Gabriel García Márquez: Homenaje: 85.45.30*
Milán Kundera, autor de La insoportable levedad del ser, cuenta cómo, durante la ocupación rusa a Checoslovaquia, conoció a Gabo y leyó, aún en pruebas, Cien años de soledad
Julio Cortázar y Gabriel García Márquez conocieron a Milán Kundera en 1968/eltiempo.com |
Era el otoño de 1968, tres meses después de que el ejército ruso ocupó
Checoslovaquia. Rusia no estaba en capacidad de dominar de inmediato a
la sociedad checa, sumergida en la angustia pero con una cierta
libertad por unos cuantos meses más. La Unión de Escritores, acusada
por los rusos de ser el fogón de la contrarrevolución, conservaba
todavía sus casas, editaba sus revistas, acogía a sus invitados. Fue
entonces cuando vinieron a Praga, invitados por ella, tres novelistas
latinoamericanos: Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Carlos
Fuentes. Vinieron discretamente, en su calidad de escritores. Para
ver. Para comprender. Para alentar a sus colegas checos. Pasé con
ellos una semana inolvidable. Nos hicimos amigos. Y justo después de
su partida pude leer, todavía en pruebas de imprenta, la traducción
checa de Cien años de soledad.
Fue el primer libro de Gabo que leí. Y quedé deslumbrado: pensé en el
anatema que el surrealismo había lanzado sobre el arte de la novela al
que había estigmatizado como antipoético, y cerrado por completo a la
libre imaginación. Y resulta que la novela de García Márquez no era más
que eso: imaginación libre. Una de las más grandes obras de la poesía
que conozco, en cada una de cuyas frases brillaba la fantasía, y cada
una era una sorpresa, maravillosamente: una respuesta contundente al
menosprecio por la novela proclamado en el Manifiesto del Surrealismo.
(Y al mismo tiempo un gran homenaje al surrealismo, a su inspiración,
a su aliento de un extremo al otro siglo.)
Fue la confirmación a mi antigua certidumbre de que la poesía y el
lirismo no son nociones hermanas, sino que deben mantenerse a larga
distancia la una de la otra. Pues la poesía de Gabo no tiene nada que
ver con el lirismo. No se confiesa, no abre su alma, sino que permanece
ebrio por el mundo objetivo que eleva hacia una esfera en la que todo
es a la vez real, inverosímil y mágico. (Es por la intensidad de su
poesía como por la virulencia de su antilirismo que la obra de Gabo se
distingue tan radicalmente de la novela contemporánea en Europa.)
No he podido olvidar aquel triple encuentro: Praga ocupada por el
ejército ruso, la visita de Gabo y sus dos amigos, y las primeras
pruebas de la traducción checa de Cien años de soledad. Leí esa novela
en una sola jornada, y de inmediato le escribí un postfacio, que recibí
impreso en las siguientes pruebas, pero que nunca fue publicado. Qué
azar maravilloso: el postfacio de Cien años de soledad fue mi primer
texto prohibido (a causa de mi nombre) por los nuevos amos del país.
Esa prohibición dio inicio a la segunda mitad de mi vida, que es la de
un escritor proscrito en su propio país. Años después, cuando me fui
de Checoslovaquia en un pequeño Renault-5, no pude llevar nada
conmigo; ningún mueble, por supuesto; ni siquiera mi ropa. Mi
biblioteca se redujo a unos cincuenta libros, y el archivo personal de
mis propios escritos me pareció entonces tan inútil que los tiré a la
basura. Sin embargo, el postfacio para Cien años de soledad lo llevé
cuidadosamente conmigo en pruebas de imprenta, como un amuleto
protector. Con ese mismo sentimiento leí luego todos los libros de
Gabo. No sólo me maravilló su belleza, sino además creí escuchar la
voz de un amigo que sólo podía ver de vez en cuando pero cada vez más
querido.
Y algo más: cuando pienso en el arte de la novela, su historia se me
figura como un camino en tres etapas: la primera, la más larga,
inaugurada por Rabelais; la segunda, que es la del siglo XIX, y la
tercera, la de la novela moderna, que creo fue inaugurada por mis
compatriotas centroeuropeos Kafka y Musil, y alcanzó su apogeo en
América Latina y fue encarnado en mi imaginación por aquellos tres
hombres cuarentones, muy guapos, muy viriles, con quienes viví en los
amargos días de Praga una felicidad improbable, vigilada por las
metralletas del ejército ruso.
Milán Kundera
El escritor checo nacionalizado en Francia publicó este artículo en la revista Cambio, en el 2002.
El escritor checo nacionalizado en Francia publicó este artículo en la revista Cambio, en el 2002.