Empezó a contar cuentos porque tenía que llegar a fin de mes. Creó un estilo, una estética y una forma de expresión. En esta Enciclopedia descansa la esencia de Hammett
Dashiell Hammett, padre de la novela negra./elmundo es |
Disparos en la noche, recopilación de
todos los cuentos de Dashiell Hammett que acaba de publicar RBA en su
Serie Negra, es una catedral en permanente construcción, como escribe en
el prólogo Enrique de Hériz, traductor de los 65 relatos de que consta
esta antología. También podría decirse, como señala Richard Layman en el
prefacio de la misma, que enfrentarse a todos estos cuentos reunidos es
como encontrarnos cara a cara con "el cofre del tesoro" o ante las
puertas imaginarias de "una mina de oro".
Esto, lo que escriben De Hériz y Layman, además de cierto es lo
políticamente correcto. Como también lo es que estamos ante la más
ambiciosa recopilación de los relatos de Hammett,
posiblemente única en el mundo, y que según la editorial no se puede
encontrar ni tan siquiera en inglés, el idioma original del creador de
Sam Spade. Pues bien: dejando a un lado los corsés, las buenas maneras y
las mejores palabras digamos rápidamente que esta Enciclopedia Hammett
es una ametralladora que nunca se queda sin munición,
un coche que siempre corre más sin que se le acabe la gasofa, un avión
que jamás aterriza, una bomba de relojería sin temporizador, una morgue
que no para de recibir cadáveres, un amor sin fin, un polvo
interminable, unos personajes que siempre, siempre, tienen una palabra
de más.
Sus personajes eran/son tan reales y normales que asustan, sus diálogos un continuo deambular por el filo de la navaja
Hammett, --que por entonces padecía una tuberculosis galopante, tenía
28 años, una mujer de 25, una cría recién nacida y recibía apenas 80
dólares mensuales por su invalidez provocada en la I Guerra Mundial--,
empezó a escribir solo por la pasta. Por el puto dinero. Como todos,
dirán algunos, pero no, él no fue como todos... Él empezó a contar
cuentos sólo porque tenía que llegar, y no lo decimos en sentido
filosófico, a fin de mes, porque tenían que comer él y los suyos, porque era imprescindible sobrevivir.
Vamos, que si no hubiera sufrido esa tuberculosis galopante que le
limitaba, si no se hubiera casado en esas condiciones, si no hubiera
tenido una hija tan pronto y hubiera seguido trabajando como detective
para la Agencia Pinkerton con la que ganaba bastante más que eso 80
pavos al mes, posiblemente no tendríamos en nuestras manos ni estos
cuentos ni en nuestro universo individual sus cinco grandes, inmensas,
novelas.
O lo que es igual: le debemos a la tuberculosis, al hambre y a la paternidad responsable la existencia de esa figura inigualable
que es el agente de la Continental, entre otras creaciones. También le
debemos, por extensión, algunas, muchas, páginas de la mejor literatura
norteamericana del siglo XX. Y no hablamos de la mejor novela negra del
pasado siglo, que también, sino de la mejor literatura. Porque Hammett,
al que acabaron mortificando el alcohol, el Comité de Actividades
Antiamericanas del senador McCarthy y un cáncer de pulmón que acabó con
él en 1961, fue un gran, grandísimo, escritor y punto y no simplemente
uno de los grandes artífices de lo que hoy conocemos como noir, que
también. Creó un estilo, una estética y una forma de expresión que
marcaron época y abrieron camino. Sus personajes eran/son tan reales y
normales que asustan, sus diálogos un continuo deambular por el filo de
la navaja, mientras que sus tramas destilan siempre un irreprochable
sentido de la ética que educó y continúa educando a escritores y
lectores.
Testigo directo y privilegiado
Una de las grandes virtudes de esta colección, que presenta al menos
seis cuentos inéditos en España, radica en convertir al lector en
testigo directo y privilegiado del crecimiento de un gigante; el orden
cronológico de sus historias nos permite observar cómo va haciéndose cada vez más y más evidente un talento innato,
una madurez narrativa, una forma de reflejar cierto tipo de realidad
--ese universo de delitos, delincuentes, pasma y asimilados, efectos
secundarios y personajes colaterales-- nunca vista hasta entonces y que
es el argumentario de esta esta enciclopedia social sobre la maldad
cotidiana, sobre el delito y sus circunstancias. Porque en Hammett, el
delito en sí no es lo único importante; su afilada mirada, su literatura
aséptica pero contundente, sus diálogos de bisturí aspiran a ir más
allá del mero crimen hasta poner el objetivo en el contexto, ese
contexto en el que la violencia es simplemente una más de las piezas de
un ajedrez en el que incluso los protagonistas -héroes o villanos-
pueden carecer de importancia.
En esta Enciclopedia descansa la esencia de Hammett al completo,
el germen de un maestro que nunca pretendió serlo; esa esencia que se
convirtió en ley, en ejemplo a seguir, en una beta inacabable a la que
muchos genios posteriores acudieron a picar. Entre las páginas de
Disparos en la noche vislumbramos el alma de su autor. Porque si bien no
aparecen aquí sus cinco grandes obras si podemos leer los relatos en
los que se inspiró para llegar a aquellas. Por ejemplo Ciudad de
pesadilla nos llevará a Cosecha roja; La cara chamuscada a La maldición
de los Dain; El precio del delito a El halcón maltés; Mujeres, política y
asesinato a La llave de cristal e Incendio provocado a El hombre
delgado.
Su literatura fue creciendo a la par que lo hacían sus personajes;
hombres y mujeres que fue modelando hasta dotarlos de una singularidad y
de una eficacia narrativa memorables. Hombres y mujeres en continua
persecución, con la idea fija de adelantarse a sus sombras, siempre en
busca de algo que no siempre se sabe muy bien qué es y que probablemente
nunca vayan a alcanzar. Por sus entretelas circulan femme maravillosas,
fatales, detestables, perdedoras irredentas si se quiere pero que
siempre aspiran a algo más que a ser simples compañeras; mujeres todas
ellas tan auténticas que podrían navegar sin duda por otros renglones,
por otros libros y otros mundos, mujeres de la calle en el sentido más
amplio del término.
Sus hombres nunca son extraordinarios si los comparamos con otros
héroes del género; sus investigadores son observadores, trabajadores e
intensos y basan el éxito en un quehacer quirúrgico, concienzudo y
siempre profesional. Lo suyo es recoger pruebas, nunca esperar la llegada de un ángel.
Y si no, recupere de la memoria a ese impersonal pero contundente
agente de la Continental que no mira dos veces a ninguna mujer si no es
por trabajo y del que salvo que es bajo y algo pesado lo desconocemos
todo de él, hasta su nombre. Hammett se inspiró en su experiencia como
detective de la Pinkerton para dibujarlos con los pies en el suelo, nada
de triples saltos mortales con o sin tirabuzón, nada de grandes frases
ni arrebatos de genialidad deductiva. En Los vaivenes de la traición
dice su regordete agente sin nombre, como nos recuerda Layman en el
prefacio: "Como su voz perdía de nuevo la calma, recogí mi sombrero,
dije algo sobre poner manos a la obra y salí. No me gusta la elocuencia;
si no tiene la eficacia suficiente para desgarrar la piel, es
agotadora; y si la tiene, te nubla el pensamiento".
Y hay otro factor que hace de este libro un verdadero cofre del
tesoro: el libro en sí. Un fetiche. Un tótem ante el que postrarse.
1.148 páginas de extensión, casi un kilo ochocientos gramos de peso, 24
centímetros de alto, 16 de ancho y 6,3 de grosor. Es un placer tenerlo en las manos, acariciarlo, sentirlo;
es un objeto de culto, incómodo por su exceso si se quiere, pero
deseable. No es ésta una enciclopedia para comprarla en edición
electrónica.
Es en papel, sin duda, donde mejor se percibe esta ametralladora que
nunca se queda sin munición, este coche que siempre corre más sin que se
le acabe la gasofa, este avión que jamás aterriza, esta bomba de
relojería sin temporizador, esta morgue que no para de recibir
cadáveres, este amor sin fin, este polvo interminable, estos personajes
que siempre, siempre, tienen una palabra de más.