Michele Mari fue durante buena parte de su vida un analfabeto
del rock. El pecado es doble si se tiene en cuenta que este escritor y
profesor universitario italiano vivió su adolescencia y juventud en la
década de 1970. Los Rolling Stones, Led Zeppelin, The Who y Eric Clapton
tocaban a la vuelta de la esquina. Y también, por supuesto, Pink Floyd.
Pero Mari, no se inmutaba. A él lo cautivaba la música clásica y su
compatriota Fabrizio De André. En materia de “rock” se limitaba a Joan
Baez o Simon & Garfunkel. “Yo era muy ignorante, muy analfabeto en
rock”, dice Mari por teléfono desde su casa en Roma.
Con el
tiempo, Mari saldó con creces sus propios agujeros de cultura popular.
Cuando murió Syd Barrett –el creador de Pink Floyd– se obsesionó con la
banda y escribió Rojo Floyd , una novela en la que los protagonistas son
los miembros de la banda, pero también su círculo íntimo, sus colegas y
hasta el ego de Roger Waters. “En los años setenta yo sabía que
existía Pink Floyd pero no los escuchaba. Y los fui descubriendo, poco a
poco, mucho después, diez, veinte años más tarde. Y por eso también me
dieron ganas de escribir este libro, como para resarcirme de una
experiencia no realizada en su momento”, dice.
No es tan extraño
que éste sea el primero y hasta ahora único libro de los once que Mari
escribió –entre novelas, cuentos, ensayos y poemas– traducido al
castellano y editado en la Argentina. Basta pensar que hace sólo un año
Roger Waters llenó nueve veces la cancha de River con The Wall . Y si
Mari quería saldar esa falta de experiencia musical, eligió a una banda
de rock progresivo que tiene una complejidad sinfónica y una teatralidad
de ópera. “Sí, pero justamente en mi ignorancia, en mi desinformación,
los descubrí tarde. Debo decirle que empecé a escucharlos mucho en 1979,
el año de The Wall, porque por radio pasaban
continuamente fragmentos de The Wall ; y después también se hizo la
película. Después, volví a perderlos de vista y empecé a ocuparme de
ellos cuando murió Syd Barrett en 2006. En julio de 2006 leí todos los
artículos sobre Barrett, toda esa historia que yo conocía sólo en parte,
sólo por pocos elementos, muy genéricamente; por lo tanto, me sentí
impactado por ese destino, por esa experiencia humana y luego artística,
que primero excluyó a Barrett del grupo y luego hizo que los otros
continuaran durante 30 años pensando en él, escribiendo canciones sobre
él, manteniéndolo vivo en su obra.”
¿De hecho, este libro es más un libro sobre Syd Barrett que sobre Pink Floyd?
En
un primer momento yo había pensado en escribir un libro sobre Barrett.
Después, poco a poco, como suele ocurrirme, los libros toman una
dirección imprevista y lentamente, al acumular material, me di cuenta de
que me interesaba hablar también de todo el grupo, entre otras cosas
porque gradualmente fui tomando conciencia de la importancia cada vez
mayor de Waters que al final pasó a ser casi el verdadero protagonista
de mi libro.
En el libro se refiere a la ambivalencia que tenían Waters y Gilmour para con la permanencia de Barrett en Pink Floyd.
Yo
quedé –¿cómo explicarlo?– fascinado por la tensión interna, por la
dialéctica que se creó entre estos personajes, en suma, por esta
impronta inicial de Barrett –más surrealista, más jubilosa– a la
impostación más estructurada, más conceptual, más dura de Waters y
después también el conflicto entre Waters y Gilmour, esa concepción más
vinculada a los textos, más militante, más política de Waters y en
cambio la vocación más melódica de Gilmore. Y creo que la grandeza de
Pink Floyd fue unir todas esas almas y crear, a partir de tanta tensión,
una armonía superior.
El libro “tardó” en llegar a la Argentina pero todavía no se publicó en Inglaterra. ¿Por qué?
El
libro fue rápidamente traducido al francés y al alemán. Pero ahora lo
están traduciendo al inglés, solamente como e-book. Tal vez piensen que
Pink Floyd era algo de ellos, algo inglés. Estaban, quizá, un poco
irritados porque un italiano había escrito sobre un tema de ellos o
quizá los editores tenían miedo de enfrentar alguna acción legal porque
yo hacía hablar a los personajes y los ponía en escena como creaciones
libres mías.
Precisamente “Rojo Floyd” es una novela de testimonios. ¿Cómo hizo para recrear tantas voces?
Algunos
testimonios son originales. Los encontré en biografías, en los libros
aunque después yo las reescribí, las modifiqué, las cambié según me
servían, y otros son totalmente inventados. Y en algunos casos hasta los
personajes son inventados. En otros casos los personajes son reales y
son muy libres las cosas que les hago decir. Pero son, no obstante,
testimonios bastante verosímiles. Por ejemplo, el de Antonioni o de
Stanley Kubrick se corresponden bastante con la verdad. Pero por ejemplo
el del psicoanalista Ronald Laing, es totalmente inventado. O el
testimonio del hijo de John Lennon cuando hace referencia a algo que se
dijo.
¿Cuál de todas esas voces fue su preferida?
Waters
obviamente y también el hermano de Waters y también Alastair Grahame,
el muchachito al que está dedicado The Wind in the Willows , de Kenneth
Grahame que era el libro preferido de Syd.
“Yo nací en 1900, con
un ojo ciego y el otro bizco. En 1920 hice que un tren me decapitara,
apoyando la cabeza en las vías. Mi padre era Kenneth Grahame, el célebre
autor de The wind in the willows (...) el señor Barrett es el hombre
topo. ¿Acaso no vivió siempre bajo tierra?” “Soy el desmesurado Ego de
Roger Waters, y los intimo a no ser indulgentes con él, porque créanme,
no es el caso. Los intimo asimismo a no atribuirle culpas que sólo son
mías. Culpas, entendámonos bien, en el lenguaje de los desgraciados como
ustedes, ya que en nuestro mundo, en cambio, constituyen méritos
rutilantes.
Informes, lamentaciones, confesiones, testimonios,
exhortaciones son algunas de las voces fragmentarias a las que Mari les
da vida. A veces, claro, son absolutamente delirantes. Ahora no elige
ninguna o se desdice. “No hay un personaje particular, me divertí sobre
todo con la alternancia de las voces. Pasar de un tono a otro, de un
personaje a otro, de un registro a otro”, aclara este especialista en la
literatura italiana del settecento , y coleccionista empedernido de
cómics y defensor a ultranza de su estética. “Incluso siempre vi hasta
la gráfica pop como algo que merecía mucha seriedad. Puede haber cosas
más bellas, menos bellas, más logradas, menos logradas, pero en
conjunto, creo que todo el arte pop y rock, gráficamente también,
pertenece al arte en pleno derecho”, aclara.
¿Y Pink Floyd es cultura popular, baja y masiva o puede considerársela como alta cultura de una época?
En
estos niveles estamos cerca de la gran cultura. Pink Floyd dio
estructuras, arquetipos formales que permanecerán en la arquitectura de
un disco, en la sonoridad, en la gráfica. Yo estoy convencido de que a
medida que pase el tiempo, el carácter clásico y la grandeza de Pink
Floyd se volverán cada vez más evidentes. A tal punto, que mi impresión
es que mientras tantos grupos de rock de los años sesenta y setenta
envejecieron, Pink Floyd no. Para mí, Pink Floyd no envejece. Incluso
porque muchos grupos ataron su música a ciertas actitudes exteriores,
como la vestimenta o romper guitarras. Pink Floyd, en cambio, tuvo desde
el principio un enfoque muy clásico, muy severo, para su trabajo.
Usted
en el pasado se declaró en contra de una “concepción de la literatura”
cercana al periodismo, pero este libro toma muchas herramientas del
periodismo.
Sí, eso era en la época del minimalismo, del
compromiso civil, cuando parecía que el escritor debía de alguna manera
comprometerse con lo social, hablar de cosas que pasaban todos los días,
por lo tanto competir con el periodismo. Yo en cambio siempre he tenido
una idea más elevada, más a largo plazo de la literatura. Por lo tanto,
confirmo en general lo que dije entonces, aunque de una manera menos
¿cómo decirlo? menos obstinada. De todos modos, la operación que yo hice
sobre Pink Floyd me parece que es una operación literaria en todos los
sentidos y que no tiene nada de periodístico. He podido hablar de Pink
Floyd exactamente como podría haber hablado del mito griego. Eso pienso
que es una operación literaria.
Y hoy con Occidente en
crisis y con Europa en una gravísima crisis internacional, ¿no es
necesario otro tipo de compromiso social?
Esa idea existe
siempre. Tal como soy yo, permanezco encerrado en mi mundo literario
porque es el único modo en que sé que podría ser escritor. Por eso si
para ser escritor debo ocuparme de los problemas del mundo, muy
probablemente dejaría de ser escritor porque yo soy así, no quiero que
sea una regla o una toma de posición teórica. Es una simple confesión,
una admisión.
Desde el exterior a veces da la sensación de
que cierta edad de oro de la literatura italiana se acabó. Ya no
dialoga con otras literaturas como en los tiempos de Calvino, Natalia
Ginzburg, editores como los de Einaudi. ¿Eso es historia antigua, una
etapa cerrada?
No sé, ¿está cerrada? Es una literatura que
fue volviéndose cada vez más comercial, más fácil, digamos, más
repetitiva, más en busca del éxito comercial, por ende, no es un gran
período.
¿Y usted dentro de qué tradición de la literatura
italiana se siente parte? ¿Qué autores italianos son para usted una
influencia y un punto de referencia?
Entre los escritores
italianos, los escritores del siglo XX sin duda: Gadda, Giorgio
Manganelli, Gesualdo Bufalino y Tommaso Gandolfi. Diría ésos.
Su trabajo como académico y teórico no conspiró contra su proceso creativo.
No,
han sido dos experiencias independientes, a tal punto que yo empecé a
escribir cuentos desde muy chico, desde que era pequeño y por lo tanto
mi escritura creativa siempre fue precedente. Y después hice estudios
humanistas y llevé adelante esta formación pero el impulso a escribir
siempre fue más que por los estudios, por las lecturas juveniles, en
suma, por la literatura gótica, por Poe, la literatura de aventuras,
Melville, Stevenson, Salgari.
No sólo de nombres en letras de molde de la literatura universal vive el hombre, que también tiene sus bajos instintos.
Tifoso
del Milan, lo puede la pelota. Y desde 2001 a 2005 engrosó las filas
del Osvaldo Soriano Football Club, un combinado de escritores italianos.
“Fue una experiencia muy linda porque ese equipo nació espontáneamente
por iniciativa de algunas personas. Jugué durante cinco años, con la
camiseta N° 7 como lateral derecho. Era un homenaje a Soriano por sus
escritos sobre fútbol. Tuvimos incluso algunos sponsors, después la cosa
terminó de una manera miserable”, se ofusca misteriosamente.
Volvamos
a su novela. A pesar de su finalidad literaria, ¿cree de todos modos
que “Rojo Floyd” guarda alguna verdad subterránea sobre Pink Floyd?
No,
la única verdad subterránea es la que inventé yo, que me gustó imaginar
que –pese a desaparecer– Barrett ejerció una especie de influjo mágico,
potente, sobre los otros integrantes. Aparte de esta idea fantasiosa no
seguí ninguna verdad esotérica, ninguna verdad oculta.
Por
último, ¿qué piensa del hecho de que cuarenta años después Waters sigue
haciendo giras tocando “The Dark Side of the Moon” y “The Wall”. ¿Le
parece honesto?
Sí, usted empleó la palabra justa: honesto.
Yo creo que las cosas bellas, importantes, deben re-proponerse. Y, en
suma, la enorme respuesta de público que tienen estos conciertos me
parece una confirmación. También da la posibilidad a muchas personas,
empezando por mí mismo, de ver cosas que de lo contrario no habrían
visto. Por ejemplo, yo el próximo 28 de julio en Roma veré por primera
vez The Wall hecho por Waters porque finalmente conseguí entrada y
entonces por primera vez en toda mi vida veré The Wall .
Nunca es tarde para dejar de ser un analfabeto.