Octavio Paz en su Vuelta
La poesía y la revolución, la vida errante, las viejas marcas, la libertad ajena, el poder sin rostro... Un recorrido por la peripecia vital y literaria del escritor
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| Octavio Paz, retratado en Madrid. / Gorka Lejarcegi./elpais.com | 
La leyenda. Hay un momento en que Octavio Paz se 
convierte en leyenda, en mito. Si hubiera sido militar, le hubieran 
levantado una estatua ecuestre para que levantara la espada apuntando 
más allá del horizonte. Roberto Bolaño lo incorporó en un fragmento de Los detectives salvajes
 para hacerlo encontrarse con Ulises Lima, uno de los personajes 
centrales de la novela. Toma la palabra en el libro Clara Cabeza, que 
cuenta que fue secretaria de Octavio Paz, y explica: “No saben ustedes 
el titipuchal de cartas que recibía don Octavio y lo difícil que era 
clasificarlas. Como ya se imaginarán, le escribían de los cuatro puntos 
cardinales y gente de toda clase, desde otros premios Nobel como él 
hasta jóvenes poetas ingleses o italianos o franceses”. Es el retrato de
 una celebridad que supuestamente podría estar más allá del bien y del 
mal.
La poesía y la revolución. El escritor mexicano que 
ganó en 1990 el Premio Nobel fue devorado por algunas pasiones que irían
 marcando los derroteros de su vida. “La política no era nuestra única 
pasión”, recordaba de su época juvenil en Itinerario. “Tanto o 
más nos atraían la literatura, las artes y la filosofía. Para mí y para 
unos pocos entre mis amigos, la poesía se convirtió, ya que no en una 
religión pública, en un culto esotérico oscilante entre las catacumbas y
 el sótano de los conspiradores.Yo no encontraba oposición entre la 
poesía y la revolución: las dos eran facetas del mismo movimiento, dos 
alas de la misma pasión”.
Yo no encontraba oposición entre la poesía y la revolución: las dos eran facetas del mismo movimiento, dos alas de la misma pasión”
España. “Madrid, 1937, / en la Plaza del Ángel las 
mujeres / cosían y cantaban con sus hijos, / después sonó la alarma y 
hubo gritos, / casas arrodilladas en el polvo, / torres hendidas, 
frentes escupidas / y el huracán de los motores, fijo: (…)”. Octavio Paz
 se fue de casa y abandonó los estudios universitarios en 1936. Trabajó 
en una escuela de educación secundaria para hijos de trabajadores hasta 
que lo contrataron para que trabajara, también como profesor, en Yucatán
 (Mérida). Un año después lo invitaron al Congreso Internacional de 
Escritores Antifascistas en Valencia, durante la Guerra Civil. Quiso 
alistarse en el ejército como comisario político para defender la 
República, pero lo rechazaron: no tenía el aval de ningún partido 
político..
Los datos. Nació en la Ciudad de México el 31 de 
marzo de 1914. Su madre era española; su familia paterna, en cambio, 
liberal e indigenista. Su abuelo escribió novelas históricas, su padre 
participó activamente en la revolución mexicana. De niño vivió una 
temporada en Estados Unidos, donde volvería muchas veces a lo largo de 
su vida, y tuvo una educación sofisticada. Estudió Derecho y Filosofía y
 Letras, y empezó trabajando en las misiones educativas del general (y 
presidente) Lázaro Cárdenas. Entre 1943 y 1945 vivió en Nueva York y San
 Francisco, luego se instaló en París como diplomático, en 1952 viajó 
por India y Japón. Vuelta a México en 1953. Entre 1962 y 1968 fue 
embajador de México en la India. Dio clases en universidades 
estadounidenses, fundó revistas de la relevancia de Plural y Vuelta,
 se casó dos veces, con Elena Garro en 1937, con la que tuvo su única 
hija, y en 1969 con la escultora francesa Marie-Jó Trianin. Escribió y 
escribió, ensayos y poesía. Obtuvo el premio Cervantes en 1981 y el 
Nobel de Literatura en 1990. De Ladera Este, uno de sus grandes
 poemas, son estos versos: “Yo escribo a la luz de una lámpara / Los 
absolutos las eternidades / Y sus aledaños / No son mi tema / Tengo 
hambre de vida y también de morir / Sé lo que creo y lo escribo”.
Vida errante. En una carta de 1982, Octavio Paz le 
contaba a Pere Gimferrer de su vida desordenada en Nueva York y San 
Francisco entre 1943 y 1945: “Viví durante meses en el vestiaire
 de un club de unas señoras viejas en el sótano de un hotel de San 
Francisco. Más tarde, en Nueva York, tuve empleos pintorescos, como el 
doblaje de películas, y quise alistarme en la marina mercante. Por 
fortuna me rechazaron y así me salve de un torpedo alemán y de un 
naufragio. Sin embargo, fui terriblemente feliz. La libertad recién 
conquistada fue una suerte de embriaguez”.
Viejas marcas. México fue seguramente una de sus preocupaciones centrales: su política, su historia, su cultura. En 1950 publicó El laberinto de la soledad.
 “En un sentido estricto, el mundo moderno no tiene ya ideas”, escribió 
allí. “Por tal razón, el mexicano se sitúa ante su realidad como todos 
los hombres modernos: a solas”. Quiso pensar en los avatares de la 
revolución mexicana y en las raíces plurales de su país. Luego contó en 
una entrevista de 1975 que un poeta le había dicho que “había escrito 
una elegante mentada de madre contra los mexicanos”.
Nada es más difícil que reconocer la libertad de los otros, sobre todo la de una persona que se ama y se desea”
El poder sin rostro. La gran obsesión de Paz fue 
pensar las grandes derivas autoritarias del pasado siglo, los 
totalitarismos, y el papel que juegan las burocracias a la hora de 
ejercer un poder técnico que termina desvirtuando los desafíos 
propiamente políticos. “El Estado –no el proletariado ni la burguesía– 
ha sido y es el personaje de nuestro siglo. Su realidad es enorme. Lo es
 tanto que parece irreal: está en todas partes y no tiene rostro. No 
sabemos qué es ni quién es”, apuntó a la hora de explicar el propósito 
de unos de sus libros más célebres: El ogro filantrópico.
La libertad ajena. Paz escribió ensayos de 
literatura, antropología, historia, política, arte, ciencia. Podía 
ocuparse de Fernando Pessoa y de Sor Ángela de la Cruz, a quien dedicó 
uno de sus ensayos más largos y elaborados. Se sumergió en la cultura de
 la India y en la de los indios americanos. Fue un gran erudito, pero 
supo también provocar y criticar cualquier fórmula consagrada. Escribió 
en los periódicos pegado a la actualidad y hurgó en las viejas 
contradicciones que siguen tocando a hombres y mujeres. Podía escribir 
de Cernuda, en Cuadrivio, pero estaba hablando del amor: “El 
amor es la revelación de la libertad ajena y nada es más difícil que 
reconocer la libertad de los otros, sobre todo la de una persona que se 
ama y se desea. Y en esto radica la contradicción del amor: el deseo 
aspira a consumarse mediante la destrucción del objeto deseado; el amor 
descubre que ese objeto es indestructible…”.
El gesto. “En la rebelión juvenil me exalta, más que
 la generosa pero nebulosa política, la reaparición de la pasión como 
una realidad magnética”, escribió Octavio Paz en Conjunciones y disyunciones,
 a propósito del estallido del mayo francés de 1968, y de sus distintas 
proyecciones en México o Estados Unidos. “La tradición de estos jóvenes 
es más poética y religiosa que filosófica y política; como el 
romanticismo, con el que tiene más de una analogía, su rebelión no es 
tanto una disidencia intelectual, una heterodoxia, como una herejía 
pasional, vital, libertaria”. Cuando el Gobierno de Díaz Ordaz autorizó 
la brutal represión que se tradujo en la matanza de la plaza de las Tres
 Culturas en el Distrito Federal, Octavio Paz renunció a su puesto de 
embajador en la India.
Contra el futuro. Paz fue un poeta que se formó en 
el corazón de las turbulencias de las vanguardias y que luego reflexionó
 con frecuencia en la tradición de la ruptura. Decir no a lo que se ha 
heredado para proyectarse a un futuro nuevo y esplendoroso. “La 
concepción de la historia como un proceso lineal progresivo se ha 
revelado inconsistente”, escribió en Los hijos del limo. Y también: “la negación ha dejado de ser creadora. No digo que vivimos el fin de arte: vivimos el fin de la idea de arte moderno”. En Posdata
 apuntaba: “”El valor supremo no es el futuro sino el presente; el 
futuro es un tiempo falaz que siempre nos dice ‘todavía no es la hora’ y
 que así nos niega. El futuro no es el tiempo del amor: lo que el hombre
 quiere de verdad, lo quiere ahora. Aquel que construye la casa de la 
felicidad futura edifica la cárcel del presente”.
 
 
