domingo, 31 de marzo de 2013

El cuento del domingo


Giovanni Papini
El hombre de mi propiedad

Como hace muchos años he dejado de escribir un Diario, no puedo decir con exactitud cuánto tiempo hace que me encontré el cuerpo y el alma del Amigo Dité. Probablemente, dada mi distracción, no me di cuenta en qué día preciso mi segunda sombra -aquella sólida y relativamente viva- se decidió a entrar en la escena poco iluminada de mi vida.

Una mañana, al salir de casa, me di cuenta de que iba acompañado, a esa respetuosa distancia que no permite hacer preguntas ni dar explicaciones, por un hombre de unos cuarenta años, enfundado en un largo abrigo azul, alegre y sonriente (pero sin demasiada exageración). No teniendo nada que hacer, y habiendo salido únicamente de casa para no oír los crujidos de la leña en la chimenea, me divertí mirando de reojo a mi acompañante, a pesar de que -ténganlo bien en cuenta- éste no tenía nada de extraordinario. No supuse, ni por un solo momento, que pudiese tratarse de un policía; mi completa falta de valor físico y mi repugnancia por los malos olores me han impedido siempre entregarme a la política militante; y la pereza, unida a mi escasa habilidad manual, me ha salvado de buscar en el delito los medios de subsistencia.

No podía, tampoco, imaginar que el hombre vestido de azul fuese una especie de ladronzuelo de ciudad, decidido a robarme, pues mi decente pobreza era conocida en todo el barrio, y mi modo de vestir, más descuidado que desenvuelto, disociaba de mi persona cualquier idea de bienestar.

A pesar de que yo no tuviese ningún derecho a ser seguido, comencé a pasar y repasar por las calles más tortuosas del centro de la ciudad para asegurarme de que no me equivocaba. El hombre me siguió por todas partes con un aspecto cada vez más satisfecho. Di, de pronto, la vuelta por una ancha calle llena de gente y apresuré el paso, pero la distancia entre el hombre vestido de azul y yo continuó siempre siendo la misma. Entré en un estanco para comprar un sello de tres céntimos, y el desconocido entró en el mismo estanco y compró un sello de tres céntimos; subí a un tranvía y mi sonriente compañero subió al mismo tranvía; cuando descendí, el hombre vestido de azul bajó tras de mí; compré un periódico, y él compró el mismo periódico; me senté en el banco de un jardín, y el otro se sentó en otro banco cercano; saqué del bolsillo un cigarrillo, y él sacó otro y esperó que hubiese encendido el mío para encender el suyo.

Todo esto era al mismo tiempo gracioso y fastidioso. "Tal vez -pensé- se trata de un humorista desocupado que quiere divertirse a mi costa." Me decidí a resolver la duda por el medio más expeditivo: me planté delante de mi acompañante con intención de preguntarle:

-¿Quién es usted? ¿Qué desea usted de mí?

No tuve necesidad de abrir la boca. El hombre vestido de azul se puso en pie, se quitó el sombrero, sonrió un momento y dijo con precipitación:

-Perdóneme. Se lo explicaré todo, me presentaré inmediatamente: soy el Amigo Dité. No tengo profesión conocida, pero eso no tiene importancia. Tenía muchas cosas que decirle, pero hasta ahora... También deseaba escribirle; le escribí dos o tres veces, pero no tengo la costumbre de enviar las cartas. Por lo demás, soy un hombre vulgarísimo e incluso sano, a lo que parece, alguna vez...

En este punto el Amigo Dité se detuvo titubeando, pero añadió de pronto, como si se hubiese acordado repentinamente de una cosa que le interesaba mucho:

-Tal vez tomaría usted algo. ¿Un poco de vino marsala? ¿Un café?

Ambos nos movimos rápidamente, a la vez, como impelidos por el deseo de terminar pronto. Apenas llegados ante un café, penetramos en el interior con gran prisa, como quien entra para beber y escaparse. Nos sentamos en un rincón, junto a la estufa, sin pedir nada. El café era pequeño, estaba lleno de humo y de cocheros, el camarero tenía cara de ratero, pero no teníamos tiempo para elegir otro lugar.

-Desearía saber... -comencé.

-Se lo diré todo -respondió el otro-, no tengo intención de esconderle nada. Mi caso, a pesar de todo, es triste y difícil, y declaro, ante todo, que tengo una gran confianza en usted. Ya estoy aquí, soy de usted. Estoy en sus manos. Puede usted hacer de mí todo lo que quiera...

-No lo comprendo...

-Le aseguro que lo comprenderá todo. Déjeme hablar. ¿No le he dicho ya quién soy? El nombre no dice nada, ya lo sé. Añadiré mi definición; yo soy un hombre vulgar, un hombre terriblemente vulgar, que quiere hacer a toda costa una vida no vulgar, una vida absolutamente extraordinaria.

-Perdone...

-Lo perdono todo, señor, lo perdonaré todo. Únicamente le declaro, una vez más, que tengo necesidad de hablar. Tengo en usted toda la confianza. Será mi salvador, mi dueño, el director de mi conciencia, de mis brazos, de mí, todo entero. Yo soy demasiado sabio, demasiado bueno, demasiado noble, "demasiado mí mismo". Usted ha escrito tantos cuentos absurdos, tantas novelas estrambóticas y yo he vivido tanto tiempo con sus héroes, que los sueño por la noche y los deseo durante el día. He creído reconocerlos por la calle, y luego, aburrido y desesperado, he querido matarlos en mí, ahogarlos para siempre...

-Se lo agradezco mucho, pero...

-Haga el favor de callar un momento, se lo ruego. Le explicaré por qué he pensado en usted y por qué lo he seguido. Me dije hace algunos días: tú eres un imbécil, un tipo de todos los días y de todas las ciudades, y sufres la enfermedad de querer vivir una vida noble, peligrosa, aventurera, como la de los héroes de los poemas a veinticinco céntimos y de las novelas de tres liras cincuenta. Por ti mismo no eres capaz de procurarte una vida semejante, porque estás falto de imaginación. No te queda más remedio que buscar un creador de héroes extraordinarios y regalarle tu vida, para que haga de ella lo que quiera y la pueda transformar en algo más bello, más imprevisto, más insospechado...

-¿Usted desearía, pues...?

-Un poco de paciencia, se lo ruego. Dentro de algunos minutos lo obedeceré en todo y podrá hacerme callar todo lo que quiera, pero antes déjeme acabar. ¡Soy todavía mi propietario! No he de decirle nada más que esto: usted es el creador elegido por mí, y aquí me tiene para ofrecerle mi vida y los medios para ayudarlo a hacerla interesante.. Usted es un imaginativo y puede romper sin esfuerzo la insufrible vulgaridad de mis días. Hasta ahora ha tenido a su disposición únicamente hombres imaginarios, y hoy le entrego un hombre de verdad, un hombre que sufre y anda, del cual puede usted hacer lo que guste. Estaré en sus manos no como un cadáver -¿qué cosa haría de él?-, sino como un fantoche mecánico, un maravilloso fantoche parlante y risueño que comprenderá sus órdenes. Desde este momento le hago regular donación de mí vida y de una renta anual de mil libras esterlinas para atender a todos los gastos que sean necesarios para hacer pintoresca y peligrosa mi vida. Llevo en el bolsillo una escritura de donación ya preparada... ¡Camarero, una pluma! No falta más que la fecha y la firma de usted. ¡Dígame sí o no, sin cumplidos, en seguida!

Fingí reflexionar por algunos momentos, pero mi decisión ya había sido tomada. El Amigo Dité se adelantaba a uno de mis más antiguos deseos. Desde hacía mucho tiempo me avergonzaba de inventar únicamente vidas imaginarias. Soñaba, en las horas de vagar, en lo que habría podido hacer si hubiese tenido un hombre de sangre y nervios en mi poder ¡Y he aquí que el hombre se presentaba espontáneamente, acompañado de un paquete de valores!

-No he tenido nunca la costumbre -dije después de fingida meditación- de regatear inútilmente, y por eso acepto su donación, aunque usted ya comprende la responsabilidad de aceptar un alma acompañada de un cuerpo. Déjeme ver las condiciones de la donación.

El Amigo Dité me puso delante un protocolo encuadernado con un grueso y amarillo cartón, y yo lo leí en pocos minutos. La donación estaba en regla. Por ella me convertía en dueño absoluto de la sustancia y de la vida del Amigo Dité, con la sola condición de que yo le ordenase inmediatamente lo que debía hacer, a fin de que su existencia se convirtiera en heroica y novelesca. El contrato era válido por un año, pero podía ser renovado en caso de que el Amigo Dité estuviese satisfecho de mi dirección.

Escribí sin titubear la fecha y la firma y dejé inmediatamente al Amigo Dité, prometiéndole para el día siguiente una carta, y ordenándole entretanto que no me siguiese y que se quedase bebiendo algún líquido alcohólico. En efecto, cuando yo salía, él pidió con su acostumbrada sonrisa uno de los más famosos bitters del mundo.


II

Aquella noche no me fui a acostar con el negro aburrimiento de las otras noches. Tenía algo nuevo y grave en que pensar, y podía muy bien aceptar una noche de insomnio. Un hombre se había convertido en una cosa mía, de mi entera propiedad, y podía dirigirlo, empujarlo, lanzarlo a donde quisiese; experimentar en él los efectos de las emociones raras y las combinaciones de aventuras de nuevo estilo.

¿Qué debía ordenarle para el día siguiente? ¿Debía mandarle que realizase alguna cosa determinada o convenía dejarlo en la ignorancia y prepararle una sorpresa? Terminé eligiendo una solución que unía los dos sistemas. A la mañana siguiente le escribí que, hasta nueva orden, durmiese durante el día y pasase la noche fuera de casa, paseando por lugares solitarios. El mismo día fui a una agencia, alquilé por seis meses una pequeña casa solitaria en las cercanías de la ciudad y tomé a sueldo dos jovenzuelos sin trabajo que estaban buscando el modo de ser alojados a costa de sus conciudadanos, al menos durante el invierno. Después de cuatro días todo estaba dispuesto. En la noche fijada hice seguir al Amigo Dité, el cual, cuando llegó a un lugar desierto, fue agredido delicadamente por mis ayudantes y conducido, con los ojos vendados, según la tradición, a la casa que había preparado. Desgraciadamente, ningún guardia los sorprendió durante la operación y no se presentó ninguna denuncia de la desaparición del Amigo Dité, por lo que me hallé en la necesidad de mantener por muchos meses a los dos robustos mancebos, que no se contentaban únicamente con comer.

Lo peor era que no sabía qué hacer del hombre de mi propiedad. Había pensado, la misma noche de la donación, que un secuestro de persona sería un excelente principio de vida rica en aventuras, pero no había reflexionado sobre el resto de la aventura. Sin embargo, la vida del Amigo Dité, como en las novelas de folletín, tenía necesidad de una continuación inmediata.

A falta de cosa mejor, recurrí al viejo expediente de enviar junto a él, a la casa en donde lo había encerrado, a una mujer que se le presentase siempre cubierta con un antifaz y no le dirigiese nunca la palabra. No fue cosa fácil encontrarla y, sobre todo, amaestrarla, y no quiso comprometerse más que por un mes. El Amigo Dité, afortunadamente, era un poco misántropo y tenía más de cuarenta años, y por eso no sucedió nada de lo que hubiera podido suceder en otros casos. Después de quince días vi que era necesario cambiar el juego, y por medio de los mismos ganapanes hice liberar a mi hombre y enviarlo a su casa.

Comencé a darme cuenta de que el Amigo Dité no se había mostrado en modo alguno un hombre vulgar poniéndome a prueba de este modo. ¿Quién sino un espíritu original hubiera podido imaginar una esclavitud tan insidiosa?

Un espadachín que yo conocía consintió en ayudarme en este difícil momento. Un día, mientras el Amigo Dité bebía tranquilamente una taza de leche en un café de lujo, el espadachín se sentó a su lado, le lanzó una mala mirada, le dio un empujón, y apenas el otro dijo algo en voz baja, lo abofeteó dos o tres veces, sin calor, como si no quisiese hacerle daño. El Amigo Dité me pidió permiso para mandar los padrinos a su ofensor, y yo me apresuré a presentarle dos amigos que lo obligaron, de mala gana, a cruzar su espada con mi cómplice. El Amigo Dité no sabía esgrima, y tal vez por eso, tirando alocadamente desde el principio, consiguió herir a su adversario bastante gravemente. Aproveché esto para hacerle comprender que era necesario que se alejase de la ciudad, pero él no quiso apartarse de mí y prefirió ser juzgado. Fue condenado a tres meses de cárcel.

Creí que con este tiempo me vería liberado de mi propiedad, pero al cabo de muy pocos días comprendí, sin ninguna duda, que mí primer deber era proporcionarle la huida al Amigo Dité. La empresa parecía imposible, pero, sin reparar en gastos, conseguí convencer a dos personas del desinterés de mi acción y, gracias a un rápido disfraz, el Amigo Dité pudo salir de la prisión poco antes de despuntar el día. Esta vez no tenía más remedio que alejarse, y yo tuve que dejar mi casa, mis trabajos, mi patria, para proteger su fuga.

Cuando nos hallamos en Londres, me encontré completamente embrollado. No hablando ni una palabra de inglés, en medio de aquella ciudad enorme y desconocida, me sentía, mucho más que antes, incapaz de procurar aventuras extraordinarias a mi hombre. Me vi obligado a dirigirme a un detective privado, que me dio algunos vagos consejos en muy mal francés. Después de haber estudiado durante algunos días un buen plano de Londres, conduje al Amigo Dité al barrio de peor fama, pero no le pasó, con gran contrariedad mía, nada de particular. Encontramos los acostumbrados marineros borrachos, las acostumbradas mujeres desvergonzadas y pintadas, patrullas de viveurs baratos y rumorosos, pero ninguno nos molestó, tomándonos tal vez por policías; tal era nuestra aparente seguridad al vagar por aquellos laberintos de calles casi iguales.

Pensé entonces expedir al Amigo Dité al norte de la isla, solo, y dándole únicamente veinte o treinta chelines, además del billete para el viaje. Como él tampoco sabía nada de inglés, esperaba que le sucediera algo muy desagradable, y que tal vez ya no consiguiese volver. Ya comenzaba a estar cansado de aquella propiedad por la que debía trabajar y sacrificarme, y esperaba con rabiosa nostalgia el momento de volver a mi buena ciudad llena de cafés y vagabundos. Pero, después de quince días, el Amigo Dité volvió a Londres en perfecto estado de salud; en Edimburgo había encontrado por casualidad a un amigo italiano -un violonchelista emigrado desde hacía muchos años- que lo había hospedado en su casa y había hecho que se divirtiese durante todos aquellos días.

Pero no quise darme por vencido. Había encontrado en un periódico la dirección de un pequeño club de estudios psíquicos que buscaba nuevos socios, prometiendo apariciones auténticas y fantasmas parlantes. Ordené inmediatamente al Amigo Dité que se inscribiera y fuese allí todas las noches. Fue durante toda una semana y no vio nada. Sin embargo, una mañana vino a encontrarme, diciendo que había conocido un fantasma, pero que éste no le había parecido mucho mejor que los hombres vivos y que incluso se había mostrado estúpido hasta el punto de sacarle el pañuelo del bolsillo, echarlo del taburete en que estaba sentado, tirarle de los pelos y pellizcarlo en la espalda.

-En conclusión -me dijo- no he encontrado, hasta ahora, nada verdaderamente extraordinario en todo lo que ha hecho usted por mí. Perdóneme si le hablo con franqueza, pero debe reconocer que en sus novelas da muestras de una imaginación mejor y mayor. Reflexione un momento: un rapto, una mujer enmascarada, un duelo, una fuga, un fantasma. No ha sabido encontrar nada mejor que esos trucos antiguos de novela francesa. En Hoffmann y en Poe hay cosas más terribles, y en Caboriau y Ponson du Terrail, más complicadas. No comprendo, ciertamente, la repentina decadencia de la imaginación de usted. Los primeros días comencé a hacer todo lo que usted ordenaba, esperando vivir una vida bella, pero pronto me di cuenta de que la vida de usted era igual a la de los demás millones de hombres, y pensé que todo su genio estaba reservado a los personajes de sus novelas; pero ahora comienzo a dudar también de esto, y, con desagrado, me veo obligado a decirle que, si antes de terminar el plazo del contrato no encuentra algo más fuerte, me veré obligado a buscarme otro dueño.

Mí dignidad me dispensó de contestar a tanta ingratitud. Pensé que, durante los meses en que había recibido el donativo de aquel hombre, no había vuelto a ser dueño de mi vida, y había tenido que dejar a medio terminar mis trabajos y abandonar mi país para afanarme en encontrar combinaciones novelescas y cómplices seguros. Desde el momento en que había entrado en posesión de la vida del Amigo Dité había tenido que sacrificarle mi vida entera. Yo, su dueño, me había convertido, en el fondo, en su esclavo, en el empresario siempre alerta de su existencia personal. Era necesario encontrar algo "más serio" -como él había dicho- de lo que había imaginado hasta entonces; algo que no requiriese la ayuda de cómplices. Después de haber meditado con calma algunos días, le escribí:


Queridísimo amigo:

Puesto que es usted de mi propiedad, según contrato en regla, tengo sobre usted derecho de vida y muerte. Por consiguiente, le ordeno que se encierre en su cuarto el sábado por la noche, a las ocho que se tienda sobre la cama y se trague en seguida una de las píldoras que le envío con esta carta. A las ocho y media tomará otra, y a las nueve en punto una tercera. En caso de desobediencia a estas órdenes, me declaro absolutamente irresponsable respecto a su vida.

Sabía que el Amigó Dité no retrocedería ante la sospecha de la muerte. A pesar de su descontento, se vanagloriaba de ser un leal caballero y tenía un respeto exagerado a su firma y a su palabra. Me proveí de un enérgico emético1 y estuve dispuesto para acudir a su lado antes de las nueve, es decir, antes de que hubiese tomado la última píldora, que le habría producido sin remedio la muerte.

En la tarde del sábado ordené que estuviese dispuesto un coche para las ocho en punto, porque habitaba en una pensión muy alejada de la del Amigo Dité. El coche se retrasó hasta las ocho y cuarto y yo intenté hacer comprender al cochero que tenía mucha prisa. El caballo comenzó, al principio, a correr con una especie de fingido galope, pero después de diez minutos cayó de mala manera al suelo. Como no era posible levantarlo en seguida, pagué al cochero y corrí a pie, en busca de otro coche. Afortunadamente, lo encontré allí cerca, y calculé que llegaría a las nueve en punto a casa del Amigo Dité. Comenzaba a estar un poco preocupado porque la niebla era muy espesa y bastarían cinco minutos de retraso para ocasionar la muerte del desgraciado.

En un determinado lugar el coche se paró. Era a la entrada de una ancha calle llena de automóviles y omnibuses, y un policía había hecho seña a mi cochero para que parase. Salté como un loco del coche y me aproximé al enorme policía para hacerle comprender que tenía prisa y que se trataba de la vida de un hombre. Pero el desgarbado guardia no comprendió o no quiso comprenderme. Tuve que seguir el camino a pie, pero por culpa de la niebla y de mi escaso conocimiento de la ciudad, me equivoqué de calle, y sólo después de diez minutos de una carrera agobiante, me di cuenta de que corría en dirección contraria. Tuve que volver hacia atrás siempre corriendo. No faltaban más que pocos minutos para las nueve y realicé un esfuerzo inaudito para llegar a la hora precisa. Hasta las nueve y siete minutos no llamé a la puerta de la pensión. Apenas me abrieron me precipité hacia el cuarto del Amigo Dité. El hombre yacía en el lecho, con la chaqueta quitada, pálido e inmóvil como un cadáver. Lo sacudí, lo llamé, escuché el corazón, la respiración. Estaba verdaderamente muerto: la cajita que le había mandado estaba vacía. El Amigo Dité había cumplido su palabra hasta el final. Había querido darle el escalofrío de la muerte inminente y la sorpresa de la resurrección, y le había dado la muerte, ¡la muerte verdadera, para siempre!

Permanecí toda la noche en el cuarto, embrutecido por el dolor. Por la mañana me encontraron con el muerto, pálido y silencioso como él. Requisaron toda la correspondencia y fue encontrada mi última carta. El proceso fue rápido, porque renuncié a defenderme, y no di a conocer el documento de donación que llevaba conmigo. He estado algunos años en la cárcel, pero no me arrepiento de lo que he hecho. El Amigo Dité ha hecho mi vida más digna de ser contada, y no puedo decir que haya realizado un mal negocio, porque durante el año en que fue mío gasté algo más de las mil libras esterlinas que me había dado
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Giovanni Papini (Florencia, 9 de enero de 1881 - íd. 8 de julio de 1956) fue un escritor italiano. Inicialmente escéptico, posteriormente pasó a ser un fervoroso católico.Fue hijo de un modesto comerciante de muebles en Borgo degli cosh. Lo bautizaron a escondidas para soslayar el agresivo ateísmo de su padre. Fue un niño precoz, introvertido y falto de cariño. Adoptó desde niño un talante escéptico, pero lleno de curiosidad por las diversas doctrinas y religiones. Una de sus ilusiones tempranas, nunca abandonada, era escribir una enciclopedia que resumiera todas las culturas.
Nacido en Florencia en 1881, y fallecido en 1956 fue escritor y poeta. Fue uno de los animadores más activos de la renovación cultural y literaria que se produjo en su país a principios del siglo XX, destacando por su desenvoltura a la hora de abordar argumentos de crítica literaria y de filosofía, de religión y de política.
Nacido en una familia de condiciones humildes y de formación autodidacta, fue desde muy joven un infatigable lector de libros de todo género y asiduo visitante de las bibliotecas públicas, donde pudo saciar su enorme sed de conocimientos. Obtuvo el título de maestro y trabajó como bibliotecario en el Museo de Antropología de Florencia, pero a partir de 1903, año en que fundó la revista Leonardo, se volcó con polémico entusiasmo en el periodismo.
Esta publicación se convirtió enseguida en un instrumento de lucha contra el positivismo que imperaba en el pensamiento filosófico italiano y, al mismo tiempo, contribuyó a difundir el pragmatismo. Ese mismo año se convirtió en redactor jefe del diario nacionalista Regno, mientras que en 1908, finalizada ya la andadura de Leonardo, empezó a colaborar activamente en La Voce, convirtiéndose en uno de los representantes más inquietos y ruidosos del movimiento filosófico y político que surgió en Florencia alrededor de esa revista.
Más tarde fundó también Anima (1911) y Lacerba (1913), de orientación más literaria y donde durante un tiempo defendió las tendencias futuristas de F.T. Marinetti. Agnóstico, anticlerical, pero no obstante siempre abierto a nuevas experiencias espirituales, su actividad periodística le permitió dar rienda suelta a su afición de sorprender y escandalizar a los lectores y de arremeter contra personajes más o menos famosos.
Se acercó al fascismo, y sus creencias le obtuvieron una posición en la Universidad de Bolonia en 1935 (a pesar de que sus estudios sólo lo habilitaban para enseñanza primaria); las autoridades fascistas confirmaron la "impecable reputación" de Papini a través de ese nombramiento. En 1937, Papini publicó el primer y único volumen de su Historia de la Literatura Italiana, que le dedicó a Benito Mussolini: "A Il Duce, amigo de la poesía y de los poetas", que fue de gran consideración para la academia, especialmente en el estudio del Renacimiento Italiano. Antisemita, creía en una conspiración internacional de los judíos, y apoyaba las leyes de discriminación racial impuestas por Mussolini en 1938. Cuando cayó el régimen fascista (1943), Papini ingresó al convento franciscano de Verna. Ampliamente desacreditado al final de la Segunda Guerra Mundial, fue defendido por la derecha política del catolicismo. Su muerte, en su natal Florencia, produjo desconsuelo por doquier.
Su obra El Diablo fue objeto de grandes discusiones y controversias. La crítica europea considera que su mejor obra es Gog, una colección de relatos filosóficos, escritos en un estilo brillante y satírico. Entre sus obras religiosas están La Historia de Cristo, Cartas al Papa Celestino VI, y El Juicio Final. Escribió varios libros de crítica política y eclesiástica, entre los que destacan El libro Negro y, especialmente, Un hombre acabado, a la que muchos consideran como su obra maestra. En palabras de Jorge Luis Borges, "Si alguien en este siglo es equiparable al egipcio Proteo, ese alguien es Giovanni Papini, que alguna vez firmara Gian Falco, historiador de la literatura y poeta, pragmatista y romántico, ateo y después teólogo". El propio Borges dice que "hay estilos que no permiten al autor hablar en voz baja. Papini, en la polémica, solía ser sonoro y enfático".
Il diavolo es una de las últimas obras de Papini. En ésta, Papini explica cómo el amor de Dios al ser tan grande y magnífico, al llegar el Juicio Final, se compadecerá de todos los sufrientes, cerrará el Infierno y redimirá a todos los pecadores, lo cual es incompatible con la doctrina de la Iglesia Católica.
"Me encuentro casi ciego por haber contemplado demasiado el fulgor de Dios. He quedado casi sordo por haber escuchado demasiado el trueno de su Palabra. Pero he obtenido un premio: la mente sabe ahora ver más lejos, y el corazón logra percibir mejor las más suaves voces del afecto". Giovanni Papini en su Diario.
"Nada es absoluto, todo es relativo." Giovanni Papini.
Algunas de sus obras famosas incluyen las siguientes:
Vida de Miguel Ángel en la vida de su tiempo (1945).Figuras humanas "Retratos".El día no restituido.El espejo que huye.Gog.El libro negro (continuación del diario de Gog).El mendigo de almas.Un hombre acabado.Historia completamente absurda.Juicio Universal.Historia de Cristo.Palabras y Sangre. Soliloquios de Belén. Pensadores y farsantes.El Trágico cotidiano.(cuentos)El crepúsculo de los filósofos (crítica).Memorias de Dios (ensayos).La otra mitad (ensayos).San Agustín (estudio sobre la psicología de la conversación).Dante vivo.Historia de la literatura italiana.El espía del Mundo.Masculinidad.Diccionario del hombre salvaje.Informe sobre los hombres. 
Semblanza biográfica:Wikipedia.Texto:ciudadseva.com.foto:internet

sábado, 30 de marzo de 2013

Literatura y Las Artes

Foro y proyección: Billy Elliot

Sesión Final

Ecos literarios en el 7° arte: BandaS SonoraS MemorableS
Sábado 30 de marzo, 2PM, Sala de Música

La Hora del Cuento

¡ Los Piratas vuelven a la biblioteca!
HORA DEL CUENTO
TODOS LOS SABADOS
2:00 P.M.
SALA INFANTIL

Minicuentos 51



De dioses, infiernos y blasfemias  

 
 


Dios

Augusto Monterroso


Dios todavía no ha creado el mundo; sólo está imaginándolo, como entre sueños. Por eso el mundo es perfecto, pero confuso.

El fin del mundo

Carlos Isla

El fin del mundo ocurrió cuando Cristo murió en la cruz. Nosotros sólo somos el alma en pena de los pecadores, de ahí que la existencia nos parezca un infierno.


En la cruz

Marco Antonio Campos

Oía gritos, gritos. El crucificado volvió la vista hacia sus pies y vio a María Magdalena, a María, madre de Santiago y José, a un ramo de mujeres.
Sobre su cabeza, en la cruz, se leía: ESTE ES JESÚS, REY DE LOS JUDÍOS. A sus flancos estaban crucificados dos ladrones.
Alzó de nuevo la cara y vio entre sombra la impresionante multitud que esperaba su muerte. El aire se llevaba y le llevaba insultos, befas, rumores. Oyó de pronto: “Si eres hijo de Dios, sálvate tú mismo.” Sacerdotes, escribas y ancianos lo escarnecían despreciativamente. Se sintió aturdido y pensó que lo mejor sería que acabara pronto. De súbito su vista se detuvo en un rostro que gritaba y reconoció a un mudo al que había hecho hablar. Trató de seguir los rostros en la multitud, y fijó cerca del templo a un ciego al que había hecho ver y cuyos ojos llameaban ahora de ira y de odio, y junto a él, embriagándose, a un leproso al que había sanado, y no muy lejos de ellos, a un paralítico al que devolvió la movilidad y que ahora se divertía haciendo gestos y ademanes obscenos. En ese instante, lleno de incomprensión y dolor, volvió los ojos hacia el cielo y gritó por última vez a su Padre.


Tierra de bienaventurados

Howard Rollin Patch

Los bienaventurados le dicen: “Dios nos puso en esta tierra, porque somos santos, pero no inmortales”. No tienen “vino, ni campo labrado, ni trabajos de madera o hierro, ni tienen casa ni edificio, ni fuego ni espada, ni hierro forjado o no forjado, ni plata, ni oro, ni aire demasiado denso ni demasiado sutil” Tienen esposas sólo durante el tiempo suficiente para engendrar dos niños, y después de eso se retiran de la compañía de los demás y viven castamente, sin saber que hayan conocido jamás la relación marital. Uno de los niños está destinado al matrimonio y el otro a la virginidad. “Y no hay cuenta de tiempo, ni semanas, ni meses, ni años, pues todo nuestro día es un solo día… La fruta de los árboles cae espontáneamente, para que la comamos, a la sexta hora” “Pero cuando llega la época de los cuarenta días, todos los árboles cesan de producir fruta, y el maná que (Dios) concedió a nuestros padres llueve del cielo…” Los bienaventurados mueren al fin en paz, amor y quietud, “porque no tenemos tormento, ni enfermedad, ni dolor en nuestros cuerpos, ni agotamiento, ni debilidad…”
Regresa Zósimo como llegó. Los árboles se inclinan, lo reciben y lo pasan al otro lado. Vuelve la tormenta a recogerlo en sus alas, y el camello lo conduce otra vez en su lomo a su punto de origen.


Parábola

Roberto Bañuelas

No caminé sobre las aguas para lograr la admiración de los necios o el asombro de los ingenuos, sino para lavar mis pies y retornar puro al infierno de los hombres.


Fantasía filosófica

Roberto Cuevas

Érase de un filósofo que cuando se dio cuenta de que lo único que estaba realmente cierto era que no sabía nada, se puso a inventarlo todo…
Al séptimo día descansó

Los cuatro fuegos

Jorge Luis Borges

Fursa, nos dice Beda, fue una asceta irlandés que había convertido a muchos sajones. En el curso de una enfermedad fue arrebatado por los ángeles en espíritu y subió al cielo.
Durante la ascensión vio cuatro fuegos que enrojecían el aire negro, no muy distantes uno del otro.
Los ángeles le explicaron que esos fuegos consumirán el mundo y que sus nombres son Discordia, Iniquidad, Mentira y Codicia. Los fuegos se agrandaron hasta juntarse y llegaron a él; Fursa temió, pero los ángeles le dijeron: No te quemará el fuego que no encendiste. En efecto, los ángeles dividieron las llamas y Fursa llegó al paraíso, donde vio cosas admirables. Al volver a la tierra, fue amenazado una segunda vez por el fuego, desde el cual un demonio le arrojó el alma candente de un réprobo, que le quemó el hombro derecho y el mentón. Un ángel le dijo: Ahora te quema el fuego que has encendido. En la tierra aceptaste la ropa de un pecador, ahora su castigo te alcanzará.

El enviado

Simón El Mago

Yo poseo la ciencia del bien y del mal; yo lavo la sangre y la infamia, y para probarlo puedo obrar milagros. Nerón me quiso decapitar y cayó la cabeza de un carnero. Cuando me persiguen ando sobre las aguas, si estoy en la costa; y si en el interior, me remonto a las nubes y luego bajo con el rayo que del cielo cae, emanación del fuego de que Dios está formado. Cambio de figura; me convierto en insecto o en pájaro, según me place. Una vez que me enterraron vivo, resucité radiante al tercer día.


Maniqueísmo

Mani

En la parte superior está la Tierra Santa y resplandeciente de la luz; en la inferior la tierra de las tinieblas. En el pináculo de la primera está el dios impasible; debajo, su hijo frente a frente de Satán, soberano señor de la materia. Las tinieblas se acercaron al reino de la luz y resultó la lucha. La luz victoriosa penetró en el seno de las tinieblas, y éstas se encerraron. Pero la luz es activa y su impulso produjo las formas múltiples y cambiantes que el Universo nos presenta. Ella es el alma de todo lo que existe, el alma universal que en cada ser se expresa de distinto modo. Ella es el verbo que habló por la boca de Zoroastro, de Orfeo, de Sócrates, de Platón, de Jesús y de tantos otros. El mal lo produce la materia; de ella vienen todas las acciones bajas, torpes, irreflexivas, criminales. El hombre es libre, pero en él la materia le impulsa a veces el pecado. Y su espíritu peca, no obstante ser parte de Dios mismo.

Sorpresa

Raquel Froilán García

El Apocalipsis nos pilló por sorpresa, porque creíamos que nosotros teníamos razón. Jinetes, trompetas, terremotos, plagas, ríos de sangre, eso sí, claro. Incluso dragones y la prostituta de Babilonia. Pero ¿quién hubiera imaginado que ese maldito lobo se iba a comer el Sol? ¿Eh? ¿Quién?
  Ah, es verdad. Putos vikingos.

Siseneg

Daniel Frini

 Seis días antes, murieron los animales. Cinco días antes, la lluvia mató toda vegetación. Cuatro días antes, la niebla borró cielo y firmamento. Tres días antes, el caos mezcló las aguas y la tierra. Dos días antes desapareció el hombre. En el último día, dije "apáguese la luz". Después, descansé.

El otro infierno

José Joaquín Blanco

Cuando Teresa y yo llegamos al infierno. Minos se ciñó dos veces el cuerpo con su capa y nos mandó a ese círculo que se ha hecho famoso por la historia Francesa de Rímini y Paolo Malatesta. ¡Imposible soñar paraíso semejante! Desde que llegamos se dejó sentir el impulso afrodisíaco de las llamas y nos entregamos a una lujuria insistente. No tardamos mucho en contagiar a los demás condenados y así el Segundo Círculo del infierno se convirtió de pronto en escenario de increíbles orgías. Como es de suponerse, el Señor se enteró en el acto y cambió nuestra sentencia; desde entonces estamos en el paraíso, colocados a insalvable distancia, confundidos por los coros angélicos, purificados los dos de tal manera que parecemos creaciones de Botticelli, contemplándonos, solamente, contemplándonos, mientras todo el cielo tiembla y se desbarata como flamita nerviosa de cirio pascual ante las notas triunfales del tedeum.

Blasfemia

Jairo Aníbal Niño

Y Dios, desde la mata de su solitud, de las distancias y del tiempo, había emprendido la búsqueda. Como un aire de luz se desplazaba por el espacio infinito. Se había posado en planetas de piel de niebla, en estrellas de entrañas irisadas, había viajado cubierto por el polvo de un sol moribundo, se había metido en interminables ojos estelares, y había llegado a galaxias llenas de un silencio blanco y duro. Fatigado, descendió un día en un planeta calafateado por nieves eternas. Se dejó caer junto a una montaña gemidora y mirando hacia el espacio, hacia un solecito tibio y unos astros diminutos que lo acompañaban, decidió suspender la búsqueda, regresar a su estrella apagada, y en el paroxismo de su soledad y desesperación, la blasfemia estalló en sus labios cuando dijo: -He sido un iluso; el hombre no existe.

Los originales de La Vorágine

Conservar la memoria

Portada de La Vorágine de José Eustasio Rivera. Edición de Biblioteca Ayacucho./escribircomounloco.blogspot.com

Así titulado, suena a autoayuda o a la enfermedad que descubrieron Emil Kraepelin y Alois Alzeheimer. Pero no me refiero a eso, aunque algo tiene que ver con el alzheimer social y cultural. Conservar la memoria hace parte del “instinto” de humanos y animales. Significa mantener vivo, en el futuro, el camino que se recorrió en el pasado. Así, la memoria ayuda a desarrollar las destrezas necesarias para superar los futuros obstáculos. También, pueden existir otras razones, menos prácticas, para argumentar la necesidad de mantener viva la memoria del pasado. Por ejemplo, porque el agradecimiento o el rechazo al éxito o al fracaso de nuestros antepasados, o la simple nostalgia por lo meritorio de ellos, nos impulsan hacia esa irrenunciable conservación.
En esas cosas pensaba cuando, con Sergio Calderón Prada, sobrino nieto de José Eustasio Rivera, tratábamos de convencer a alguien en Colombia (y no en el exterior) de que los originales de La Vorágine, así fueran parciales, no tenían por qué seguir corriendo los riesgos de los trasteos de Sergio en Bogotá o entre esta ciudad y Medellín. Su angustia y su diligencia para tratar de salvar esos manuscritos y otros documentos de JER, en las que siempre lo acompañé, duraron 21 años. ¡Impresionante!. Uno diría, ¡a ritmo opita!, pero no, digo, ¡a ritmo colombiano! Siempre sucede cuando se trata de la conservación de nuestro patrimonio histórico y cultural, tangible o intangible. 
A partir de 1988, año del primer centenario del natalicio de Rivera, los originales se le ofrecieron a distintas administraciones departamentales del Huila, sin ningún resultado favorable. Razón por la cual las gestiones se desplazaron a Bogotá. A comienzos del siglo XXI, se le propusieron a la Biblioteca Luis-Angel Arango (no recuerdo quién era su director). Nada. Y ocho años después a la Universidad Central. Tampoco. Todos descartaron la oportunidad –que cualquier institución cultural del mundo se hubiera disputado- de tener en su patrimonio particular el cuaderno de contabilidad que acompañó a Rivera por el Orinoco arriba hasta San Fernando de Atabapo y donde “consignó” buena parte de su magistral novela. A finales de 2009,  hice contactos con la Biblioteca Nacional de Colombia. Encontré interés y se lo hice saber a Sergio, quien en diciembre, con la directora de la misma, Ana María Roda, experta y sensible en patrimonios bibliográficos y artísticos –hija de Antonio Roda y María Fornaguera-, llegaron a un acuerdo para que los manuscritos de José Eustasio reposaran tranquilos y bien cuidados en la Biblioteca Nacional de Colombia, para uso público y sin correr ningún riesgo en su integridad. Allí hoy pueden ser consultados por todo el mundo. Y así nos salvamos del alzheimer que acosa a huilenses y colombianos.

José de la Cuadra, uno de los patriarcas de las sagas

Segundas oportunidades

Portada Los Sangurimas, de José de la Cuadra./elpais.com
Tendemos a hacer una fácil equivalencia: las sagas familiares deben desplegarse en novelas muy extensas. Simplemente porque en una gran familia hay patriarcas y/o matriarcas, hermanos y tíos y sobrinos y nietos y demás, los novelistas sienten que hay que contar toda su historia en cientos de páginas. Pero otra saga familiar es posible, como lo sabía el ecuatoriano José de la Cuadra, a quien por suerte no le informaron lo que se esperaba de él; Los Sangurimas (1934), su obra maestra, tiene apenas setenta páginas.
De la Cuadra (1903-1941) pertenecía al Grupo de Guayaquil y era uno de esos bien intencionados escritores que quería dar cuenta de la realidad específica de su región, en este caso enfocándose en el montuvio (campesino de la costa). Los Sangurimas, sin embargo, trascendió el realismo tradicional de los regionalistas, deslizándose fácilmente a registros extraordinarios –en el sentido literal de la palabra-, con ciertos paralelos con Cien años de soledad (el personaje del patriarca, la fundación mítica del pueblo, el tema recurrente del incesto, la temporalidad circular). Nicasio Sangurima es uno de esos seres viriles, machistas, misóginos, hiperviolentos, típicos de la literatura del período. Regenta el latifundio conocido como La Hondura, alejado de los poderes estatales, y lo acompañan sus hijos, trabajadores incansables, abogados de costumbres extrañas, curas alcohólicos, militares que no respetan a nadie. Una de las lecturas de la novela es la forma en que el Estado impone su ley en La Hondura, donde, en la mirada de los periódicos de izquierda, los Sangurima son “gamonales del agro montuvio, de raigambre campesina, peores con el montuvio proletario que los terratenientes citadinos”. Un mundo bárbaro que debe perderse para quedar en el fascinado recuerdo de la nación que se construye sobre sus cenizas.  
Jose-dela-cuadra-elpaisDe la Cuadra intuía que para aprehender la realidad de la región no bastaban los hechos; era necesario incorporar a su novela las “fantasías montuvias”, las leyendas que circulaban a través de los relatos orales, la tradición “transmitida de palabra”. En esa alianza tensa entre oralidad y escritura, a medida que de la Cuadra va podando su obra y quedándose con pocas páginas destiladas al máximo, Los Sangurimas deja el territorio del tiempo y se instala cómodamente en el mito.

Bibliotecas, milagros en piedra

Una muestra rescata la figura de Henri Labrouste, un ingeniero-arquitecto proto-modernista, pionero de la construcción en hierro

Bibliothèque Ste-Geneviève, París. 9 cúpulas están suspendidas sobre delgadas columnas de hierro a más de 10 metros./Revista Ñ
 "Henri Labrouste: Estructura sacada a la luz" en el Museo de Arte Moderno de Nueva York es elegante y adusta, como la obra de Labrouste. El nombre tal vez no le resulte familiar, pero no deje que eso le impida ir a ver la muestra. Es fantástica. 
Labrouste murió en 1875, a los 74 años, dejando dos de los mayores edificios del siglo XIX, la Bibliothèque Ste.-Geneviève y la Bibliothèque Nationale, milagros de la construcción en piedra, hierro y vidrio en París. 
Hay toques maravillosos, como las mesas de dibujo realizadas siguiendo los diseños de muebles de Labrouste en Ste.-Geneviève, donde están desplegados los dibujos. Son ideales para estudiar trabajos en papel. Los dibujos de la sala inicial sirven para recordar cómo solía ser el gran oficio del dibujo. Lamento que no veamos los de otros edificios además de las bibliotecas. 
Labrouste diseñó residencias privadas en distintos estilos tradicionales. La inferencia de su ausencia ­--que, obligado a ganarse la vida, tuvo que tomar encargos convencionales-- desmentiría su reputación de intransigente. Un hombre serio y orgulloso que no se doblegaba ante nadie. 
El que vemos en el Modern es en gran medida el Labrouste que el crítico Sigfried Giedion identificó durante buena parte del siglo pasado como un ingeniero-arquitecto proto-modernista, un pionero de la construcción en hierro.
Aunque eso continúa vigente, Labrouste resulta como mínimo igualmente interesante en la actualidad por la complejidad de su pensamiento. En nuestra época de arquitectos-estrella él constituye un caso instructivo por su voluntad de no hacer concesiones y su estética híbrida y poco ortodoxa, que alió industria y clasicismo. 
La sobriedad del exterior de Ste.-Geneviève proviene del minimalismo de su diseño: repisas continuas recorren la longitud de la larga fachada en la cornisa y entre los dos pisos, con simples coronas de piedra aparentemente colgadas de la repisa inferior sobre círculos o pomos de hierro. Ventanas de medio punto sin adornos marcan las únicas interrupciones en la pared de la planta baja, salvo por la puerta del frente. 
El piso superior de la fachada, anunciando la arquitectura de la sala de lectura que alberga, presenta una galería poco profunda de arcos que contienen una grilla de placas con las inscripciones de los nombres de 810 escritores. Están enumerados en hileras debajo de las grandes ventanas-luneta, los triforios de la sala de lectura. 
Tal como los que se ven entre las coronas de abajo, los círculos que hay en los espacios entre las ventanas son remaches y sostienen tirantes para los entramados del piso y las bóvedas de la estructura de hierro en el interior. 
Efectivamente, Labrouste, convierte el esqueleto estructural del edificio en su motivo decorativo. Después de Ste.-Geneviève, Labrouste trabajó durante los últimos 21 años de su vida en la Bibliothèque Nationale, con su sala de lectura cuadrada que es como una colmena bañada de luz con nueve cúpulas suspendidas sobre un bosque de delgadas columnas de hierro de 10 metros de alto. Allí donde las ventanas no perforan las paredes superiores, paisajes pintados reflexionan sobre el tema pastoral, con la bóveda de hierro de las estanterías de libros, también bajo la luz natural, visible a los lectores a través de una elevada pared de vidrio y separada por una arcada monumental. Labrouste dedicó la mayor parte de su vida activa, con un salario gubernamental, a obras de arquitectura pública. 
Trascendió los materiales para llegar a edificios funcionales de una delicadeza etérea. Nada era demasiado insignificante para su atención. 
Después de 12 años, Ste.-Geneviève entró en el presupuesto. 
Labrouste dio la noticia al ministro de turno y obtuvo autorización para cambiar la puerta de entrada en hierro fundido por una de bronce. Un perfeccionista hasta el más mínimo detalle. 

Subastan manuscritos y dibujos de William Faulkner que se creían perdidos

Cartas, manuscritos y dibujos del escritor estadounidense, por un valor estimado en 2 millones de dólares, serán subastados el 11 de junio en Nueva York

William Faulkner,  influyó notablemente en  varios escritores latinoamericanos./infobae.com
Se trata del "más amplio e importante conjunto de material de William Faulkner que jamás haya salido a la venta", anunció el jueves la casa de remates Sotheby's en un comunicado.
"Una parte de la colección sólo fue descubierta recientemente en la propiedad de la familia en Virginia (este de EEUU), incluyendo un cierto número de documentos que se temían perdidos", precisó la casa de subastas.
El vicepresidente del departamento de libros y manuscritos de Sotheby's, Justin Caldwell, afirmó que el material "es notable por la nueva percepción que brinda sobre el modo en el cual Faulkner exploró su futuro artístico en la década de 1920 en París, cómo sus principios influyeron en el contenido de sus novelas y cómo luchó con la vida en Hollywood". 
La subasta tendrá lugar el 11 de junio y antes el material será exhibido en París y Nueva York. William Faulkner (1897-1962) es considerado uno de los escritores más importantes del siglo XX y obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1949. Entre sus obras más conocidas se encuentran El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930) y ¡Absalón, Absalón! (1936).
También escribió relatos, poemas y guiones de cine para películas como Tener y no tener (1944), basada en el libro homónimo de Ernest Hemingway, dirigida por Howard Hawks y protagonizada por Lauren Bacall y Humphrey Bogart.

Albert Camus

Habitaciones y escritores

Albert Camus, el presente año se cumple el centenario de su natalicio./sinjania.es
Albert Camus. Novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés nacido en Argelia. En su variada obra desarrolló un humanismo fundado en la conciencia del absurdo de la condición humana. (Mondovi, Argelia, 1913-Villeblerin, Francia, 1960)  Nacido en el seno de una modesta familia de emigrantes franceses, su infancia y gran parte de su juventud transcurrieron en Argelia. Inteligente y disciplinado, empezó estudios de filosofía en la Universidad de Argel, que no pudo concluir debido a que enfermó de tuberculosis. 
Formó entonces una compañía de teatro de aficionados que representaba obras clásicas ante un auditorio integrado por trabajadores. Luego, ejerció como periodista durante un corto período de tiempo en un diario de la capital argelina, mientras viajaba intensamente por Europa. En 1939 publicó Bodas, conjunto de artículos que incluyen numerosas reflexiones inspiradas en sus lecturas y viajes. En 1940 marchó a París, donde pronto encontró trabajo como redactor en Paris-Soir.
Empezó a ser conocido en 1942, cuando se publicaron su novela corta El extranjero, ambientada en Argelia, y el ensayo El mito de Sísifo, obras que se complementan y que reflejan la influencia que sobre él tuvo el existencialismo. Tal influjo se materializa en una visión del destino humano como absurdo, y su mejor exponente quizá sea el «extranjero» de su novela, incapaz de participar en las pasiones de los hombres y que vive incluso su propia desgracia desde una indiferencia absoluta, la misma, según Camus, que marca la naturaleza y el mundo.
Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial se implicó en los acontecimientos del momento: militó en la Resistencia y fue uno de los fundadores del periódico clandestino Combat, y de 1945 a 1947, su director y editorialista. Sus primeras obras de teatro, El malentendido y Calígula, prolongan esta línea de pensamiento que tanto debe al existencialismo, mientras los problemas que había planteado la guerra le inspiraron Cartas a un amigo alemán.
Su novela La peste (1947) supone un cierto cambio en su pensamiento: la idea de la solidaridad y la capacidad de resistencia humana frente a la tragedia de vivir se impone a la noción del absurdo. La peste es a la vez una obra realista y alegórica, una reconstrucción mítica de los sentimientos del hombre europeo de la posguerra, de sus terrores más agobiantes. El autor precisó su nueva perspectiva en otros escritos, como el ensayo El hombre en rebeldía (1951) y en relatos breves como La caída y El exilio y el reino, obras en que orientó su moral de la rebeldía hacia un ideal que salvara los más altos valores morales y espirituales, cuya necesidad le parece tanto más evidente cuanto mayor es su convicción del absurdo del mundo.
Si la concepción del mundo lo emparenta con el existencialismo de Jean-Paul Sartre y su definición del hombre como «pasión inútil», las relaciones entre ambos estuvieron marcadas por una agria polémica. Mientras Sartre lo acusaba de independencia de criterio, de estirilidad y de ineficacia, Camus tachaba de inmoral la vinculación política de aquél con el comunismo.
De gran interés es también su serie de crónicas periodísticas Actuelles. Tradujo al francés La devoción de la cruz, de Calderón, y El caballero de Olmedo, de Lope de Vega. En 1963 se publicaron, con el título de Cuadernos, sus notas de diario escritas entre 1935 y 1942. Galardonado en 1957 con el Premio Nobel de Literatura, falleció en un accidente de automóvil.
2013 es el año de su centenario de su nacimiento, y la pruebar es volver a releerlo, en cualquiera de su obras.
 Fuentes:Wikipedia; biografiasyvidas.com.Foto:sinjania.es

viernes, 29 de marzo de 2013

Semana Santa 2013: "La ciencia permite pensar que la Sábana Santa es auténtica"

El estudio de la Síndone de Turín Santa sigue atrayendo creyentes y científicos

Fotografías de la Sábana Santa./lainformacion.com
Nicolás Dietl, del Centro Español de Sindonología (C.E.S.), explica las controversias.
Después de la datación del carbono 14, ¿terminó la investigación?

No. Hubo estudios in situ muy importantes en los años siguientes, en torno a la restauración de 2002. En esa fecha ya se sabía que la datación por Carbono 14 no era del todo fiable. Hay estudios científicos, como el del equipo mutidisciplinar norteamericano de 1978, que permiten pensar que la Sábana o Síndone de Turín fue realmente la que envolvió el cuerpo de Jesús.

¿Por qué?
La datación con radiocarbono da problemas en los tejidos. Se debieron estudiar y datar varias partes del lienzo, no solo una parte de un extremo (más dañado por siglos de deterioro y contaminación). Además, esa datación no despejó la duda principal: cómo pudo formarse una imagen tan precisa con las técnicas de la Edad Media. Tampoco explica por qué las pruebas de 1978 detectaron pólenes del siglo I.

¿Se puede ser sindonólogo sin ser cristiano?
Sí, ese es el caso de Barry Schwortz, judío, que fotografió el lienzo para la primera gran investigación norteamericana de 1978. También es verdad que hay gente que ha aceptado la Fe tras reconocer que la evidencias científicas concuerdan hasta el detalle con lo que está escrito en los Evangelios.

¿Por qué el Vaticano no aclaró las cosas?
Eso no es competencia del Vaticano sino de los periodistas. El Cardenal de Turín emitió un comunicado oficial en 1988 informando de que las pruebas del carbono 14 realizadas sobre unos trozos de la sábana remitían a un periodo comprendido entre los siglos XIII y XIV. Y a continuación decía que no se sabía cómo era posible que la imagen llegara allí. Pues bien: medios supuestamente de prestigio concluyeron que el Vaticano había reconocido que la imagen era una pintura medieval. Nada de eso fue dicho por el cardenal Bellestrero en el comunicado que leyó.

¿Cuales son las razones para creer que la Síndone es auténtica?
El tejido presenta la imagen frontal y dorsal de un hombre –imagen cuyo proceso de formación nadie ha sabido explicar científicamente de modo satisfactorio –, muerto con una crucifixión al estilo romano. El detalle de los golpes coincide con lo que los historiadores conocen de los métodos de flagelación del ejército romano. Y las características de la muerte también coinciden con los relatos evangélicos del siglo I.

¿Y las objeciones científicas más dignas de consideración?
Sin duda, la datación, pero no por las conclusiones del carbono 14, que están refutadas, sino porque no se sabe con absoluta certeza cómo pudo llegar la Sábana desde Tierra Santa a Europa antes de la Edad Media.

¿Cuáles son las principales líneas de investigación?
Por ahora, la histórica. La tela contiene polen de 33 plantas que crecen en Palestina, Turquía, Francia e Italia. Hay que averiguar cómo y por qué estuvo en esos lugares.

¿Cuál fue el periplo que realizó en esos países?
Los historiadores manejan abundantes fuentes documentales que apuntan a que la Sábana estuvo doblada, dejando ver solamente el rostro, durante varios siglos. De Judea pasó a Edessa, en la actual Turquía, de ahí a Constantinopla, donde estuvo hasta el siglo XIII, y de ahí pasó a Europa, muy probablemente por el ducado de Atenas. Apareció en Lirey (Francia) en 1353, de ahí pasó a Chambèry en 1452, y de ahí a Turín en 1578.

Algunos investigadores dicen que en los párpados de la imagen aparece el contorno de unas monedas del siglo I. ¿Es un dato fiable?
Es un dato interesante, porque de ser cierto se trataría de un leptón, moneda de ínfimo valor que se acuñó entre el año 26 y 36 de nuestra Era. Ahora bien: ¿es posible que unos judíos piadosos enterraran a su maestro poniéndole sobre los ojos inertes unas monedas con imágenes paganas del pueblo que les oprimía? Los griegos sí acostumbraban a poner monedas en los ojos de los cadáveres, pero no está acreditado que también lo hicieran los judíos. Por otro lado, otros científicos con fotografías de alto contraste no han encontrado tales monedas, por lo que hay que ser sumamente riguroso con lo que se sabe y con lo que no.