Muerto por suicidio a los treintay dos años, su largo poema The Bridge, una “síntesis mística de la historia de los Estados Unidos” con el puente de Brooklyn como su símbolo central, es –junto a La tierra baldía de T.S. Eliot y los Cantos de Ezra Pound–, uno de los mayores poemas de lengua inglesa del Siglo XX. Autodidacta, luchó contra las expectativas de su padre empresario para forjar una vida breve y tormentosa
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| CRANE (1899-1932) Nació en Ohio y murió en mar abierto./revista Ñ | 
I
Comencemos con esta imagen: Hart Crane suspendido en el aire a
 mitad de camino entre la superficie del mar del Golfo de México y la 
baranda del barco a vapor de pasajeros, el USS Orizaba. Estamos al norte
 de Habana. Es el 27 de abril de 1932 justo al mediodía. Hemos frenado 
el tiempo, como pausando una película. El poeta Hart Crane esta por 
morir. Tiene casi 33 años, pero parece mucho mayor. Las peleas, el 
alcoholismo y la angustia crónica lo han envejecido. Tiene el pelo gris y
 la cara hinchada.
¿Sería posible entrar en la mente del poeta en 
este preciso instante? ¿Siente un enorme alivio o un furioso 
arrepentimiento? ¿Compone, en un milisegundo, todos los versos que aun 
tiene por escribir? O logra saber, purgando todas las dudas, que con lo 
que escribió fue suficiente para lograr su anhelado fin: entrar en el 
palacio de la Poesía; ser hermano de Walt Whitman, Herman Melville y 
Emily Dickinson; de escribir un poema lírico-épico que fuera un capítulo
 de la historia de la eternidad.
Si pudiéramos, detendríamos la 
película, la rebobinaríamos y devolveríamos a Crane a la cubierta del 
Orizaba. Allí esta su chaqueta blanca que él mismo dejó prolijamente 
doblada sobre la baranda antes de tomar coraje, en solo un instante, y 
saltar. Le pediríamos que estuviera tranquilo. Le aseguraríamos que 
tendría que estar en paz. Con lo que ya escribió es hermano de Walt 
Whitman. Y de Rimbaud y de Keats también. Que logró la meta. Que tiene 
que cuidarse y seguir escribiendo.
Pero las cosas no funcionan así. Hay que dejarlo caer al mar.
Segundos
 más tarde –el tiempo vuelve a correr– una señora se acerca a la baranda
 y ve a Crane nadando, con ganas, hacía la nada. Su cuerpo no será 
recuperado.
Su tumba en Garrettsville, Ohio –el pequeño pueblo donde nació– dice solamente:
HAROLD HART CRANE
1899 – 1932
LOST AT SEA
1899 – 1932
LOST AT SEA
II.
Hart
 Crane fue el único hijo de una pareja catastrófica. Su padre, C.A. 
Crane, era un exitoso hombre de negocios que ganó una fortuna en la 
industria de chocolates y golosinas. Era el inventor de un pequeño 
confite llamado Life Savers que tiene la forma de un salvavidas
 circular. Aun son populares en los Estados Unidos. Su madre, Grace Hart
 Crane, era un persona intensa, directamente histérica. El matrimonio no
 fue feliz. Tras una separación temporal en 1908 se divorciaron 
definitivamente en 1917, cuando Crane tenía 18 años. A los 20, el poeta 
le escribió a su madre: “Creo que ya es hora que reconozcas que los 
últimos ocho años de mi juventud ha sido un sangriento campo de batalla 
de la vida sexual y los problemas entre tu y papá”.
Crane cambió 
su nombre de pila de Harold a Hart para adoptar el apellido materno de 
su madre. En marzo de 1917, tras haber publicado su primer poema 
–firmado Harold Crane– en una revista llamada The Pagan, su 
madre le escribió: “¿Es tu intención ignorar el lado de la familia de tu
 madre completamente? Es lo único que se me ocurre criticar. Me parece 
que Hart, o por lo menos H. debe estar en algún lado”.
Al tomar el
 nombre Hart declaró su alianza en la batalla matrimonial. Su padre le 
seguirá diciendo Harold. Su padre. Solamente acá hay material para hacer
 un largo capítulo de psicoanálisis básico. Crane supo desde muy 
temprano que quiso ser poeta. Su confianza en sí mismo y su ambición fue
 tal que abandonó la secundaria para dedicarse a su vocación. Su padre 
no lo entendía. Lo aconsejaba que se dedicara a los negocios familiares y
 que dejara la escritura para sus momentos libres. Que fuera un hobby, 
como el golf. Tras varios intentos de integrarlo a su empresa hubo una 
ruptura final y Hart huyó a Nueva York. En Ohio se sentía solo, sin 
vitalidad, lejos del centro de las cosas. Era homosexual. En Greenwich 
Village comenzó a encontrarse a sí mismo, sexual y artísticamente.
Pero
 ese encuentro fue violento. En muchas cosas, tanto en su vida y su 
obra, Crane se parece a Rimbaud. La falta de dinero era una pesadilla 
crónica; aunque no tuvo un Verlaine, sus relaciones con los hombres 
fueron choques intensos y calamitosos. La borrachera se le convirtió en 
una forma de vida y lo llevó a extremos visionarios. Como Rimbaud 
también, desdobló la sintaxis y descubrió metáforas absolutamente 
originales en un intento de transmitir la experiencia pura en verso. A 
diferencia de Rimbaud, sin embargo, nunca tuvo el deseo de abandonar la 
poesía.
Aunque eligió el arte por encima de la vida de los 
negocios, trabajó en varias agencias de publicidad. Su vocación poética 
tampoco significaba un desdén por el pragmatismo del mundo de la 
industria y el comercio. El crítico Langdon Hammer escribió: “No hay 
duda de que, como poeta, Crane absorbió mucho del carácter y modo de 
pensar de su padre –su gravedad, su franqueza con las personas y su 
creencia los valores americanos. En su memoria The Awakening Twenties,
 Gorham Munson recordó la impresión que tuvo la primera vez que escuchó a
 Crane hablar. La voz del poeta era vigorosa, característica del medio 
oeste de los Estados Unidos, casi áspera como la de un vendedor”.
En
 una larga carta escrita a su padre el 12 de enero de 1924, Crane 
explica por qué no puede volver a Ohio y trabajar en la empresa 
familiar:
“…me gustaría pedirte que te imaginaras trabajar en algo
 simplemente por el amor de hacer algo bello –algo que tal vez no se 
pueda vender en sí mismo, o ser usado para vender alguna otra cosa, pero
 que simplemente es una comunicación entre hombres, un lazo de 
comprensión y de iluminación humana. Una obra de arte verdadera es eso. 
Si puedes entender esto tal vez veas que después de todo no he sido tan 
imprudente en seguir lo que puede parecer una estrella remota. Solo pido
 dejar detrás de mí algo que el futuro pueda considerar valioso. Y 
requiere algo de sacrificio a veces para dar esa cosa que tú sabes que 
está dentro de ti y que vale la pena dar. Haré todos los sacrificios 
necesarios por ese fin.”
III.
La obra poética que
 dejó Crane es compleja, hermética, eufórica e incomparable a la de 
cualquier otro poeta. En su centro está el poema lírico épico “The 
Bridge” (El puente) –que transforma el puente de Brooklyn en un emblema–
 o mejor dicho en una especie de instrumento simbólico que genera una 
compleja historia secreta de los Estados Unidos. En realidad, es difícil
 explicar literalmente de qué se trata “The Bridge”.
El gran 
defensor y evangelio de Crane es el venerado crítico Harold Bloom. Tal 
vez nadie lo ha entendido tan bien. Vale la pena citarlo en detalle:
“Crane
 es un poeta difícil, intensamente metafórico y alusivo. Combinado con 
sus anhelos transcendentales y su alto estilo invocatorio, su lógica 
metafórica da la sensación de una densidad impactada, a veces se resiste
 a ser desenredado. Su autoconciencia y poder retórico puede ser 
extraordinario y sugiere afinidades con Christopher Marlowe y Gerard 
Manley Hopkins como también con T.S. Eliot. A pesar de la personalidad 
dionisíaca de Crane y su tendencia a la perdición, él revisaba su 
trabajo obsesivamente”.
Como verán, hasta las lúcidas 
explicaciones de Bloom parecieran necesitar, a su vez, sus propias 
explicaciones. Crane, sin embargo, dejó una clave para su obra 
hermética. Sus cartas lúcidas y amorosas son comparables con las de John
 Keats. Aunque nunca elaboró una teoría formal poética en su 
correspondencia con poetas y críticos contemporáneos –y también con 
amigos y familiares– Crane dejó un testamento clarísimo de sus 
intenciones artísticas.
En una carta a su amigo Gorham Munson del 18 de Febrero del 1923, Crane explica sus intenciones al escribir “El puente”:
“En
 términos generales se trata de una síntesis mística de ‘América’. 
Historia y hechos, locaciones y etc. todos tienen que ser transfiguradas
 en una forma abstracta que funcionaría casi de manera independiente de 
su temática en sí misma. Los impulsos iniciales de nuestro pueblo 
tendrán que ser unidos hacía el clímax del puente –el símbolo de nuestro
 futuro constructivo, nuestra identidad única, en el cual también están 
incluidos nuestras esperanzas científicas y logros futuros. El augurio 
místico de todo esto ya esta parpadeando en mi mente…pero el hecho de 
escribirlo, juntar las fuerzas para hacerlo, me tomará meses, en el 
mejor de los casos. Y tal vez tendré que abandonarlo. Tal vez sea una 
ambición imposible…”
Crane es un poeta difícil porque demanda 
mucho de su lector. Leerlo puede llevar una vida entera. Hay que confiar
 que él vio algo y sintió algo único, y que la única manera de acceder a
 esa visión es a través de sus herméticas construcciones. Bloom, ese 
lector supremo, lo descubrió a los 10 años y hoy, a los 83, lo sigue 
venerando. En más de 70 años de lectura no lo ha podido agotar. No 
podemos imaginarnos una mejor recomendación para iniciar la lectura de 
Hart Crane, que hoy descansa en los mares…
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