me
parecen tan importantes que pido que me manden el libro de vuelta para
poder agregarlas.
Mi idea era escribir novelas, pero empecé a escribir
cuentos porque era para lo único que podía hacerme tiempo. Entre las
tareas de la casa y el cuidado de los chicos, nunca habría tenido tiempo
de escribir una novela. Y después fue como si el formato del cuento -en
realidad, una forma más bien inusual de cuento, por lo general una
forma de relato bastante largo- fuese lo que quería hacer. Ese espacio
alcanzaba para decir lo que quería decir. Y al principio fue difícil,
porque la gente esperaba que el relato breve tuviera cierta extensión y
no otra. Querían que fuese una historia corta, y mis historias eran
bastante inusuales, ya que de alguna manera cuentan más y más cosas
diferentes y no paran. Nunca sé -o al menos no suelo saber- la extensión
que tendrá un relato. Pero no me asusto: le doy todo el espacio que
necesite. De todos modos, no me importa si lo que estoy escribiendo en
ese momento es un cuento -algo clasificado como cuento- u otra cosa. Es
ficción y punto.
-Usted es una escritora muy lírica. ¿Sigue escribiendo poesía?
-Un poco y cada tanto, sí. Me gusta la poesía, ¿pero
sabe una cosa?, cuando uno escribe prosa hay que tener cuidado de no
intentar deliberadamente que sea poética. La prosa debe tener cierta
aspereza, y actualmente me gusta escribir así. Me gusta escribir de un
modo que. no sé. ¿que asuste un poco a la gente?
-También tengo la sensación de que le interesa mucho el folklore.
-Sí. pero nunca sabemos lo que nos va a interesar. Uno
no lo decide de antemano. De pronto, uno se da cuenta de que quiere
escribir sobre eso. Así que nunca pensé que me interesaría, pero lo
cierto es que escucho mucho las historias que cuenta la gente, trato de
encontrarles el ritmo interno y luego intento escribir. Pienso: ¿por qué
esta clase de historias son tan importantes para la gente? Creo que
seguimos escuchando un montón de historias que cuenta la gente y que
supuestamente sirven para ilustrar alguna extrañeza de la vida. Y a mí
me gusta recoger esas historias y ver qué me dicen a mí, o qué quiero
hacer yo con ellas.
-Leí en alguna parte que se considera que el folklore es la forma narrativa de las mujeres.
-Creo que es cierto, que incluso después de que las
mujeres aprendieron a escribir, aquellas que escribían y no eran tomadas
en serio quisieron seguir contando historias. Las mujeres siempre
pasaron mucho tiempo juntas, o al menos así era antes. Y recuerdo todas
las cosas que hacían juntas cuando servían grandes comidas para
alimentar a los hombres. Los hombres trabajaban en el campo, al volver
-en mi infancia- se les servía una abundante mesa llena de comida. El
gran orgullo de las mujeres era la abundancia y calidad de esa mesa, y
después quedaba esa montaña de platos y vajilla que lavar. Y durante
todo ese tiempo, las mujeres hablábamos entre nosotras. Es algo muy
importante.
Pero por supuesto que todo eso pasó. Es una costumbre
antigua -rural-, y no sé si las mujeres siguen hablando así o no. ¿Las
mujeres hablan entre ellas? ¿Se las alienta a hacerlo o no? De todos
modos, yo creo que donde sea que se juntan mujeres, hay una gran
necesidad de contarse historias, una gran urgencia de decirse algo una a
la otra, "¿Por qué crees que pasó esto?", "¿No es raro que haya dicho
eso?" o "¿Esto qué significa?" Las mujeres necesitan interpretar la vida
verbalmente. Mientras que muchos hombres que conozco, o que alguna vez
conocí, no tenían esa necesidad, sino que más bien prefieren seguir
adelante y lidiar con lo que haya que lidiar sin preguntarse nada
demasiado.
-Justamente me pregunto si esta podría ser una pista
de por qué eligió la forma del relato breve. ¿O el relato breve la
eligió a usted?
-Podría ser. Me encanta trabajar con gente, con las
conversaciones de la gente y también con las cosas inesperadas que le
ocurren a la gente. Lo inesperado es muy importante para mí. En uno de
mis cuentos ("Escapada"), una mujer que tiene un matrimonio complicado
decide dejar a su marido, alentada por una mujer muy sensata mayor que
ella. Y entonces, cuando intenta irse, advierte que no puede hacerlo. Lo
más razonable es irse, sus motivos son muchos, pero no puede. ¿Cómo
puede ser? Yo escribo ese tipo de cosas, porque soy yo la que no sabe
"cómo puede ser". Por eso tengo que prestarle atención: allí hay algo
que merece mi atención.
-En el cuerpo de su obra los temas se repiten,
anudando sus historias unas con otras a través de las distintas
colecciones de cuentos. Incluso pensaba que "Escapada" podría haber sido
el título alternativo de algunos de los cuentos de Mi vida querida,
como por ejemplo "Tren".
-Sí, claro. Esa historia me interesó mucho porque creo
que a veces las personas no entienden lo que tienen que hacer. Este
hombre, Jackson (el protagonista de "Tren"), tiene que deshacerse de
ciertos enredos personales, pero no sabe por qué, hasta que lo hace, y
listo. Hay un elemento sexual en todo eso, pero no es lo único. Y yo
creo que hay gente que es así.
-Pienso que hay un personaje de los que aparecen en
Mi vida querida que realmente logra lo que quiere en la vida, y esa es
Belle, también de "Tren".
-Sí, sí, claro, yo creo que ella sí. Y me encanta la
manera en que ella se va volviendo cada vez más franca acerca de las
cosas, a medida que toma más y más pastillas. Me cae muy bien Belle.
Pero ella es una sobreviviente en un sentido raro, porque siempre tuvo
todo en contra, lo pasó mal. Pero creo que hay muchas personas como
ella, que aceptan lo que les toca y se fabrican con eso una buena
historia. En otras palabras, ella no se siente despojada en la vida. Su
existencia le resulta interesante. Para muchos, sería un completo
fracaso, porque ella no lleva la clase de vida que una persona de su
clase esperaría tener: no está casada y su vida es asexual desde hace
mucho tiempo. Y sin embargo ella tiene algo. No es que lidie con lo que
le pasa y nada más, sino que ha logrado tejerse con todo eso una vida
propia. Y creo que es alguien que siempre logrará hacerlo. Yo conocí
gente así, personas que parecen tener una especie de don para
interesarse por las cosas que les pasan y para ser, hasta cierto punto,
felices.
-Personas como usted.
-Me parece que yo soy mucho más tradicional.
-Pienso que su historia "Sin ventajas" ofrece
algunas pistas de su éxito. En la descripción de Belle, siento que su
éxito es similar al suyo. Usted atravesó por todas esas dificultades, y
las convirtió en una oportunidad para escribir.
-Eso es cierto, pero también tuve mucha suerte. De
haber nacido en una granja una generación antes, no habría tenido la
menor oportunidad. Pero en mi generación ya había becas. Nadie esperaba
que las chicas las solicitaran, pero una podía hacerlo. Me fue posible
imaginarme a mí misma como escritora desde muy chica. Pero nadie más
pensaba eso ni en esos términos. Igual yo no era una chica rara y nada
más. También tenía que hacer mucho esfuerzo físico, porque mi madre no
podía. Igual eso no logró demorarme. Pienso que en cierto sentido fui
muy afortunada, porque si hubiese nacido, digamos, en el seno de una
familia muy culta, una familia neoyorquina, por ejemplo, rodeada de
gente que sabe mucho de literatura y del mundo de la escritura, me
habría sentido totalmente disminuida. Me habría dicho: "Bueno, eso no
puedo hacerlo, no es para mí". Pero como no viví entre gente que pensara
nunca en la escritura, entonces fui capaz de decirme: "Bueno, esto lo
puedo hacer".
-En el cuento "Mi vida querida", usted explora la paradoja de su relación con sus padres.
-Amor, y miedo y disgusto. Todas esas cosas a la vez.
-En sus trabajos recientes, vuelve una y otra vez al
tema de su relación con su padre, un escritor consumado y una persona
extremadamente sensible, así como un lector de por vida.
-Así era él, sí.
-Una persona que, en muchas de sus historias,
aparece casi como un doppelgänger de usted misma, como joven escritora
en desarrollo. Pero después está ese hecho inamovible, del que usted se
niega a apartarse, y es que durante la infancia él le pegaba con un
cinto.
-Eso es cierto. Y uno podría decir: "Bueno, en esa
época era común, a la mayoría le pegaban de vez en cuando", y que en ese
entonces pegarle a un chico con un cinto era en absoluto algo
reprensible. A los chicos se los enderezaba a lonjazos, era de lo más
natural. También estaba el factor de la pobreza, que hacía que se
esperase que los niños contribuyeran a la economía doméstica con su
trabajo, y no que fuesen sólo una cosa interesante de ver crecer, como
parecen ser los niños ahora. Así que había que ser práctico y hacer lo
que había que hacer. Y también era bastante aterrador y probablemente
-mucha gente diría eso- era muy destructivo. Yo no puedo pensar de esa
manera porque no. Sigo rechazando la idea y siento una especie de horror
de mi misma por eso. Siento que yo era una persona que no valía, y así
es como te hace sentir eso. Pero también me doy cuenta de que en ese
entonces esas cosas pasaban, y que no tiene sentido sentir pudor por
eso. Así como tampoco tiene sentido sentir pudor por el porqué debió
suceder eso. Simplemente no había tiempo ni dinero para criar a los
hijos teniendo en cuenta sus necesidades, ni de pensar por qué se
portaban como se portaban. Y tampoco había tiempo para que los chicos
fueran contestadores o malhablados. Simplemente no podían permitírselo,
porque había que ocuparse, básicamente, de ganar lo suficiente para
sobrevivir, y todos tenían que trabajar y aportar y ser útiles a la
familia. Y como yo era una niña extremadamente rebelde, al menos tenía
ideas que estaba ansiosa por largar por la boca, así que era
contestadora con todo el mundo. Y todo eso era de lo más
contraproducente para el ámbito familiar.
-La relación con su madre también fue paradójica.
-Y en cierto sentido, mucho más complicada. Porque
básicamente yo era muy parecida a mi padre, pero no era como mi madre, y
eso a ella la entristecía mucho.
-¿Debido a su enfermedad?
-No, no debido a su enfermedad. Ella estaba de acuerdo
con los derechos de las mujeres y todo. Lo que pasa es que ella era muy,
pero muy puritana, algo común en las mujeres de su época.
-Se diría que su mayor frustración con su madre fue por la actitud de ella respecto del sexo.
-Bueno, sí. Pero por supuesto que todo eso venía de
vaya Dios saber dónde. La mayoría de las mujeres que eran ambiciosas,
creo yo, sentían de alguna manera que el sexo era el enemigo, porque
casarse era sepultar todas esas ambiciones. Quiero decir que lo peor que
podía pasarle a una mujer, como solían decir, era tener que casarse, o
sea, tener relaciones sexuales. Así que el sexo era algo que una debía
estar segura de mantener bajo control.
-En el relato "Mi vida querida", usted conecta la
idea de la remodelación de una casa con el trabajo de la memoria. ¿Puede
contarnos lo que piensa sobre la naturaleza de la memoria?
-Es interesante lo que sucede al envejecer, porque los
recuerdos se vuelven más vívidos, en especial los recuerdos lejanos.
Pero yo no hago ningún esfuerzo de memoria, simplemente está ahí todo el
tiempo, y no sé si escribo más sobre eso de lo que solía hacerlo antes.
Ciertamente, las historias de "Finale" son un trabajo consciente con la
memoria, y no lo he hecho muy seguido porque creo que si una quiere
escribir en serio sobre sus padres, su infancia, una tiene que ser tan
honesta como pueda, pensar lo que realmente pasó, y no en la historia
que te sirve en un plato tu memoria. Pero por supuesto que eso no es
posible, así que al menos una puede decir: "Bueno, ésta es mi versión de
la historia. Esto es lo que yo recuerdo".
-Usted me ha dicho algunas veces que nos pasamos repitiendo las cosas que son difíciles hasta que logramos superarlas.
-Creo que eso es particularmente cierto respecto de los
recuerdos de la primera infancia. Y siempre hay un trabajo sobre eso
para intentar superarlo. ¿Pero qué significa "superarlo"? ¿Que ya no
duela más? ¿Que lo hemos pensado hasta hacernos una idea más o menos
clara de lo que realmente pasó? Pero nunca escribimos sobre eso. Tenemos
hijos. Cuando ellos escriban la historia de su infancia, seguirá siendo
sólo la historia de ellos, y el "tú" de esas historias será un "tú" en
el que tal vez no nos reconozcamos. Y es por eso que hay que reconocer
que incluso el relato que haga el esfuerzo más honesto seguirá sin
contemplar la verdad de todos. Pero ese esfuerzo es valioso.
-Cuando uno es escritor, de alguna manera se pasa la
vida tratando de entender las cosas, y uno pone lo que ha entendido en
papel y la gente lo lee. En realidad, es algo de lo más extraño.
-Una se dedica toda su vida a esto, por más que sepa
que fracasa. No se fracasa todo el tiempo, ni en todo, y yo pienso que
vale la pena, al menos pienso que lo vale. Pero es como llegar a un
acuerdo con cosas con las que una puede lidiar sólo parcialmente. Esto
suena de lo más desesperanzado. Pero yo no me siento en absoluto
desesperanzada.
Algunos de sus libros traducidos al castellano
Traducción: Jaime Arrambide.