Publicada en 1963, la novela de Julio Cortázar conquistó todas las bibliotecas. Aquí, una historia de cómo fue leída hasta hoy
Joven autor. Una imagen poco vista de Cortázar, del mismo año que publicó su monumental novela. /Revista Ñ |
En los 60, cuando apareció, se transformó muy rápidamente en un
clásico. Por su formato, por su vanguardismo, por la forma en que
mezclaba el surrealismo francés de los años 20 con el realismo mágico
del boom latinoamericano.
Para los lectores argentinos en
particular, la novela traía algo de la vanguardia de Macedonio
Fernández. Por las aspiraciones poéticas del libro, también traía algo
de Oliverio Girondo. Venía a bordo de las velocidades de su tiempo, a
bordo del rock, el pop, las revueltas políticas y la revolución sexual.
Pero
cómo no recordar aquel texto de David Viñas que apareció en 1969 y en
el que se cuestionaba la influencia que Cortázar estaba teniendo en una
nueva generación de escritores de entonces: Manuel Puig, Ricardo Piglia,
Germán García. En los 70, aclamada por una nueva generación de jóvenes,
leerla se volvió una forma de ser más joven todavía. Así como los
capítulos de la novela podían reordenarse según los caprichos del
lector, del mismo modo, la novela era también una forma de imaginar otro
orden del mundo.
Pero ya se encontraban definitivamente
divididas las aguas respecto de las formas de leerla: mientras algunos
la reivindicaban por su vitalismo, su lenguaje coloquial y el mensaje
social del escritor en sus entrevistas, había quienes en cambio
reivindicaban la novela por el mundo cultural y artístico que evocaba,
por su experimentalismo y su vanguardia.
En los años 80, ya
definitivamente considerada un monumento literario, se transformó en la
novela de un autor referente ineludible de la izquierda internacional.
Cuando ese autor de fama exorbitante en el que se había transformado
Cortázar regresó al país luego de treinta años de vivir en el exilio, el
recientemente electo presidente de la Democracia, Raúl Alfonsín, no lo
quiso recibir. Ya para entonces Rayuela se había transformado en
la novela argentina del boom latinoamericano y en un clásico de
repercusión universal. Los 80 eran también los años en los que se
apagaría la vida del creador de la historia de La Maga y Horacio.
Durante los 90, cuando a los de mi generación nos tocó leerla, Rayuela
estaba en todas las bibliotecas en formación, aquellas que no tenían
más de veinte libros. En todas había un ejemplar con la historia
duplicada entre calles de París y Buenos Aires. De entre nuestros
primeros libros, Rayuela era probablemente uno de los pocos destinados a sobrevivir, el primer ladrillo de una nueva forma de leer.
Porque Rayuela
también era eso: un libro con una biblioteca adentro. Leerla era
también una forma de descubrir que por debajo de la historia de La Maga y
Oliveira vagando por París, se asomaba una historia más sórdida: la de
un triángulo escéptico formado por Horacio, Talita y Traveler en un
circo de Buenos Aires primero y en un manicomio después.
Era una
de nuestras primeras educaciones sentimentales para reivindicar la
locura. Y era una forma de no llevarnos tan mal con nuestras pobrezas,
una forma de pelearnos con la indigencia cultural en la que el menemismo
nos hundía. Recuerdo que cuando la empecé a leer bajé corriendo a
comprar un disco de jazz para escucharlo mientras la seguía leyendo.
Para mí era la puerta de entrada a los años 50, una época que venía con
su propia música. Pero si el jazz era la música de fondo de Rayuela,
la estructura moral de la novela era la del tango de los años 40. Era
el tango de los años 40 y “Buenos Aires Hora Cero” de Piazzolla todo
junto, como en una coctelera: por las palabras del lunfardo, por la
forma de relacionarse entre sus personajes, por la ruptura de las formas
y la nostalgia frente al tiempo que pasa.
Leída en los 2000, Rayuela
es un gran hipertexto de papel, lleno de referencias e imágenes
adjuntas, sonidos y notas musicales, con links que reenvían de una zona a
otra del libro. No sería extraño tropezar con una edición en la web:
una versión de la novela con ruidos, fotos, dibujos con líneas rotas,
collages y canciones.
Hoy, a cincuenta años de su primera
edición, y a pesar de su reconocimiento internacional, su potencia sigue
siendo la de una novela compleja. Celebrada en congresos
internacionales de literatura, todavía es desdeñada por ciertas zonas de
la crítica académica argentina.
Pero para muchos Rayuela trae consigo una visión del mundo y una teoría de la literatura que incorpora la reivindicación de géneros literarios menores,
la prueba de que los experimentos literarios y los juegos de las
vanguardias son también cosas que pueden cautivar a muchos lectores.
Para
otros, a pesar de que la novela ponía el acento en el protagonismo del
lector, apelando a que fuera él quien reorganizara el texto, también
traía un “Tablero de dirección” un “manual del usuario” puesto al
comienzo, una forma de subestimar al lector al que supuestamente se
quería jerarquizar.
Y ni hablar de aquella distinción
desafortunada, la que separaba a “Lector Macho” de “Lector Hembra” y de
la que después Cortázar pretendió desdecirse.
Para algunos escritores contemporáneos Rayuela fue una novela revolucionaria que transformó a la literatura. Por ejemplo Washington Cucurto –nacido en 1973, autor de La máquina de hacer paraguayitos y Cosa de negros, entre otros– confiesa que no hace mucho la leyó y le pareció un texto impresionante: “Toda novela tiene su lenguaje, y el de Rayuela
no envejeció.” Para autores y críticos contemporáneos, sin embargo, es
válido cuestionarse si la novela envejeció: por su misoginia y su
machismo, por las posturas del narrador frente a las minorías sexuales,
por la forma en que la figura de la mujer es subestimada.
Pese a las críticas que se le puedan hacer, Rayuela sigue estando en nuestras bibliotecas, con sus armas secretas y cautivando a cada nueva generación.
En
algún lugar de la literatura La Maga y Horacio –sus protagonistas– se
siguen encontrando para cazar estrellas, sepultar paraguas o suicidarse
arrojándose a los ríos metafísicos. Y Talita y Oliveira siguen con
insomnio jugando a la rayuela en el patio húmedo de un manicomio.
Rayuela se sigue encontrando con nuevos lectores. Lectores exigentes, como la escritora Mariana Enríquez (1973, autora de Bajar es lo peor y Cómo desaparecer completamente): “ Rayuela
es una novela de su época –ese narrador es tan contemporáneo de sí
mismo que es difícil aplicarle objeciones de este milenio–. Talita es un
personaje que me encanta. Hay párrafos de esa novela de una belleza y
una técnica pasmosas. Creo que, en general, a Cortázar se le pega
demasiado”.