Esther García Llovet nos propone un 
viaje apasionante por una de sus letras favoritas: las estadounidenses. 
Una guía distinta por la llamada literatura norteamericana contemporánea
 a través de los que ella considera sus volúmenes imprescindibles. Desde
 los libros de la guerra a los libros del amor, pasando por lo feo y la 
desgracia. Y siempre, siempre, la literatura
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| Listado imprescindible de literatura estadounidense./elasombrario.com | 
Que loS Estados Unidos de América se llamen unidos no quiere decir 
que estén cercanos. La realidad es que algunos estados se encuentran 
bastante alejados entre sí, con planicies y desiertos y cordilleras por 
en medio, a miles de millas de distancia. Todo es grande en América. 
Está lejos, América. Y cuando tardas semanas en llegar en barco a Nueva 
Ámsterdam o en llegar a caballo a California lo único que puedes hacer 
es cazar venados, matar indios, leer la Biblia y contar historias. 
Encender una hoguera en la llanura, apoyar la cabeza junto a la escopeta
 Remington (*) y contar una buena historia que traiga el horizonte cada 
vez más cerca, cada vez más silencioso, cada vez más atento.
Primero fueron las historias. Después los libros. (**)
LOS LIBROS DE LA GUERRA
Carabanchel. El mismo Carabanchel tiene una Historia más larga que la
 de los Estados Unidos, pero a cambio los Estados Unidos se han metido 
en todas las guerras: guerras mundiales, guerras asiáticas, guerras 
contra zombies. Todas.
Los Despachos de guerra (Dispatches, 1977) sobre Vietnam -Nam para los veteranos- los escribió Michael Herr como corresponsal del Esquire. Pequeño y de gafas redondas, no escribió un libro sobre la guerra: Dispatches, es
 la guerra. Es la amistad y la muerte. A Herr se lo llevó más adelante 
Coppola a la jungla filipina para que lo asesorase durante el rodaje de Apocalypse Now.
Tree of Smoke, 2007, de Denis Johnson (sin 
traducción al español). Skip, un agente de la CIA en Vietnam, un Vietnam
 de jungla hipnótica, fascinante y letal como una especie no catalogada.
 Caminar, caminar, caminar. Un libro sobre el mal.
Trampa 22 (Catch-22, 1961). Joseph
 Heller: Yossarian. Europa. Segunda Guerra Mundial o cómo morir de 
estupor y de coágulos de risa. Recomiendo la experiencia total de leer Trampa 22 simultáneamente con Matadero 5 (Slaughterhouse 5, 1969), de Vonnegut, que proporcionaría una visión en 3D de lo que supone la demencia y el desconcierto de la guerra.
En realidad ni Herr ni Johnson ni Heller ni mucho menos Vonnegut 
estaban en su sano juicio antes de ir a la guerra, por eso volvieron 
sanos para contarla.
LOS LIBROS DE VIAJES
Estos americanos están siempre de viaje pero casi siempre de viaje de
 negocios, por cambio de trabajo; viajes locales en American Airlines y 
compañías low cost. Al extranjero en realidad viajan en su primera 
juventud, para ver catedrales y beber calimocho. Así que la mejor 
literatura de viajes suele ser local.
Las aventuras de Huckleberry Finn, 1884, de
 Mark Twain. El río. La vida. La Libertad Americana. Twain nos cuenta el
 viaje sin retorno de la primera adolescencia, el hedonismo de la huida,
 pero con el eco melancólico que supone contar lo ya vivido, después, de
 vuelta en casa.
Walden, 1854. Thoreau, el paisaje interno. 
Thoreau fue sin proponérselo el primer zen de la Costa Oeste, mucho 
antes del New Age y S. Suzuki. En Walden, la laguna, habla del viaje 
interior, el paseo por la naturaleza humana y la naturaleza algo europea
 de parque silvestre. Hace poco se supo que Thoreau en realidad no vivía
 en Walden si no que iba y venía desde su casa. Un poco como Maria 
Antonieta con sus ovejas.
A Walk on the Wild Side, 1956, de Nelson 
Algren. (sin traducción). Nelson Algren como el sexto Rolling Stone, la 
sexta bala perdida, en un viaje sin rumbo por la América profunda, la 
prostituta más desesperada y barata, los trenes más sucios. América como
 la reina de la belleza y de la mugre. Imprescindible.
LOS LIBROS DEL HOGAR
La familia Wapshot, (The Wapshot Chronicle,
 1957-64), de John Cheever. Fueron los primeros, los yanquis, en hablar 
de la familia disfuncional. Desde aquí creíamos que eran perfectos 
porque lo tenían todo: los Twinkies, la lycra, Abbot y Costello, pero 
no. Había familias como los Wapshot y como los Cheever, con casa y perro
 y grandes dosis de alcohol corriendo por las tuberías de plomo, horror 
no dicho e historias de incesto en el sótano, de techo muy bajo de 
cemento.
Libertad, (“Freedom”, 2010), de Jonathan 
Franzen. La gran esperanza blanca de la novela americana. La novela 
decimonónica, folletinesca, que no deja ni una sola habitación de la 
casa por descubrir, eso es Franzen. Es muy bueno, conserva el sabor 
hasta el final, no como otros chicles, pero es tan correcto, tan guapo, 
tan buen chico, tan delegado de curso que a veces desearías que se 
quitara la ropa. Eso es. Que se quite la ropa, Franzen de una vez por 
todas.
Revolutionary Road, 1961, de Richad Yates. 
La ambición. La ambición del éxito. La ambición de ser escritor, que es 
sin duda la más peligrosa y fea de las ambiciones. Sueños pequeños del 
Medio Oeste que acaban en pesadilla compartida, en fracaso y en vacío. 
Orquídeas muertas.
LOS LIBROS DE LA DESGRACIA
Es raro que un norteamericano cuente cosas personales a un amigo. 
Suelen preferir a un extraño en la barra de un bar, a un extraño en un 
congreso de dentistas, a una extraña en un viaje de avión. Pero cuando 
escriben literatura testimonial lo hacen sin concesiones ni medias 
palabras.
El año del Pensamiento Mágico (The Year of Magical Thinking,
 2005), de Joan Didion. La Didion es la mejor periodista, junto con 
Janet Malcolm -algo más perversa- que ha dado Estados Unidos. En este 
Magical Thinking habla de la muerte de su hija y de su marido ocurridas 
casi simultáneamente con la precisión del mejor cirujano, es decir, del 
que no siente nada, y la precisión del periodista que señala los 
detalles, donde dicen que está Dios, que no siempre está en todas 
partes.
Esa Oscuridad Visible (Darkness Visible,
 1989), de William Styron. El horror de la depresión, los electroshocks,
 la medicación, las terapias, los ingresos de urgencia. Todo para nada. 
La depresión para nada. La vida para nada.
El velo negro (The black Veil, 
2002), de Rick Moody. Hace referencia a aquella perturbadora historia de
 Hawthorne, “El velo negro del ministro”, y se refiere a lo mismo: a la 
culpa, la redención familiar y el remordimiento. Un desnudo integral, 
sin piel, sin nada. Un escritor magistral, este Moody.
(*) Añadiría aquí también las Non-Fiction, 
2004, de Chuck Palahniuk (sin traducción), donde relata la historia real
 su abuelo -asesino- y de su padre -asesinado-. Contado como si lo 
estuviera viendo en la tele. Demoledor.
LOS LIBROS DE LO FEO
Unabomber. El KKK. Los concursos de belleza infantil. Los indigentes 
viviendo en chabolas en los cayos paradisíacos de Florida. Qué fea es 
América cuando se pone bizarra, cuando pierde la chola, cuando se vuelve
 rara. Qué familiar nos resulta todo el White Trash, la escoria blanca; qué humana. Y qué real.
Sangre Sabia (Wise Blood, 1952), 
de Flannery O´Connor. La O’Connor  era una sureña loca y genial, de 
gafas de culo de vaso y célibe hasta la médula, la pobre, pero escribió 
esta joya extraña de iluminados religiosos, gente de la calle, sin hijos
 ni padres, desangelados con ángel.
Hunter S. Thompson. Cualquier libro de Gonzo. Sus delirios 
lisérgicos, su IBM machacada a puñetazos, sus cenizas esparcidas por un 
cañón diseñado por él mismo en el cielo nocturno, lleno de murciélagos y
 caballos y Harley Davidsons.
Elogiemos Ahora a Hombres Famosos (Let´s praise now Famous Men,
 1941). Escrito por James Agee, con fotografías de Walker Evans, una 
obra maestra en todas sus dimensiones. La Alabama de la Gran Depresión. 
Escrito como una letanía, con la cadencia de una oración repetida una y 
otra vez, “Elogiemos” es como un cruce entre John Cage y el Eclesiastés,
 la pobreza y el amor escuálido. La belleza desoladora.
LOS LIBROS DE LA LITERATURA
El postmodernismo en Estados Unidos. Sí. Hasta allí también llegó. 
Grandes digestiones postmodernas en claustros universitarios de la Ivy 
League, regados de Pinot Noir y Prozac.
La subasta del Lote 49 (The crying of Lot 49,
 1965), de Pynchon. El Lote 49 tiene ya la friolera de treinta y ocho 
años, lo escribió Pynchon en el 65. En el 65 no existía internet pero el
 Trystero de Pynchon es internet puro y duro: un medio de mensajería e 
información, una búsqueda secreta, una paranoia que se retroalimenta 
hasta el infinito. En realidad podría decirse esto de casi todos sus 
libros, que no son más que haces de láser de un gran holograma total: la
 imagen oculta de Thomas Pynchon.
La broma infinita (Infinite Jest, 
1996), de David Foster Wallace. El infinito de esta broma no es otro que
 el lento y desasosegante y mesmérico avanzar alrededor de un gran 
agujero negro donde debía haber algo que no está y que nunca estuvo. Un 
agujero negro que, al escribirlo, Wallace al menos lo colocó en un lugar
 concreto, lo alejó de sí mismo, aunque sólo fuera temporalmente. Leer 
La Broma con mucho tiempo por delante, sin pareja, cuando te hayan 
abandonado todos tus amigos. Es lo ideal.
La entreplanta, (The Mezzanine, 
1988), de Nicholson Baker. El placer, el placer de escribir, el placer 
de leer, el extraño bucle de Moebius donde se cruzan la realidad y la 
ficción y la literatura. También ha escrito el memorable, “U and I”, 
sobre John Updike.
(*) Otro imprescindible: “Los reconocimientos, (“The Recognitions”, 1955), de William Gaddis.
LOS LIBROS DEL AMOR
El, ou, vi, i. L.O.V.E. Amor. Bah, entremos a saco.
Homer y Langley, 2009. Cuando E.L. Doctorow
 era un adolescente se encontraron los cadáveres de los hermanos 
Collyer, quienes vivieron toda la vida juntos en su megamansión de la 
Quinta Avenida, alimentando a dos un Síndrome de Diógenes que los 
sepultó a ambos. Homer era ciego y Doctorow nos cuenta la relación entre
 ellos, su amor incondicional y triste y descolocado, a ratos también 
divertido, siempre conmovedor, desde el punto de “vista” de Homer, el 
ciego.
House of Leaves, 2000. (“Casa de hojas”, de
 próxima traducción), de Mark Z. Danielewski. Más que un libro es una 
experiencia. Esta House of Leaves es uno de esos libros de culto en 
Estados Unidos que igual se encuentra en la sección de Cómics que en la 
de Terror quizás porque es un libro único -como objeto, como libro, no 
hay nada parecido- y una historia única de la que es mejor no dar 
pistas. Sólo adelantar que en realidad es eso, una historia de amor y de
 terror al mismo tiempo, si es que no eso es el amor: terror a dos, 
terror en estéreo.
Ravelstein, 2000, de Saul Bellow. Bellow, 
el Master and Commander de la literatura norteamericana, dibuja a su 
manera un retrato de Allan Bloom, el filósofo que murió de sida en 1992.
 Ravelstein como exceso, Ravelstein como uppercut intelectual y
 vital, Ravelstein moribundo, más vivo que nunca, diciéndonos desde la 
tumba fría: vive con pasión, vívelo todo, llega hasta el final o cierra 
el pico.
(*) Remington, la familia Remington, utilizó la patente de su palanca
 de retroceso del rifle en la palanca del rodillo de las máquinas de 
escribir del mismo nombre. Escribir como disparar.
(**) Por supuesto no están todos los que son; no está Poe, ni 
Melville, ni Faulkner, ni Hawthorne, ni A.M. Homes. Esto no pretende ser
 más que una de mis muchas declaraciones de amor a la literatura 
norteamericana, a quien tanto debo y deberé siempre, la cabrona.