Gabriel García Márquez: Homenaje: 85.45.30*
En este ensayo, que reproducimos parcialmente y hace parte del libro 12 personajes en busca de psiquiatra, el autor analiza a uno de los personajes centrales de Cien años de soledad
El primer capítulo de Cien años de soledad, publicado en El Magazín de El Espectador. /Archivo/elespectador.com |
Entre los personajes de Cien años de soledad, pocos tan fascinantes
para la psiquiatría como José Arcadio Buendía. Ese “poeta de la
ciencia”, como el propio García Márquez bautizó a los alquimistas en sus
reportajes sobre los países de la Cortina de Hierro, no sólo fue el
artífice de la estirpe de los Buendía que da vida al libro, sino el gran
“patriarca juvenil” alrededor del cual se construyó la monumental
historia de Macondo. Eso sí, al precio de su propia locura, que es la
que analizaremos a continuación.
Dotado de un entusiasmo y una imaginación desbordados, José Arcadio
Buendía se echó al hombro la responsabilidad de fundar un pueblo; aunque
más tarde, maravillado por la ciencia que le prodigaba a puchos el
gitano Melquíades, se entregó a empresas imposibles motivado por
intuiciones bárbaras que lo separaron poco a poco de la realidad hasta
sumirlo en un mundo propio del que ya no volvería nunca.
Quizás donde se percibe mejor ese tránsito es en el pasaje en el que
José Arcadio Buendía nota cierto desvarío en el tiempo. Entró al taller
de su hijo Aureliano, le preguntó qué día de la semana era, y éste le
respondió que era martes. Sin embargo, al advertir que el cielo, las
paredes y las begonias eran las mismas de la víspera, insistió en que
seguía siendo lunes. Como la sensación se repitió el miércoles, el
jueves y el viernes, el personaje “no tuvo la menor duda de que seguía
siendo lunes”.
Esta es una de las manifestaciones frecuentes de un trastorno mental
que implica la pérdida del contacto con la realidad. La vivencia
angustiosa de extrañeza en la cual se percibe algo intangible, es, casi
siempre, una señal de desrealización, un fenómeno relacionado con la
desestructuración del yo que consiste en una “alteración de la
percepción de la experiencia del mundo exterior del individuo, de forma
que aquel se presenta como extraño o irreal”. La comprensión actual de
la enfermedad mental permite inferir que la desrealización resulta de
una perturbación química del cerebro, de tal manera que la percepción y
la vivencia del sí mismo y del entorno se manifiestan como algo nuevo,
como algo diferente, usualmente incomprensible, que obliga al individuo a
examinar los objetos en una búsqueda engañosa de lo novedoso: “Pasó
seis horas examinando las cosas, tratando de encontrar una diferencia
con el aspecto que tuvieron el día anterior, pendiente de descubrir en
ellas algún cambio que revelara el transcurso del tiempo”.
De hecho, en estos padecimientos es posible encontrar una
manifestación clínica denominada signo del espejo, en la cual la persona
se ve en la necesidad de mirar permanentemente su reflejo para no
perder la noción de sí misma.
La desrealización, por constituirse en una vivencia de extrañeza,
genera miedo, un miedo que adquiere gran intensidad hasta convertirse en
lo que se conoce como una ansiedad psicótica o ansiedad flotante. Esta
experiencia, con características de aniquilación, de pérdida de la
noción del sí mismo o de la noción del entorno, puede desencadenar
severas alteraciones de la conducta, como las experimentadas por José
Arcadio Buendía: “Entonces agarró la tranca de una puerta y con la
violencia salvaje de su fuerza descomunal destrozó hasta convertirlos en
polvo los aparatos de alquimia, el gabinete de daguerrotipia, el taller
de orfebrería, gritando como un endemoniado en un idioma altisonante y
fluido pero completamente incomprensible. Se disponía a terminar con el
resto de la casa cuando Aureliano pidió ayuda a los vecinos. Se
necesitaron diez hombres para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte
para arrastrarlo hasta el castaño del patio, donde lo dejaron atado,
ladrando en lengua extraña y echando espumarajos verdes por la boca”.
Un destino inevitable. Antes de expresar estas señales de locura,
José Arcadio era un hombre emprendedor y obstinado. Sin embargo, ese
emprendimiento y esa obstinación tuvieron un origen que explican muy
bien sus síntomas.
En su adultez joven, se casó con su prima Úrsula Iguarán. Pero su
matrimonio no fue consumado por más de un año, por el temor a tener
hijos con cola de cerdo. Dentro de los antecedentes familiares había
existido un Buendía casado con una prima, de cuya unión nació un hijo
con una cola “cartilaginosa y en forma de tirabuzón con una escobilla de
pelos en la punta”, que “pasó la vida con pantalones englobados y
flojos” y que a la edad de cuarenta y dos años murió desangrado cuando
un carnicero amigo se la cortó de un tajo.
Por esta razón, Úrsula se negó a consumar el matrimonio y usaba un
pantalón de castidad. Los encuentros de la pareja se limitaban a
forcejeos, y la gente comenzó a rumorar que ella seguía siendo virgen
porque su esposo era impotente.
En una riña de gallos, cuando el animal de José Arcadio Buendía le
ganó al de Prudencio Aguilar, este le gritó ante todas las personas de
la gallera: “Te felicito. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a
tu mujer”.
José Arcadio se sintió profundamente ofendido, lo retó a duelo y
varios minutos después le atravesó el cuello con una lanza. Esta muerte
fue interpretada como un duelo de honor.
Sin embargo, dejó en José Arcadio Buendía y en Úrsula Iguarán un
remordimiento que los obligó a emigrar del pueblo con un grupo de
seguidores. Al no encontrar la ruta del mar, tras haber pasado la noche
al lado de un río, José Arcadio suspendió la travesía influenciado por
un sueño.
“Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto al río, en
el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la aldea”. No era
otra que Macondo.
En este relato hay varios aspectos que afectaron de forma importante las condiciones psicológicas de José Arcadio Buendía:
1. La experiencia de ver vulnerada su sexualidad y la noción de su
masculinidad. Ante la negativa de su esposa, requirió reprimir durante
mucho tiempo su pulsión genital, su necesidad de copulación (...). 2.Si
bien el suceso en el que murió Prudencio Aguilar se definió como un
duelo de honor, el resultado en José Arcadio Buendía fue un sentimiento
de culpa desbordado que lo siguió acompañando el resto de su vida (...).
3. El destierro de su propio pueblo, con el consiguiente desarraigo de
sus orígenes, es la expresión más clara de la culpa de José Arcadio
Buendía (...). 4. Si bien lo ocurrido alteró la función erótica y
copulatoria de la sexualidad, la función reproductora del sexo también
quedó rarificada por el miedo de tener hijos con cola de cerdo, por el
temor de ser partícipe del engendramiento de seres imperfectos que
serían el reflejo del sí mismo, por la presunción de ser autor de la
degeneración de la especie (...).