Laberintos del libro "Este año habrá un millón de libros" nuevos, dice Robert Darnton. Sean geniales o descartables -piensa Villamil- el leer "contagia"
Sala de lectura. Algunos pocos y afortunados lectores frecuentan la Biblioteca de Harvard. de la que el historiador Robert Darnton es director./revista Ñ |
La entrevista a Robert Darnton sobre la
historia de los libros, y más especialmente cuando habla de la aparición
de nuevos soportes para la lectura, me pareció quizá no tremendamente
novedosa pero sí atractiva, así como me parecieron meditadas e
interesantes las preguntas del periodista. La nota toca, entre otras
cosas, cuestiones que surgen de tanto en tanto, incluso en las
conversaciones más informales con amigos: la invasión de los formatos
digitales de lectura y cuánto tiempo les llevará arrasar con los libros
“de carne y hueso”.
Aquí voy a tomar un desvío para referirme a
algo más estrictamente personal. La lectura es una parte importante de
mi vida desde la infancia y en los viajes largos -frecuentes en los
últimos años, particularmente por trabajo- los libros son una compañía
tranquilizadora. Siempre me resulta bueno tener varios a mano, para el
caso en que un estado de ánimo o una situación particulares hagan
necesario uno u otro: la percepción inquietante de estar suspendida
sobre el océano Atlántico, o en el extremo opuesto, la serenidad de
sentarse bajo una sombrilla al lado de la pileta de natación de un
hotel, me inclinan hacia distintos tipos de lectura. Pero por supuesto,
los libros que quiero llevar en un viaje, para leer o releer, aumentan
considerablemente el peso del bolso de mano. Hace pocos años creí
encontrar la solución perfecta: un Ipad, al que podría cargar (creo que
empecé por Northanger Abbey, de Jane Austen) con todas las lecturas que se me ocurrieran.
Error.
Descubrí que la fría pantalla de una tablet o en general, de cualquier
computadora, no me permite leer más que una nota periodística. No más.
Para el resto, los libros con toda su solidez.
Vuelvo al eje: la
entrevista con Darnton amplió mi horizonte sobre el tema. Me gusta
cuando, después de la pregunta sobre la presunta muerte de los libros en
papel, dice: “¿Sabe? Me han invitado a tantas conferencias sobre la
muerte del libro que estoy convencido de que el libro está bien vivo. La
gente simplifica demasiado las cosas. Pocos entienden que cada año se
publican muchos más libros que el año anterior. La impresión de libros
se expande a un ritmo vertiginoso, y, de hecho, este año habrá un millón
de nuevos títulos impreso”. Darnton sin duda sabe que entre ese millón
de nuevos títulos, una cantidad inmensa es descartable. No importa: en
otras proporciones, lo mismo debe de haber ocurrido desde el comienzo de
la imprenta.
Hay situaciones accesorias al acto de la lectura que me resultan irreemplazables: usar un señalador (que puede ser un boarding pass , un ticket
, un volante que me dieron en la calle), o inclusive doblar un ángulo
de la hoja para marcar la página, aunque sé que a mucha gente esta
costumbre le parece abominable. También me gusta escribir en los
márgenes o en las contratapas con lápiz... todas cosas que no se pueden
hacer en un libro electrónico.
Elijo también esta otra respuesta
de Darnton: “Me parece interesante que hoy, que todo el mundo está
obsesionado con Google, Internet, iPads, iPods, smartphones ,
como una suerte de reacción ante la fascinación que ejercen todas estas
maravillas de las comunicaciones, exista, a mi juicio, una fascinación
igual por el viejo mundo de la imprenta”. Aunque Darnton no desarrolla
esta afirmación, y me habría gustado que lo hiciera, también me parece
reconfortante.
Escritor fantasma Finalmente, la lectura de la nota
tuvo para mí una derivación imprevista. Cuando el periodista Santiago
Bardotti presenta al principio a Robert Darnton, menciona su libro de
ensayos El beso de Lamourette , título que Darnton eligió precisamente para uno de estos ensayos. Bardotti aclara que Antoine-Adrien Lamourette fue el ghost writer
de Mirabeau, el famoso orador, diplomático y revolucionario francés.
La mención de Lamourette me impulsó a averiguar algo más sobre él
(confieso que en este caso averiguar quiere decir simplemente “ guglear
”), y por dos motivos: el primero, quería saber cuál era la historia de
“el beso de Lamourette”; el segundo, que me resulta un poco fascinante
la idea del escritor fantasma, cuánto hay de él en lo que escribe,
cuánto de la persona para la que escribe y cómo hace para conjugar estas
cosas. Dicho sea de paso, supe que en Estados Unidos está tan
institucionalizada la profesión que existen agencias como la
Gosthwriters Ink, que ofrecen servicios de escritores fantasma y fijan
las tarifas del mercado.
Sobre Lamourette me enteré de lo
siguiente: su beso se transformó en un hecho famoso, no porque él mismo
hubiera besado a nadie sino por otra circunstancia, muy distinta: el 7
de julio de 1792, en ese período tormentoso que siguió a la Revolución
Francesa, Lamourette como diputado se dirigió a los miembros de la
Asamblea, pidiéndoles que se estrecharan en un abrazo fraternal para
terminar con las diferencias entre los partidos políticos Lo hizo de
modo tan encendido que los diputados, aun los de los partidos más
hostiles entre sí, se arrojaron unos en brazos de otros. Por supuesto,
este gesto no tuvo consecuencias en el tiempo. El propio Lamourette fue
guillotinado en 1774.
Creo que me aparté totalmente de la entrevista a Robert Darnton, pero es que la lectura lleva invariablemente a la lectura.
La nota que inspira el texto de Soledad Villamil es una entrevista de Santiago Bardotti a Robert Darnton, en la que el historiador reflexiona sobre
la coexistencia. en el pasado, de diversos medios de información:
canciones, panfletos, libros, periódicos o eslóganes. Darnton no es
profeta del fin del libro: eso, dice, es una simplificación. Publicada
el 18|2|2012