La extensión de la red a todos los habitantes del mundo sería la herramienta clave del futuro para transformar la sociedad y hacer más justa la distribución económica y social, dice Singer
Ilustracion: Daniel Roldán./revista Ñ |
Hace cincuenta años, Martin Luther King soñaba con que los
Estados Unidos cumplieran algún día su promesa de igualdad para todos
los ciudadanos, blancos y negros. Hoy el fundador de Facebook, Mark
Zuckerberg, también tiene un sueño: quiere proporcionar acceso a
Internet a los 5.000 millones de personas del mundo que no lo tienen.
La
visión de Zuckerberg puede sonar como una iniciativa interesada que
apunta a que Facebook obtenga más usuarios. Pero el mundo enfrenta en la
actualidad una creciente división tecnológica que tiene implicaciones
para la igualdad, la libertad y el derecho a buscar la felicidad no
menos importantes que la división racial contra la que predicaba King.
Más
de 2.000 millones de personas del mundo viven en la era digital. Pueden
acceder a un vasto universo de información, comunicarse a escaso o
ningún costo con familiares y amigos, así como conectarse con otros con
los que pueden cooperar de nuevas maneras. Los otros 5.000 millones aún
se encuentran en la era de papel en la que creció mi generación.
En
esos días, si uno quería saber algo pero no tenía una enciclopedia cara
(o tenía una enciclopedia que ya no estaba suficientemente actualizada
para informarle lo que quería saber), había que ir a una biblioteca y
pasar horas buscando lo que se necesitaba. Para contactar a amigos o
colegas en el exterior había que escribirles una carta y esperar por lo
menos dos semanas antes de recibir la respuesta. Los llamados
telefónicos internacionales eran en extremo caros, y la idea de ver a
los demás mientras se hablaba con ellos pertenecía al ámbito de la
ciencia ficción.
Internet.org, una sociedad global que lanzó
Zuckerberg el mes pasado, planea llevar a la era digital a las dos
terceras partes de la población mundial que carecen de acceso a
Internet. La sociedad consiste en siete grandes empresas de tecnología
de la información, así como organizaciones sin fines de lucro y
comunidades locales. Dado que sabe que no se le puede pedir a la gente
que elija entre comprar alimentos y comprar datos, la sociedad buscará
formas nuevas y menos caras de conectar computadoras, software de mayor
eficiencia de datos y nuevos modelos de negocios.
El fundador de
Microsoft, Bill Gates, ha sugerido que el acceso a Internet no es una
prioridad importante para los países más pobres. En su opinión, es más
importante abordar problemas como la diarrea y la malaria. No puedo sino
elogiar los esfuerzos de Gates por reducir la cifra de víctimas de esas
enfermedades, que afectan ante todo a la población más pobre del mundo.
Curiosamente, sin embargo, su posición parece carecer de conciencia del
panorama más amplio de la forma en que Internet podría transformar la
vida de los muy pobres. Por ejemplo, si los agricultores pudieran usarla
para contar con pronósticos más exactos sobre las condiciones
favorables para sembrar, o para conseguir mejores precios por su
cosecha, podrían estar en mejor situación de acceder a atención de
salud, de modo tal que sus hijos no tuvieran diarrea, así como a
mosquiteros para protegerse contra la malaria.
Una amiga que
trabaja en asesoramiento sobre planificación familiar a habitantes
pobres de Kenia me contó hace poco que eran tantas las mujeres que
acudían a la clínica, que no podía dedicar más de cinco minutos a cada
una. Esas mujeres tienen una sola fuente de asesoramiento, así como una
sola oportunidad de obtenerla, pero si tuvieran acceso a Internet,
podrían contar con la información cada vez que la necesitaran.
Por
otra parte, las consultas online serían posibles, lo que evitaría a las
mujeres la necesidad de viajar a clínicas. El acceso a Internet también
zanjaría el problema del analfabetismo, dado que fortalecería las
tradiciones orales que son fuertes en muchas culturas rurales y
permitiría a las comunidades crear grupos de autoayuda y compartir sus
problemas con pares de otros pueblos.
Lo que es válido para la
planificación familiar también lo es para una amplia serie de temas, en
especial aquellos de los cuales es difícil hablar, como la
homosexualidad y la violencia doméstica. Internet ayuda a la gente a
entender que no está sola y que puede aprender de la experiencia de
otros.
Si se amplía aun más nuestro sueño, no es absurdo esperar
que llevar a los pobres online derive en conexiones entre ellos y
personas más prósperas, lo que redundaría en más asistencia. La
investigación demuestra que es más probable que la gente done a una
organización de caridad que ayuda a los hambrientos si se le presenta
una foto y se le dice el nombre y la edad de una niña como aquellas a
las que ayuda el grupo. Si bastan una foto y unos pocos detalles
específicos para hacerlo, ¿qué podría conseguirse con la posibilidad de
hablar con esa persona por Skype?
Proporcionar acceso universal a
Internet es un proyecto de magnitud similar a la del secuenciamiento del
genoma humano y, al igual que el proyecto del genoma humano, planteará
nuevos riesgos y temas éticos delicados. Los estafadores online tendrán
acceso a un público nuevo y tal vez más vulnerable. Las violaciones de
la propiedad intelectual se extenderán aun más que en la actualidad (si
bien les costarán muy poco a los titulares de la propiedad intelectual
porque sería muy improbable que los pobres pudieran comprar libros u
otro material con copyright).
Por otra parte, podrían borrarse las
características distintivas de las culturas locales, lo cual tiene un
lado bueno y otro malo, dado que esas culturas pueden limitar la
libertad y negar la igualdad de oportunidades. En líneas generales, sin
embargo, es razonable suponer que dar a los pobres acceso al
conocimiento y a la posibilidad de conectarse con gente de todas partes
del mundo impulsará una transformación social muy positiva.
Traducción de Joaquín Ibarburu Project Syndicate