Un encuentro internacional para analizar y promover la crónica
MARTÍN CAPARRÓS. "La intención, insisto, puede ser solo ésa: contar bien una historia, cualquier historia." |
ELENA PONIATOWSKA. "Manifestar lo oculto, denunciar lo indecible, observar lo que nadie quiere ver"./Revista Ñ |
Congregados en México DF por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, de Gabriel García Márquez y
CONACULTA, los principales autores, editores y promotores del periodismo
narrativo de Iberoamérica discutieron el estado actual de la crónica y
el rol socio cultural del género en la búsqueda y consolidación de una
identidad latinoamericana. Entre los valiosos aportes de más de 80
expositores -entre los que se destacan Darío Jaramillo Agudelo, Jon Lee
Anderson, Cristian Alarcón, Santiago Gamboa y Guillermo Osorno-, quienes
revisaron las formas, los desafíos y las cuentas pendientes
relacionados con la no ficción contiental, Ñ comparte con sus lectores,
en esta primera entrega, fragmentos de los discursos de dos maestros
indispensables del campo, la escritora mexicana Elena Poniatowska, quien
fue la encargada de inaugurar los coloquios, y el de cierre a cargo de
Martín Caparrós
UN PUNTO DE PARTIDA
Por Martín Caparrós
Hubo
un cambio: creo que hace cuatro años, la primera vez que reunimos
nuevos cronistas de indias, nuestra preocupación principal era
convencernos de que existíamos, de que éramos, de qué eramos. Tratábamos
de completar la fundación y, por eso, en esos días, la discusión
central consistía, más que nada, en saber de qué hablábamos cuando
hablamos de crónicas, y nos dedicábamos a reconocernos los unos a los
otros. Siempre pasa: cuando uno no está seguro de ser, sobreactúa.
Recuerdo que eso me causó algún problema (...).
(...) Yo
reacciono: es lo que hago en la vida, me parece. Entonces reaccioné
contra ese exceso de orgullo que se debía, supongo, a nuestra etapa
adolescente: queríamos que nos reconocieran. Pero pasaron cuatro años.
Nos hicimos más grandes. En el medio tuvimos ese famoso éxito de estima.
Se nos pasó –supongo, espero– ese síndrome adolescente. Se han
publicado antologías de crónica, abundan los cursos de crónica, aparecen
tesis que estudian la crónica, nos reunimos en un castillo del Imperio:
ahí están las posibilidades –y el peligro. Aprendimos, entretanto, que
aquella función de romper el silencio ahora quedó más bien en manos de
las redes sociales, de la virtualidad inmediata. Hace cuatro años la
irrupción de esos medios nos problematizaba; los debatíamos, nos
debatíamos, los temíamos. Ahora, tantos twits más tarde, ya no los
discutimos: pensamos cómo hacer para aprovecharlos.
El peligro,
dijo alguien, de caer en la tentación de armar la Freak’s Collection:
una galería de raros, de singulares, de atracciones de feria. O el paseo
autocomplaciente: la crónica en su formato cuando yo –cada vez mejor
escrita, más compuesta. El peligro de que las maneras de la crónica se
vuelvan manierismos.Otros dijeron que eso no eran peligros sino
libertades. En todo caso hubo cierto consenso en huir de un
empecinamiento en la miseria que ya no suele cumplir con las metas que
busca, y buscarle otros modos. E insistir en contar el poder –de otra
manera.
Y, entre esos poderes, uno que por aquí se cuenta mucho
porque cuenta mucho: el poder de la violencia, bandas, narcos. Por
momentos, también, intentamos pensar para quién lo hacíamos, ahora que
la audiencia se ve cada vez más, ahora que vemos leyendo a los lectores.
Alguien decía que la crónica era para élites. Y quién le contestaba que
los diarios también eran productos de nicho: 120.000 ejemplares en un
país de 100 millones de habitantes demuestran que la cantidad no siempre
es el valor determinante (...)
(...) Y que no hay por qué
innovar en las formas de la crónica, dijeron varios: hubo cierto
consenso raro en que es mejor no cambiar mucho la manera en que las
crónicas se hacen, se presentan.
Y un joven ecuatoriano, Andrade:
que el problema no es el género crónica y sus cambios; que la pelea es
conseguir que seamos distintos entre nosotros, que cada cual escriba con
su voz.
Y yo creo que eso sería, si es, una prueba de que hemos
llegado a alguna parte. Digo: a un punto de partida. Hubo, también –hubo
sobre todo–, cruces, propuestas, contactos, más trabajo de redes. Uno
de los cronistas más jóvenes me decía que ya se había conectado con tres
editores con los que quizá podría hacer algo. Otros armaban libros,
otros mejoraban sus páginas virtuales; la fundación García Márquez lanzó
su web de cronistas, la fundación TEM su beca en alianza con Soho, más
encuentros, cantidad de proyectos. Son retazos, jirones de cuatro días
tan acelerados que terminaremos de oír lo que dijimos en semanas, meses
(...).
DENUNCIAR LO INDECIBLE
Por Elena Poniatowska
La
crónica en América Latina responde a una necesidad: manifestar lo
oculto, denunciar lo indecible, observar lo que nadie quiere ver,
escribir la historia de quienes aparentemente no la tienen, de los que
no cuentan con la menor oportunidad de hacerse oír. La crónica refleja
más que ningún otro género los problemas sociales, la corrupción de un
país, la situación de los olvidados de siempre. Sus hallazgos bien
pueden saltar a la novela y por lo tanto resultan muy difíciles de
encasillar. ¿No es ficción o es ficción o es las dos cosas? Monsiváis
nunca se preocupó por encontrarle solución a este rompecabezas.
Carlos
Monsiváis es, sin lugar a dudas, el mayor cronista de nuestro país, y,
en lo particular, de esta ciudad (prueba de ello es el dominio que logra
al describirla en “Los rituales del caos”, que también habría podido
llamar “Compendio de catástrofes mexicanas”). Con él, los lectores
encuentran un nuevo lenguaje, Monsiváis le pone casa nueva a un
periodismo anquilosado y tramposo. Logra integrar a los maestros, a los
trabajadores, electricistas, petroleros, a los empleados bancarios, a
los jóvenes que lo leen en un país analfabeta que aún no cuenta con una
clase media.
Monsiváis nunca quiso ser novelista, aunque en sus
principios escribió alguna que otra poesía, algún que otro cuento que
probablemente conserve José Emilio Pacheco. Monsiváis influye de manera
significativa en la opinión pública al pitorrearse de las declaraciones
de políticos, empresarios, obispos, embajadores, diputados y demás
personajes de la llamada “vida nacional” a quienes su lucidez
endemoniada exhibió con sus propias palabras.
Crítico, analista de
los acontecimientos políticos y sociales, biógrafo tanto de
celebridades (de Salvador Novo a Luis Miguel, pasando por Spencer Tunik y
Octavio Paz), Monsiváis es el testigo de todo evento: terremoto,
masacre, inundación, protesta, marcha, coloquio, conferencia, mesa
redonda, simposio o manifestación pública. Siempre he pensado que si a
él le gustó tanto que Spencer Tunik desnudara a los mexicanos en el
Zócalo y a las mexicanas viejas y jóvenes en la Casa Azul en honor a
Frida Kahlo, es porque él habría querido hacerlo (así como se disfrazaba
de obispo) pero su protestantismo no se lo permitió.
Durante los
últimos 30 años resultó indispensable tanto en los actos universitarios
como en los multitudinarios porque reseñaba tanto las tragedias
nacionales como las glorias de la farándula y si comía con el rector
Ramón de la Fuente en la torre de Rectoría, cenaba con Madonna. Salir en
la foto con Monsi era una consagración, salir con Madonna, una muy
probable excomunión.
Hoy ya no nos acompaña la risa de Carlos y su
despeinada cabellera blanca. No por nada José Luis Cuevas lo dibuja
como un “Quevedo Posmoderno”, que puede darse el lujo de burlarse de
quien le dé la gana o deshacer a su mejor amigo sin que se enoje. Sus
juicios definieron a los grandes acontecimientos y por lo general tenían
que ver con la buena conducta política y con la moral. Lo llamaban para
ser el comentarista de cuanto suceso importante en México porque sin él
no quedaban consignados. En el concierto de Pavarotti en el Palacio de
Bellas Artes, al referirse a quienes lo vieron en una pantalla gigante
en la calle a pesar de la lluvia,sentenció: “Este es el mejor público
porque viene a ver, no a que lo vean”.
–Yo ya no leo novelas -me dijo hace años- pero haré un esfuerzo sobrehumano para tu “Tinísima”.
–¿Sólo lees crónicas?
–Sí, el documento es el arte del futuro.
–¿Sólo lees crónicas?
–Sí, el documento es el arte del futuro.
Monsiváis
ponderó a Tom Wolfe, a Norman Mailer, a Truman Capote. Analizó el “New
Journalism” porque lo que él hacía tenía mucho que ver con el nuevo
periodismo y con el modo en el que utilizaba su información que al final
de cuentas era una forma de denuncia y sobre todo de lucha. Él tenía a
sus informantes (entre otros yo, “a ver, dime qué sabes, qué viste, qué
te dijeron”) pero a todo le daba un nuevo tratamiento y los burdos
informes se transformaban en sus crónicas en materia memorable.
Alguna
vez hablamos de Studs Terkel, ganador del Premio Pulitzer por su “The
Good War: An Oral History of World War Two” y autor de “Working”, porque
Hugo Hiriart me consejó: “Deberías hacer un libro sobre el trabajo en
México, entrevistar a una enfermera y a un minero, a un cantinero y a un
taxista”, los grandes sujetos de la llamada “oral history” o literatura
oral, como habría de hacerlo más tarde Oscar Lewis con “Los Hijos de
Sánchez”. La voz de los llamados sin voz es una fuente formidable de
enriquecimiento. Remiten a una historia colectiva y permiten hacer
–claro, dentro de las limitaciones de cada escritor- periodismo de
investigación, de denuncia, de resistencia que suele llamarse
“político”.
Durante toda su vida, Monsiváis fue un
periodista-denunciante, o si a alguien le molesta lo de periodista, un
escritor-denunciante. Reunió a quienes consideraba cronistas y rindió
homenaje a sus colegas en “A ustedes les consta, Antología de la crónica
en México”, lanzada por la Editorial ERA en 1980 (aunque la UNAM
publicó una primera versión en 1979) en la que recoge y juzga a la
crónica en México a través de dos siglos, desde 1906 hasta 1979 y va de
Manuel Payno, Guillermo Prieto, Francisco Zarco hasta Hermann
Bellinghausen, José Joaquín Blanco, Jaime Avilés y el más joven Fabrizio
Mejía Madrid.
Todos estos escritores -”fogueados por la escuela
del periodismo”, a decir de Federico Campbell- además de reseñar
acontecimientos de nuestra vida diaria, reflejan a su época y, en
algunos casos, han sido factores de cambio como en el dibujante o
“monero” Gabriel Vargas, que marcó a los mexicanos con su historieta “La
familia Burrón”. Cristeta Tacuche es una de mis heroínas. Por cierto
que el apoyo de Monsiváis a los caricaturistas resultó tan valioso como
la reciprocidad, por ejemplo, de un artista de la talla de Rafael
Barajas, “El Fisgón”, quien resultó definitivo en la creación del Museo
del Estanquillo, el de las colecciones monsivaisianas. Finalmente, los
caricaturistas son grandes historiadores y les aconsejo a todos leer a
“El Fisgón”, que es más elocuente que cualquier cuentista.
José
Joaquín Blanco es el autor de dos libros notables, entre otros, “Función
de media noche” y “Un chavo bien helado”. Su sátira de los rich and
beautiful es memorable y su denuncia de las oligarquías analfabetas, que
Daniela Rossell retrató en su libro “Ricas y famosas”, es un compendio
de la imbecilidad de la alta burguesía que nos gobierna desde su
prepotencia sexenal. Por otro lado también se ocupa de la cultura que
corre por las calles y se extasía ante la creatividad de compositores
como Pérez Botija y Juan Gabriel, que nos brindan canciones de tan
difícil comprensión como: “Te quiero mucho, mucho/ Desde hace mucho
tiempo,/ Te quiero mucho, mucho/ Desde el primer “te quiero”,/Te quiero
mucho, mucho/ Desde que estás conmigo,/ Te quiero mucho, mucho/ Desde
que estoy contigo/”. Estas sesudas reflexiones hacían llorar a la
española Rocío Durcal y para agradecérselo, Juan Gabriel creó en
exclusiva: “Ya lo ves: la vida es así,/ Tú te vas y yo me quedo
aquí;/Lloverá y ya no seré tuya:/Seré la gata bajo la lluvia/¡y maullaré
por ti!”
La crítica ácida y certera de José Joaquín Blanco no le
ha dado luz a los poderosos pero sí los ha puesto en evidencia a partir
del final de los años 80. “Función de media noche”, que no le pedía nada
al mejor Monsiváis, y “Un chavo bien helado”, demostraron su maestría
de crítico y de escritor. Su conocimiento de la literatura desde la
Colonia hasta nuestros días lo han vuelto indispensable para conoce al
México que no vivimos y al que estamos viviendo (...).