Gabriel García Márquez: Homenaje: 85.45.30*
El encuentro tenía la impronta de las ocasiones íntimas, familiares,
donde suelen imponerse el recuento y las efusivas evocaciones, en un
ambiente que compartíamos con un grupo de amigos del Gabo y algunos
compañeros dirigentes de la Revolución
Gabriel García Márquez y Fidel Castro./el tiempo.com |
Gabo y yo estábamos en la ciudad de Bogotá el triste día 9 de abril de
1948 en que mataron a Gaitán. Teníamos la misma edad: 21 años; fuimos
testigos de los mismos acontecimientos, ambos estudiábamos la misma
carrera: Derecho. Eso al menos creíamos los dos. Ninguno tenía noticias
del otro. No nos conocía nadie, ni siquiera nosotros mismos.
Casi medio siglo después, Gabo y yo conversábamos, en vísperas de un viaje a Birán, el lugar de Oriente, en Cuba, donde
nací la madrugada del 13 de agosto de 1926. El encuentro tenía la
impronta de las ocasiones íntimas, familiares, donde suelen imponerse
el recuento y las efusivas evocaciones, en un ambiente que
compartíamos con un grupo de amigos del Gabo y algunos compañeros
dirigentes de la Revolución.
Aquella noche de nuestro diálogo, repasaba las imágenes grabadas en la
memoria: ¡Mataron a Gaitán!, repetían los gritos del 9 de abril en
Bogotá, adonde habíamos viajado un grupo de jóvenes cubanos para
organizar un congreso latinoamericano de estudiantes. Mientras
permanecía perplejo y detenido, el pueblo arrastraba al asesino por las
calles, una multitud incendiaba comercios, oficinas, cines y edificios
de inquilinato. Algunos llevaban de uno a otro lado pianos y armarios
en andas. Alguien rompía espejos. Otros la emprendían contra los
pasquines y las marquesinas. Los de más allá vociferaban su
frustración y su dolor desde las bocacalles, las terrazas floridas o
las paredes humeantes. Un hombre se desahogaba dándole golpes a una
máquina de escribir, y para ahorrarle el esfuerzo descomunal e
insólito, la lancé hacia arriba y voló en pedazos al caer contra el
piso de cemento. Mientras hablaba, Gabo escuchaba y probablemente
confirmaba aquella certeza suya de que en América Latina y el Caribe,
los escritores han tenido que inventar muy poco, porque la realidad
supera cualquier historia imaginada, y tal vez su problema ha sido el
de hacer increíble su realidad. El caso es que, casi concluido el
relato, supe que Gabo también estaba allí y percibí reveladora la
coincidencia, quizás habíamos recorrido las mismas calles y vivido los
sobresaltos, asombrosos e ímpetus que me llevaron a ser uno más en
aquel río súbitamente desbordado de los cerros. Disparé la pregunta
con la curiosidad empedernida de siempre. "Y tú, ¿qué hacías durante
el Bogotazo?", y él, imperturbable, atrincherados en su imaginación
sorprendente, vivaz, díscola y excepcional, respondió rotundo,
sonriente, e ingenioso desde la naturalidad de sus metáforas: "Fidel, yo
era aquel hombre de la máquina de escribir".
A Gabo lo conozco desde siempre, y la primera vez pudo ser en
cualquiera de esos instantes o territorios de la frondosa geografía
poética garciamarquiana. Como él mismo confesó, lleva sobre su
conciencia el haberme iniciado y mantenerme al día en "la adicción de
los 'best sellers' de consumo rápido, como método de purificación contra
los documentos oficiales". A lo que habría que agregar su
responsabilidad al convencerme no sólo de que en mi próxima
reencarnación querría ser escritor, sino que además querría serlo como
Gabriel.
García Márquez, con ese obstinado y persistente detallismo en que
apoya como en una piedra filosofal, toda la credibilidad de sus
deslumbrantes exageraciones. En una oportunidad llegó a aseverar que me
había tomado dieciocho bolas de helado, lo cual, como es de suponer,
protesté con la mayor energía posible.
Recordé después en el texto preliminar de 'Del amor y otros demonios'
que un hombre se paseaba en su caballo de once meses y sugerí al autor:
"Mira, Gabo, añádele dos o tres años más a ese caballo, porque uno de
once meses es un potrico". Después, al leer la novela impresa, uno
recuerda a Abrenuncio Sa Pereira Cao, a quien Gabo reconoce como el
médico de Cartagena de Indias, en los tiempos de la narración. En la
novela, el hombre llora sentado en una piedra del camino junto a su
caballo que en octubre cumple cien años y en una bajada se le reventó el
corazón. Gabo, como era de esperarse, convirtió la edad del animal en
una prodigiosa circunstancia, en un suceso increíble de inobjetable
veracidad.
Su literatura es la prueba fehaciente de su sensibilidad y adhesión
irrenunciable a los orígenes, de su inspiración latinoamericana y
lealtad a la verdad, de su pensamiento progresista.
Comparto con él una teoría escandalosa, probablemente sacrílega para
academias y doctores en letras, sobre la relatividad de las palabras del
idioma, y lo hago con la misma intensidad con que siento fascinación
por los diccionarios, sobre todo aquel que me obsequiara cuando cumplí
70 años, y es una verdadera joya porque a la definición de las
palabras, añade frases célebres de la literatura hispanoamericana,
ejemplos de buen uso del vocabulario. También, como hombre público
obligado a escribir discursos y narrar hechos, coincido con el ilustre
escritor en el deleite por la búsqueda de la palabra exacta, una
especie de obsesión compartida e inagotable hasta que la frase nos
queda a gusto, fiel al sentimiento o la idea que deseamos expresar y
en la fe de que siempre puede mejorarse. Lo admiro sobre que siempre
puede mejorarse. Lo admiro sobre todo cuando, al no existir esa
palabra exacta, tranquilamente la inventa. ¡Cómo envidio esa licencia
suya!
Ahora aparece 'Gabo por Gabo' con la publicación de su autobiografía,
es decir, la novela de sus recuerdos, una obra que imagino de nostalgia
por el trueno de las cuatro de la tarde, que era el instante de
relámpago y magia que su madre Luisa Santiago Márquez Iguarán echaba de
menos lejos de Aracataca, la aldea sin empedrar, de torrenciales
aguaceros eternos, hábitos de alquimia y telégrafo y amores turbulentos y
sensacionales que poblarían Macondo, el pequeño pueblo de las páginas
de cien años solitarios con todo el polvo y el hechizo de Aracataca.
De Gabo siempre me han llegado cuartillas aún en preparación, por el
gesto generoso y de sencillez con que siempre me envía, al igual que a
otros a quienes mucho aprecia, los borradores de sus libros, como
prueba de nuestra vieja y entrañable amistad. Esta vez hace una
entrega de sí mismo con sinceridad, candor y vehemencia, que le
develan como lo que es, un hombre con bondad de niño y talento
cósmico, un hombre de mañana, al que agradecemos haber vivido esa vida
para contarla.
Fidel Castro.
Expresidente de Cuba. Artículo publicado en la revista Cambio, en octubre de 2002.
Expresidente de Cuba. Artículo publicado en la revista Cambio, en octubre de 2002.
Cien años de soledad o El Embrujo de la Palabra en la Novela Total
*85 años de Gloria. 45 años de la publicación de Cien años de soledad. 30 años del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura. Café Literario Bibliófilos: Cien años de soledad o el Embrujo de la Palabra en La Novela Total. Sábado 20 de Octubre: 3pm. Biblioteca Pública Virgilio Barco. BibloRed.Bogotá. Colombia
*85 años de Gloria. 45 años de la publicación de Cien años de soledad. 30 años del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura. Café Literario Bibliófilos: Cien años de soledad o el Embrujo de la Palabra en La Novela Total. Sábado 20 de Octubre: 3pm. Biblioteca Pública Virgilio Barco. BibloRed.Bogotá. Colombia