sábado, 31 de agosto de 2013

El talento del señor Ripley

Variaciones sobre lo amoral

Sala 1

3:pm

Adaptación de la novela homónima de Patricia Highsmith. Ambientada a finales de los cincuenta. Tom Ripley (Matt Damon), un joven empleado de una empresa de servicios de Manhattan, pide prestada una chaqueta de Princeton para tocar el piano en una fiesta al aire libre. Cuando el rico propietario de la casa charla con él, Ripley le hace creer que es amigo y compañero de universidad de su hijo Dickie (Jude Law); entonces, el padre le ofrece mil dólares si va a Italia y convence a Dickie para que vuelva a casa. Cuando conoce a Dickie, que es un playboy, se queda fascinado con el estilo de vida que llevan él y su novia Marge (Paltrow). 

Tom Ripley es un tipo de lo más amoral, un profesional de la mentira y del engaño que sabe salirse con la suya. Ahora le ha tocado el turno a Herbert Greenleaf, un millonario que desea que su hijo Dickie, que vive en Europa, vuelva a los EE.UU para que pueda ocuparse de los negocios familiares. Haciéndose pasar por antiguo compañero de estudios de Dickie, Ripley consigue que Greenleaf le envíe a Italia para que intente convencer a su hijo de que vuelva, ya que además su madre está enferma. Ripley acepta encantado, ya que para él son como una especie de vacaciones pagadas. Durante el trayecto conoce a una rica y joven americana que también está de viaje, y cuando se presenta lo hace bajo el nombre de Dickie Greenleaf. Desde su llegada Ripley entabla amistad rápidamente con el hijo díscolo, una amistad recíproca que despierta los celos de la mejor amiga de Dickie, Marge, y de su mejor amigo, Freddie Miles. Después de incluso instalarse en su casa y de salir de fiesta y de visita con él, Ripley tiene un plan: acabar con Dickie, y suplantar su personalidad. Éste tiene todo lo que Ripley desea y nunca ha tenido, pero ése sólo es el principio de una serie de acontecimientos trágicos en los que la mentira, la sangre, el dolor, y la muerte serán protagonistas de excepción

Ver más en: http://www.20minutos.es/cine/cartelera/pelicula/4219/el-talento-de-mr-ripley/#xtor=AD-15&xts=46726
Tom Ripley es un tipo de lo más amoral, un profesional de la mentira y del engaño que sabe salirse con la suya. Ahora le ha tocado el turno a Herbert Greenleaf, un millonario que desea que su hijo Dickie, que vive en Europa, vuelva a los EE.UU para que pueda ocuparse de los negocios familiares. Haciéndose pasar por antiguo compañero de estudios de Dickie, Ripley consigue que Greenleaf le envíe a Italia para que intente convencer a su hijo de que vuelva, ya que además su madre está enferma. Ripley acepta encantado, ya que para él son como una especie de vacaciones pagadas. Durante el trayecto conoce a una rica y joven americana que también está de viaje, y cuando se presenta lo hace bajo el nombre de Dickie Greenleaf. Desde su llegada Ripley entabla amistad rápidamente con el hijo díscolo, una amistad recíproca que despierta los celos de la mejor amiga de Dickie, Marge, y de su mejor amigo, Freddie Miles. Después de incluso instalarse en su casa y de salir de fiesta y de visita con él, Ripley tiene un plan: acabar con Dickie, y suplantar su personalidad. Éste tiene todo lo que Ripley desea y nunca ha tenido, pero ése sólo es el principio de una serie de acontecimientos trágicos en los que la mentira, la sangre, el dolor, y la muerte serán protagonistas de excepción

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Paltrow, Law y Damon, en el reparto de El  talento del señor Ripley de Anthony Minghella./20minutos.es







Letras de alta traición

El caso Snowden hizo despegar las ventas de la novela de George Orwell. Artistas como Salman Rushdie y Feliza Bursztyn también han sido señalados de traición a la patria. ¿Son fronteras irreconciliables?

Grafiti en Sidney (Australia), en el que aparece Julian Assange con una leyenda atribuida al escritor George Orwell: “En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”. /elespectador.com
 
Traidor. Dependiendo de quien reciba el epíteto, la palabra puede ser incluso un cumplido. Quizá así lo tomó Aleksandr Solzhenitsyn —escritor ruso, Premio Nobel de Literatura en 1970— cuando en 1969 fue expulsado de la Unión de Escritores Soviéticos. Lo expulsaron, en esencia, porque había denunciado que la censura oficial no le había permitido publicar algunas de sus obras. Quizá Solzhenitsyn concluyó lo mismo —que traicionar es sólo la expresión de quien ve en el traidor a aquel que no conviene con sus propias ideas— el día en que fue acusado de traición a la patria, en 1974, y desterrado.
En breve, Solzhenitsyn se había convertido en una figura de prestigio por retratar la vida de los campos de concentración que el gobierno comunista había creado en Siberia. Era traidor por contar lo que veía, del modo en que sentía que debía contarlo. Era traidor, en resumen, por sostener sus propios ideales. Pero el Estado se presentaba, vigilante, ante su obra; como en 1984, de George Orwell, el Gran Hermano —las autoridades rusas, los oficiales de a pie, el agente que acudía a las isbas en busca de orden— mantenía a raya las ideas.
“Los artistas que demandan mayores libertades en estos países (China, Rusia o Siria) dan una lucha real —dijo el crítico Carlos Granés en una columna de El Espectador. Allá el arte parece conservar ese poder que ha perdido en Occidente, en donde la irreverencia, el escándalo y la provocación, en lugar de entrañar peligro, reportan notoriedad y dinero”. En el peligro fue que Solzhenitsyn escribió su obra; una de las mujeres que tenía parte del manuscrito del Archipielago Gulag fue torturada y luego se suicidó. En el peligro crearon sus obras Stefan Zweig y Czeslaw Milosz, Salman Rushdie y Federico García Lorca, Feliz Bursztyn y Ai Weiwei, Baruch Spinoza y José María Vargas Vila, todos acusados en algún momento de traicionar a la política, a la moral o la religión.
“No se habita un país —escribió Emil Cioran en Ese maldito yo— , se habita una lengua. Una patria es eso y nada más”. Hoy, a Edward Snowden lo acusan de traicionar a la patria por revelar documentos de Estado. Sucedió igual con algunos medios en Colombia, entre ellos El Espectador y CM&, que hicieron públicas una serie de estrategias en el conflicto entre este país y Nicaragua. “Las filtraciones son traición a la patria”, dijo la canciller María Ángela Holguín. Vale preguntar, entonces, ¿qué es la patria? ¿De qué se compone? ¿Cómo se la traiciona sin, al mismo tiempo, negar los ideales propios?
En últimas, está en juego la liberta de divulgar: retratar los campos de concentración o revelar las interceptaciones y el espionaje de EE.UU. en América Latina son parte del mismo tablero. La lucha está allí, entre el deseo de informar y el deseo de callar a cualquier costo. En el poema Alta traición, de José Emilio Pacheco, se vislumbra ese conflicto eterno: “No amo mi patria. /Su fulgor abstracto/ es inasible. /Pero (aunque suene mal) /daría la vida/ por diez lugares suyos, /cierta gente (...) /varias figuras de su historia, /montañas /-y tres o cuatro ríos”.

Las chicas sólo quieren divertirse

El fenómeno generado por las  Cincuenta sombras de Grey  activó en el mercado una explosión de novelas escritas por mujeres en las que el sexo es central. ¿Eróticas o porno? Nuevas autoras como Sasha Grey o Melissa P. aseguran que lo de ellas es literatura porno. El lugar del género en esta cuestión

BOOM. Cada vez hay más lectoras que interesadas en la literatura erótica./revista Ñ
La literatura puede ser un arma de seducción. Ya sea para espantar o para enamorar, la narración se construye como una línea hacia adelante que espera ser perseguida por la mirada del lector, sin ser abandonada, hasta la última página. Las estrategias de conquista son variadas. Decir que la nueva apuesta del mercado son las novelas eróticas sería por lo menos olvidarse de buena parte de la historia de la literatura –desde los poemas de Catulo, hasta los folletines vendidos en kioscos bajo la fachada de novela romántica subida de tono, pasando por Sapho, Sade, Anaïs Nin y Henry Miller. Lo que sí es cierto es que tras el fenómeno de Cincuenta sombras de Grey , la literatura erótica ha tenido un importante resurgimiento en el mercado editorial.
El fenómeno que causó el libro de E. L. James sigue siendo un misterio que ensayó varias respuestas posibles: es una novela de lectura ágil, sin complejidades, y propone un universo donde los límites sexuales están un poco corridos de los habituales –como para avivar el deseo– pero no demasiado desdibujados o extremos como para ahuyentar al lector promedio. Hay que decir, además, que los lectores de este libro resultaron ser en su abrumadora mayoría mujeres quizás no afectas al hábito de la lectura, cautivadas por el permiso a dejarse llevar.
Avaladas por la legitimación de sentirse parte de un grupo más amplio que valida y refuerza su elección, las lectoras de Cincuenta sombras de Grey sucumbieron y provocaron a la vez un efecto de consumo y marketing que va más allá de lo básico de la narración y de haber sido acusadas, desde una posición simplificante y machista de suplir la falta de sexo en sus vidas con la lectura. En el universo de la literatura porno, tanto soft como duro o erudito, la de Grey se situó como una de esas tantas historias donde lo sexual queda subordinado a la novela rosa. Una especie de Corín Tellado con tendencias bond. Entre las descripciones de “carnes trémulas” y “la penetró con su poderoso miembro viril” hay un príncipe azul que rescata a la heroína, la corteja o la deja. La confusión de sexo con amor se vio en otros productos que germinaron a la sombra de las cincuenta de Grey.
Si Ana, la protagonista de Cincuenta sombras..., era ingenua y sumisa a las órdenes y deseos de Christian Grey, hay otra Grey que trastoca la ecuación. La mítica Sasha Grey, que abandonó su carrera como actriz porno hace ya casi cinco años, acaba de publicar en español una novela, La Sociedad Juliette. Inscripta de lleno en el género de la literatura erótica, la novela marca un movimiento más dentro de la serie de operaciones que Sasha Grey viene realizando desde que dejó el cine triple X. Grey se define como una “intelectual del porno” y la lista de sus cinco películas favoritas – Stroszek de Herzog, Pierrot el loco , de Godard, Fat Girl de Catherine Breillat, Una mujer bajo la influencia de Cassavetes y Escape de Nueva York de Carpenter– podría ser la misma que la de cualquier cinéfilo. Sasha tuvo algunas incursiones en el cine independiente, y en 2009 protagonizó el filme de Steven Soderbergh The girlfriend experiencie , donde es Christine, una chica que juega por un rato a ser novia de hombres adinerados y gana más que su verdadero novio, personal trainer.
Grey, además, forma parte de una campaña por la igualdad de paga para hombres y mujeres en los mismos puestos de trabajo, donde cuenta que ella pasó por muchos empleos –maestra, enfermera, secretaria, mesera–. Pero terminó inmersa en la industria del porno porque es el único ámbito donde, dice, la mujer gana mejor que el hombre. “Elegir” es la palabra que usa –más allá de las condiciones– para explicar su opción, así como dice, en el mismo video, que le gustan ciertas prácticas sexuales como atarse, colgarse de cabeza o amordazarse. El orgullo de ser estrella porno no le impidió llevar sus inquietudes hacia otros terrenos.
Al contrario de la protagonista de Cincuenta..., la de La Sociedad Juliette es una mujer con experiencia sexual que busca llevar sus fantasías a la vida real. En la novela de Sasha Grey hay una relación de pareja con sus encuentros y sus peleas, pero también hay orgías mixtas, sadomasoquismo, y la omnipresente relación entre sexo y dinero. Grey sugiere su lectura como una manera de comprender mejor la sexualidad y de abrirse a ella.
En términos literarios, La Sociedad Juliette es fácil de describir y difícil de juzgar. Grey apela a la segunda persona, convirtiendo al lector en un interlocutor inmediato. Sasha nos está contando un secreto. Entonces, el contrato de lectura es casi explícito, y en cierta medida similar al del cine porno: propone un pacto de confesión aquí entre narrador y lector, un entre-nos de alcoba, un artificio de intimidad. El género no determina un estilo a priori, y aquí el sonido de campanas de la literatura no llega a escucharse. Hay, sí, un recorrido intenso por los pasillos de la casa de estudios de Christine, donde estudia la carrera de cine y donde piensa en la entrepierna del profesor y se esconde en un armario junto a su amiga sexy. Y hay también otros ámbitos menos iluminados. Pero la novela es profusa en citas cultas: la protagonista –por placer o por deber– mira películas de Godard y Buñuel, lee a Freud y a Foucault.
La trama avanza veloz entre nombres y referencias. Entonces, ¿cuál es el valor de innovación o singularidad de este libro? Frente a las cuestiones que planteaba Foucault –para citar un teórico que aparece en La Sociedad Juliette – acerca del autor, como la relación de atribución (quién es el que habla) y la posición (elección narrativa, paratextos), es casi imposible no pensar en la protagonista/voz narradora como la abrumadora Sasha Grey. De hecho, tal vez sea ésta una de las mayores virtudes de la novela.
Sasha, la chica de al lado con un toque de sofisticación, sin siliconas, sabe que es ella la que late entre las líneas (como late la italiana Melissa P. en cada uno de sus libros). Aunque la novela esté construida como ficción, la clara impronta de la voz que guía la narración sumada al tipo de experiencias relatadas en la trama, fáciles de superponer con el contexto biográfico de producción, llevan a pensar todo el tiempo en Sasha. Ella se ocupa de avivar esta confusión en las múltiples declaraciones en las entrevistas que le hicieron a partir de la publicación: “Creo que Catherine es mi álter ego, y que venimos del mismo lugar”. También dice que hay muchas novelas eróticas con las que no se identifica, y que ella puede brindar una buena dosis de autenticidad. “Estoy un poco harta de leer novelas de mujeres ingenuas que encuentran al hombre perfecto, tienen sexo increíble y después forman una familia.” La novela tiene el sello de su nombre, en la tapa y en el estilo, el mismo seudónimo que usaba como estrella del porno. Estrella del marketing, no se desdobla, no vuelve a ser Marina Ann Hantzis para convertirse en autora. Tampoco se esconde tras un par de iniciales y un apellido común como E. L. James. Sigue siendo Sasha Grey, la actriz porno joven y radical que, como dice Luis Diego Fernández en su libro Hedonismo libertario , origina una “ruptura” con respecto a la barbie plástica y su “objetualidad cliché”, operando además con el punto de vista del espectador y subjetivizando la personalidad de la mujer tradicionalmente dominada en el medio. Como en The girlfriend experience , Grey vuelve a hacer de sí misma. Que no es poco.
La libertad puesta en el plano de la recompensa económica es un concepto que se pone en línea con la idea de independencia planteada por Virginia Woolf. Pero si esta plusvalía se da en el ámbito de la explotación sexual, aunque en el medio la mujer gane más que el hombre, es sabido que las condiciones de producción –mayormente ordenadas en redes de proxenetas– son diferentes.
Cinco años de carrera como actriz porno alcanzaron para que Sasha Grey se convirtiera en un mito y a la vez permaneciera idéntica a las chicas autopornificadas de las webs amateur. Los materiales con los que construye su novela, próximamente llevada al cine y continuada en una saga, son los mismos con los que dejó su marca en la pornografía. La de Catherine es una incursión al submundo del sexo no convencional, en esquema que conocemos desde los clásicos hasta los cómics eróticos: una serie de actos sexuales sin represión ni censura insertados en el contexto de una historia más o menos previsible. En algún momento la protagonista sucumbe ante la tentación de toda esa oscuridad.
“La trama está siempre al servicio del personaje”, dice Catherine que le enseñan en la clase de cine. Y en base a esa enseñanza Grey construye su propia novela. Pero, de nuevo, ¿quién es el personaje? Como en un procedimiento que retoma la tradición de las vanguardias y las neovanguardias, Grey crea su artista - personae , propone una fusión de arte y vida. El porno, en su subgénero amateur, algo que comienza a florecer a fines de los 90, mostró la posibilidad de filmarse a sí mismo. Esta operación formal del porno es llevada por Grey al ámbito de la literatura. No son cuestiones solamente de enunciación sino también estéticas: a quién le habla, el tipo de cuerpo que aparece. Al mismo tiempo que lo conforma, da cuenta del fin del artificio.
Su obra es ella misma, su subjetividad. Entonces, frente a una novela como esta, la pregunta acerca de la calidad literaria o el uso del lenguaje, queda devaluada. Más allá del fenómeno de marketing, hay una intención estética y política donde la mujer expone su cuerpo al mercado del sexo como una trabajadora por cuenta propia. Sasha Grey considera a la industria pornográfica y a la prostitución como espacios conquistados por la mujer donde supera en ingresos al hombre. Incluso busca revertir, desde esa operación, los términos de las relaciones de poder por las cuales el que paga es el que domina. “El trabajo de Sasha Grey insufla de cierto dominio o ‘subjetividad’ a esa cosificación y humillación buscada [por el porno]”, analiza Fernández. Actuando sobre el carácter performático del género –punto que señalan filósofas como Judith Butler o Beatriz Preciado–, “Grey siempre adujo que la sumisión y el rol masoquista de sus filmes eran requeridos, incluso desde un lugar de feminismo y dominio de la mujer sobre el hombre”, continúa.
Catherine, protagonista de La Sociedad Juliette , no es la misma que la de Memorias de una geisha,  ni la de Diario de una prostituta , en sus distintas versiones, donde una narradora/autora por lo general relata desde el anonimato su camino en el mercado del sexo. Sasha Grey construye un artefacto más complejo, casi tanto como la posibilidad de definirlo. En un análisis sobre su ensayo La pasión erótica , el escritor uruguayo Ercole Lissardi da por tierra con la disputa entre lo erótico y lo pornográfico: “Una antinomia conceptual como la de ‘arte erótico’ y ‘pornografía’ hoy no sirve, no es útil. Tuve que investigar cómo y para qué se origina esa antinomia, y cómo evoluciona, y qué contenido se le puede dar hoy para pensar la realidad actual de las representaciones de la sexualidad”.
Pero los dobleces en la zona de lo erótico permanecen. Y los interrogantes –quién habla o cómo se resuelven las relaciones de poder– tienen respuestas zigzagueantes. Poniendo en evidencia esa tensión, Simone de Beauvoir declaró: “Detestamos la noción de erotismo porque se trata de una especialización que exalta el sexo a la vez que lo envilece”. Y mientras nos hacemos estas preguntas y esperamos la coronación dulce de la frase, Sasha Grey asegura que sintió excitación mientras escribía las escenas más sexuales del libro. Es probable que el lector sea presa de la misma sensación.

Sloterdijk plantea si somos conscientes de lo que implica la frase "Dios ha muerto"

El filósofo alemán Peter Sloterdijk advierte de que aún no hemos sacado todas las consecuencias de la frase Dios ha muerto, en su último libro Muerte aparente en el pensar, donde enumera diez atentados del siglo XX contra el observador neutral

Sloterdijk plantea si somos conscientes de lo que implica la frase Dios ha muerto./lainformacion.com
La edición (Siruela 2013) recoge unas conferencias que el autor de las "Esferas" ofreció en Tubinga en 2009, ordenadas ahora en castellano por su traductor Isidoro Reguera.
En esas charlas, Sloterdijk, uno de los filósofos contemporáneos más prestigiosos y polémicos, trata de situar el noble ejercicio de la vida consciente entre la gloria y la miseria de la vida teórica.
Subraya con énfasis que teorizar requiere "separarse de toda toma de postura existencial", "disolver el vínculo que fija a una existencia real" y "liberar la carga del lazo a la vida".
Sloterdijk considera que esos atentados fueron cometidos en el proceso de subversión de la cultura occidental de la racionalidad transformando la idea de "ciencia", mientras advierte de que "aún somos muy poco conscientes de todo lo que implica la frase 'el observador puro ha muerto'".
Crítico con el experimento cognitivo de la Modernidad que Nietzsche llamó "inversión del Platonismo", señala hasta diez "puñaladas" a lo que considera una "vieja y respetable tradición": la de que sólo los "olvidados de sí" tienen acceso al conocimiento, aquellos que lograron "cambiar su yo empírico por el espíritu suprapersonal".
Sloterdijk vuelve al anciano Sócrates que se detiene, "parado en el portal a la escucha de sus voces interiores", como ejemplo para hacer entender las condiciones que capacitan al ser humano para la pura teoría: salirse de sí, de su cárcel corporal.
Quiere ir más allá del saber 'mundanizado' y de la sombría perspectiva que deja Pierre Bourdieu -descompuestas las instituciones del conocimiento en un "mosaico vibrante de pequeñas batallas discursivas"-, después de que los saberes de la ciencia y la filosofía "hayan quedado presos de una existencia encarnada en el mundo de la vida", con las implicaciones que esto lleva en pasiones e intereses.
Marx, Nietzsche, Georg Lukács, Martin Heidegger, Hiroshima y Nagasaki, el existencialismo y Sartre, Max Scheler, las teorías del género y Judith Butler, o la neurología contemporánea con Antonio Damasio suponen, en el recorrido de Sloterdijk, nueve agresiones a una víctima ya abatida: el ser humano teórico que levanta su mirada perplejo desde su total desolación.
Un décimo puñal, la superación del mito del aislamiento del experto despojado ya de su tarea de embajador del conocimiento -con Bruno Latour a la cabeza-, duele más al teórico que ninguno -apunta Sloterdijk- al quedar el saber científico y la técnica a disposición de ser comprendidos "como prolongación de las relaciones sociales con otros medios".
Nacido en Karlsruhe, Alemania, en 1947, el autor de "Normas para el parque humano" (2000) o "Crítica de la razón cínica" (2003) es actualmente rector de la Escuela Superior de Información y Creación de esa ciudad y catedrático de Filosofía de la Cultura y de Teoría de Medios de Comunicación en la Academia Vienesa de las Artes Plásticas.
Al plantear este "crimen oculto" contra el "fantasma" que encantó a las gentes con quimeras de "un más allá anticipable en la vida misma", el autor observa que liberación del espíritu y cultura discursiva se concilian aún profundamente, por más que los arrebatos metafísicos de antes ya no se consideren dignos de crédito.
"Muerte aparente en el pensar", que trata sobre la filosofía y la ciencia como ejercicio, concluye con un poema de Fernando Pessoa: "¡La gloria nocturna de ser grande sin ser nada!. La grave majestad del esplendor desconocido..." de su "Libro del desasosiego".
Las palabras del poeta portugués llevan a abandonar el mundo, no pocas veces estrecho y constrictivo, de las disciplinas científicas -explica Sloterdijk-, y a entrar en la esfera de una marginalidad soberana, la del observador excéntrico.

Murió Seamus Heaney, el último gran poeta irlandés

El poeta tenía 74 años y era considerado uno de los grandes autores de su país. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1995. Estaba internado en un hospital de Dublin, había sido diagnosticado recientemente de una enfermedad grave

Fallece el Nobel Seamus Heaney, alma poética de Irlanda./revista Ñ

En un hospital de Dublin, a los 74 años, murió el poeta y dramaturgo irlandés Seamus Heaney,  uno de los más importantes de la lengua inglesa de la segunda mitad del siglo XX.  “Heaney fue un maravilloso embajador para la literatura, pero también para Irlanda”, declaró Jimmy Deenihan,  ministro de Cultura irlandés. Heaney fue el segundo poeta de su país en ganar un Premio Nobel– en 1995- después de William Butler Yeats, en 1923.
Había nacido un 13 de abril de 1939 en una granja ubicada 70 kilómetros al noroeste de Belfast, Irlanda del norte. Católico, algunas de sus obras, entre ellas Wintering Out (1973) y North (1975), tratan los conflictos sectarios en la región de Ulster, que enfrentaba a católicos y protestantes. Aunque Heaney estaba en contra la ocupación inglesa no tuvo una escritura militante a favor de la Ejército Republicano Irlandés ( IRA). Intelectualmente y espiritualmente estaba unido a Gran Bretaña por su amor a la literatura. "Mediante la belleza y elegancia de su escritura, nos recordaba los lazos que nos unen y nuestro deber de mantener la dignidad de todos", dijo hoy Patrick Corrigan, responsable de la organización defensora de los derechos humanos en Irlanda del Norte, al conocer la noticia.  
Aunque nunca esquivó pronunciarse en sus versos sobre los asuntos políticos más urgentes de su tierra, Heaney no fue meramente un poeta político. En términos generales, su obra se caracteriza por una mirada lúcida sobre fenómenos cotidianos. De objetos como hachas, yunques o hasta un sofá, armaba invocaciones sobre el misterio de la vida encarnado en la solidez innegable de los cosas.
Heaney, como Geoffrey Hill (1930-1998) tenía una sensibilidad extraordinaria para describir los paisajes de Gran Bretaña, su flora y fauna y su profunda historia. Para él, la palabra misma era el motor de un poema. Deleitaba y se deleitaba en el sonido sajón de las palabras y en los secretos que estas contienen – tanto a nivel pragmático, por sus etimologías; como a un nivel emocional o misterioso, por los sonidos que producen las palabras.
En su obra Heaney logró una dualidad notable: hablar de los misterios profundos de la existencia (la relación entre las palabras y la realidad; la relación entre el paisaje natural y la memoria del hombre; la vida propia que toman las herramientas que construye el hombre) usando un lenguaje y sintaxis accesible.
Sin dejar de ser un escritor muy preocupado por las formas poéticas y la historia misma de la poesía, Heaney logró convertirse en un autor leído por personas que no se especializaban en leer poesía. Para muchos de ellos, seguirá vivo en sus libros.
Heaney, aclamado como el poeta irlandés más destacado desde William Yeats, publicó su primer poemario en 1966 ("Death of a Naturalist") y firmó diversas obras teatrales, como "The Cure at Troy" (1990) y "The Burial at Thebes" (2004).
El irlandés, que fue catedrático de Poesía en la universidad inglesa de Oxford, había sido diagnosticado recientemente de una enfermedad grave, según la BBC.

Gore Vidal

Habitaciones y escritores

Eugene Luther Gore Vidal (3 de octubre de 1925, West Point, Nueva York, Estados Unidos - 31 de julio de 2012, Los Ángeles),1 2 más conocido como Gore Vidal, fue un escritor, ensayista, militar, guionista y periodista estadounidense, candidato al Premio Nobel de Literatura.
Hijo de Eugene Vidal y Nina Gore, considerados miembros de la llamada aristocracia de Estados Unidos, y vinculados al Partido Demócrata. Nació en la famosa academia militar (West Point) de los Estados Unidos donde su padre era instructor aeronáutico. Posteriormente, Vidal adoptó como nombre propio el apellido de su abuelo materno, Thomas P. Gore, quien fuera senador demócrata por Oklahoma.
De niño lo llevaron a Washington D.C., donde estudió en el colegio St. Albans. Su abuelo Gore estaba por entonces ciego, y el joven Vidal le leía en voz alta, además de ejercer frecuentemente como su guía, lo que le dio acceso a los corrillos del poder (algo poco usual para un muchacho). El no-intervencionismo del senador Gore ha sido desde entonces una de las bases fundamentales de la filosofía política de Vidal, quien siempre ha sido crítico con lo que él percibe como «imperialismo estadounidense».
Tras su graduación en la Phillips Exeter Academy, Gore se alistó en la reserva del Ejército de los Estados Unidos en 1943.

Batalla de Iwo Jima, escenario de la muerte de Jimmie Trimble, que marcó profundamente al escritor.
A los 21 años publicó su primera novela, Williwaw —el nombre de los repentinos vientos williwaw—, basada en sus experiencias como militar en el destacamento de la bahía de Alaska. Fue un libro bien recibido por la crítica. Unos años más tarde, su novela La ciudad y el pilar de sal (The city and the pillar), en la que hizo una cándida aproximación a la temática gay, causó tal controversia que el diario The New York Times se negó a publicar reseñas de sus siguientes libros. El libro estaba dedicado a J.T., quien, según algunos rumores publicados en una revista, Vidal se vio forzado a admitir que se trataba de su amante en St. Albans, Jimmie Trimble, a quien se refiere claramente en el libro. Trimble había muerto en la batalla de Iwo Jima el 1 de junio de 1945, y Vidal aseguraría que fue la única persona a la que había amado. Al mismo tiempo que aumentaban las ventas por sus novelas, Vidal trabajaba en obras de teatro, películas y series de televisión como guionista. Dos de estas obras, The Best Man y Visit to a Small Planet fueron grandes éxitos en Broadway y fueron luego adaptadas en películas que también tuvieron mucho éxito.
En 1949 escribió su novela En busca del rey (A Search for the King), en la cual tomó la leyenda del trovador Blondel de Nesle convirtiéndolo en amigo de Ricardo Corazón de León. Es una novela picaresca y de aventuras y, tal como habitualmente sucede en ellas (ver, por ejemplo, Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas padre), la amistad es el tema central.
A principios de la década de 1950, y usando el seudónimo de Edgar Box, escribió tres novelas de misterio cuyo protagonista era el detective ficticio, Peter Sergeant.

Charlton Heston, protagonista de la película Ben-Hur.
La productora cinematográfica MGM contrató a Vidal como guionista en 1956. En 1959, el director de cine William Wyler le requirió para trabajar sobre el guion de la película Ben-Hur, escrito por Karl Tunberg. Vidal aceptó trabajar con Christopher Fry para adaptar el guion a condición de que la MGM le liberara de sus dos últimos años de contrato. A pesar de ello, la muerte del productor Sam Zimbalist provocó complicaciones a la hora de establecer los títulos de crédito. El gremio de guionistas resolvió el problema con el nombramiento de Tunberg como único guionista de la película, negando el mérito tanto a Vidal como a Fry. Charlton Heston se mostró muy descontento con la presunta homosexualidad de una escena (homosexualidad cuidadosa y deliberadamente velada) que Vidal reclamaba haber escrito, y negó que éste tuviera un papel significativo en la creación del guion.
Vidal escribió tres novelas de mucho éxito. En 1964 publicó la meticulosamente documentada novela Juliano, que relata en epístolas la vida del emperador apóstata, y de la que ha sido alabado por numerosos psicólogos su cuidadoso retrato del perfil psicopático a través de la inquietante figura del hermoso príncipe imperial Constancio Galo. En 1967 escribió Washington D.C., centrada en la política durante la era de Franklin Delano Roosevelt; por último, publicó en 1968 una inesperada comedia satírica sobre la transexualidad llamada Myra Breckinridge, que sería llevada al cine con Raquel Welch y Mae West.
Tras dos obras de poco éxito: Weekend (1968) y An Evening with Richard Nixon (1972), y la extraña novela semi-autobiográfica Dos hermanas, Vidal se centró principalmente en sus obras de ensayo y en dos tendencias diferentes en sus novelas: la novela histórica relativa a la historia estadounidense como Burr (1973), 1876 (1976), Lincoln (1984), Imperio (1987), Hollywood (1989), La Edad de Oro (2000), y una nueva incursión en el mundo antiguo: Creación (escrita en 1981 y publicada en versión extendida en 2002). También creó algunas divertidas y, con frecuencia, despiadadas invenciones satíricas como Myron (1975), una secuela de Myra Breckinridge, Kalki (1978), Duluth (1983), En directo del Gólgota (1992) y La institución smithsoniana (1998).
Volvió a escribir de forma ocasional para el cine y la televisión, incluyendo un telefilme sobre Billy el niño con Val Kilmer, y una mini-serie sobre Abraham Lincoln. También escribió el guion original para la controvertida película Calígula, pero posteriormente su nombre fue suprimido por el director, y el productor reescribió el guion cambiando el tono y la temática del mismo. Irónicamente, en un intento fallido por restaurar la visión original de Vidal durante la posproducción, la película terminó convirtiéndose en algo que ni Vidal, ni Tinto Brass o Malcolm McDowell habían imaginado.
Es posible que, contrariamente a sus propios deseos, Vidal sea más respetado como ensayista que como novelista. Sus escritos versan principalmente sobre política, historia y temas literarios. Ganó el «National Book Award» en 1993 por Estados Unidos (1952-1992), de la cual se publicó luego una secuela extendiendo la historia hasta 2000, llamada El último imperio. Desde entonces, publicó varios panfletos altamente críticos hacia la administración de Bush-Cheney, así como el texto sobre los «padres fundadores» de Estados Unidos Inventando una nación. Publicó también unas memorias con buena acogida por el público: Memoria (Palimpset) (1995) y, según algunas informaciones, siguió trabajando en una continuación de las mismas.
En la década de 1960, Vidal se trasladó a Italia, actuando en un cameo en la película de Federico Fellini Roma. Sus posturas políticas liberales están bien documentadas, y en 1987 escribió una serie de ensayos titulados Armageddon, donde explora los vericuetos del poder en los Estados Unidos contemporáneos, y donde critica de forma despiadada al expresidente Ronald Reagan, al cual describe como «El triunfo del arte de embalsamar».
En agosto de 2004, el periódico The New York Times informaba que Vidal, de 79 años, vendía la villa italiana que había sido su residencia durante 30 años, por motivos de salud, y que se mudaba de forma permanente a su casa de Los Ángeles.
En una entrevista en noviembre de 2007 para el periódico mexicano La Jornada, dijo que estaba escribiendo un libro sobre la guerra de Estados Unidos contra México en 1848. Comentó que el general Ulysses S. Grant declaró más tarde que consideraba que la Guerra de Secesión fue el castigo de Dios contra este país por la injusticia y la barbarie cometidas contra México en 1848. [1]
Además de su abuelo, Vidal tuvo otras conexiones con el Partido Demócrata: su madre, Nina, se casó con Hugh D. Auchincloss Jr., quien luego se convertiría en padrastro de Jacqueline Bouvier Kennedy. Vidal fue también primo de Jimmy Carter y del exvicepresidente Al Gore.
Vidal se consideró siempre como un reformista radical, cuya intención es la vuelta al republicanismo puro de inicios de los Estados Unidos. Como estudiante, apoyó al movimiento America First (que se oponía a la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial); aunque, al contrario que otros seguidores de este movimiento, Vidal continuó afirmando, tras la guerra, que los Estados Unidos no deberían haberse involucrado en este conflicto (luego opinaría, sin embargo, que la ayuda material a los aliados fue una buena idea). También sugirió que el presidente Roosevelt incitara a los japoneses a atacar a los Estados Unidos para tener un casus belli que le permitiera entrar en la guerra. Asimismo, opinó que este presidente ya disponía de información previa sobre este ataque.
En su vida política, fue candidato por el Partido Demócrata de Estados Unidos al Congreso de los Estados Unidos en 1960 por Nueva York (presentándose en aquella ocasión bajo el eslogan «You'll get more with Gore», «Conseguirás más con Gore»). En estas elecciones perdió el escaño por escaso margen en el distrito de Hudson River, tradicionalmente republicano. A pesar de no resultar elegido, alcanzó en su distrito el mayor porcentaje de votos para el Partido Demócrata en cincuenta años.
De 1970 a 1972 fue uno de los presidentes del Partido Popular de los Estados Unidos, y participó en 1982 en las elecciones primarias para el Senado, del Partido Demócrata por California, consiguiendo el segundo puesto de una lista de nueve y obteniendo medio millón de votos. En aquella ocasión se presentó respaldado por celebridades como Paul Newman y Joanne Woodward.
Vidal se vio envuelto en la controversia por su relación con Timothy McVeigh. Ambos intercambiaron correspondencia mientras McVeigh estaba en prisión, y Vidal creía que McVeigh había tenido cómplices que le habrían involucrado en el atentado terrorista de Oklahoma. También sugirió que el ataque podría haber sido llevado a cabo por el mismo FBI para conseguir leyes antiterroristas más duras. En otra entrevista, Vidal dijo que Timothy McVeigh provocó este atentado como respuesta contra los Estados Unidos, alegando que el FBI espiaba y asesinaba a estadounidenses.
Vidal fue muy crítico con la administración de Bush, del mismo modo que antes lo fuera con anteriores gobiernos, cuya política exterior era considerada por él, como expansionista. Frecuentemente expresó un punto de vista en diferentes entrevistas, ensayos y libros según el cual, los estadounidenses, «estamos ahora gobernados por una junta de hombres del Pentágono y petroleros como ambos presidentes Bush, Cheney, Rumsfeld, etc.». Aseguró que durante muchos años, este grupo y sus asociados han tratado de hacerse con el control del petróleo en Asia central (tras, siempre según su punto de vista, haber conseguido tomar el control efectivo del petróleo del Golfo Pérsico en 1991). Acerca de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Vidal escribió que estos ataques (de los cuales asegura que las autoridades estadounidenses tenían noticias previas de su inminencia) justificaron políticamente los planes que ya tenía el gobierno de Bush en agosto de 2001 para invadir Afganistán en octubre de aquel mismo año.
Vidal discutió sobre la falta de defensas, incluyendo el retraso por parte de la Fuerza Aérea en enviar los cazas para interceptar a los aviones secuestrados, comparando este retraso con el tiempo que cabría esperar tras haberse informado de un secuestro. «Si estos fallos se hubieran debido a la incompetencia», dijo, «se deberían haber juzgado en los tribunales militares para destituir a los responsables máximos». En lugar de esto, sólo se efectuó un número limitado de investigaciones sobre cómo los fallos potenciales de las agencias federales pudieron permitir que estos ataques sucediesen. Esto, concluye Vidal, abre la posibilidad de que de hecho, el gobierno hubiese permitido que ocurrieran los ataques, con el fin de capitalizar o catalizar los acontecimientos, y encubrir lo que hubieran sido unos muy discutibles fines políticos, agrupándolos bajo el nombre de guerra contra el terrorismo.
Durante gran parte de los últimos años del siglo XX, Vidal dividió su tiempo entre Ravello, Italia, en la Costa Amalfitana, y Los Ángeles (California). En 2003, vendió su casa de Ravello para pasar la mayor parte de su tiempo en Los Ángeles. En noviembre de 2003, murió su compañero de muchos años, Howard Austen. Fueron de hecho su homosexualidad, así como sus ideas políticas progresistas, las causas principales de la animadversión que generó en las distintas administraciones estadounidenses, siendo objetivo marcado desde la época del McCarthismo.
Gore Vidal fue socio honorario de la Sociedad Nacional Laica. Obra no ficción y ensayo. Rocking the Boat (1963). Reflections Upon a Sinking Ship (1969).  Sex, Death and Money (1969).  Homage to Daniel Shays (1973). Matters of Fact and of Fiction (1977).  The Second American Revolution (1982). Armageddon? (1987).  At Home (1988). A View From The Diner's Club (1991). Screening History (1992).Decline and Fall of the American Empire (1992).United States: essays 1952–1992 (1993). Virgin Islands (1997).The American Presidency (1998). Perpetual War for Perpetual Peace or How We Came To Be So Hated (2002). El último imperio: Ensayos 1992-2001 (2001). Ed. Síntesis. Imperial America: Reflections on the United States of Amnesia (2004).Una memoria (1995). Anaya & Mario Muchnik, 1996. Sexualmente hablando (1999). Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2004. Patria e imperio (2001). Editorial Edhasa, 2001. Soñando la guerra (2002). Editorial Anagrama, 2003. La invención de una nación : Washington, Adams y Jefferson (2003). Editorial Anagrama, 2004. Novelas.Williwaw (1946). In a Yellow Wood (1947). The Season of Comfort (1949). A Thirsty Evil (1956).Washington, D.C. (1967).Two Sisters (1970).  Burr (1973). Kalki (1978). 1876 (1976). Duluth (1983). La ciudad y el pilar de sal (1948). Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2003. En busca del rey (1950). Salvat Editores, 1995. Verde oscuro, rojo vivo (1950). Edhasa , 1986. El juicio de París (1953). Edhasa, 1985. Mesías (1955). Ediciones Minotauro, 2004. Juliano el Apóstata (1964), Ed. Edhasa, 2003. Myra Breckinridge (1968). Mondadori, 2000. Myron (1975). Mondadori, 2000.  Creación (1981). Edhasa, 1999. Lincoln (1984). Ediciones Orbis, 1988. Imperio (1987). Edhasa, 1988.  Hollywood (1989). Edhasa, 1990. En directo del Gólgota: el evangelio según Gore Vidal (1992). Anaya & Mario Muchnik, 1995. La institución smithsoniana (1998). RBA Coleccionables, 2001. La Edad de Oro (2000). Mondadori, 2002.
Semblanza biográfica: Wikipedia. Foto:sinjania.es. pinterest.com

viernes, 30 de agosto de 2013

Mapa portátil de lugares comunes

Hace cien años se publico póstumo el Diccionario de tópicos de Flaubert. Las frases hechas de los escritores constituyen todo un género

Una vieja máquina de escribir. /Craig Van Der Lende./elpais.com

Parafraseando al duque de Alba, que dijo una vez que el abanico más cursi era el de posibilidades, cabría decir que el lugar menos literario de la literatura es el lugar común. De hecho, cualquiera que trabaje con las palabras haría bien en tener a mano, tanto o más que el Diccionario de la RAE, el Diccionario de tópicos de Flaubert, ese prontuario gamberro que el escritor francés dejó sin terminar cuando andaba engolfado en las andanzas de Bouvard y Pécuchet, y que vio la luz entre 1911 y 1913, es decir, hace ya un siglo.
“La palabra humana”, escribió en Madame Bovary —o La señora Bovary según la traducción—, “es como una especie de caldero roto con el que tocamos una música para hacer bailar a los osos, cuando lo que nos gustaría es conmover a las estrellas con su son”. No sabemos si el puntilloso escritor de Ruán conmovió a las estrellas, pero es posible que las hiciera reír con las entradas de un glosario que —primo hermano del aún más punzante Diccionario del diablo de Ambrose Bierce— lo mismo habla de los arquitectos —“siempre se olvidan de poner las escaleras”— que de la imaginación —“cuando uno no la tiene, criticarla en los demás”— o de los periódicos —“no poder pasar sin ellos, pero denigrarlos”—. Gustave Flaubert, que fue uno de los campeones mundiales de la literatura epistolar, murió en 1880 antes de rematar su diccionario y también antes de que floreciera un género nacido al calor de los periódicos: la entrevista. Hay quien dice que su versión oral era la más brillante de algunos clásicos (Oscar Wilde, Sócrates, Jesucristo), y con las mismas se podría decir que la versión mate de algunos contemporáneos hay que buscarla en sus declaraciones. La idea de que el primero que comparó a una mujer con una flor fue un genio y el segundo, un ingenuo sigue vigente. Tanto que ya es casi un tópico.
Como es normal entre gente sofisticada, muchos lugares comunes literarios conservan su barniz de prestigio y su parte de verdad por lo mismo que en la noche electoral todos cantan victoria y en la pretemporada todos los futbolistas fichan por el mejor equipo del mundo. Ya se sabe, el fútbol es así y unas veces se gana y otras se pierde. El repertorio de los escritores es menos previsible que el de políticos y deportistas, pero no siempre menos tópico, hasta el punto de que se podría redactar un flaubertiano libro de antiestilo para novelistas en promoción durante la rentrée que empieza la semana que viene. Estos podrían ser algunos ejemplos:
—La patria de un escritor es su infancia. No, mejor, su lengua.
El escritor francés Gustave Flaubert. /AFP
—Me recuerdo siempre escribiendo.
—No leo a mis contemporáneos. Solo releo. Por cierto, las traducciones son muy malas.
—Escribo los libros que me gustaría leer.
—Veo poco riesgo hoy, poca originalidad.
—Cuando escribes te conviertes en otro. Llegado a un punto, los personajes se te rebelan.
—Me encantan Sant Jordi y la Feria del Libro, el contacto con los lectores. Escribir es un oficio tan solitario…
—Tengo mis pequeños ritos a la hora de escribir. (Versión larga: trabajar de ocho a tres de espaldas a la ventana, con la puerta cerrada, en cuadernos que compro en Londres y vestido con el pantalón de un pijama de felpa).
—Cuando escribo una novela no leo. No quiero que me influya nada.
—Cuando termino un libro me siento vacío.
—Yo hago novela negra pero trascendiendo el género. Aunque el género es muy digno, no digo que no: siempre ha sido un gran reducto para la crítica social. Y un gran reducto para las ventas, dicho sea de paso, pero, ojo, yo la escribo trascendiendo el género. De hecho, si algún día gano el premio Planeta será trascendiendo el premio Planeta.
—Hablando de trascender: no me interesa el realismo sino trascender la realidad. Odio el realismo español, sobre todo el realismo madrileño. En una novela, una lata de sopa Campbell es literatura; una de fabada Litoral, vulgar costumbrismo.
—Ya no quedan maestros.
—La novela ha muerto. (Versión larga: puedes atribuirlo a que me hago viejo, a que me da pereza, a que me cuesta meterme en una ficción, a que me chirrían los diálogos, a que estoy ya en la edad de las sopitas, el buen vino, las biografías y los libros de historia... pero la novela ha muerto).
—¿Te he dicho que escribo poesía? Pero me la guardo para mí.
—Yo respeto a la crítica, pero el crítico que reseño mi última novela no la entendió. (Interviene el jefe de prensa: “No la leyó”. Interviene el editor: “Nos tiene manía”).
Todos los tópicos, ya dijimos, tienen algo de verdad, incluso el último, que responde a otro tópico con doble fondo de base real: solo hay algo que a un escritor le guste más que estar en la lista de libros más vendidos, estar en una lista negra. Pero en fin, no seamos intransigentes, escribir es un oficio muy solitario y bastante tiene un novelista con evitar que se le rebelen los personajes. Tampoco hay que pedirle a todo el mundo que tenga el genio y el ingenio de Ramón Gaya, al que una vez sometieron a uno de esos cuestionarios sobre curiosidades en los que uno cuenta que iba a ver una de Bergman y terminó en una porno. O que se encontró a su padre en la sesión de las cuatro cuando el padre debería estar en el trabajo y el hijo, en clase. Pregunta: “¿Algo extraordinario que le ocurriese en un cine?”. Ramón Gaya: “Que me gustase la película”.

Las guerras de Alvarado Tenorio

Harold Alvarado Tenorio es el hombre más odiado y temido de la escena artística colombiana. Cuando manda emails masivos contando intimidades de la vida personal del zoológico literario, vuelan tripas, orejas, riñones, bofetadas, palazos, trancazos, patadas de kunfu. Saca a destajo verdades, medias verdades, chismes e infundios y francas calumnias

Harold Alvarado Tenorio tambien llamado Umberto Cobo./las2orillas.co
Harold habla y el mundo tiembla. Es un caso único, todos le odian pero todos lo leen. Y tan importante resulta lo que dice, que en todos los periódicos y revistas importantes del país (Semana, El Tiempo, Arcadia, El Espectador, El Malpensante) han aparecido columnas, textos, entrevistas siempre en respuesta a sus diatribas.
Ha cazado peleas epopéyicas con pesos pesados de la talla de Juan Manuel Roca, Dario Jaramillo Agudelo, Piedad Bonnet, Jota Mario Arbeláez, Fernando Rendón, Luz Mery Giraldo, Hector Abad Faciolince, Juan Gustavo Cobo Borda, William Ospina, Belisario Betancourt y un largo etc… Lo ha hecho solo, de frente, sin anestesia ni escuderos, utilizando como única arma sus palabras.
Su última batalla fue embestir a Horacio Benavides, premio de poesía 2013 del Ministerio de Cultura de Colombia,  con una bolsa de 20.000 dólares de premio en efectivo. A sus más de cien mil contactos en Colombia y el exterior les hizo llegar un mensaje titulado: “Un premio para las pulgas y los piojos”, donde acusa al poeta caucano de no ser más que un “indio” y coterráneo del guerrillero “Pablo Catatumbo”. Y este fue sólo el comienzo.
¡Y quién dijo miedo! Jota Mario Arbeláez respondió ipso facto con una columna en la que propone que la fecha de cumpleaños de Alvarado sea declarada “Día nacional del hijueputa”.  Ochenta escritores e intelectuales suscribieron una carta apoyando a Benavides; el periodista Armando Romero hizo lo propio desde Cincinnati, y Julio Cesar Londoño también le respondió con su columna en el Espectador, titulada “El poeta y el Necio”.
¿Pero porque sencillamente no le ignoran? ¿Por qué no le dejan hablando solo, como el loco que aseguran que es? ¿Quién es este tipo que saca de quicio a medio país?
2
Alvarado Tenorio comenzó su carrera pública en la literatura con la extraña anécdota de que su primer libro apareció prologado por Jorge Luis Borges, al ser Borges preguntado sobre esto respondió que no recordaba haber escrito ese prólogo, pero que estaba tan bien hecho que bien podría ser suyo. Finalmente se aclaró que todo fue una broma de Alvarado. Posteriormente obtuvo un doctorado de la Universidad Complutense de Madrid, trabajó como director del departamento de literatura de la Universidad Nacional; como director del Departamento de Español de Marymount Manhattan College de New York, donde condujo The Latin American & Spanish Series. A comienzos de los años noventa trabajó para la Editorial China Hoy de Beijing. También fue editor del diario La Prensa de Bogotá, bajo la dirección de Juan Carlos Pastrana. Ganó el Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita, el Premio Simón Bolívar de Periodismo y ha escrito más de 20 libros. En otras palabras, no es ningún pintado en la pared.
Marianne Ponsford, directora de la Revista Arcadia publicó sobre él un texto llamado: “El arsenal de venganzas”, en el cuál le justifica enmarcando su actividad demoledora en la tradición iniciada en Francia en el siglo 19 por el crítico Charles Agustin Sainte-Beuve. El columnista de Semana, Antonio Caballero también le apoya alegando que “A Alvarado Tenorio le debemos el haber resucitado en Colombia el gran género olvidado de la diatriba literaria”.
Lo conocí  personalmente en Tulua en 1998, en un encuentro de escritores organizado por Omar Ortiz en las épocas de la Gobernación de Gustavo Alvarez Gardeazabal. Inmenso, monumental, histriónico, híper dramático y efectista como un cantante de ópera tipo Enrico Caruso. Atrajo la atención de todos los asistentes al evento, quienes en breve lo rodeamos a escuchar con la boca abierta las mil y una historias que salían profusamente de su boca, a borbotones, como una ametralladora, sin pausa ni respiración. Habló durante horas, diseccionando con habilidad quirúrgica vidas enteras, pero con tal pasión, certeza y convicción que salí de allí apenada de que no se hubiese dedicado a la narrativa.
Ignacio Ramirez, el fallecido creador y gestor de la también fallecida agencia de prensa Cronopios, con quien tuve el placer y el honor de trabajar, amaba sinceramente a Harold, amaba su pasión alucinante, su voracidad por vivir, amaba la fuerza telúrica de sus versos y de su vida. Me contó de cuando Harold volvió de China, donde vivió muchos años una intensiva vida académica e intelectual, con dos esposas chinas (si, con DOS esposas chinas) que le seguían devotamente por la calle como un par de perritos. Me contó como enloqueció de dolor al ser abandonado por la esposa que amaba, justo por esa que más amaba.
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Entonces comió, comió, comió como si la comida fuese el veneno que quería tomar para acabar con su vida, engordó hasta convertirse en un elefante, y luego, cuando ya no pudo arrojar una lágrima más, y estaba a punto de reventar (superó los 200 kilos) apostó por vivir, por seguir adelante, se operó el estómago, adelgazó, le dijo adiós al amor heterosexual y se hizo amante de un adolescente sicario cuyas fotos desnudo, recibí (al igual que sus otros cinco mil contactos de email) estupefacta una madrugada en mi bandeja de entrada.
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Ese joven amante sería al poco tiempo secuestrado, martirizado y asesinado por un grupo paramilitar que se tomó a la fuerza la finca de Harold. La fuerza pública  no le ayudó, ni para recuperar su propiedad, ni para salvar a sus amados perros, cuya suerte llora y desconoce hasta la fecha. Se encerró entonces, en su apartamento en las exclusivas Torres del Parque de Bogotá, desde donde edita solo su revista Arquitrave, y se gana enemigos a diestra y siniestra con un placer que nadie entiende.
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En un mundo gobernado por indignos y lambones, donde la hipocresía, la falsedad, la farsa y las buenas maneras lo dominan todo, la actitud de Alvarado Tenorio es, por lo menos para mí, una bocanada de aire fresco.
Comparto con Marianne Ponsford (directora de Arcadia) la idea de que “hay un alocado parpadeo de verdad en su desmesura, algo de difícil verdad en su monomanía”.  Algo de cierto hay en que Piedad Bonnet es una burguesa arribista, arrogante y culi fruncida, que Hector Abad es un huérfano ilustre, que William Ospina es un lagarto, que Luz Mery Giraldo es plagiaria (un juez la condenó por esto), que fue muy extraño ese premio de 100.000 dólares (300 millones de pesos) que Jota Mario Arbeláez recibió en Venezuela, con un libro editado hace más de 20 años (las reglas exigían que fuera inédito) y cuyo jurado fue precisamente Luz Mery Giraldo. También  hay mucho de cierto en que el Hay Festival es una vergüenza porque no tiene sentido tal exhibición de riqueza y poder en una ciudad consumida por la miseria, el hambre y la prostitución infantil.
En cuanto a las injusticias que comete Alvarado: la persecución obsesiva a Juan Manuel Roca, a Horacio Benavides, a Dario Jaramillo, a Fernando Rendón (conozco personalmente a todos, Juan Manuel Roca es mi gran amigo hace 20 años), solo puedo decir que es el precio que se debe pagar cuando se tiene éxito: ser caricaturizado. Eso no les resta a ninguno de ellos, un ápice a su grandeza.
Que alguien saque los trapos sucios, abra las ventanas y ventile la casa no está del todo mal. Hasta bueno es para la salud. Por eso con profundo respeto, me acerco tímidamente a Alvarado Tenorio y le extiendo mi mano, le ofrezco los cinco pétalos, humildes, temblorosos, trémulos, de mi amistad

¿Por qué leer libros nos hace sentir bien?

Cuando leemos un libro nos sentimos parte sicológicamente de la comunidad que protagoniza la narración

Niño que lee a Harry Potter para pertenecer a su comunidad de magos./muyinteresante.com


Según se deduce un estudio de la Universidad de Búfalo (EE UU) publicado recientemente en la revista Psychological Science, cuando leemos un libro nos sentimos parte psicológicamente de la comunidad que protagoniza la narración, por ejemplo el colectivo de magos en el caso de la popular saga de Harry Potter. Este mecanismo satisface una necesidad humana fundamental: la de pertenencia a un grupo.

En concreto, para la investigación los investigadores trabajaron con dos best-sellers: Harry Potter y la piedra filosofal y Crepúsculo. Y estudiaron la afiliación psicológica con magos y vampiros, respectivamente, de más de un centenar de sujetos antes y después de leer dos fragmentos de ambos libros durante media hora. De este modo comprobaron que los lectores se sentían identificados con uno u otro grupo en función del libro que les habían proporcionado. Además, la pertenencia a las comunidades de ficción producía una mejora del estado de ánimo y la satisfacción similar a la de formar parte de grupos reales. "Leer satisface una profunda necesidad psicológica", que ha jugado un papel clave en la evolución, concluían los autores.

Una guía diferente de la literatura estadounidense imprescindible

Esther García Llovet nos propone un viaje apasionante por una de sus letras favoritas: las estadounidenses. Una guía distinta por la llamada literatura norteamericana contemporánea a través de los que ella considera sus volúmenes imprescindibles. Desde los libros de la guerra a los libros del amor, pasando por lo feo y la desgracia. Y siempre, siempre, la literatura

Listado imprescindible de literatura estadounidense./elasombrario.com
Que loS Estados Unidos de América se llamen unidos no quiere decir que estén cercanos. La realidad es que algunos estados se encuentran bastante alejados entre sí, con planicies y desiertos y cordilleras por en medio, a miles de millas de distancia. Todo es grande en América. Está lejos, América. Y cuando tardas semanas en llegar en barco a Nueva Ámsterdam o en llegar a caballo a California lo único que puedes hacer es cazar venados, matar indios, leer la Biblia y contar historias. Encender una hoguera en la llanura, apoyar la cabeza junto a la escopeta Remington (*) y contar una buena historia que traiga el horizonte cada vez más cerca, cada vez más silencioso, cada vez más atento.
Primero fueron las historias. Después los libros. (**)
LOS LIBROS DE LA GUERRA
Carabanchel. El mismo Carabanchel tiene una Historia más larga que la de los Estados Unidos, pero a cambio los Estados Unidos se han metido en todas las guerras: guerras mundiales, guerras asiáticas, guerras contra zombies. Todas.
Los Despachos de guerra (Dispatches, 1977) sobre Vietnam -Nam para los veteranos- los escribió Michael Herr como corresponsal del Esquire. Pequeño y de gafas redondas, no escribió un libro sobre la guerra: Dispatches, es la guerra. Es la amistad y la muerte. A Herr se lo llevó más adelante Coppola a la jungla filipina para que lo asesorase durante el rodaje de Apocalypse Now.
Tree of Smoke, 2007, de Denis Johnson (sin traducción al español). Skip, un agente de la CIA en Vietnam, un Vietnam de jungla hipnótica, fascinante y letal como una especie no catalogada. Caminar, caminar, caminar. Un libro sobre el mal.
Trampa 22 (Catch-22, 1961). Joseph Heller: Yossarian. Europa. Segunda Guerra Mundial o cómo morir de estupor y de coágulos de risa. Recomiendo la experiencia total de leer Trampa 22 simultáneamente con Matadero 5 (Slaughterhouse 5, 1969), de Vonnegut, que proporcionaría una visión en 3D de lo que supone la demencia y el desconcierto de la guerra.
En realidad ni Herr ni Johnson ni Heller ni mucho menos Vonnegut estaban en su sano juicio antes de ir a la guerra, por eso volvieron sanos para contarla.
LOS LIBROS DE VIAJES
Estos americanos están siempre de viaje pero casi siempre de viaje de negocios, por cambio de trabajo; viajes locales en American Airlines y compañías low cost. Al extranjero en realidad viajan en su primera juventud, para ver catedrales y beber calimocho. Así que la mejor literatura de viajes suele ser local.
Las aventuras de Huckleberry Finn, 1884, de Mark Twain. El río. La vida. La Libertad Americana. Twain nos cuenta el viaje sin retorno de la primera adolescencia, el hedonismo de la huida, pero con el eco melancólico que supone contar lo ya vivido, después, de vuelta en casa.
Walden, 1854. Thoreau, el paisaje interno. Thoreau fue sin proponérselo el primer zen de la Costa Oeste, mucho antes del New Age y S. Suzuki. En Walden, la laguna, habla del viaje interior, el paseo por la naturaleza humana y la naturaleza algo europea de parque silvestre. Hace poco se supo que Thoreau en realidad no vivía en Walden si no que iba y venía desde su casa. Un poco como Maria Antonieta con sus ovejas.
A Walk on the Wild Side, 1956, de Nelson Algren. (sin traducción). Nelson Algren como el sexto Rolling Stone, la sexta bala perdida, en un viaje sin rumbo por la América profunda, la prostituta más desesperada y barata, los trenes más sucios. América como la reina de la belleza y de la mugre. Imprescindible.
LOS LIBROS DEL HOGAR
La familia Wapshot, (The Wapshot Chronicle, 1957-64), de John Cheever. Fueron los primeros, los yanquis, en hablar de la familia disfuncional. Desde aquí creíamos que eran perfectos porque lo tenían todo: los Twinkies, la lycra, Abbot y Costello, pero no. Había familias como los Wapshot y como los Cheever, con casa y perro y grandes dosis de alcohol corriendo por las tuberías de plomo, horror no dicho e historias de incesto en el sótano, de techo muy bajo de cemento.
Libertad, (“Freedom”, 2010), de Jonathan Franzen. La gran esperanza blanca de la novela americana. La novela decimonónica, folletinesca, que no deja ni una sola habitación de la casa por descubrir, eso es Franzen. Es muy bueno, conserva el sabor hasta el final, no como otros chicles, pero es tan correcto, tan guapo, tan buen chico, tan delegado de curso que a veces desearías que se quitara la ropa. Eso es. Que se quite la ropa, Franzen de una vez por todas.
Revolutionary Road, 1961, de Richad Yates. La ambición. La ambición del éxito. La ambición de ser escritor, que es sin duda la más peligrosa y fea de las ambiciones. Sueños pequeños del Medio Oeste que acaban en pesadilla compartida, en fracaso y en vacío. Orquídeas muertas.
LOS LIBROS DE LA DESGRACIA
Es raro que un norteamericano cuente cosas personales a un amigo. Suelen preferir a un extraño en la barra de un bar, a un extraño en un congreso de dentistas, a una extraña en un viaje de avión. Pero cuando escriben literatura testimonial lo hacen sin concesiones ni medias palabras.
El año del Pensamiento Mágico (The Year of Magical Thinking, 2005), de Joan Didion. La Didion es la mejor periodista, junto con Janet Malcolm -algo más perversa- que ha dado Estados Unidos. En este Magical Thinking habla de la muerte de su hija y de su marido ocurridas casi simultáneamente con la precisión del mejor cirujano, es decir, del que no siente nada, y la precisión del periodista que señala los detalles, donde dicen que está Dios, que no siempre está en todas partes.
Esa Oscuridad Visible (Darkness Visible, 1989), de William Styron. El horror de la depresión, los electroshocks, la medicación, las terapias, los ingresos de urgencia. Todo para nada. La depresión para nada. La vida para nada.
El velo negro (The black Veil, 2002), de Rick Moody. Hace referencia a aquella perturbadora historia de Hawthorne, “El velo negro del ministro”, y se refiere a lo mismo: a la culpa, la redención familiar y el remordimiento. Un desnudo integral, sin piel, sin nada. Un escritor magistral, este Moody.
(*) Añadiría aquí también las Non-Fiction, 2004, de Chuck Palahniuk (sin traducción), donde relata la historia real su abuelo -asesino- y de su padre -asesinado-. Contado como si lo estuviera viendo en la tele. Demoledor.
LOS LIBROS DE LO FEO
Unabomber. El KKK. Los concursos de belleza infantil. Los indigentes viviendo en chabolas en los cayos paradisíacos de Florida. Qué fea es América cuando se pone bizarra, cuando pierde la chola, cuando se vuelve rara. Qué familiar nos resulta todo el White Trash, la escoria blanca; qué humana. Y qué real.
Sangre Sabia (Wise Blood, 1952), de Flannery O´Connor. La O’Connor  era una sureña loca y genial, de gafas de culo de vaso y célibe hasta la médula, la pobre, pero escribió esta joya extraña de iluminados religiosos, gente de la calle, sin hijos ni padres, desangelados con ángel.
Hunter S. Thompson. Cualquier libro de Gonzo. Sus delirios lisérgicos, su IBM machacada a puñetazos, sus cenizas esparcidas por un cañón diseñado por él mismo en el cielo nocturno, lleno de murciélagos y caballos y Harley Davidsons.
Elogiemos Ahora a Hombres Famosos (Let´s praise now Famous Men, 1941). Escrito por James Agee, con fotografías de Walker Evans, una obra maestra en todas sus dimensiones. La Alabama de la Gran Depresión. Escrito como una letanía, con la cadencia de una oración repetida una y otra vez, “Elogiemos” es como un cruce entre John Cage y el Eclesiastés, la pobreza y el amor escuálido. La belleza desoladora.
LOS LIBROS DE LA LITERATURA
El postmodernismo en Estados Unidos. Sí. Hasta allí también llegó. Grandes digestiones postmodernas en claustros universitarios de la Ivy League, regados de Pinot Noir y Prozac.
La subasta del Lote 49 (The crying of Lot 49, 1965), de Pynchon. El Lote 49 tiene ya la friolera de treinta y ocho años, lo escribió Pynchon en el 65. En el 65 no existía internet pero el Trystero de Pynchon es internet puro y duro: un medio de mensajería e información, una búsqueda secreta, una paranoia que se retroalimenta hasta el infinito. En realidad podría decirse esto de casi todos sus libros, que no son más que haces de láser de un gran holograma total: la imagen oculta de Thomas Pynchon.
La broma infinita (Infinite Jest, 1996), de David Foster Wallace. El infinito de esta broma no es otro que el lento y desasosegante y mesmérico avanzar alrededor de un gran agujero negro donde debía haber algo que no está y que nunca estuvo. Un agujero negro que, al escribirlo, Wallace al menos lo colocó en un lugar concreto, lo alejó de sí mismo, aunque sólo fuera temporalmente. Leer La Broma con mucho tiempo por delante, sin pareja, cuando te hayan abandonado todos tus amigos. Es lo ideal.
La entreplanta, (The Mezzanine, 1988), de Nicholson Baker. El placer, el placer de escribir, el placer de leer, el extraño bucle de Moebius donde se cruzan la realidad y la ficción y la literatura. También ha escrito el memorable, “U and I”, sobre John Updike.
(*) Otro imprescindible: “Los reconocimientos, (“The Recognitions”, 1955), de William Gaddis.
LOS LIBROS DEL AMOR
El, ou, vi, i. L.O.V.E. Amor. Bah, entremos a saco.
Homer y Langley, 2009. Cuando E.L. Doctorow era un adolescente se encontraron los cadáveres de los hermanos Collyer, quienes vivieron toda la vida juntos en su megamansión de la Quinta Avenida, alimentando a dos un Síndrome de Diógenes que los sepultó a ambos. Homer era ciego y Doctorow nos cuenta la relación entre ellos, su amor incondicional y triste y descolocado, a ratos también divertido, siempre conmovedor, desde el punto de “vista” de Homer, el ciego.
House of Leaves, 2000. (“Casa de hojas”, de próxima traducción), de Mark Z. Danielewski. Más que un libro es una experiencia. Esta House of Leaves es uno de esos libros de culto en Estados Unidos que igual se encuentra en la sección de Cómics que en la de Terror quizás porque es un libro único -como objeto, como libro, no hay nada parecido- y una historia única de la que es mejor no dar pistas. Sólo adelantar que en realidad es eso, una historia de amor y de terror al mismo tiempo, si es que no eso es el amor: terror a dos, terror en estéreo.
Ravelstein, 2000, de Saul Bellow. Bellow, el Master and Commander de la literatura norteamericana, dibuja a su manera un retrato de Allan Bloom, el filósofo que murió de sida en 1992. Ravelstein como exceso, Ravelstein como uppercut intelectual y vital, Ravelstein moribundo, más vivo que nunca, diciéndonos desde la tumba fría: vive con pasión, vívelo todo, llega hasta el final o cierra el pico.
(*) Remington, la familia Remington, utilizó la patente de su palanca de retroceso del rifle en la palanca del rodillo de las máquinas de escribir del mismo nombre. Escribir como disparar.
(**) Por supuesto no están todos los que son; no está Poe, ni Melville, ni Faulkner, ni Hawthorne, ni A.M. Homes. Esto no pretende ser más que una de mis muchas declaraciones de amor a la literatura norteamericana, a quien tanto debo y deberé siempre, la cabrona.