jueves, 6 de enero de 2011

Prólogo a la primera edición española de Manhattan Transfer

Portada de la novela Manhattan Transfer

John Dos Passos, en un óleo por Canvas.

Prólogo de José Robles Pazos a la primera edición española de Manhattan Transfer


John Dos Passos, de origen portugués, seis pies de talla, desgarbado, miope, hizo sus estudios en la universidad de Harvard. A poco de graduarse fue por primera vez a España. Luego, cuando Estados Unidos entró en la guerra, srivió en el frente hasta que se firmó el armisticio. Desde entonces no ha parado seis meses en el mismo sitio. Tan pronto está en México como en Teherán, o en Constantinopla. De cuando en cuando reaparece en Nueva York, que puede llamarse, aunque un algo inapropiadamente, su residencia fija. Barzonea algún tiempo por Greenwich Village, y un día cualquiera, sin que nadie se entere, toma de nuevo el portante.
Sin embargo, Dos Passos no es de esos americanos que como él mismo dice, viajan para pasear sus baúles. Su insaciable curiosidad no se contenta con ver. Necesita vivir la vida que le rodea, amoldarse a las costumbres, aprender la lengua del país que visita. Es, en una palabra, todo lo contrario de un turista.
Radical hasta la médula de los huesos, tomó parte activa en la tragedia Sacco-Vanzetti, colabora en las revistas avanzadas, simpatiza con el bolchevismo. Como escritor se limita a transcribir lo que ve, lo que siente, lo que oye y lo que huele, sin tratar de hacer a la fuerza una obra trascendental. No se nota en él ese ingenuo prurito de escribir libros profundos y definitivos, tan común entre los literatos norteamericanos que por temor a parecer superficiales pontifican a menudo en tono pedantesco y solemne. Es admirable la modestia de este novelista. Siempre ausente de su obra, deja a sus personajes en absoluta libertad y no se interpone nunca en su camino.
Three soldiers (Tres soldados), 1921, le hizo célebre en Estados Unidos. Un año antes había publicado en Inglaterra One man"s initiation (Iniciación de un hombre), su primera protesta contra los traficantes de carne humana; pero esta novela pasó injustamente desapercibida. Tres soldados, por el contrario, tuvo un gran éxito. Los radicales aplaudieron, los patrioteros se escandalizaron; todo el mundo discutió; la censura intervino. Tratábase en efecto de una pintura muy poco aduladora de aquella cosa tan extraña que de 1917 a 1919 se llamó ejército americano. Los tres soldados Fuselli, Chrisfield y Andrews salen de la esclavitud militar física y moralmente destrozados. El primero cae enfermo y pierde hasta el respeto así mismo; Chrisfield sufre la persecusión de la justicia; Andrews deserta y se expone a veinte años de presidio para poder "conservar la integridad de su pensamiento". En segundo termino aparece una multitud de oficiales, enfermeras, aristócratas, empleados, campesinos, cuyas relaciones perfectamente normales contrastan con la rebeldía del triple protagonista.
Estas dos novelas de la guerra fueron en parte redactadas en España, donde el autor pasó una larga temporada después de librarse del uniforme. La España de Dos Passos no es la España convencional que suelen ver los extranjeros. Sus ensayos sobre nuestras costumbres, nuestra sicología, nuestra literatura, nuestras ciudades, publicados en revistas neoyorquinas y reunidas después en el volumen Rosinante on the road again ª (Rocinante vuelve al camino), 1922, así como los croquis madrileños incluidos en el libro de poesías A puschart at the curb, publicado en la misma fecha, revelan una perspicacia y una agudeza de observación que ya quisieran para sí muchos de nuestros ensayistas y poetas.
En 1923, con Streets of nigth, Dos Passos vuelve a la novela. Ha abandonado el tema belicoso. Le atrae ahora la tragedia de la juventud intelectual americana, juventud presa de un malestar sordo, de una vaga neurastenia que conduce a veces al suicidio. Tal es el caso de Wenny, uno de los protagosnitas, que se pega un tiro para acabar con la angustia que le atormenta.
La censura prohibió
Calles de la noche en diversos estados de la Unión.No porque el estilo sea demasiado crudo para las sensibilidades puritanas-reproche que se hace actualmente a Dos Passos- sino porque Wenny, hijo de un pastor protestante, no ve en su padre más que un ser mezquino y un tanto ridículo con su cuello abrochado por detrás. Se comprende que la rigidez de tal hombre no es ajena al suicidio de su hijo, y la gente mojigata clamó contra semejante falta de respeto a la sagrada institución de la familia.
Así como la Iniciación de un hombre es un boceto de Tres soldados, en Calles de la noche está el germen de Manhattan Transfer, donde Dos Passos aborda el problema técnico de pintar la vida de una ciudad enorme y lo resuelve por un procedimiento dramático. Su novela es una sucesión de escenas. La masa en bloque no aparace nunca pero los personajes se suman, se multiplican hasta formar una multitud abigarrada de rentistas, negociantes, cómicos, obreros, millonarios, prostitutas, militares. Unos nacen, otros mueren, otros se casan, otros terminan en la cárcel, otros se eclipsan durante años para reaparecer con el cabello gris enriquecidos o arruinados. La habilidad con el autor pone en contacto a todos estos personajes tan heterogéneos es asombrosa.
Sería necesario cruzar cien veces la ciudad de punta a punta, meterse en todos los rincones, viajar en todos sus trenes, para sacar la misma impresión de vértigo que causa la lectura de esta serie de cuadros impresionistas, hilvanados con un hilo apenas perceptible que el autor rompe cuando lo tiene por conveniente. Como en la pantalla del cine, la acción abarca veintitantos años, cambia bruscamente de lugar. Los personajes, más de ciento, andan de acá para allá, subiendo y bajando en los ascensores, yendo y viniendo en el metro, saliendo y entrando en los hoteles, en los vapores, en las tiendas, en los music-halls, en las peluquerías, en los teatros, en los rascacielos, en los teléfonos, en los bancos. Y todas estas personas y personillas que bullen por las páginas de la novela como por las aceras de la gran metrópoli aparecen sin la convencional presentación y se despiden del lector "a la francesa". Cada cual tiene su personalidad bien marcada, pero todos se asemejan a la falta de escrúpulos. Son gentes materialistas, dominadas por el sexo o por el estómago, cuyo fin único parece ser la prosperidad económica. A unos los sorprendemos emborrachándose discretamente; a otros cohabitando detrás de las cortinas; a otros estafando al prójimo sin salirse de la ley. Los abogados viven de chanchullos, los banqueros seducen a sus secretarias, los policías se dejan sobornar y los médicos hacen abortar a las actrices.
Los más decentes son los que atracan las tiendas con pistolas de pega. Entre toda esta gentuza destaca Jimmy Herf, tipo de burgués idealista repetido en otras obras de Dos Passos. Pero el verdadero protagonista no es , sino Manhattan mismo, con sus viejas iglesias empotradas entre geométricos rascacielos, con sus cabarets resplandecientes, con su puerto brumoso y humeante y con sus carteles luminosos, que parpadean de noche en las avenidas donde la gente se atropella ensordecida por el trepidar de los trenes elevados. Dos Passos no ha tenido miedo de pintarlo tal y como es, cruel, obsceno, ruidoso y magnífico, en una de las mejores novelas que ha producido la nueva literatura norteamericana.
ª Se publicó por primera vez en España en 1930 en la editorial Cénit( que publicó también Manhattan Transfer) traducida por Márgara Villegas, la esposa de José Robles Pazos. Hay una edición reciente de esta misma traducción en Alfaguara(2005)

El anterior prólogo del traductor José Robles Pazos como anticipo de la novela Manhattan Transfer que entra en el ciclo de lecturas para el presente semestre que comenzaremos el sábado 15 de enero próximo. Así mismo, en la siguiente hora, terminaremos el texto de Mountolive, después continuaremos con Clea, novela con que culmina El Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell.
Acompañémonos en estas nuevas lecturas compartidas...

¡Feliz 2011!

Marcelo Del Castillo
Gestor comunitario
Bibliófilos
Café Literario

Biblioteca Virgilio Barco


"Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora."

Proverbio Hindú