sábado, 5 de febrero de 2022

Velia Vidal: '¿De qué sirve leer cuentos en una vida tan dura?'"

 Velia Vidal, autora de Aguas de estuario, se ha dedicado a narrar la belleza y el horror del Chocó

Velia dirigió varios programas a nivel cultural en la Gobernación de Antioquia, pero abandonó todo por volver a tener cerca el mar, a su abuela Belice y su gente./eltiempo.com

Su libro de no ficción, Aguas de estuario, es una colección de cartas sobre su vida en las tensiones del Pacifico chocoano, su trabajo como promotora cultural y el descubrimiento como escritora./Laguna Libros


“¿De qué sirve leer cuentos en una vida tan dura?”, se dijo Velia Vidal, cuando Grisela, una niña que la visitaba sagradamente cada domingo para leer en el piso de la biblioteca, llegó con los ojos rojos y le dio una noticia desgarradora: “mataron a mi hermanito”. La escena se quedó en su cabeza y fue una de las cartas que escribió en su libro Aguas de estuario.

Velia vive en Bahía Solano entre el paraíso de la naturaleza y el infierno de la realidad colombiana. Antes de irse al aeropuerto para participar en el Hay Festival en Cartagena, el ruido de una explosión de granada la sacó de la cama. La violencia no da tregua. La imagen que tiene de su último viaje largo, también la dejó atormentada: después de haber estado tres meses en Europa, su abuela –que siempre había sido una mujer de puertas abiertas– había pasado los cerrojos y prácticamente miraba por la rendija. La misma mañana se había desatado una balacera al frente de su casa.

La poética de Velia está construida con los grises que quedan entre las dualidades: tierra-mar, volver-regresar, dar-recibir. A veces es testimonial, a veces epistolar, y en sus letras siempre está el misterioso Chocó. Aguas de estuario (Laguna Libros) ha estado en los últimos meses en boca de varios lectores entusiastas que no se han cansado de recomendarla. Su escritura es fresca, honesta y directa. Su cuento Alabao, la narración de un difunto asesinado en una mina en Paimadó que es testigo de su propio velorio y se queda solo con las ánimas cuando se desata un aguacero, fue seleccionado para la edición sobre Colombia de la revista más antigua de literatura del mundo anglófono: The London Magazine.

Velia Vidal vivió en Quibdó hasta los 11 años. Sin embargo, con su mamá, la pobreza no les dejó otro camino que huir a Cali, en búsqueda de mejores oportunidades. Allí las encontró, pero también descubrió el racismo estructural del país en el que vivía, en Medellín, a donde se mudó cinco años después, no fue distinto: el racismo es un problema nacional. Pero Velia no se quedó en lamentos de dientes para adentro. Estudió Comunicación social y periodismo en la Universidad de Antioquia. Fue la primera ganadora de la Beca Creación de autoras afrocolombianas, negras, raizales y palenqueras por Aguas de Estuario. Recibió una mención de honor por su certificación en Estudios Afrolatinoamericanos en Harvard University y recibió una beca en Josepha, una residencia de artistas en Ahrenshoop, Alemania. También publicó Oír somos río (2019), un libro de viajes sobre el río San Juan a partir de su propia experiencia, junto a las memorias de la investigadora Godula Buchholz, que hizo el mismo viaje en 1959.

En el 2015, decidió regresar a Bahía Solano, pero su retorno ha coincidido con épocas de una violencia brutal que no había conocido en su infancia. Ese mismo año, el 25 de mayo, empezó su correspondencia de cartas y correos con un amigo, una colección que terminó convirtiéndose en Aguas de Estuario, publicado en 2020. En sus páginas, Velia relata su llegada al Chocó, y descubre sus dos facetas: su pasión por la promoción cultural y su pluma como escritora.
Los estuarios son las desembocaduras de los grandes ríos en el mar donde se mezcla el agua salada y el agua dulce a través de las mareas, y así es su libro: un intercambio de correspondencias donde se dibuja el mapa de un Choco variopinto y en el que la palabra no solo es clamor de su abandono, sino una oda a la belleza implícita de su verdor y su lucha. Sabe que hace parte de una legión de escritores conscientes del pedazo de agua y tierra que les han otorgado: su amiga Amalia Lú Posso Figueroa, Óscar Collazos, Rogerio Velásquez y, por supuesto, el inmenso Arnoldo Palacios, el autor de Las estrellas son negras.

En cada municipio hay una tragedia por contar de cuenta del narcotráfico, la trata de personas, de cuenta de la presencia del ELN, de todos los grupos. ¿Quién puede vivir en el Chocó hoy?

Velia creó Motete, una corporación educativa y cultural que le apuesta a tener un impacto social en el departamento más pobre de Colombia mediante la lectura y el arte. Hoy asisten más de 1500 familias a los programas y actividades que organizan, y en el 2018, crearon FLECHO, la Fiesta de Lectura y Escritura en Quibdó, donde participan aproximadamente 10.000 personas.


Vel, Velita, la Seño Velia como la llaman en Motete, Veliamar, como se llama ella misma, dialoga durante sus viajes con los mares, el Baltico, el Caribe, a través del Pacifico que lleva dentro. Su familia materna viene de Juradó, la paterna de Juribiná, en Nuqui. Su vida y su obra son un poema a los 21 municipios de la región del Chocó. Un verso a la resistencia de una población que no se amilana por el abandono, que se rodea de un paraíso natural del cual se inspira para continuar. La tarea de Velia, y de la cultura, es mantener viva la capacidad de soñar y hacer poesía, porque sin ella no se puede vivir.

En Aguas de Estuario hay varios episodios que evidencian la situación de violencia en Quibdó. ¿Cómo lo ha enfrentado usted?

Cuando yo era niña, todavía no se veían las cosas que empezaron a verse luego. Hoy tú no puedes decir que no haya ninguna persona en el Chocó que esté por encima de la situación tan crítica que se vive de orden público. Todos tenemos un amigo, hermano, familiar que está siendo, o ha sido, extorsionado. Todos hemos tenido que escuchar una balacera. A todos nos ha tocado una explosion como las que nos tocó en Bahía. En Quibdó la extorsión ha sido terrible; los índices de asesinatos son brutales. El desplazamiento que hay en la región del San Juan es absolutamente desproporcionado, masivo, solo hay que ver la cantidad de comunidades indígenas que han llegado a Istmina, por ejemplo. Hay crisis humanitaria. El año pasado hubo 28 víctimas de minas antipersona en el Chocó. En el Atrato, bajo el reclutamiento de niños y jóvenes, el conflicto es altísimo. En cada municipio hay una tragedia por contar de cuenta del narcotráfico, la trata de personas, de cuenta de la presencia del ELN, de todos los grupos. ¿Quién puede vivir en el Chocó hoy? Hoy nadie vive en el Chocó exento del conflicto. Absolutamente nadie.


Quisiera hacerle la pregunta que usted misma se hizo en el libro. ¿De qué sirve leer cuentos en una vida tan dura?
(Respira un momento). Muchas lecturas y conversaciones desde ese momento hasta hoy han sido fundamentales para irme respondiendo esa pregunta, y sobre todo para irmelo creyendo. Llevar un libro le permite a estos niños el derecho a la imaginación. Les permite el derecho a la lectura, a poner su mente al menos un instante en otro lugar y eso vale la pena. Un libro sirve para que los niños imaginen que otro mundo es posible. El libro como excusa para encontrarnos y detrás de ese encuentro, que fue lo que sentí hace poco, hay esperanza.

¿Recuerda alguna anécdota?

Yo llegué al barrio El futuro ll la semana pasada a saludar a los niños, las familias, porque estamos construyendo una caseta comunitaria para los clubes de lectura y empecé a preguntar cuándo entraban a clase. Alguien me dijo, “no, seño’ Velia, no podemos mandar a este niño al colegio porque no hay útiles escolares’. Pero eso no podía pasar, así que lo resolvimos y ya está estudiando. Pero a ese niño y a esa familia los conocimos por un libro. Ellos llegaron un día a leer conmigo. Fui el canal para solucionar una situación trascendental como es estar un año entero en la escuela y fue un libro el que nos dio la posibilidad de encontrarnos ahí para construir algo juntos, construir esperanza y así tenemos muchas historias y todo eso ha venido detrás de La princesa Ana, que fue el primer libro que leí en el El futuro ll.

En una ocasión me gritaron en coro “negra hijueputa”. Y cuando mi mamá fue al colegio a pedir explicaciones, la maestra le dijo que el problema era que yo era muy malgeniada.

Cuénteme sobre su primera relación con el Chocó, en su infancia, ¿cómo fue?
Yo primero viví en Bahía Solano con mis abuelos paternos, mi abuela Belisa y mi abuelo Manuel Antonio. Luego fui a Quibdó donde vivía mi mamá y mi tía Ludis, que es como mi otra madre. Tengo tres madres que son mi abuela, mi tía y mi mamá biológica. Estudiaba en Quibdó y pasaba las vacaciones en Bahía Solano. Yo sentía que vivía más en Bahía. Solo los últimos años antes de irme a Cali, sí sentí que viví más en Quibdó, y fueron unos años muy difíciles para nosotros.

¿Por qué?
Recuerdo que tenía un deseo profundo de irme, muy profundo. No me sentía bien en ese momento en Quibdó porque teníamos muchas dificultades económicas. Tenía la ilusión que en Cali iba a poder acceder a cosas que no tenía, por ejemplo, que podríamos abrir una llave y que saliera agua. No teníamos acueducto en el lugar donde vivíamos. Nos tocaba a veces ir a sacar el agua a un pozo. A veces teníamos dificultades con la comida u otras cosas…

¿Y en Bahía Solano?
En Bahía no sentíamos eso, es muy curioso. Allí no teníamos esa sensación aunque también hicieran falta cosas. Por el mar, la pesca, porque todo está aparentemente al alcance de la mano, pero en Quibdó todo era mucho más precario. Se ganaba un salario mínimo que en esa época eran como 32000 pesos. Sentíamos el deseo de irnos por la ilusión de tener oportunidad y mejores condiciones de vida.


¿En qué momento dejó el Chocó?
Yo salí del Chocó a los 11 años. Me fui a Cali. Mi mamá había terminado la universidad y entonces quería buscar otras posibilidades de empleo, y además, parte de mi familia ya estaba ahí. Empecé a estudiar el séptimo grado del colegio.
Y cuando llegó a Cali, ¿recibió algún comentario sobre su condición de mujer negra?
Fue el momento en el que me hice consciente del racismo. Cuando mis hermanos, que en realidad son mis primos, llegaron a Cali, ya se había presentado un hecho muy fuerte con uno de ellos. Pasaron muchas cosas horribles con su maestra, por ejemplo: lo ponía al sol porque era negro. Él entró en una crisis muy fuerte, de ansiedad y muchas cosas, porque nunca lo habíamos vivido. Eso lo que nos permitió como familia fue entender que eso pasaba. Se hicieron cambios muy pequeños dentro de la escuela para que al menos él estuviera mejor, y un niño de ocho años no tuviera que soportar a una maestra racista.


¿Y usted también recuerda haber vivido algo parecido en el colegio?

No era un colegio particularmente con altos grados de tolerancia, de convivencia. Había conflictos, aunque también habían grandes maestros que intentaban dar lo mejor en medio de esas circunstancias. Yo me destacaba fácilmente porque era disciplinada, respetuosa, y eso molestaba a veces a mis compañeros, y en una ocasión me gritaron en coro “negra hijueputa”. Y cuando mi mamá fue al colegio a pedir explicaciones, la maestra le dijo que el problema era que yo era muy malgeniada. Entonces no era responsabilidad de mis compañeros sino que era mi culpa.

¿Cómo reaccionó su madre y usted?

Yo reaccioné molesta, por supuesto, y les dije que yo era negra pero que ellos eran unos brutos todos (se ríe). Imagínate el nivel de frustración que puede sentir una niña de 12 años. Solo porque me habían puesto de monitora y yo les dije que estaban haciendo mucho desorden… y por eso me rechazan y me insultan con comentarios racistas. No necesitas más en una ciudad como Cali para entender dónde estás.

Oír somos río (2019). Su título palíndromo es una referencia a su contenido: un libro de memorias de viaje por el río San Juan desde el recuerdo de dos mujeres en dos tiempos distintos y desde dos orígenes distintos: Velia Vidal y Godula Buchholz.


Yo, más que nada, soy una mujer negra. Para mí es muy importante ser del Chocó porque siento que eso ha cambiado muchas cosas y en particular de Bahía Solano.

Usted vivió allí 5 años y luego se fue a Medellín. ¿En qué momento ese deseo de no volver de niña se transformó en esa añoranza por regresar al Chocó?

El deseo fue de irme en particular de Quibdó. Para mí, Quibdó era necesidad, era falta de agua, en Bahía nunca nos faltó. Quibdó significaba para mí carencias. Yo me sentía pobre allá, en Bahía, nunca. Entonces un poco era eso de lo que quería huir. ¿Quién no quiere irse de ahí? Pero algo que he notado desde que regresé es que no sabía que Quibdó tenía los atardeceres más lindos del mundo. Pasé 17 años sin ir a Quibdó, a Bahía nunca dejé de ir, pero cuando regresé, lo primero fue que descubrí que tenía unos atardeceres hermosos y me preguntaba… ¿por qué no veía la belleza de niña? No íbamos con mi mamá a ver el atardecer, a ver el río que es tan lindo, pero es que cuando tienes tantas necesidades, se te nubla la posibilidad de ver la belleza.

Su obra también es una invitación para conocer de verdad el Chocó a través de sus viajes. ¿Ha resignificado su región después de su regreso?
Una de las cosas que sentía era que de los 125 municipios de Antioquia, conozco 123. Solo hay 2 que no conozco. Y sin embargo, no conocía al Choco lo suficiente. Sentía que tenía esa deuda de conocer mi departamento. Tuve la fortuna de que me ofrecieron un trabajo (con la Cámara de Comercio del Chocó) que implicaba viajar por el Pacifico chocoano. Entonces creo que todos estos viajes y nuevos encuentros me permitieron hacer una resignificación. Construir una mirada auténtica, porque al estar tanto tiempo por fuera y haber sido formada en universidades de otras regiones, en un sistema racista, como un problema estructural, inevitablemente mi mirada estaba mediada por eso. Entonces volver a recorrer mi región y departamento, me permitió reconstruir mi mirada. Eso ha sido absolutamente enriquecedor para mi trabajo de escritura y de gestión cultural.


Motete cumple 5 años, ¿qué proyectos tiene en los próximos años?
Yo he llamado a los próximos 5 años ‘Selva adentro’. No nos interesa crecer más, ir a otros departamentos, trabajar con más familias. Trabajamos ahorita aproximadamente con 1550 familias en los dos proyectos más grandes. Nuestro propósito es profundizar la relación con estas comunidades, con estas instituciones educativas y familias, saber quienes son. Al final no importa la cifra de 10.000 o 3000 si solo pasan y no sabemos quienes son. Lo que yo veo en Motete es la capacidad de seguir construyendo capital humano, para el Chocó.

Su obra se ha destacado por usar el género epistolar en sus libros. ¿Por qué le gustan las cartas?
Yo encontré en las cartas la oportunidad de expresar todas esas cosas que sentía, y siento. Escribo cartas todo el tiempo. He escrito cartas a mi papá, a mi abuela, a mi mamá, a mi esposo cuando era mi novio, y luego cuando me invitaron a ser parte del proyecto Oír somos río, lo que me salió fue hacer cartas.
¿Cómo fue la decisión de convertir la colección de cartas a su amigo en un libro?
Para mí es más fácil escribir todas mis emociones a mi destinatario, que es un destinatario real. Él dice que puedo decir quién es, pero yo no quiero. Es un gran amigo que es de Medellín. Nos queremos muchísimo. Imprimí todas nuestras cartas, hay cartas físicas pero esa no se las pedí para el libro. Hice un regalo para él y uno para mí, todas eran digitales, correos electrónicos. Iban 3 años de cartas e imprimí una copia para él y una para mí. Nos vimos, nos vemos muy poco, yo le firmé mi copia, él me firmó mi copia y después eso se convirtió en el manuscrito de Aguas de estuario.

¿Y en sus futuros proyectos sigue haciendo cartas o explora otros géneros?
En el London Magazine me propuse hacer un cuento, en la residencia en Ahrenshoop el año pasado escribí poemas y ahora estoy trabajando con la poeta Carolina Dávila. Estoy muy emocionada con este ejercicio. Y en el trabajo del Centro de Excelencia Santo Domingo del British Museum, escribí un cuento pero tuve la fortuna que el centro me invitó a ser parte del programa de Fellowship. En abril regreso a Londres y vamos a estar trabajando más profundamente en una colección. Ahí seguro vamos a escribir un artículo académico. También estoy escribiendo una novela que ocurre en el río San Juan, que todo ocurre ahí. Pero no puedo desligarme del todo de las cartas, me siento más cómoda, sobre todo porque puedo ser muy honesta, y para mí esa honestidad es fundamental.

Con todo esto, ¿qué significa ser una escritora negra? Usted escribe en el libro su nombre como Vel, Veliamar, Velia Vidal, ¿tiene alguna razón este ‘juego’ de nombrarse?

Yo creo que las identidades son unas cosas que cambian y están en movimiento. Yo, más que nada, soy una mujer negra. Para mí es muy importante ser del Chocó porque siento que eso ha cambiado muchas cosas y en particular de Bahía Solano que significa esa relación con el mar, la lluvia, la selva, la humedad y creo que toda esa suma de cosas inciden en mi lugar de enunciación con todo lo que significa ser una mujer negra en Colombia que no es poco. Nos hemos visto obligados a definirnos, y se espera de nosotros que nos definamos. Una persona mestiza nunca tiene que pensar qué es, cómo es, mucho menos una persona blanca, europea. Yo entiendo que necesitamos nombrarnos políticamente como personas afro, negras, afrodescendientes, colombianos, porque si no nos nombramos, vamos a seguir sumidos en la invisibilización.

¿Y esa lucha cómo se refleja en su construcción como escritora?

Es muy fuerte, porque ese acto político, ese acto público, trasciende a la vida privada y ahí es donde uno tiene que jugársela ser un poco rebelde y decir ‘bueno, entiendo el poder y la necesidad de nombrarnos, pero eso no significa que yo deba escribir sobre lo que se supone que debo escribir o comportarme de cierta forma’. Es un reto bastante exigente. Cuando escribo un cuento, tengo que pensar dos veces. Bueno, ¿qué es lo que yo estoy proyectando aquí?, no puedo reducirme sólo a la historia que quiero contar sino también tengo que pensar que soy una escritora negra. Quisiera ser solo una escritora, pero vivo en una época en la que no puedo ser solo eso. Entiendo que va a ir cambiando y lo asumo, porque espero que las niñas o mujeres negras escritoras dentro de 50 años no tengan que tener las mismas preguntas que yo, que puedan vivir con un poco más de libertad.