Todos los idiomas han aportado su granito de arena a la globalización del entendimiento humano. No hablemos del griego ni del latín ni del árabe, que son los grandes proveedores de palabras universales: ecuménico, ley, álgebra
Mahmud Sharif/facebook./elespectador.com |
Hablemos en cambio del castellano, que siempre tengo presente cuando
los locutores de los informativos alemanes dicen, en alemán, que una
“junta” se hizo cargo del poder tras un golpe militar. Y hablemos del
alemán, que nos ha dado la metáfora ideal de la guerra relámpago con su
Blitzkrieg. O hablemos del francés, al que debemos la universalidad de
la palabra restaurante. O del checo, de donde procede la palabra robot. O
del italiano, padre del graffiti. O del neerlandés, gracias al cual
poseemos las palabras babor y estribor para nombrar, respectivamente,
los lados izquierdo y derecho de los barcos. Y sin necesidad ninguna de
mencionar el inglés, cuya preeminencia no es poquita cosa, hablemos del
japonés, pues quieras que no hay varias palabras niponas que son
universales: judo, harakiri, kamikaze, para no decir sino tres.
La tercera de ellas es la que lamentablemente goza de mayor
actualidad y más difundido conocimiento. En la escalada de su
confrontación con Israel, Palestina pasó de la intifada autóctona al
kamikaze foráneo, y luego, con el fundamentalismo de Al Qaida, se ha
puesto a la orden del día, en Irak y Afganistán. Casi no transcurre un
solo día sin que la prensa, la radio y la TV nos informen de un nuevo
atentado kamikaze en esos países.
Me gustaría precisar que el vocablo kamikaze significa literalmente
“viento divino” y designa aquél viento mítico desencadenado por los
dioses del olimpo japonés, en el año 1281, contra la flota chino–tártara
que pretendía conquistar el Imperio del Sol Naciente. A partir del 17
de mayo de 1944, sin embargo, cuando el comandante Katushiga se estrelló
deliberada y suicidamente con su avión contra un destructor de la
Marina de los Estados Unidos, kamikaze designa al hombre que se inmola
por una causa, destruyendo o tratando de destruir al enemigo de ella.
En el caso de los fundamentalistas árabes sucede que el kamikaze
dizque tiene garantizado el Paraíso, de tal manera que acude a la cita
de la muerte con toda deliberación, hasta contento. Pero habrán notado
que escribí “dizque”, y no puedo por menos de añadir que lo hice por mi
cuenta y razón, ya que el Corán condena de manera taxativa el suicidio.
Ahora bien, es evidente que la hermenéutica, la ciencia de la
interpretación de los textos sagrados, tanto en la religión musulmana
como en cualquier otra, está siempre lista a la hora de sacar conejos
del sombrero de copa. Por lo que se refiere a la religión de Jesús el
Nazareno basta pensar en el cerebro retorcido que inventó la
Inquisición.
Dicho de otro modo: ustedes pueden encontrar toda
una legión de teólogos musulmanes que pese a la condena del suicidio por
el Corán, dispondrán de todos los argumentos posibles para justificar
los atentados kamikazes. Y es evidente que hallan un terreno abonado en
la juventud de una Palestina desesperada, de un Afganistán ocupado
militarmente, de un Irak sin norte; la recluta de suicidas voluntarios
no es problema para los señores de la guerra.
Pero ya dice el dicho decidero, como decía Unamuno, que Dios escribe
derecho con renglones torcidos, y es ello lo que me lleva a contarles
una historia verídica ante cuyo desenlace uno no sabe bien si echarse a
reír o si echarse a llorar. Les cuento:
Esta es la historia de un kamikaze palestino, Mahmud Sharif. Los
explosivos que llevaba atados a su cuerpo no explotaron cuando los hizo
detonar, sólo explotó el detonador y Mahmud Sharif perdió el
conocimiento de resultas de ello. Cuando recuperó el sentido, se
encontraba en un hospital, pero él creía firmemente que había muerto y
que ya estaba en el Paraíso. Nada de lo que le decían, nada de lo que le
preguntaban, ninguno de los objetos que le mostraban, nada, nada,
lograba sacarlo de esa convicción. Hasta que uno de los oficiales que lo
interrogaban se extrañó:
“¿Así pues, también hay israelíes en tu Paraíso?”
Recién entonces, recién entonces, empezó a comprender Mahmud Sharif.
Ojalá nadie le hable nunca del canto vigesimoctavo de La comedia del
Dante (lo de “divina” es un añadido que no figura en el título
original), canto donde se describen los suplicios que padecen los
condenados al noveno foso del octavo círculo del Infierno, entre ellos
su profeta Mahoma. Y es que todos los paraísos y los infiernos están
hechos a la medida del ser humano, y hasta un grandioso poeta como el
Dante tenía sus cuentas pendientes con amigos y enemigos: en el fondo, La comedia es su factura.