De natura y de familia era corpulento y
apuesto, pero de una palidez fantasmal, unos modales exquisitos, una
gran sensibilidad humana y artística, una inteligencia diáfana, una
labia seductora y una dignidad acorazada. Tuvo una formación literaria
precoz, gracias a un ambiente familiar de gran vocación creativa. Don
Ricardo Silva, su padre, era un comerciante respetado y un buen escritor
costumbrista, y su biblioteca fue el refugio del único hijo varón. Se
cree que antes de los doce años José Asunción escribió versos meritorios
que no están en sus libros. Viajó a Europa a los diecinueve años para
un viaje de estudios de once meses, y cuando regresó parecía que hubiera
sido de una década.Era un poeta hecho y derecho, y el hombre mejor
educado, el más culto, el mejor vestido, el más serio y puntual,
trabajador tenaz y excelente amigo.
Es cierto que nunca le regatearon su gloria.
Fue el poeta por excelencia y el centro de la vida artística y social en
la capital de un país desgarrado a su vez por los espasmos de las
guerras civiles, pero se lo cobraron con sangre en su vida privada.
Desde que descendió del coche de regreso lo sometieron a la terapia
parroquial de adulaciones públicas y burlas furtivas, y le pusieron el
mal nombre de José Presunción. Nunca entendieron que no se le conociera
novia a un hombre famoso por sus memorables poemas de amor. No
entendieron que hubiera rechazado a una de las solteras más codiciadas
de la ciudad, hija y sobrina de presidentes, y que acompañara a sus
amigos de bohemia a lugares prohibidos sin arriesgar la virginidad.
Entonces lo llamaron –¡cómo no!– El casto José...
En cierto modo era así, no por su moral
cristiana, sino por su concepción idealizada del amor, que se le quedaba
sin remedio en sueños inalcanzables. Y –a Dios gracias– en poemas
sublimes. Esto podría explicar la conducta sexual de Silva que tanto
intrigaba a sus vecinos, y podría ser una razón menos aventurada de su
pretendido amor ilegítimo por su hermana Elvira, que aun se tiene por
cierto, que además era verosímil por la naturaleza del poeta y por
algunos datos de su poesía después que ella murió, pero del cual no se
tuvo nunca ningún indicio serio, ni visto, ni hablado ni escrito. Salvo
uno, que ha escapado a los cazadores de escándalos en una página
inadvertida de ‘De sobremesa’, donde Silva se refirió a “una ternura
compasiva, más suave que ninguna caricia de hermana”.
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La Casa de la Poesía Silva, en Bogotá, conserva la memoria poética nacional. |
En otro ámbito, al poeta lo acusaron por la
prensa de haberse jugado los cuatro mil pesos que el gobierno le
adelantó de su sueldo de secretario del consulado de Guatemala. El
anticipo fue cierto, pero no se lo jugó –ni jugó nunca– y lo devolvió al
gobierno cuando no pudo asumir el empleo. Lo atormentaron con cargos de
torpeza y deshonestidad en su manejo del negocio heredado del padre, y
de haber burlado a sus acreedores en la liquidación de las deudas. La
quiebra fue cierta y con gran estrépito, pero las deficiencias de Silva
no fueron morales ni técnicas, ni fue el único ni el más quebrado del
país por el desorden de las finanzas públicas, pero solo él navegaba con
bandera de dandy y de poeta. Su capacidad y su interés en los negocios
que no parecían cosa suya se notan no solo en ‘De sobremesa’, sino en
muchas de sus cartas y en testimonios de la época. Empezaron en el
almacén de su padre desde la adolescencia, y siempre encontró tiempo en
Europa y en Caracas para mejorarlos. Pagó hasta el último céntimo de las
obligaciones de la quiebra, y siguió viviendo y manteniendo a su madre,
Vicenta Gómez, y a su hermana Julia, con lo que podían dejarle sus
colaboraciones en periódicos y revistas, o dibujando y redactando
anuncios de publicidad. Hasta la víspera de su muerte estuvo trabajando
en su proyecto personal de una fábrica de baldosines y mármoles
artificiales. Con la misma seriedad fue consecuente con su credo liberal
y mantuvo siempre su buena amistad política y literaria con el general
Rafael Uribe Uribe, a pesar de algunas discrepancias tardías.
No padecía en silencio, por supuesto, pero
siempre prefirió no referirse en público a la mezquindad y las envidias
de sus compatriotas. En una carta privada que mandó a su familia desde
Cartagena de Indias lo escribió con todas sus palabras: “(Aquí) lo hacen
descansar a uno de los tipos artificiales y llenos de pretensiones que
tanto abundan en (Santafé de Bogotá), de todos los tontos (de allá) que
están creyendo que la elegancia consiste en ser de palo y se sienten
todavía estropeados del porrazo que se dieron al caer de las estrellas”.
También estaba a gusto con sus amigos de Caracas, donde fue secretario
de la Legación de Colombia, y pasó los que fueron quizás los meses más
felices de su vida. Todavía hoy –a cien años de su muerte y por encima
de la agudeza y la paciencia de sus biógrafos– el hombre que Silva fue
en realidad continúa enrarecido por el óxido de las leyendas malignas.
Todas ellas –juntas o por separado, o barajadas al derecho y al revés–
han seguido enseñándose en los colegios y repitiéndose por pereza mental
como explicaciones de su suicidio a los treinta y un años…
Cartagena de Indias, 1996
(Prólogo a José Asunción Silva. Poesía Completa. De sobremesa. Casa de Poesía Silva).
Gabriel García Márquez
Aparte. En José Asunción Silva/ Casa de poesía Silva
FernandoCharry
Lara
… En varias frases dejó traslucir que la experiencia intelectual es tan
válida como cualquier otra: “la lectura de los grandes poetas me
produjo emociones tan profundas como son todas las mías: esas emociones
subsistieron por largo tiempo en mi espíritu y se impregnaron de mi
sensibilidad y se convirtieron en estrofas”. Es irrevocable, en verdad,
la sospecha de que la literatura tiene con asiduidad su origen en la
literatura y no sólo, tal lo pensaron Whitman o Rilke, en la experiencia
vital. Se ha recordado que Victor Hugo dijo, palabras más o menos, que
“Homero sin duda tenía su Homero”. Con lo que quiso persuadir de que una
de las virtudes de la imaginación de un poeta es la de fecundar a otros
poetas. Además, Silva quiso crearse su propio mundo cultural, ajeno
como era a lo preponderante en el ambiente colombiano que le rodeaba:
apenas el costumbrismo, el academicismo, el romanticismo tardío o lo
humanístico...
La voz de las cosas
Si os encerrara yo en mis estrofas
frágiles cosas que sonreís,
pálido lirio que te deshojas,
rayo de luna sobre el tapiz
de húmedas flores, y verdes hojas
que al tibio soplo de mayo abrís,
si os encerrara yo en mis estrofas,
pálidas cosas que sonreís!
¡Si aprisionaros pudiera el verso
fantasmas grises, cuando pasáis,
móviles formas del Universo,
sueños confusos, seres que os vais,
ósculo triste, suave y perverso
que entre las sombras al alma dais,
si aprisionaros pudiera el verso
fantasmas grises cuando pasáis!
(Poema de Silva citado por Charry)