El negro 
Fontanarrosa (la biografía): al extraordinario rosarino, humorista 
gráfico, escritor, autor de clásicos como Inodoro Pereyra o Boogie el 
aceitoso, le habría gustado este libro cargado de afecto que, con su 
historia, sus dibujos, las voces de sus amigos, sus cartas y sus fotos, 
hizo el periodista Horacio Vargas, también rosarino, también hincha de 
Central. Ya en el prólogo, nomás, el autor advierte que sintonizará el 
talante de su protagonista, y que seguirá “las instrucciones de su 
Manual Ilustrado”, unos consejos para lectores que Fontanarrosa dio en 
la Feria del Libro de Rosario de 2006. “Primero y principal –decía–, no 
tiene que ser un libro gordo. Un libro gordo me parece un abuso de 
confianza del autor hacia mi tiempo. Es como si aparece alguien y me 
dice: ‘Quisiera hablar con vos, ¿tenés dos semanas libres?’”. Letra 
grande, espacios en blanco “para poder entrarle”, diálogos (“me gusta 
escuchar a los protagonistas”), capítulos cortos: “Usted mismo se va a 
dar cuenta de la sabiduría del cuerpo humano: está leyendo un libro y de
 repente observa que sin darse cuenta su mano derecha va buscando las 
páginas hasta llegar a un capítulo”. Y remataba: “Si están bien 
escritos, mejor, pero siempre préstenle atención a estas 
consideraciones”. Doce años atrás, en una entrevista, Fontanarrosa decía
 que procuraba que no se filtraran a su trabajo señales de angustias 
personales: “Esto se inscribe en una cosa muy elemental: no tirar 
pálidas –decía–. No tirar pálidas. Uno por ahí lee libros de alguna 
gente que son como unos vómitos de todas las porquerías que tenían 
adentro, y dice: ‘Bueno, está bien, si les hizo bien contar... Pero 
hasta qué punto...’ Yo les rajo. Uno usa elementos dramáticos, de 
conflicto, pero que después termine todo con una sensación de 
desesperanza, de amargura... No es precisamente lo que quiero 
transmitir. En general, siempre he tomado a la literatura como un 
elemento de información, de diversión y de placer. Con eso la relaciono.
 También le rajo a la imagen del escritor torturado que dice ‘ah, lo que
 cuesta escribir, el sufrimiento que representa’. No, lamentablemente a 
mí no me pasa eso. Puedo estar tenso, buscando determinada palabra, pero
 en general me divierte mucho escribir. Si fuera un sufrimiento trataría
 de hacer otra cosa. Tampoco ignoro que para grandes escritores de la 
historia debe significar un sufrimiento y que eso da una espesura a su 
literatura. La mía no va a tener nunca esa espesura”.
Cuenta Vargas que tras hacer las biografías de Fito Páez y de Carlos
 Reutemann terminó agotado con el género, sin muchas ganas de reincidir,
 y que a partir de la idea de Perico Pérez, editor de Homo Sapiens, se 
fue entusiasmando. “Y ese entusiasmo creció con las respuestas que iba 
teniendo, primero de la familia, y luego de figuras clave en la vida de 
él, más allá de famosos y conocidos –dice–. Creo que sin el apoyo de 
Franco, su hijo, y de Gabriela Mahy, su segunda esposa, hubiera sido 
imposible abordar el libro. Acordamos que lo escribiría y así me 
convertí en el biógrafo oficial: eso me abrió muchas puertas. La más 
importante es haber llegado al archivo, ahí se dispararon un montón de 
cosas que yo imaginaba que iban a estar, y estaban. El punto de partida 
siempre fue que la biografía fuera un homenaje, obviamente. Y que 
tuviera material inédito. Eso es un valor que tiene el libro, que en 
realidad son varios en uno: hay mucho material gráfico muy valioso, 
cartas, manuscritos del Negro, que son de una calidez insuperable. 
También hay una recopilación de materiales que él escribía para 
Rosario/12, hace casi 25 años, textos breves que, decía él, muchas veces
 funcionaron como bocetos de cuentos que escribió. Hay cosas de su 
período publicitario, avisos sorprendentes, que tienen 40 años. Y fotos,
 muchas fotos inéditas.”
Cuestión de metabolismo
 SU PRIMER CHISTE GRAFICO. EN REVISTA BOOM, NUMERO 1. ROSARIO, 1968.
SU PRIMER CHISTE GRAFICO. EN REVISTA BOOM, NUMERO 1. ROSARIO, 1968. 
 
Fontanarrosa nació el 26 de noviembre de 1944 y largó el secundario 
en tercer año, cuando supo, contaba, que los manuales de física y 
química eran incompatibles con su metabolismo. “Si la introspección y la
 timidez son el común denominador de los humoristas, Fontanarrosa no fue
 una excepción –escribe Vargas–. No se atrevía, por ejemplo, a entrar a 
un kiosco a comprar caramelos. Su inseguridad era tan grande que recién 
estuvo tranquilo cuando vio que había algo que hacía bien: dibujar.”
Es más, no recordaba una época de su vida en la que no hubiera 
dibujado. Fascinado por las historietas desde chico, en la primaria ya 
hacía con un amigo una revistita de un solo ejemplar, Intrigas, que 
circulaba entre sus compañeros. Hizo un curso por correspondencia en la 
Escuela Panamericana de Arte: “Aprenda a dibujar historietas de la mano 
de Hugo Pratt, Alberto Breccia, guiado por historietistas cuyo origen 
autodidacta les otorga la autoridad total para esta enseñanza”. De 
adolescente su padre lo acercó a una agencia de publicidad: desde ahí ya
 lo junaron como excepcional. “En cincuenta años de estar en publicidad 
no he visto a nadie dibujar así –recuerda su jefe de entonces–. Tenía el
 poder de la interpretación, el poder de la expresión, el tipo resolvía 
en una hora lo que a otro le llevaría dos días. Indudablemente pasaban 
cosas distintas en esa cabeza.” En el ‘68 lo convocaron para ilustrar 
las tapas de la revista Boom, una publicación clave en Rosario, 
progresista, que representó un cambio de época en tiempos de Onganía. 
“La portada que hizo con el Rosariazo fue emblemática –dice Vargas–. 
Además, en ese momento las tapas de las revistas eran fotos, y ésta 
aparecía con una ilustración de él. Después ahí hacía su página de 
humor, y los avisos gráficos. Fue una experiencia importantísima para 
él. En esos años aprendió muchísimo de lo periodístico, del ambiente 
publicitario, de técnicas de impresión. Después, obviamente, lo más 
importante pasa a ser Hortensia, ahí está su despegue, una etapa de su 
vida mucho más popular. Y luego con Clarín, y Satiricón, se abre una 
brecha.”
A Vargas, que es editor de Rosario/12, lo impresiona la carencia de 
divismo y la humildad de Fontanarrosa, y cuenta que solían preguntarle 
si eso era una pose: era así de verdad, dice. “En una entrevista que le 
hice hace mucho, en los comienzos de Página, me dijo: ‘El oficio se 
aprende copiando’ –recuerda Vargas–. Me pareció espectacular. El decía: 
‘No, los dibujantes son Sábat, Quino, Breccia...” Después él adquiere un
 perfil muy particular y sobresale con Boogie e Inodoro, que son dos 
hitos de la cultura popular, dos cosas que a la vez son totalmente 
distintas. El laburo con Inodoro, con un chiste por cada cuadrito, es 
increíble. Otra cosa que lo diferenciaba de los mortales era la 
capacidad de mirar, de observar que tenía, y cómo podía transferir eso a
 un chiste, a una historieta, a un cuento.” Vargas dice que la mítica 
Mesa de los Galanes primero en El Cairo y luego en La Sede, esa rutina 
en el bar entre las 19 y las 21 con los muchachos, era un escenario 
formidable para la observación y el oído de Fontanarrosa. “Cuando se 
volvió famoso, después de su conferencia sobre las malas palabras en el 
Congreso de la Lengua, la gente iba al bar a verlo, a ver al humorista, 
al chistoso –apunta Vargas–. Y era absolutamente lo contrario, un tipo 
que no hablaba, que se la pasaba mirando y escuchando, un tipo muy 
tímido que salvo cosas puntuales no se relacionaba con la gente. ‘¡Pero 
es un amargo!’, decían los que se encontraban con este personaje. El 
tipo, en realidad, estaba produciendo: aprovechó todo lo que pudo de 
esos diálogos con sus amigos sobre política, mujeres, fútbol. Era su 
cable a tierra.”
El Colorado Vázquez, uno de los galanes, contó en la presentación 
del libro en Rosario y también en la de la semana pasada en la Feria 
porteña que, en medio de una charla, Fontanarrosa le dijo: “El que anda 
bien para las biografías es El Nene”. Así le dicen a Vargas, que supo de
 ese comentario con su libro ya editado. El ojo de Fontanarrosa, otra 
vez.
Mucha vida
 EN LA CASA DE DANIEL RABINOVICH, DE LES LUTHIERS.
EN LA CASA DE DANIEL RABINOVICH, DE LES LUTHIERS. 
 
A los 29 capítulos del libro, Vargas les sumó tres anexos; el 
primero contiene algunos discursos que dio en sus últimos años, junto a 
Eduardo Galeano y en el cierre del Congreso de la Lengua en Rosario, en 
Guadalajara, en la Universidad de Córdoba y en el Senado de la Nación; 
el segundo rescata algunos de sus textos para Rosario/12; y el tercero 
reproduce materiales fantásticos del Archivo Fontanarrosa. Alguna 
historietita de cuando era un pibe, su primer chiste gráfico en la 
revista Boom y la tapa que ilustró cuando el Rosariazo: fondo negro y la
 silueta blanca de alguien abatido, el brazo extendido que busca ya sin 
sentido y el chorreón de sangre. Están los primeros chistes para 
Satiricón, para Hortensia, para Clarín. Y episodios de historietas como 
Sir Uribur, para Zoom; del policial Jueves (hecho en 1965) y del agente 
secreto Ultra (del ‘72), publicados recién en la segunda mitad de los 
setenta en Tinta, “revista rosarina de los dibujantes solitarios”, que 
dirigían Sergio Kern y Elvio Gandolfo. Chistes para La cebra a lunares, 
algún episodio de Sperman para Fierro, las correcciones de alguna página
 de un cuento para los volúmenes que publicaba en editorial De la Flor. Y
 las fotos: de chico, con su madre, como escolta en la primaria, 
retratos de distintas edades, junto a su primera esposa y su hijo, con 
Daniel Divinsky y cuando viajó como corresponsal a los mundiales para 
hacer las columnas de la Hermana Rosa, con Jorge Valdano y con el ídolo 
canaya Aldo Pedro Poy, con Les Luthiers y con Serrat, mientras jugaba al
 fútbol y como hincha en la cancha de Central.
“Mi preocupación fue cómo meter la voz del Negro en el libro –dice 
Vargas acerca del tono de escritura que persiguió–. Y ahí encontré la 
opción de pasar de mi tercera persona a la primera de él, que se lee en 
bastardilla. Con el libro terminado pensé que también se podía leer como
 una autobiografía. El resto está planteado cronológicamente, con 
facetas de su vida en cada etapa. Ahí aparecen cosas puntuales, como su 
enfermedad; era un tema bastante conocido, pero surgieron algunas cosas 
íntimas que me siguen sorprendiendo.” A comienzos de 2004 empezaron a 
manifestársele los primeros síntomas de una esclerosis lateral 
amiotrófica que lentamente fue paralizándole distintas partes del 
cuerpo. “Es una enfermedad tan puta, ¿no? –sigue Vargas–. En los últimos
 días, en su última etapa, seguía pensando en sus chistes, en crear. 
Tenía sus asistentes, a los que les dictó algunas ideas hasta último 
momento. Cuando ya ni siquiera podía apoyar la mano para dibujar, hizo 
el dibujo del Canaya, para la camiseta de Central, y cedió todos los 
derechos. Esa imagen del tipo produciendo, pensando, creando, hasta el 
final, ¡es mucha vida!”
En efecto, cada capítulo se centra en alguna faceta y/o etapa de su 
vida. El fútbol aparece desde distintas vertientes: como jugador, como 
fanático de Central, como tema de conversación o de narrativa, como 
corresponsal. En uno de los capítulos se reproduce la charla que 
compartió con Osvaldo Soriano para el programa Tercer ojo: si les daban a
 elegir, los dos hubieran preferido ser futbolistas. Está también su 
amistad con Menotti y con Valdano. “El Negro sabía mucho de fútbol, en 
serio –dice Vargas–. Sé, incluso, que se carteó con Marcelo Bielsa, 
cuando era técnico de la Selección.” Hay capítulos dedicados a las 
sucesivas barras de amigos, a su hijo, a Liliana, su primera mujer. En 
un capítulo específico Elvio Gandolfo analiza sus libros de cuentos, su 
costado literario. En otro Vargas habla con el profesor de inglés 
particular de Fontanarrosa, que durante 25 años lo visitaba dos veces 
por semana: “A lo largo de ese tiempo fuimos tejiendo un vínculo rico, 
de suma confianza –dice Eduardo Saltzmann–. Conocí sus dichas y sus 
sufrimientos, sus amores y sus desilusiones, su particular manera de 
disfrutar y valorar la amistad, su gusto por los viajes y el fútbol, su 
sencillez, su ingenio brillante, su ímpetu creativo, su veta de galán”.
En otro tramo se aborda el trabajo de Fontanarrosa junto a Les 
Luthiers. ¿Qué dejó al margen este carácter oficial de la biografía? “El
 tema a resolver fue la cuestión del debate judicial sobre los derechos 
de autor del Negro, y yo sinceramente no me quise meter en ese tema, 
para mí el libro terminaba con su vida, y lo que vino después en todo 
caso será para otro autor –dice Vargas–. Fue una situación violenta toda
 esa disputa, esa polémica. Siete años después, ojalá las partes se 
pongan de acuerdo, como se pusieron de acuerdo para que yo hiciera esto.
 Y que sea un disparador para que su obra esté en un lugar público, 
llámese Museo del humor o Archivo Fontanarrosa, y para que se hagan 
muestras que se puedan llevar a distintos puntos del país. Eso sería un 
colofón fantástico para el libro.”
Reloj del sol
 LA TAPA QUE DIBUJO SOBRE EL ROSARIAZO PARA LA REVISTA BOOM, UN ICONO DEL PERIODISMO GRAFICO ROSARINO.
LA TAPA QUE DIBUJO SOBRE EL ROSARIAZO PARA LA REVISTA BOOM, UN ICONO DEL PERIODISMO GRAFICO ROSARINO. 
 
–Esta era Ester, el gran amor que tuvo el Negro.
Vargas se sorprendió ante la fotografía que le mostraba Gabriela, la
 mujer que acompañó a Roberto Fontanarrosa hasta el final. Estaban 
buscando materiales en el archivo y ella dijo, trascartón:
–Está desaparecida.
“Con esos datos empecé a reconstruir esa historia”, rememora Vargas.
 Fontanarrosa y Ester Felipe se conocieron en 1972, en una Bienal del 
Humor que se hizo en Córdoba: ella coordinaba y él era uno de los 
invitados. “Se enamoró, se venía de Rosario muchas veces a verla sólo a 
ella, era un amor medio platónico, la cortejaba... Y ella le dio bola”, 
le contó el viejo compinche de Fontanarrosa, Crist, el tipo que ahí 
hacía de celestino y que cuatro décadas más adelante, cuando la 
enfermedad le tomara al amigo su mano derecha, dibujaría por él para que
 sus tiras siguieran apareciendo en Clarín. En algún momento ella le 
contó a Fontanarrosa que militaba en el ERP; y poco después le pidió que
 no la buscara más, que no la encontraría. Ester se emparejó luego con 
Luis Mónaco y ambos alumbraron una hija, Paula, que tenía 25 días cuando
 sus padres fueron secuestrados, en Villa María, a comienzos de 1978. 
Veinte años después de eso, tras una charla que dio en Córdoba junto a 
Quino, Paula se acercó a Fontanarrosa y le dijo quién era: desde 
entonces se veían cada tanto, y se escribían mucho. En otra ocasión, 
Franco, el hijo de Fontanarrosa, tocó con su banda junto a la cantante 
Liliana Felipe, hermana de Ester. “Incluso muchos de sus amigos no 
sabían de esto, era algo que había trascendido poco, lo que muestra lo 
parco que era con sus cosas –dice Vargas–. Es una historia muy fuerte y 
cálida a la vez, aunque parezca una contradicción. Y está ese texto 
serio, sorprendente por venir de él, de una calidad extrema, que 
recuerda a los desaparecidos de Villa María.”
El monumento son siete piedras con un reloj en el centro. Y lo que 
escribió Fontanarrosa: “Ojalá que la memoria colectiva, la de quienes 
vivimos aquello, la de quienes reciban nuestro relato, haga de este 
Reloj del Sol un punto de encuentro, un lugar de juegos y un indicador 
de citas. Y ojalá también esa misma memoria haga que nunca más un reloj 
sirva tan sólo para contar las horas y los minutos y los segundos en la 
angustiosa espera de los seres queridos que nunca volvieron”.
Vargas conocía a Fontanarrosa por haberlo entrevistado, por cruzarlo
 en la cancha de Central, por coincidir en asuntos puntuales. “Pero no 
era uno de sus tantos amigos personales, y eso, creo, me permitió tomar 
cierta distancia para abordarlo –dice–. De lo contrario, esto por ahí se
 hubiera convertido en algo más lacrimógeno, y no iba a dar el tono que 
uno pretendía.” En el año que le dedicó al trabajo llegó a soñar con 
Fontanarrosa: un partido en un potrero, esperando ambos algún pase, como
 dos mediocampistas torpes de camisetas blancas que, intuye, eran las de
 El Cairo. Una de las fotos que descubrió en el archivo lo deslumbró: 
Fontanarrosa es un chico que empuña un revólver con el que le apunta a 
un amigo, que levanta las manos. Vargas quería que esa foto fuera la 
portada del libro, pero el editor, que se inclinaba por un retrato 
reconocible, ganó la partida. “Si hay una segunda o tercera edición, 
vamos a pelear para cambiar la tapa –dice Vargas, se ríe un poco–. 
Entiendo, igual, el criterio, y lo expresivo del Negro está en ese 
retrato. Pero además de la calidez, esta otra foto tiene un montón de 
cosas, el chiste de jugar a los cowboys con el amiguito en la azotea de 
su casa natal, y la expresión de su rostro, que para mí es muy fuerte. 
Ahí ya están sus rasgos, su sonrisa irónica, su mirada fuerte, sus ojos,
 sus ojos negros. Y están sus manos, las manos enormes y bellas que 
tenía para dibujar. Esa foto resume, me parece, una historia de vida.”