sábado, 25 de julio de 2015

José Saramago

José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998.


José Saramago nació en la aldea portuguesa Azinhaga el 16 de noviembre de 1922. Era hijo de campesinos pobres. Pasó su infancia en el pueblo de Azinhaga, la familia se trasladó un tiempo a Argentina, y después se afincaron en Lisboa.
Publicó su primera novela, Tierra de pecado, en 1947. Aunque con esta obra recibió muy buenas críticas Saramago decidió permanecer sin publicar más de veinte años. Periodista y miembro del Partido Comunista Portugués sufrió censura y persecución durante los años de la dictadura de Salazar. Se sumó a la llamada Revolución de los Claveles que llevó la democracia a Portugal, en el año 1974.
Escéptico e intelectual mantuvo una postura ética y estética por encima de partidismos políticos, y comprometido con el género humano. Una controvertida visión de la historia y de la cultura son el punto crucial de sus obras.

Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1998, siendo el primer escritor portugués en conseguirlo. Ha sido distinguido por su labor con numerosos galardones y doctorados honoris causa (por las Universidades de Turín, Sevilla, Manchester, Castilla-La Mancha y Brasilia). Ha recibido el Premio Camoes, equivalente al Premio Cervantes en los países de lengua portuguesa.
Su obra está considerada por los críticos de todo el mundo como una de las más importantes de la literatura contemporánea.
Pasó sus últimos años en su casa de la isla española de Lanzarote (Canarias), al lado de su compañera, Pilar del Río.
Alzado del suelo (1980) fue la novela que le reveló como el gran novelista maduro y renovador portugués. Se trata de una novela histórica, situada en el Alentejo entre 1910 y 1979, con un lenguaje campesino, una estructura sólida y documentada y un estilo humorístico y sarcástico que llamó enormemente la atención en su momento. Siguieron obras de gran interés como Memorial del convento (1982), El año de la muerte de Ricardo Reis (1984), La balsa de piedra (1986), Historia del cerco de Lisboa (1989), El evangelio según Jesucristo (1991) y Ensayo sobre la ceguera (1995), obra en la que el autor desde planteamientos éticos advierte sobre "la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron". Murió el 18 de junio del 2010.

Ciclo: Varia Literaria IV

La balsa de piedra


Cuenta la historia ficticia de la separación geográfica de la Península Ibérica del resto del continente europeo. Ha sido traducida a más de veinte idiomas y adaptada al cine.
La separación geográfica es una alusión a como Saramago percibía la unificación de Europa, donde los países ibéricos estaban desplazados, navegando a la deriva sin una identidad cultural, social o económica con el resto del continente.
A este acontecimiento impactante, aparentemente sin explicación científica, preceden otros cuatro igualmente sobrenaturales que unen a los personajes a los que les ha sucedido: Joana Carda, Joaquim Sassa, José Anaiço, Maria Guavaira, Pedro Orce y un curioso can llamado Constante, los cuales parten hacia una especie de viaje de búsqueda espiritual, donde logran separarse de sus antiguas vivencias y al igual que la península viajan a la deriva, buscando una explicación a lo ocurrido, ya que de alguna manera, sienten que colaboraron con lo ocurrido en tierras ibéricas.
Saramago tiene camino libre y fértil para desarrollar sus críticas con respecto de la vida en sociedad, a sus autoridades y a la facilidad con que las tendencias cambian de bando, como si de una balsa a la deriva se tratase.

jueves, 23 de julio de 2015

"El mimo", un libro que revela la belleza oculta en la miseria nacional

Arturo Argüello presenta una novela que aborda el tema de nuestra identidad. El autor acudió a la autopublicación, un novedoso método para que escritores desconocidos brillen por sí mismos

El mimo está disponible a través de Amazon y megustaescribirlibros.com. /semana.com

Arturo Argüello no tomó el camino tradicional para publicar su primer libro. “Por decisión propia acudí a un servicio de autopublicación de Random House Mondadori, pues tengo sentimientos encontrados con el sistema editorial por su orientación casi exclusiva hacia el mercado, que deja de lado otros temas propios de la literatura”.
Con la editorial megustaescribir acaba de publicar El mimo, una historia que nació de la mera liberalidad y de la necesidad de expresarse. El autor se nutrió de la vida de los artistas callejeros de Bogotá, de viajes por el país y de un campamento de verano con diversos y muy singulares artistas de todo el mundo para construir la trama de su primer libro.

Aunque lo hizo con mucho esfuerzo y dedicación, su propósito principal no es hacer dinero. “Nadie que sienta la escritura como un arte debería pensarla como un negocio ni tampoco esperar una rentabilidad de ella”.

Argüello, médico y educador de profesión, acudió entonces a la autopublicación para satisfacer la necesidad de contar esta historia. Este concepto apenas está naciendo en el país, pero en otros lugares ha sido el trampolín para que autores desconocidos y nuevos puedan ser leídos sin intermediarios, palancas ni editores.

Algunos consideran que es “la cura para la fatiga por los rechazos”. “Creo que la autopublicación es una buena opción para mantenerse fiel a la expresión artística, para no traicionarse a sí mismo por tratar de encajar prematuramente en unas reglas de mercado”, dice sobre este modelo Argüello.

Este bogotano de 32 años asegura que le gusta pensarse como un “artista independiente”. Desde hace más de cinco años se desempeña como columnista de Eltiempo.com y se dedica a difundir la educación en salud a través de una empresa que tiene con su esposa.


La trama

Las pasiones del alma, la vida de los artistas de la calle y la pantomima en la que todos vivimos intentando ser lo que no somos son los temas centrales del libro, cuyos acontecimientos ocurren en la Plaza de Bolívar, en el centro de la capital colombiana.
La novela narra la vida de Félix, un mimo de raza negra que nunca aprendió a leer ni a escribir. Félix es un artista callejero de la plaza de Bolívar que vive el presente a medida que recuerda fragmentos de su pasado.

Félix es el eje central de la historia, pero junto a él están otros artistas que comparten el escenario de la plaza: un titiritero y su mujer, una poetisa (la exmujer de Félix), un payaso borracho, una astuta campesina. Los personajes son tan variopintos como lo que la realidad del centro de Bogotá ofrece. Aparece también un fotógrafo y su llamita, un cuentero, un bailarín y un hombre estatua. Adicionalmente está el abuelo Pepe (ya fallecido), mentor de Félix en el arte de imitar, y el nieto del mentor, un aspirante a escritor fracasado, un traidor.

Estos y “otros eternos buscadores de aplausos y monedas transmiten desde su música, actuación, baile y poesía su propia visión de las miserias, vicios, pasiones y alegrías de la vida cotidiana”.

Según Argüello, “el objetivo de la obra es criticar de una manera poética la sociedad colombiana y su ciego afán de imitar las maneras y los modos de los europeos y los norteamericanos. Es una reflexión sobre nuestra falta de autenticidad y nuestra doble moral, racista, discriminatoria, hacia el negro y el campesino. Adicionalmente, tiene fragmentos que cuestionan el papel que juegan el arte y Dios en la construcción de nuestra sociedad y de dicha moral que se tilda, ingenuamente, como buena”.

“Ahora cuando apenas empiezo, es suficiente recompensa ver que mi libro llega a las manos de un lector que siente amor por la escritura, por una buena historia. Finalmente, ¿qué más puede esperar un escritor de lo que escribe?”

El libro ya está disponible a través de amazon y de megustaescribirlibros.com. Argüello espera que “con algo de suerte”, El mimo esté pronto en alguna librería del país.

No tan divinas

Patricia Soley-Beltrán fue modelo y presentadora de televisión durante la España de la transición (1979-1989). Haber estado en el corazón del monstruo, le permitió escribir ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras, una brutal crítica en contra del modelo de mujer que se ha impuesto por vía de la moda y el fashionismo. Aquí la entrevista en Madrid

Patricia Soley-Beltrán fue modelo y presentadora de televisión durante la España de la transición./revistaarcadia.com
Patricia Soley-Beltrán (Barcelona, 1962) es doctora en Sociología del cuerpo por la Universidad de Aberdeen. Forma parte del grupo de investigación en estudios de historia de la ciencia (Universidad Pompeu Fabra), del grupo de trabajo de antropología del cuerpo (Instituto Catalán de Antropología-CSIC) y del comité editorial de la revista Critical Studies of Fashion and Beauty. Una trayectoria vital imprevista la llevó a ejercer de modelo y a estudiar su primera profesión desde el punto de vista sociológico. El resultado es esta osada investigación académica, personal y política, que radiografía la figura de las modelos mediante un análisis interdisciplinario riguroso pero no exento de sentido del humor.
Al abrir tu libro lo primero que llama la atención es la composición del prestigioso jurado que te ha dado el Premio Anagrama de Ensayo: Salvador Clotas, Román Gubern, Xavier Rubert de Ventós, Fernando Savater, Vicente Verdú y el editor Jorge Herralde. Seis hombres, cero mujeres.
En 43 ediciones del Premio Anagrama, yo soy la quinta mujer. Es decir, apenas hay mujeres premiadas. Pero me habían asegurado que Jorge Herralde es un hombre abierto e inteligente, y por eso me presenté. El resultado ha sido este. El hecho de que seis hombres me lo hayan dado, prueba que las cosas se mueven más de lo que a priori se pudiera pensar.
¿Hasta qué punto ese mundo fashion que desmontas magistralmente en tu ensayo ha hecho que mujeres que debieran estar en puestos relevantes estén escribiendo blogs de moda?
Foto encargada por Patricia Soley-Beltrán para un libro durante sus años como modelo.
Bueno, he tardado veinte años en investigar este libro, cuatro en escribirlo y toda una vida en reflexionarlo. Y no lo digo como una queja sino como algo sintomático. Creo que todos colaboramos a crear el espejismo de la moda, donde todo es magnífico y estupendo porque si te compras un vestido te encontrarás mucho mejor que antes. El hecho de que estos señores del jurado hayan premiado esta obra, demuestra que son conscientes de lo que está ocurriendo. Ellos también han vivido el paso de la liberación sexual a la prostitución organizada.
¿Se preguntarán también ellos qué demonios ha sucedido desde Jane Fonda hasta Paris Hilton? Al recorrer la senda del fashionismo… ¿no te parece que Occidente se ha estupidizado?
En resumen, sí. Porque a toda persona relacionada con la moda se le da mucho más valor, prestigio social y visibilidad que a una científica, escritora o pensadora, y que a un científico, escritor o pensador. Lo grave es que esas personas sobrevaloradas se ofrecen como prestigiosos modelos de imitación a las nuevas generaciones.
Hablemos de la bête noire del mundo de la moda: el feminismo. Mientras la moda se publicita magníficamente, el pobre feminismo parece tener un problema de marketing. ¿Por qué las mujeres tenemos que explicarnos siempre respecto al feminismo?
Creo que en esto, como en todo en la vida, viene bien el sentido del humor. En respuesta a tu pregunta te contaré una acción que hice en Barcelona con otras mujeres. Nos pusimos todas una camiseta con el lema “Nobody Knows I’m A Feminist”, una gabardina y unas gafas negras, y nos paseamos por el Born de Barcelona abriéndonos la gabardina como si fuéramos exhibicionistas. Lo cierto es que hoy tengo una cuenta corriente, puedo votar, viajar con pasaporte propio y vivir protegida por una ley contra la violencia. Y eso es gracias a que unas señoras feministas se han tenido que partir la cara por mí.
La moda es el único terreno profesional en el que la mujer gana sueldos que duplican y triplican los de sus compañeros masculinos, cosa que podría parecer un insulto a una científica que ande mendigando una beca sin éxito. ¿Alguien se ha planteado el daño que ha hecho el mundo de la moda a la imagen de la mujer normal, que lucha por abrirse un hueco en la vida?
Foto para la revistafemenina española Hogar y Moda, que desapareció a finales de los años ochenta.
No ha habido una articulación explícita hasta ahora. Por eso es importante este libro. Al acabarlo experimenté algo que San Juan de la Cruz expresó con gran belleza: “Sentí que le había dado a la caza alcance”.
El colosal poder mediático de una topmodel está descompensado con lo que esa mujer puede ofrecer a la sociedad en el terreno de las ideas. ¿Esto no contribuye a ir deteriorando intelectualmente la imagen de la mujer?
Sí. Sobre todo porque la definición de la mujer actual pasa por el consumo. Y por la desposesión de sí misma a través de esos objetos que la hacen y la deshacen. Pero tampoco tenemos por qué renunciar a gozar de cómo nos vestimos, ni a gozar de nuestro cuerpo en un sentido amplio que comprende lo sexual, lo sensorial y el poder de afirmarnos como seres encarnados.
Estas cosas no son tan obvias para millones de mujeres jóvenes. Tu ensayo Divinas me hace pensar en el cuento de Andersen “El traje del emperador”, porque dices muy claramente, como el niño danés del cuento, lo que todos ven y nadie se atreve a poner en palabras. ¿Confías en contribuir a quebrar este maleficio mundial?
Bueno, ha habido una reacción masiva: medios que me quieren entrevistar, lectoras y lectores que dicen –como tú– que ya era hora de que alguien dijera esto, madres que me piden que siga por este camino por el bien de sus hijas, centros que me ofrecen dar conferencias y colegios que me aseguran que esto también hay que explicarlo en la enseñanza secundaria. La explosión de entusiasmo es extraordinaria, teniendo en cuenta que el libro solo lleva en la calle desde el 25 de mayo.
¿Cómo defines la profesión de topmodel?
La modelo es un patrón de feminidad para las mujeres, un objeto de deseo para los hombres y un ejemplo de valores culturales para hombres y mujeres. Pero las “Divinas” solo son creíbles si hay una pantomima detrás, unas bambalinas en las que se prepara esa ilusión de juventud eterna. El mundo de una modelo es una ficción. Los seres humanos somos otra cosa.
Eres un hito mundial. No hay ninguna exmodelo que haya escrito un ensayo galardonado con un premio de este prestigio.
Espero tener un impacto internacional. Al fin y al cabo el Anagrama es el Pulitzer español. Pero el aparato analítico, como todos sabemos, pertenece al mundo anglo.
Donde hay pocos textos dignos del Pulitzer es en las revistas femeninas. ¿Cómo se explica el éxito de unas publicaciones que llevan décadas castigando a sus lectoras con el mensaje subliminal, “nosotras somos unas ganadoras, tú eres una perdedora y encima nos pagas para que te lo digamos”?
Pues mira, esto he empezado a decirlo claramente en los medios. Estoy hasta el gorro de que me hagan sentir mal. A todas mis amigas les pasa lo mismo. Lo que te hacen sentir es que nunca llegas, que nunca eres lo suficientemente guapa, ni lo suficientemente delgada, ni tienes toda la ropa que debes tener. Cuando cierras la revista, te sientes mal. Deberían plantearse contribuir al bienestar general, y no a crear la mirada de la envidia.
El porcentaje de hombres que lee revistas femeninas es pequeño. Dado que el tema de tu ensayo se cataloga como “femenino”, ¿existe el peligro de que lo lean pocos hombres?
Bueno, el hecho de que yo sea una exmodelo atrae, pero se podría pensar que esto es un “libro amarillo” sobre cotilleos relacionados con el modeleo. No es eso, es un ensayo riguroso y académicamente informado sobre la relación entre el cuerpo y la identidad, que constituye una reflexión sobre la sociedad en la que vivimos. El asunto tiene una enorme relevancia para todos, hombres y mujeres.
¿Temes que este libro podría hacerte ganar una tropa de enemigos masculinos que te cataloguen como una mujer guerrera que anda dando lecciones y demás?
Ese antagonismo también podría suscitarse en el público femenino. No lo espero ni lo deseo. Me llaman muchas personas desconocidas, hombres y mujeres, para decirme que les ha interesado el libro. Por ahora estoy haciendo amigos. Esto es como una onda expansiva y creo que el momento es ahora.
Vivimos en un mundo en el que los hombres y las mujeres cada vez parecen más distanciados. ¿El hombre heterosexual tendrá el valor necesario para atreverse a vivir junto a la “mujer nueva” de la era post-feminista?
Esa es una gran pregunta. Ellos tienen que aprender a aceptar su vulnerabilidad. Las mujeres asumimos nuestra vulnerabilidad y a partir de ella construimos nuestra fortaleza. Es importante que los hombres no se sientan amenazados, porque van a salir ganando con todos estos cambios. Pasará un tiempo hasta que se adapten. Gloria Steinem bromea sobre esto cuando dice: “Me estoy convirtiendo en el hombre con el que me hubiera querido casar”.
En el libro mencionas una gran frase de la estilista Ara Gallant: “La moda parece muy glamurosa, pero solo es publicidad”. ¿La mujer no ha sido siempre un anuncio publicitario de sí misma?
Sí. Como dice John Berger, los hombres actúan, las mujeres aparecen. Él coincide contigo en decir que la mujer es un anuncio de lo que se le puede hacer, porque se presenta ante el mundo como un espectáculo.
Pero la ropa de una mujer representa su proyecto de vida, ¿no?
La pregunta sería: ¿Qué hacemos las mujeres que no queremos ser un anuncio, pero somos conscientes de que vivimos en una cultura visual? Hoy nada es natural. Todo es una representación. Tú escoges cómo te muestras.
¿Por qué una joven de hoy admira a Gisele Bündchen y no admira a Angela Merkel, que es la mujer más poderosa del mundo y que se mueve entre hombres de todo el mundo?
Creo que a las mujeres con poder se las percibe como poco atrayentes. Por eso una joven de hoy no quiere parecerse a Merkel. Al ver a una mujer con las uñas pintadas, hay quien piensa: “El tiempo que ha invertido en pintárselas lo podía haber empleado para leerse el informe de la ONU sobre pobreza mundial”.
Al comienzo del libro hablas de tu madre, que te inculcó la necesidad de salir de casa siempre bien arreglada. ¿Qué opina ella de tu libro?
Mi madre me dio un gran consejo cuando lo estaba empezando. Me dijo: “Oye, Patricia, a ver si este libro que estás escribiendo lo podemos entender mis amigas y yo”. Y le hice caso.
En el libro hablas sobre la influencia femenina en el mundo en cuanto al cuidado del aspecto físico. Pero ¿esta obsesión con la apariencia, esta preponderancia de la forma sobre el fondo, no forma parte de la decadencia occidental?
Estamos colonizados por la comunicación corporativa de productos. Por eso hemos llegado a este punto. El reto de mi libro es que aborda una lucha desigual, porque hablo de imágenes con palabras. Pero mi gran activo es que hay un enorme número de mujeres hartas. Muy hartas.
¿Esperas que tu libro contribuya a aplacar a ese alto número de mujeres hartas?
A todas ellas les vendría bien leerse el libro este verano, que además es un buen momento para leer sobre el cuerpo.

¿Demasiada sierra mecánica?

Lemaitre, Sund y Llobregat nos ofrecen cabezas grapadas, dientes arrancados o dedos amputados en la moda de crueldad de la novela criminal; Salem, investigación gamberra

Un momento de la investigación de un crimen. / elpais.com
Un asesino busca modelos de atrocidades para sus obras. ¿Dónde? En las novelas de crímenes. Pierre Lemaitre (París, 1951) imagina en Irène (título original, Travail soigné) una serie de crímenes entre 2001 y 2003, de la periferia de París a Glasgow, copiados de ficciones de James Ellroy, Bret Easton Ellis, William McIlvanney, Émile Gaboriau, Sjöwall y Wahlöö. Al asesino los periódicos lo llaman el Novelista. Su perseguidor será el comandante Camille Verhoeven, de 40 años y 1,45 metros de estatura por culpa de una madre fumadora: un Toulouse-Lautrec sin pelos en la cabeza, “gnomo de la policía judicial”, funcionario prestigioso a pesar de sus indisciplinas, marido de la bella Irène. Si el criminal rinde homenaje sangriento a la novela policiaca, el excelente Lemaitre parte de una operación análoga: Irène parece seguir la fórmula de Agatha Christie en Diez negritos, donde una cadena de homicidios se ajusta, uno por uno, a las desapariciones descritas en una canción.
Hay en Irène un rasgo característico que se repite en otras novelas criminales contemporáneas: el gusto por los catálogos de herramientas destructoras, taladradoras, sierras mecánicas, pistolas de clavos, cuchillos, ácido clorhídrico, mecheros, cortaúñas para arrancar labios, por ejemplo. Y también merecen registros escrupulosos los daños producidos: descuartizamientos, perforaciones, fracturas. Una cabeza aparece grapada en la pared por las mejillas, o encima de la cómoda con los ojos quemados, o, en Persona, pegada al cuerpo, pero con los dientes arrancados. Irène es la primera entrega de una trilogía dedicada a Camille Verhoeven, y Persona inicia la trilogía Los rostros de Victoria Bergman, de Erik Axl Sund, seudónimo de los suecos Jerker Eriksson (1974) y Hakan Axlander Sundquist (1965). Da la coincidencia de que Verhoeven y la policía de Persona, la comisaria Jeanette Kihlberg, sufrirán al final de su primera aventura casi el mismo martillazo del destino.
Hija y nieta de policías, mujer de un pintor y madre de un hijo (hijo de una pintora era el policía de Irène), Kihlberg investiga un misterio de adolescentes torturados hasta la muerte con minuciosidad, inmigrantes a quienes nadie busca ni reivindica. La trama, tensa, bien anudada, une a la comisaria con la psicoterapeuta Sofia Zetterlund, especialista en desdoblamientos y otros trastornos de la personalidad. Zetterlund no se puede quitar de la cabeza a una antigua paciente, Victoria Bergman, niña de la que abusaron su padre y otros hombres, mala quizá, porque criaturas como ella, a quienes “los adultos les robaron la infancia”, acaban devolviendo los golpes: “Víctimas y verdugos se confunden”. La capacidad de provocar en el lector cierta simpatía o compasión por el demonio es lo mejor de Erik Axl Sund, un caso literario de dos conciencias en una.
Jordi Llobregat (Valencia, 1971) exhibe en El secreto de Vesalio una ávida imaginación de coleccionista de maravillas, feliz de volver a juntar cuentos oídos muchas veces sobre enmascarados, sacrílegos experimentos, científicos locos, una humanidad fantasmal que habita en las cloacas, cajas de música con un compartimento secreto, mensajes en tinta simpática en un manuscrito del siglo XVI, gente que vuelve de la muerte y mata. En la Barcelona de 1888, en vísperas de la Exposición Universal, el cadáver de un médico insigne aparece en aguas del puerto. Jóvenes obreras se esfuman inexplicablemente y resurgen en las alcantarillas o en las dársenas, monstruosamente asesinadas. Daniel Amat, profesor de lenguas clásicas en Oxford e hijo del médico, se presenta en Barcelona para aclarar las circunstancias de la muerte de su padre. Lo anima un periodista de sucesos acabado, hambriento de una noticia sensacional: si no la encuentra en el plazo de una semana, lo echarán del periódico. (Por cierto, ¿en las redacciones de los periódicos resonaban ya en 1888 máquinas de escribir?).
Pero la novela de época no renuncia a la marca de la narrativa criminal vigente: El secreto de Vesalio comparte con Irène y Persona la insistencia en los repertorios sadianos de crueldades, y su inspector de policía, a pesar de ser más suave que el criminal de la historia, amputa un dedo con un cortapuros. El horror recreativo transforma a estas novelas en realistas, pero de una realidad de periodismo sensacionalista. Carlos Salem (Buenos Aires, 1959) se lo toma a broma: los crímenes de En el cielo no hay cerveza se ceban en tertulianos o presentadores de la televisión escandalosa. Los asesinados no son 10 como los Negritos de Christie, sino 12 como los apóstoles de Cristo, y lucen nombres transparentes, caricaturas de nombres reales del mundo televisivo español. El investigador, de Lavapiés, fue joven poeta de éxito y acabó travestido en autora de novelas erótico-sentimentales. El sospechoso, inocente pero cargante como un niñato perpetuo, un tal Diosito, dice ser el segundo hijo de Dios y lo es de un millonario que se cree Dios. Salem utiliza la biografía de Diosito, “un evangelio de cerveza-ficción”, para distorsionar el esquema de la novela negra hasta romperlo y ofrecer una novela de costumbres gamberras.

Policiaca, criminal, sangrienta

Irène Pierre Lemaitre. Traducción de Juan Carlos Durán Romero. Alfaguara Negra. Madrid, 2015. 396 páginas. 19 euros.
Persona. Los rostros de Victoria Bergman. Erik Axl Sund. Traducción del francés de Joan Riambau. Roja & Negra Random House. Barcelona, 2015. 404 páginas. 19,90 euros.
El secreto de Vesalio. Jordi Llobregat. Destino. Barcelona, 2015. 540 páginas. 20 euros.
En el cielo no hay cerveza. Carlos Salem. Navona Negra. Barcelona, 2015. 430 páginas. 17 euros.

La violencia de la muerte como oficio

Narrativa brasileña. Los trabajadores de un matadero protagonizan De ganados y de hombres, de la brasileña Ana Paula Maia, que cuestiona las nociones de civilización y barbarie

Ana Paula Maia. Se la considera heredera del tono realista de Rubem Fonseca por su escritura concisa y cruda./revista Ñ.
De ganados y de hombres de Ana Paula Maia.
Seca, contundente, como el golpe certero del matarife que aturde a los animales, De ganados y de hombres , la novela de la joven escritora brasileña Ana Paula Maia, ingresa en un territorio áspero y brutal que la cultura contemporánea prefiere ignorar, el bajofondo del fast food y la cuota Hilton, la trastienda bárbara de nuestra civilización, el matadero. Un universo estrictamente masculino, habitado por personajes lacónicos cuyas trayectorias se asemejan a prontuarios. Allí, los trabajadores ostentan habilidades precisas y primitivas: degollar, apalear, cazar y descuartizar. Son seres rústicos, en una frontera casi indiscernible con el animal que sacrifican.
El argumento de la novela es mínimo. Pequeños conflictos pueden desatar enormes tragedias que, sin embargo, pasan al olvido en un lugar donde la muerte es cotidiana. El dueño del matadero, Don Milo, pide a Edgar Wilson que deje por un momento su rol de “aturdidor” para ir a cobrar una factura al frigorífico donde se elaboran hamburguesas. La tarea de Edgar consiste en pegar con una maza en la cabeza de las vacas que así quedan desmayadas y listas para ser degolladas. Edgar desempeña su rol de verdugo de manera “piadosa” y se resiste a dejar en su lugar a Zeca, un “loquito” que disfruta al hacer sufrir. La visita a la fábrica es un descubrimiento para Wilson, como la hamburguesa misma, que come por primera vez: “Así, redonda y bien condimentada, no parece que haya sido una vaca. Nada deja vislumbrar el horror desmedido detrás de algo tan delicado y sabroso.” Al volver, descubrirá que el “loquito” se ha excedido en su tarea sanguinaria. Por la noche, se deshace de Zeca con su maza de aturdidor. Sólo el patrón, Don Milo, registra esa muerte pero deja pasar el incidente con tal de no perder a su mejor empleado.
La desaparición sucesiva del ganado pone en guardia a los hombres del matadero. Se suceden las hipótesis y las pesquisas. Es un depredador. Quizá sean ladrones de ganado. Las excursiones en busca de los animales perdidos los llevan a descubrir lo que parece un suicidio masivo. “Se acostumbraron a nosotros”, intenta explicar Edgar.
El planteo filosófico –desde Derrida a Peter Singer y Giorgio Agamben– que cuestiona las jerarquías humano/ no humano, y la violencia contra los animales, considerados “vivientes”, es un intertexto pertinente para leer la novela de Maia que resulta, en ese sentido, muy contemporánea.
La barbarización de los hombres y la conducta casi humana del ganado no sólo cuestionan la oposición entre civilización y barbarie, sino que denuncia la falacia del modo de producción capitalista que esconde su trastienda del horror. Como sostiene Gabriel Giorgi en Formas comunes “se escenifica el “hacer vivir” y el “hacer morir” del capital”, las vidas a proteger y las vidas que son empujadas hacia la muerte. En esta contigüidad entre animales sacrificados y trabajadores explotados, se denuncia el sacrificio de los primeros que representan metonímicamente a los segundos. Todos pertenecen a ese orden de las vidas a descartar.

La rutina de trabajo de Fiodor Dostoyevski

Fiodor Dostoyevski trabajó bajo mucha, muchísima presión. Su esposa, Anna, lo comenta en sus propias memorias: ¿qué hubiese sido de la obra de Dostoyevski si hubiese tenido tiempo para poder revisarla?

Fiodor Dostoyevski, autor ruso de Crimen y castigo./libropatas.com

Cuando hablamos de rutinas de trabajo de los escritores famosos, debemos reconocer que acabamos siempre hablando de rutinas de trabajo de los escritores anglosajones. La razón es que existen muchas más fuentes relacionadas con estos autores y unos cuantos libros especializados (además de unas cuantas listas – ¡cómo amamos el listicle! – sobre ellos) que recogen las rutinas de los escritores famosos que trabajan en inglés. Pero la literatura no solo se limita a ellos y las ganas de saber cómo trabajaban tampoco están limitadas a estos autores.
Los escritores rusos del XIX son autores muy influyentes en la historia de la literatura y unos de los que los hábitos de trabajo también despiertan más nuestro interés. En el caso de Fiodor Dostoyevski es posible saber cuál era su rutina de trabajo gracias a los recuerdos que escribió su hija Aimée (en realidad se llamaba Liubov, pero como explica en el texto fuera de Rusia todo el mundo tenía problemas para pronunciarlo así que optó por usar la traducción francesa de su nombre real).
Lo cierto es que la mayor parte de su vida Fiodor Dostoyevski trabajó bajo mucha, muchísima presión. Su esposa, Anna, lo comenta en sus propias memorias: ¿qué hubiese sido de la obra de Dostoyevski si hubiese tenido tiempo para poder revisarla? El escritor ruso estaba profundamente sumido en las deudas (¡y ni siquiera eran suyas!, se quedó con las de su hermano para no perjudicar a su cuñada viuda) y tenía que cumplir con plazos y plazos para poder ingresar. Si a eso se le suma que era muy asiduo a las mesas de juego… tenemos la foto completa. Anna, su esposa, consiguió poner en orden sus finanzas y por ello cuando su hija lo veía trabajar funcionaba ya con unos criterios que iban más allá de llegar al plazo para poder saldar una deuda.
Aimée Dostoyevski señala que por la casa familiar no paraban de pasar estudiantes, lo que hacía que su padre se viese siempre interrumpido en su trabajo y por ello tuviese que escribir sobre todo de noche. Aún así, los estudiantes no eran los completos culpables ya que Fiodor Dostoyevski era un animal nocturno. “Cuando tenía capítulos importantes en los que trabajar, prefería trabajar en ellos cuando todo el mundo dormía”, dice su hija. Fiodor Dostoyevski podía escribir hasta las cuatro o las cinco de la mañana. Luego se acostaba en su estudio, donde tenía un sofá. Como nos cuenta Aimée, lo de tener un sofá en el estudio para dormir no era una cosa suya. Era la costumbre en Rusia y en el XIX todos los vendedores de muebles tenían un surtido de “sofás turcos” para amueblar estos cuartos. Las almohadas y las sábanas se ocultaban durante el día.
¿Cuál era la rutina diaria de Fiodor Dostoyevski? Según Aimée, lo primero que hacía al levantarse eran ejercicios gimnásticos y luego se lavaba en su vestidor. Fiodor Dostoyevski se preocupaba mucho por su higiene y gastaba “una gran cantidad de agua, jabón y colonia” a pesar, nos comenta Aimée, de que en la segunda mitad del XIX en Rusia las clases altas no eran muy amigas del baño. Mientras se lavaba, cantaba. Aimée y su hermano podían escucharlo desde la nursery, que estaba al lado.
Después de lavarse, Fiodor Dostoyevski se vestía por completo. Nada de trabajar en bata como tantos freelances de hoy…¡¡y como era costumbre en la época en Rusia, donde la gente se pasaba en bata y zapatillas gran parte del día!! (asumimos, aunque Aimée no lo puntualiza, que esto solo pasaba entre las clases altas). Además de obseso con la higiene, también lo era con la ropa. No podía trabajar si no estaba impecable. “No puedo trabajar si sé que están ahí”, decía sobre las manchas que podían salpicar su ropa. “Pienso en ellas todo el tiempo, en vez de pensar en mi escritura”, añadía.
Tras vestirse y rezar, Fiodor Dostoyevski se tomaba su té mañanero y estaba con sus hijos, que iban a saludarlo y a contarle sus pequeños dramas infantiles. Se tomaba dos tés muy fuertes y se llevaba un tercero, que bebía mientras trabajaba. Mientras desayunaba, una doncella aireaba el estudio aunque luego Anna iba a echar un vistazo. Fiodor Dostoyevski era un obseso del orden y no soportaba que alterasen su estudio.
Tras desayunar, Anna Dostoyevski entraba en la rutina de trabajo. Fiodor Dostoyevski y ella se habían conocido durante la escritura de El jugador, cuando Anna (entonces una jovencita soltera) se convirtió en su estenógrafa. El escritor le dictó la novela y la pudo acabar en tiempo record. Anna mantuvo su posición tras casarse y Fiodor Dostoyevski le dictaba todas sus novelas. Por las mañanas, le dictaba lo que hubiese hecho por la noche y luego trabajaba sobre las ediciones que hacía Anna con su buena letra.
El trabajo no duraba todo el día. A las cuatro, Fiodor Dostoyevski salía a caminar y lo hacía siempre por la misma ruta “absorto en sus pensamientos”, tanto que ni siquiera reconocía a la gente que se cruzaba en su camino. A veces, comenta su hija, aprovechaba para visitar a algún conocido o, si estaban bien de dinero, comprar bombones o frutas para su familia. A las seis cenaban y tomaban té a las nueve. Entre la cena y el té, Dostoyevski leía. Tras el té su familia se iba a dormir. El escritor se pasaba por la habitación de los niños para desearles buenas noches y se iba a su estudio a trabajar. Como no le gustaban las lámparas, trabajaba alumbrándose por dos velas.

miércoles, 22 de julio de 2015

'Los malos', de Leila Guerriero, un retrato de la perversidad humana en América Latina

Guerriero ha explicado, que el libro está pensado como un todo, como un mapa global de la maldad en Latinoamérica bajo todas sus formas

Leila Guerriero, periodista y escritora argentina.


Los Malos, edición recopilada de Leila Guerriero./lainformacion.com
La columna vertebral del mexicano Santiago Meza, El pozolero, estaba muy dañada. Incluso, su doctor le había advertido que si continuaba como obrero de la construcción, quedaría invalido. Así que Meza cambió de trabajo, y se convirtió en el que todas las noches disolvía en soda cáustica los cuerpos de las víctimas de los narcos. Evitó la discapacidad, pero no la cárcel.

Este es uno de los 14 perfiles incluidos en el libro  Los Malos (Universidad Diego Portales), elaborado por periodistas latinoamericanos y dirigido y editado por la periodista y escritora argentina Leila Guerriero.

Guerriero ha explicado, en declaraciones a Europa Press, que el libro está pensado como un todo, como un mapa global de la maldad en latinoamérica bajo todas sus formas. O como ella misma escribe en el prólogo, "un libro de perfiles que dibuje un mapa oscuro e inverso de América Latina".

"Es una radiografía, una muestra de los patrones por los que corre lo peor de lo más bajo de la miseria humana en América Latina. Quería que cada una de las personas perfiladas fueran malos con recorrido, con convicción, no podía ser alguien que hubiera cometido tan solo un crimen. Eso es un caso policial", ha añadido la periodista argentina.

Torturadores y asesinos

Además del caso de El pozolero, el libro incluye al chileno Manuel Contreras, creador de la policía política de la dictadura de Augusto Pinochet, al argentino Jorge Acosta, líder del centro de detención clandestino de la dictadura militar de su país, al colombiano Alejandro Manzano, paramilitar, sicario y descuartizador en más de cien crímenes confesos.

También cuenta la historia del chileno Julio Pérez Silva, acusado de violar y matar a 14 mujeres, de la argentina Mirta Antón, juzgada por 211 delitos contra militantes de izquierda en la década del 70, la brasileña Bruna Silva, que degolló, destazó, cocinó y devoró a varias mujeres, el venezolano Wilmer Brizuela, al mando de un ejército de reclusos capaz de extender su zarpa dentro y fuera de la cárcel, o del argentino Rubén Ale, asociado a la trata de mujeres.

Asimismo, narra las semblanzas del panameño Luis Antonio Córdoba, policía que se ganó el apodo de 'el inventor del miedo' durante la dictadura, del argentino Norberto Atilio Bianco, médico cargado de atender los embarazos y partos de las torturadas por la dictadura, del peruano Féliz Huachaca Tincopa, integrante del movimiento Sendero Luminoso, de la chilena Ingrid Olderock, entrenadora de perros con los que violaba a los detenidos durante la dictadura de Pinochet, o del salvadoreño Miguel Ángel Tobar, miembro de la Mara Salvatrucha y asesino de prostitutas, viejos, y rivales.

"Son productos de nuestra contemporaneidad política. Contreras y Acosta no hubieran sido posibles en un país sin una dictadura tan terrible como la argentina o la chilena. En un contexto democrático, estos tipos hubieran buscado otros caminos. Detrás de estos malos hay una trama social y política que se sostiene en una estructura de corrucion, sobornos e impunidad", ha explicado Guerriero.

Según la escritora argentina, la apuesta principal del libro, y por ende uno de sus mayores retos, fue el de humanizar a estos 'malos'. "Es mucho más perturbador que mostrar un vecino, que nos los topamos en la panaderia y en el supermercado, que pasea con sus hijas, pero que durante sus horas de trabajo tortura embarazadas con una picana eléctrica", ha asegurado.

'Los malos' es la segunda colección de perfiles que edita Guerriero. El primero fue 'Los malditos', un compendio de semblanzas sobre escritores cuyas muertes (y vidas) se dieron en circunstancias singulares. "Esta vez fue algo distinto, ya que en los malditos elegí yo los perfiles y después pensé en quiénes podían escribirlos, y en este caso fue al revé, aunque hubo algunos casos en los que ya yo tenía claro que tipo de perfiles quería, como en Colombia o en México", ha afirmado Guerriero.

La periodista ha adelantado que ya existe un tercer proyecto similar, aunque prefiere no revelar sobre qué tratará. "No es tan densa como 'Los malos' y 'Los malditos', sino que es una idea provocadora e insolente", ha manifestado.

Trapiello: "He traducido el Quijote para ese 80 por ciento de españoles que no lo ha leído"

Solo 2 de cada 10 españoles han leído el Quijote, y a Andrés Trapiello le parecen muchos

Andrés Trapiello, escritor español de su versión de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha./elcultural.es
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.

Y que el 70% lo considera un libro muy difícil. ¿No será porque a la gente se le obliga a leer en una lengua que ya no hablamos y que no entiende?, se pregunta Trapiello. ¿Por qué los ingleses, japoneses o griegos lo pueden leer con facilidad y los españoles no?, insiste el escritor. Lo que lleva Trapiello rumiando desde hace 30 años decidió resolverlo hace catorce, cuando emprendió la osada tarea de traducir el Quijote al español actual. Lo hizo en secreto y con la convicción de estar haciendo algo importante. Hasta unos meses antes de su publicación no abrió la etapa de consulta y cotejo con especialistas. Ummm... De todo hubo: reticencias, entusiasmos, consejos... Pero el escritor es concluyente: "Lo he escrito para el 80% de los españoles que nunca han hecho ese viaje". 

-He leído su libro, pero no estoy segura de haber leído el Quijote. El verdadero.
-Ninguna traducción, por buena que sea, es el original. Es, hasta cierto punto, otro libro. Sólo hasta cierto punto. Pero seguro que usted ha leído un libro que se parece más al Quijote que ninguna otra de sus traducciones. Y no sólo por mérito mío, desde luego, sino porque el viaje del español actual al castellano del XVII es mucho más corto que el que ha de hacer el francés o el inglés actuales al castellano del XVII, y no digamos el japonés o el ruso. ¿O ellos no han leído tampoco el Quijote? Hemos de preguntarnos a qué se debe que tan pocos lectores españoles lo hayan leído. Acaba de hacerse pública una encuesta del CIS: sólo dos de cada diez españoles lo han leído (y aún me parecen muchos), y casi el 70% lo considera "un libro difícil o muy difícil", debido al lenguaje. ¿No será que se obliga a la gente a que lo lea en una lengua que ya no hablamos y que la mayoría ni siquiera entiende o le cuesta entender cuando la lee?

Trapiello apuntala su argumento: "Si un lector español o hispanohablante no entiende esta frase (o cientos parecidas), 'Quisiera enviarle a vuestra meced alguna cosa, pero no sé qué envíe, si no es algunos cañutos de jeringas, que para con vejigas los hacen en esta ínsula muy curiosos; aunque si me dura el oficio, yo buscaré qué enviar, de aldas o de mangas', puede hacer dos cosas: mirar las notas a pie de página (algo fatigoso cuando se llevan consultadas entre tres y seis mil, la media de notas en cualquier edición, y acertar con el filólogo adecuado, porque en este caso concreto los especialistas tampoco se ponen de acuerdo en qué quería decir Cervantes), o echar a volar su imaginación, tratar de adivinar qué puede significar eso y estar inspirado ese día".

-Es decir, usted ha traducido el Quijote para esos 8 de cada 10 españoles que no lo han leído hasta ahora. ¿Es su libro un sustituto del original, un sucedáneo, o un primer paso para luego leer el genuino?
-¿Qué es una buena traducción de la Ilíada o de Guerra y paz o de Hamlet? ¿Sustituto, sucedáneo? Traducir es llevar a otra lengua un texto que de otro modo no podríamos leer. Se perderán matices en el camino (y se ganarán otros, añadía Carlos Pujol, gran traductor, a propósito de las traducciones de Emily Dickinson de Marià Manent), pero gracias a las traducciones la literatura universal es lo que es. Shakespeare sin las traducciones del latín o del griego no existiría. Y desde luego yo no tengo ninguna duda: la Ilíada traducida sigue siendo la Ilíada, o los Cantos de Leopardi, traducidos, siguen siendo Leopardi. Este Quijote traducido no es el original, pero sigue siendo de Cervantes, como la Ilíada que yo leo en español es la Ilíada de Homero, no el invento de su traductor. Cervantes escribió su libro para todo el mundo, y para que lo leyeran como se leen las novelas, de seguido, sin especial dificultad, porque era, además, un libro más hablado que escrito. Yo lo he traducido para esos ocho españoles de cada diez que no lo han leído, para el 70 % a los que les parece difícil y para los que conociendo el original quieran leerlo por curiosidad, por gusto o para leerlo como lo leyeron sus primeros lectores del XVII, de una manera fluida y sin prejuicios.


"Los libros se escribieron para leerse. ¿Qué razones existen para impedirlo, y quién querría impedirlo?"
-Félix de Azúa escribió el otro día un artículo sobre los quijotes aparecidos recientemente, el de Rico y el suyo, y decía: “un quijote para quijotes y otro para sanchos”. ¿Está de acuerdo en que su versión es un quijote para sanchos? Decía también Azúa “un quijote cuerdo y otro loco”. Y ahí ya estoy desorientada, no sé cuál es el suyo...
-Me parece que Azúa se refería, siguiendo a Unamuno, al hecho de que Sancho y don Quijote acaban pareciéndose mucho, sin que al final del libro podamos ya distinguirlos. De haber sabido leer, Sancho habría podido leer el Quijote, como lo leyó el bachiller Sansón Carrasco, y lo habría entendido perfectamente. Hubiera podido hacerlo sin notas al pie. No está claro que un lector actual de la cultura de Alonso Quijano pueda leer hoy el Quijote sin esas seis mil notas. El Quijote es el libro de don Quijote y de Sancho, para quijotes y sanchos, el mismo libro les sirve a los dos. El lector del de Rico y el de mi traducción no tienen por qué ser diferentes, y me alegrará infinito saber que después de mi traducción se ha animado con el original.

Una relación tormentosa

-Habla usted de sus razones para emprender la tarea y menciona las Misiones Pedagógicas, intuye que a Francisco Giner le hubiera gustado... ¿Cuál fue su primer impulso para ponerse a traducir el Quijote al español actual? Y, en el otro extremo, ¿qué le hizo darlo por terminado, y decirse "Yo más ya no puedo"? ¿Aspira a que su Quijote se convierta en libro de texto?
-La relación tormentosa que tienen los españoles con el Quijote procede en parte de que ha sido un libro de texto, como las matemáticas. Algo que se les ha obligado a leer a los alumnos, no que estos hayan leído por gusto. Y no guardan un buen recuerdo. Y el Quijote debe volver a ser un libro leído, tanto o más que un libro de estudio. Cualquier amante de Cervantes aspira a que se lea el Quijote en su versión original en buenas ediciones o traducido en buenas traducciones. Y el que quiera y pueda leerlo en versión original, con o sin notas, puede seguir haciéndolo. No veo dónde está el problema. El único problema, al menos para mí, fue decir "basta, hasta aquí he llegado". Es cuando advierte uno que puede estructurar el delirio, y perder el juicio, como don Quijote. Porque uno puede poner fin a un libro propio, pero nunca a una traducción.

- Vargas Llosa recuerda en el prólogo de su libro la polémica suscitada en Francia cuando Malraux mandó limpiar todos los edificios clásicos de París, y dice que "no me sorprendería que hubiera una polémica semejante con la audaz empresa de Trapiello". Pero aquí no ha habido mucha, demasiado poca. Me parece un poco desconsolador y reflejo del poco interés general por la cultura. ¿A usted no le parece un mal síntoma?
-En Inglaterra y en Francia no hubo tampoco una especial polémica cuando tradujeron al inglés y francés actuales a Shakespeare o Montaigne. Nadie lo achacó allí al poco interés por la cultura. Al contrario, todo el mundo admitió que se trataba no sólo de algo necesario, sino de algo que sumaba, no que restaba. Y se alegraron, como es natural. ¿Cómo no alegrarnos de que miles de lectores puedan leer por fin el Quijote? No hacerlo sí que sería un pésimo síntoma.

El de Rico me ha servido de pauta

- Lo ha llevado muy en secreto, dice que el principal criterio ha sido la intuición, pero ¿ha consultado con los principales especialistas, ¿no?
-En realidad lo que he dicho es que cuando no disponía de otros medios para resolver algún pasaje peliagudo, me he fiado de la intuición, como haría cualquiera. Y desde luego que he consultado con los principales especialistas. Qué pregunta. Ni yo ni nadie puede leer ese libro sin las notas que a lo largo de cuatrocientos años han tenido que añadirse al texto original. Yo he tenido en cuenta a muchos, a algunos ya muertos, fundamentales, como Hartzenbusch, Rodríguez Marín o Martín de Riquer, y a otros, vivos, como Blecua o Rico. La edición de este último, muy rigurosa filológicamente, es la que me ha servido de pauta, y a él personalmente debo muchos buenos consejos y cautelas en el último tramo de mi trabajo. Por ejemplo, Cervantes es "leísta" y me convenció de que debía corregirlo.


"De haber sabido leer, Sancho habría podido leer el Quijote y lo habría entendido perfectamente"
La Real Academia tiene el prurito de meter en el Diccionario todas las palabras que aparecen en el Quijote, aunque estén en desuso. Pero el escritor se ha cargado algunas. También ha enmendado errores y alguna que otra incongruencia que ha permanecido en el texto durante 400 años. Cuenta Trapiello, por ejemplo, que en el siglo XVI la palabra 'discreto' significaba 'inteligente, agudo, perspicaz', y que, dependiendo del contexto, lo ha ido cambiando. Y más: "Cuando hablo de incongruencia me refiero por ejemplo al pasaje en el que don Quijote dice tener un hambre feroz y se come una hogaza de pan 'con dos cabezas de sardinas'. ¿Cabezas de sardinas? Siempre me pareció un error. Y la solución me la dio Rico: tenía que ser 'dos docenas de sardinas'. Y así se ha quedado".

-En su conjunto, ¿qué pasaje le ha hecho dudar más, con cuál se ha detenido más tiempo?
-Sin lugar a dudas, el primer capítulo. Sólo el primer párrafo cuenta en todas las ediciones con más de veinte notas al pie. Me ha divertido mucho ver poner el grito en el cielo a algunos al llegar a “los de lanza en astillero”. Lo primero que me preguntó Rico fue precisamente eso: "¿cómo has traducido astillero?". Él sabe que la traducción del Drae es vaga: "percha". Pero ¿de dónde se va a colgar un astil? ¿De las orejas? Si yo he traducido "de los de lanza ya olvidada" es porque no encontré una palabra mejor (manejé unas treinta; el astillero debía de ser algo parecido al palillero de los billares) y porque ese era el sentido que quiere darle Cervantes a la expresión.

-¿Qué gana y qué pierde su Quijote en comparación con el de Rico o el de Pérez-Reverte?
-El Quijote de Rico es más o menos el de Cervantes (el Quijote de 1605 y 1616 se parece al que llamamos original menos de lo que la gente cree: se publicó sin párrafos, sin guiones de diálogos, con infinitas erratas y docenas de frases, giros y sentidos incomprensibles; nadie en su sano juicio querría hoy leer “el original”); el de Pérez-Reverte es una reducción del texto, del que se ha suprimido casi la mitad y no se ha retocado apenas, y la mía es una traducción. No es “mi” Quijote. Es una traducción del Quijote, íntegra y fielmente, como se lee en la cubierta. Los que quieran leer un resumen leerán el de Pérez-Reverte, los que quieran leer el original leerán el de Rico o el de otro, y el que quiera leer el libro tal y como lo lee un lector japonés, francés o inglés actual, leerá una traducción, esta u otra de las que vengan.

"Hasta ahora, muchos se tomaban su lectura como el viaje a la Meca, algo que un español debe hacer al menos una vez en la vida"
-¿Cuál es, en fin, la principal sorpresa que depara la lectura del libro al lector poco avezado?
-Si hablamos de esta traducción, la sorpresa principal es la de que pueden leer el libro sin tropiezos, según me dicen, con un grado alto de comprensión lectora y sin menoscabo del lenguaje de Cervantes, incluso de su musicalidad. Y no tanto por mérito mío, insisto. Hasta ahora muchos se tomaban su lectura como el viaje a la Meca, algo que un español debe hacer al menos una vez en la vida. Ocho de cada diez españoles no han viajado a él nunca y de los otros, muchos no han repetido la experiencia, demasiado ardua. Si ahora pueden hacerlo, incluso repetirlo, ¿quién se lo impedirá? Y sobre todo hemos de preguntarnos: ¿Qué razones existen para impedirlo, y quién querría impedirlo? Y ahí es donde entran en escena las Misiones Pedagógicas: la cultura o está viva o no es nada; los libros se escribieron para leerse. Incluso en traducciones.
- Aquí puedes leer y descargar el primer capítulo del Quijote

Seis cosas por las que amar la Semana Negra

Los libros y los locos por los libros están por todas partes

Lorena Nosti (lesionada) y Paco Ignacio Taibo II./ Daniel Mordzinski./elpais.com

La 28ª edición Semana Negra de Gijón, esa fiesta, ese milagro cultural, ha terminado. Atrás quedan decenas de actos y presentaciones, cientos de risas y buenos momentos, miles de intercambios, interacciones, enseñanzas. Ya saben, Carlos Zanón se llevó el Hammett por Yo fui Johnny Thunders (RBA), no puede ser más merecido, y que anduvimos por allí compartiendo la vida y la literatura con amigos, haciendo fotos y aprendiendo con Daniel Mordzinski (para muestra, la que ilustra este artículo) y buscando a Patricia Highsmith.
Pero hoy quería traerles unos motivos, sentimentales algunos, casi empíricos otros, por los que lo que ocurre en Gijón cada julio es único.
Un lugar único donde se venera a los grandes. Julián Ibáñez, Claude Mesplede o Paco Ignacio Taibo II son algunos de los maestros que uno se puede encontrar en la Semana Negra. Y digo encontrar, porque así es. Se puede hablar con ellos, se puede tomar algo con ellos. Eso no pasa en cualquier sitio. No.
La feria de los milagros. Quienes hayan estado por Gijón ya saben a qué me refiero. En un lugar post industrial, algo surrealista y rodeado de atracciones, arena, bares y feriantes, la Semana Negra se celebra en un lugar único. Lo mejor: he visto actos que empiezan casi vacíos, la gente va llegando, pasan por allí, se quedan y escuchan y al final algunos hasta se compran el libro que se presenta. Lo prometo. Milagros en Gijón.
La comuna y la noche. Se lo dice alguien no muy partidario de socializar: lo que ocurre en la Semana Negra es digno de estudio. Escritores, profesores, artistas, periodistas y lectores cenan y alternan, salen y cervecean juntos. La camaradería de las noches de Don Manuel, donde igual se habla de libros que se canta un tango o una escritora argentina explica que significa antimola y por qué le marcó Verano Azul es algo digno de estudio.
La literatura, ese veneno. Los libros y los locos por los libros están por todas partes. Hay actos, decenas si no cientos de actos, pero también discusiones, escritores con los que se puede hablar, que se dejan entrevista en cualquier lugar, firmas… Una fiesta literaria alejada de todo boato.
Clases magistrales. Este bloguero tuvo la oportunidad de trabajar de nuevo con Daniel Mordzinski, de quien no para de aprender, o escuchar a Paco Ignacio Taibo II cómo le contaba la historia surrealista que vivió con James Crumley en EE UU, donde a punto estuvieron de ser apaleados por unos fans irredentos y cerveceros. Víctor del Árbol, Alexis Ravelo, Carlos Zanón, Claude Mesplède, Marcelo Luján, Carlos Salem y otros muchos me enseñaron cosas estos días. Laura Muñoz sigue empeñada en regalarme fotos y momentos. 
Los escritores. Sí, esos señores que hacen libros y que en Gijón están más cercanos que nunca. Los hay de todos los niveles, colores, gustos y nacionalidades. Y hacen que el festival tenga sentido. Son accesibles, se dejan entrevistar, comparten sus pasiones, te convierten a su credo.

Gracias a todos. Vive le noir!

El alcance de las fracturas

Si uno se dispone a hablar de un país fracturado, de un tiempo fracturado hasta la extenuación, forzosamente le saldrán escritos en los que la fractura se puede llegar a convertir en la belleza de un estilo

Diarios de la Revolución de 1917, de Marina Tsvietáieva.
Marina Tsvietáieva. /Max Voloshin 1911 /WikiMedia Commons./revistadeletras.net
Eso es lo que sucede con la lectura de Diarios de la revolución de 1917 de la poeta Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892 – Yelábuga –Tartaristán-, 1941). En algún momento, da la impresión, gracias también a la traducción de Selma Ancira, de estar sobre todo preocupada por la formulación de frases. Pero Tsvietáieva siempre estaba componiendo un poema, en el que la desgracia, la conciencia de formar parte de los humillados y ofendidos, estaba siempre presente. Antes del infortunio del exilio y de la pobreza extrema que la empujó a resguardar a su hija pequeña en un orfanato, donde moriría de hambre, Tsvietáieva sobrevivió a los años de revolución, escribiendo retazos que forman algo que definiremos como diario, por ser la fórmula más cómoda de encajar este libro en algún género. Aunque si existiera en los libros de texto, en los manuales de literatura, el género al que pertenece bien podría ser catalogado como estupor.
Hay frescura en la escritura que aparenta ser espontánea, pero también elaborada desde el sótano del sentimiento. Y al mismo tiempo, hay violencia. Una violencia idéntica a la del hombre que lleva años tratando de completar un puzle de miles de piezas al que le faltan cientos de ellas. Un enfado y un desgarro. El que se corresponde a la época que le toca vivir, ese tiempo de bisagra mal engrasada que chirría cargándonos de acidez la cabeza. Hay saltos temporales y desencadenamientos, porque existe la necesidad y la obligación del movimiento en lo retratado. Y lo retratado es algo así como canjear el mal por el mal, o la impresión de que se le están escurriendo las cosas de entre las manos constantemente. Como si pretendiera apresar el conjunto, mientras que habita en la periferia, que es el peor sitio para estar en tiempo de lucha. De ahí el puntillismo en el detalle, la dificultad de encontrar su sitio en el mundo habitado por un aura surrealista. En el surrealismo de Tsvietáieva cabe lo grotesco, pero también la sinrazón voluntaria, lo miserable y hasta lo ultrajante, y lo más caprichoso de la gente que se rige por un olfato que solo atiende a las veleidades.
Obviando lo político, de los diarios se destilan las consecuencias que la Revolución tuvo entre la población civil, comenzando por el día en que decide regresar de Crimea a un Moscú devastado por el hambre. Acaso sea el hambre lo que le obliga a ese estilo escueto, casi telegráfico, fugaz y en ocasiones aforístico, sin análisis. Meras presentaciones que, gracias a la poesía que destilan, transmiten una intimidad quebrada, un temperamento que brega por mantener la consistencia. Porque ese espíritu es una denuncia del terror, de la indefensión, algo que está a su alcance por la buena educación que pudo recibir durante la infancia, antes de pasar al mundo de los desahuciados. Su orgullo la ayuda a mantenerse siempre independiente, hasta el punto de que no existe nada semejante a la autocompasión ni al deseo de venganza. Llega al extremo de ser una suerte de poeta sin lírica. En este caso, bastan los hechos, aunque obligue al lector a poner en su lectura lo mejor de sí mismo, porque no se recrea en estampas. Sus palabras no forman imágenes, forman palabras. En ese sentido son un golpe directo a la sien del lector, al que le cuesta componer la idea de que exista alguien con tanta capacidad de observación y tan consciente de la lucidez que supone conocer la materia con la que está trabajando.
Tsvietáieva propone acompañarla en un viaje sin cartografía ni cámara de fotos, pero colmado de sensaciones. Un viaje sin Dios pero con espíritu. En el que la gente sabe rezar cuando hay que rezar. Otra cosa es que sea preciso inventarse las oraciones. O la religión, para luego esconderla. Aunque, en realidad, lo que estén deseando sea tener una pistola y disparar. En definitiva, uno llega a ignorar si debe conmoverse o no ante lo que está leyendo. Lo cual es un fenómeno que conmueve hasta la estupefacción.