lunes, 30 de junio de 2014

El fútbol: ¿deporte de ignorantes?

Debate. En época de Mundial, revive la polémica entre los intelectuales que denigran del deporte más popular del planeta y los que lo consideran una expresión del espíritu

Jorge Luis Borges: “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos. Mucho más lindas son las riñas de gallos”.
Albert Camus: “Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha”.
Jorge Valdano: “En ningún sitio aprendí tanto de mí y de los demás como en la cancha”.
Juan Villoro: “Elegir un equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos”.
Rudyard Kipling: “Fútbol: las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”.
Umberto eco: “Yo no odio al fútbol, yo odio a los apasionados del fútbol. El aficionado tiene una extraña característica: no entiende por qué tú no lo eres, e insiste en hablar contigo como si tú lo fueras”./semana.com
 
Aún mucho cuentan esta historia como quien recita la alineación de un inolvidable equipo de fútbol. Jorge Luis Borges, durante la final del Mundial de Argentina 1978, cometió una de las más grandes ‘herejías’ que recuerden ese deporte y aquel país: organizó una conferencia sobre la inmortalidad en pleno partido. Y en Buenos Aires, aquella tarde del 25 de junio de 1978, se llenaron tanto el estadio como su biblioteca, lugar de la charla. El escritor no ocultó así su odio hacia un deporte sobre el cual él explicó de forma memorable la razón de su éxito: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”.

Este acontecimiento, desde entonces, marcó visiblemente una frontera entre aquellos intelectuales que odian el fútbol y entre los que lo idolatran, una separación que revive cada cuatro años, cuando se realiza la Copa del Mundo. En algún lugar del planeta, por esta fecha, siempre habrá una resistencia encarnada en un escritor o en un pensador diciendo cosas como que el fútbol es enajenación, mercantilismo, agresividad, mafia, una forma de fomentar lo peor de los nacionalismos. Pero en la otra orilla estarán sus defensores que hablan de un mundo unido, de identidad, de héroes y de sublimes epopeyas.  De este lado, los adjetivos y la pasión no se ocultan, como lo hace Eduardo Galeano, el uruguayo autor de Las venas abiertas de América Latina, quien cada  vez que comienza un Mundial pega un cartel en la puerta de su casa que dice “Cerrado por fútbol”.

Pero a veces la disputa pasa de la provocación al enfrentamiento, que no va más allá del papel. Hace unos años el diario La Razón de España reunió a un grupo de intelectuales (el escritor Fernando Sánchez Dragó,  el historiador Román Gubern y el filósofo Salvador Pániker) que declararon por qué no quieren al fútbol y de paso arremetieron contra aquellos eruditos que lo veneran. “Casi todos los intelectuales son ahora animalillos domésticos y apesebrados”, sentenció el escritor.  El filósofo, por su parte,  recalcó en que el balompié en una época fue denostado en ambientes cultos; ahora, en cambio, hay muchos intelectuales que presumen de sus camisetas. Y el historiador concluyó que  la pasión de los intelectuales por el fútbol forma parte de un esnobismo generalizado.

Nunca hubo señalamientos, nombres en particular, tampoco respuestas, pero sí unos sospechosos de siempre: Juan Villoro, Javier Marías, John Carlin, Nick Hornby y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros. Todos ellos han visto en el fútbol inspiración, arte y cultura, como dice el escritor colombiano Juan Esteban Constaín, autor del libro Calcio: “Para algunos escritores el balompié llega a tal adoración que se vuelve tema  de sus creaciones. El fútbol es cultura y menospreciarlo sería también menospreciar a la cultura”.

Cuando nadie lo esperaba, del propio fútbol brotó un filósofo, el exgoleador argentino Jorge Valdano, que saltó de las canchas a la máquina de escribir. Y uno de sus propósitos ha sido zanjar esa brecha.  Su idea es que el fútbol estuvo alejado del pensamiento porque los intelectuales dejaron solo a este deporte. “Ahora empieza a dar la sensación de que ellos le perdieron el miedo al futbol, a reflexionar sobre el tema, al menos para intentar entender por qué mueve a tanta gente y por qué mueve tantas emociones”, le dijo este año al diario La Jornada de México. 

La otra vía

Así como Borges es el lado más radical de los que odian el fútbol, Albert Camus, el autor de La peste, nobel de literatura francés, lideró el grupo de los devotos. A los 16 años, cuando como arquero anunciaba una carrera profesional exitosa, tuvo que dejar el fútbol por una tuberculosis. Se perdía así a un deportista, pero se ganaba a un excepcional escritor, uno de los primeros en reflexionar sobre fútbol, en llevarlo a la academia y en dejar varias sentencias que se retoman hoy como referencia, como esa que dice que “un país es su selección de fútbol” o  “lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Antes de Camus, entre intelectuales, con pena se ocultaba el aprecio por el fútbol, era tan mal visto como seguir hoy un melodrama. 

En fin, esos años en los que  el fútbol era despreciado por los intelectuales parecen haber quedado en el pasado. El escritor y columnista Ricardo Silva Romero asegura que ya ha sido probado hasta la saciedad que el fútbol es una de las ocho artes.

Aun así, hay pensadores a los que el balompié jamás conquistará, como el periodista Antonio Caballero, quien considera muy monótono a este deporte y del cual no le interesaría escribir. “Los intelectuales –dice el columnista– lo miran porque está de moda, como en su momento lo fueron las carreras de carrozas bizantinas”.

Amor, odio, indiferencia, pasión, el fútbol es como la vida: nunca logrará que a su alrededor todos se pongan de acuerdo. Ni los más ilustrados han podido.

Un verso que cree poetas

¿Qué responderían el poeta Vladimir Maiakovski y Juan Bonilla, autor de una novela sobre el primero, en una entrevista conjunta? Con base en fragmentos de esa publicación, imaginamos la siguiente conversación

Vladimir Maiakovski en 1910./elespectador.com
Los dos están sentados a la mesa, circunspectos: Vladimir Maiakovski y Juan Bonilla, el poeta y el autor de la biografía novelada del poeta, Prohibido entrar sin pantalones. El primero en hablar es el poeta: Vladimir Vladimirovich Maiakovski, ¿quién es usted? “Treinta y cinco años, soy de origen noble pero no tengo tierras, jamás he tenido empresa alguna, nunca he explotado a nadie aunque a mí me han explotado todo lo que han querido”. Dicen que usted se afilió, muy joven, al Partido Comunista en Rusia, y ya desde muy temprano ayudaba a los presos políticos a escapar de las cárceles y quemaba ejemplares de novelas que consideraba que replicaban la vida burguesa y aterradora que los zares alentaban, ¿qué dice ante eso? “He comprendido que somos unos pigmeos ante el futuro, ante la monstruosa masa del futuro. Lo temo y lo amo y no sé por qué aún soy capaz de sentirme orgulloso de él, pero ahora miro con ojos ávidos de inspiración lo que nos rodea, como si me despidiera de todo a cada paso, las nubes, los árboles, nuestra hermana la vida, la gente que camina apresurada por la calle...”.
Pero, Maiakovski, usted no parece un hombre de muchos amores: fue usted, de hecho, quien encontró en un café de París a Iván Bunin, reconocido autor ruso, lo levantó con una mano y lo colgó contra la pared. Fue usted también quien hizo que uno de sus contrincantes literarios, que lo había criticado en Pravda, se comiera el papel periódico donde había publicado la nota. Fueron usted y su grupo futurista —Kamenski y Burliuk y otros más— quienes sabotearon la llegada de Marinetti a Rusia como jefe del futurismo, quienes lo hicieron quedar en ridículo. Maiakovski alcanza a sonreír y entonces, de repente, puñetea la mesa. “No plantéis ningún árbol. Más bien quemad un bosque. / No tengáis ningún hijo. / Más bien pagadle un buen aborto a vuestra novia embarazada. / No escribáis ningún libro. / Más bien matad a puñetazos a un poeta”.
Cualquiera podría matar a un poeta a puñetazos, Maiakovski, pero ¿sería útil de verdad? ¿Qué aporta a la poesía? Mejor dicho, ¿qué es la poesía? Maiakovski se pone en pie y alza su brazo derecho antes de comenzar su breve discurso: “Un futurista que sólo quiere ser futurista sólo pretenderá llegar a los futuristas; un futurista que además pretenda ser poeta, querrá llegar a quienes no saben ni siquiera qué es el futurismo pero saben perfectamente qué es la poesía, y saben que la poesía sólo se propone una cosa: decir una verdad que permanecía oculta entre la hojarasca de las obviedades que merca la autoridad competente”.
Usted, Juan Bonilla, quien ahora ha publicado una novela-ensayo sobre la vida de Maiakovski, Prohibido entrar sin pantalones, dice que él quería echarlo todo abajo, prescindir de las reglas sociales, volverlo todo un campo abierto y feliz. “El héroe de Maiakovski —dice Bonilla, aún sentado— era prometeico, un hombre-dios que se oponía al Cristo hijo de dios, y se vuelve contra quien se dice su creador para negarlo... No hay otro camino que el de inventarse la propia libertad, asumir que no hay orden superior a la que se dé uno mismo, negarse a admitir la superioridad moral de quien manda y le da órdenes precisas acerca de cómo vivir, cómo amar, cómo comportarse, qué leer, qué aplaudir, cómo vestirse”. ¿Qué dice frente a esto, Maiakovski? El ruso, de casi dos metros, permanece en pie y suelta las palabras con voz rotunda. “Vivo os hablo porque estáis vivos, mi verso os llegará remontando las cordilleras de los siglos porque estáis vivos, mi verso os llegará remontando las cordilleras de los siglos por encima de poetas y de gobiernos, mi verso horadará la roca de los años y surgirá visible al otro lado del tiempo igual que llegó a nosotros el acueducto en el que trabajaron los esclavos de Roma”.
Entendido. Sin embargo, es bien sabido que se unió al Partido Bolchevique tan pronto ganaron en la Revolución y que usted quería ser el poeta del pueblo, el poeta de los proletarios, el poeta de los trabajadores. Escribió poemas a Lenin, al Plan Quinquenal de Stalin, espió a otros poetas y fue decisivo su testimonio a la hora de fusilar al poeta Gumiliov, exesposo de la poeta Anna Ajmátova, a quien usted tanto odiaba, como odiaba a Pushkin y a Tolstói. Esa afiliación tan decisiva (también escribió poemas políticos cuyo único objetivo era expandir las ideas bolcheviques), ¿le habrá permitido tener un juicio equilibrado a la hora de escribir poesía? Maiakosvki se sienta despacio, hace silencio, y responde Bonilla: “Lo que importaba de veras es si podía haber vida delante del texto, es decir, después del texto, es decir, si después de leer un texto éste podía merecer el homenaje de ser llevado de alguna manera a la vida. Y la respuesta era sí, el poema importante no es el que nos hace preguntarnos cómo era el poeta que lo escribió sino el que nos convierte en poetas, o mejor, en poesía”.
Vamos a otro tema. Baste decir que usted publicó libros como La nube en pantalones, Misterio bufo, Hombre, 150’000.000, todos ellos con el mismo corte arrogante y fuerte, retrato suyo y de nadie más. Pero su vida fue más que eso, ¿cierto, Maiakovski? Viajó por Ciudad de México, Nueva York, París, e incluso hablaba allí en ruso cuando sabía que nadie lo entendería. Su propio ego siempre fue más grande, incluso, que usted. Amaba a las mujeres que lo amaban por eso: porque amaban a Maiakovski. María Denisova, Lily Brik, Verónika, Tatiana: todas, una a una, eran apéndices de su propia imagen, de la admiración que usted se dedicaría si no fuera Maiakovski, ¿cierto? El poeta calla unos segundos y de pronto dice: “Maiakovski ama a todas las mujeres. Todas las mujeres aman a Maiakovski... Como es un hombre de elevados sentimientos que busca la pureza, sólo parará de amar mujeres cuando encuentre a la mujer ideal, es decir, no amará a ninguna mujer de verdad hasta que no encuentre a la mujer ideal”.
Parece que nunca la encontró, Maiakovski: ni Lily ni Verónika lograron llenarlo jamás. Tampoco el cine y los tantos guiones que produjo para teatro y circo, ni la publicidad bolchevique ni el periodismo que practicó; sus amigos lo tacharon de traidor y sus enemigos también. Es claro que usted se quedó solo, Maiakovski. Y se sentía viejo, ¿no es cierto? El poeta sonríe, pero su sonrisa se apaga rápido: habría que recordar que un día de abril de 1930 tomó una Browning española y se pegó un tiro en el corazón, en su corazón transparente. Con lentitud, responde: “Y ahora muere mi verso, muere como un soldado, porque me importa un carajo el bronce prestigioso, y un carajo me importa el mármol. Sólo quiero que sepáis que un poeta llamado Maiakovski lamió para vosotros los escupitajos de la tisis con la lengua áspera de los carteles”.

Combate por el futuro del libro

 El duelo entre Amazon y Hachette definirá la forma en que compramos y leemos

Centro logístico de Amazon en San Fernando de Henares. / Álvaro García ./elpais.com

El enfrentamiento de Amazon con editoriales de Estados Unidos y Alemania es mucho más que un conflicto comercial por los márgenes de beneficios sobre los libros electrónicos. Para muchos profesionales del sector se trata de una guerra cuyo resultado definirá el futuro del libro. “Esto es muy importante, mucho más de lo que creemos”, asegura una editora con años de experiencia que, como muchas de las personas consultadas para elaborar este reportaje, prefiere no ser citada por su nombre porque los acuerdos que las editoriales firman con Amazon están protegidos por una cláusula de confidencialidad o porque declinan entrar en un debate público con el gigante de las compras en Internet. “Hemos alcanzado un punto en el que lo que está en juego es la sostenibilidad de todo el ecosistema del libro. Puede parecer una declaración demasiado dramática, pero es así”, afirma Antonio Ramírez, propietario de la cadena de librerías La Central
“La resolución de este conflicto va a crear un precedente en todo el mundo”, señala Javier Celaya, responsable del portal dosdoce.com y experto en el libro electrónico. “Esto va a marcar el futuro del mercado y, sobre todo, el de los libros electrónicos”, declaró a The New York Times el agente alemán Matthias Landwehr, varios de cuyos autores se han visto afectados por el enfrentamiento. España no se ha visto alcanzada todavía por la primera guerra mundial del libro, pero, como afirma un editor alemán que también pidió no ser identificado, “llegará cuando Amazon tenga la fuerza suficiente”. “El precio fijo no nos protege porque no se trata de una guerra de precios, sino de los márgenes que se lleva la editorial o el vendedor. Si dependes tanto de un vendedor, tienes todas las de perder. Si Amazon gana, tratará de extender el conflicto a otros países”, agrega Celaya.
¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Por qué esta vez es tan importante? La respuesta a esta segunda pregunta tiene que ver con su poder: Amazon ya controla en torno al 60% del mercado del libro en EE UU y cerca del 25% en Alemania. En el caso de los libros electrónicos, en 2010 controlaba casi el 90% del mercado estadounidense, aunque en estos últimos cuatro años Apple se ha convertido en un competidor importante y ha reducido su dominio hasta el 65%. No resulta fácil conocer los detalles de su presencia en el mercado español porque Amazon es una empresa muy secretista: no proporciona datos sobre el número de Kindle, su lector de libros electrónicos, que vende, ni sobre el porcentaje que los libros representan en sus ventas totales, ni sobre la diferencia con sus competidores, ni, en realidad, sobre casi nada. Los datos que está obligada a entregar en EE UU revelan que en todo el mundo sus ventas netas en 2013 fueron de 74.450 millones de dólares, un 22% más que en 2012. El beneficio global fue de 274 millones. En España, Amazon factura a través de Luxemburgo, por lo que no es posible conocer tampoco sus ventas, aunque su filial española, que recoge la facturación de productos desde su centro logístico de San Fernando de Henares, en 2013 aumentó un 65% la cifra de negocio (de 10,56 a 17,46 millones) con respecto al ejercicio anterior. Sólo una pequeña parte de ese porcentaje corresponde a la venta de libros. En todo el mundo, según una investigación de la revista The New Yorker, representan el 7% de sus ventas.
En el mercado del libro electrónico existen dos fórmulas para marcar los precios. La llamada “del agente” consiste en el que el editor fija el precio del libro y se reparte el dinero con el vendedor (70% para la editorial, que paga a su vez al autor; 30% para el vendedor es el porcentaje habitual). El segundo sistema, llamado reseller, funciona en los países sin precio fijo: el editor pacta el precio al que vende el libro y luego el vendedor pone el precio que quiere. Los editores aseguran que la empresa de Jeff Bezos llega a vender el libro perdiendo dinero para ofrecer precios más bajos que la competencia. La guerra comercial actual, siempre según fuentes del sector y la prensa estadounidense y alemana porque un portavoz de Amazon no ha querido hacer comentarios, consiste en que quieren cambiar los porcentajes —según el blog Futurebook, que analiza el mercado del libro en EE UU, su objetivo es llevarse el 50% de cada título— o comprar los títulos al precio más barato posible. Cuando la negociación no responde a sus intereses, entonces la compañía penaliza a las editoriales: los plazos de envío se alargan indefinidamente, el botón para poder encargar un libro por adelantado (muy útil para el vendedor, pero también para el editor, que puede prever mucho mejor sus tiradas) desaparece, los precios se disparan…
Es algo que está ocurriendo desde mayo con la filial estadounidense de Hachette —cuarta empresa del sector en EE UU—; pero también en Alemania con Bonnier Media Group, una compañía sueca que tiene cuatro editoriales, Pipper, Ullstein, Carlsen y Berlin Verlag. También ha saltado al DVD y afecta en la actualidad a Time Warner con el lanzamiento estrella del verano, Lego, la película. Ya había pasado algo similar en 2010 con una distribuidora, Independent Publisher Group, y con Macmillan, pero el impacto fue menor porque entonces el libro electrónico era mucho menos importante.
Las críticas de la prensa estadounidense y alemana fueron contundentes: diarios como The New York Times o Frankfurter Allgemeine Zeitung le han acusado de utilizar prácticas intimidatorias y chantajistas mientras que se recordó en diferentes foros una célebre frase que el libro The everything store. Jeff Bezos and the age of Amazon, del periodista Brad Stone, atribuye al fundador de la compañía: “Tenemos que ver a las editoriales como un guepardo contempla a una gacela enferma”. El escándalo fue tan amplio —entre otros lanzamientos afectó a la última novela de J. K. Rowling, The silkworm, escrita con el seudónimo de Robert Galbraith— que Amazon rompió su tradicional silencio y se pronunció a través de un post en un foro de su página web. Reconocía el motivo del conflicto así como el tipo de represalias, y concluía: “Si necesita cualquiera de los títulos afectados con rapidez, sentimos las molestias y le recomendamos que compre una versión a través de alguno de nuestros socios o a través de cualquiera de nuestros competidores”.
La Comisión Europea, a través del comisario de la Competencia, Joaquín Almunia, se limitó a asegurar en mayo que “estaba tratando de entender lo que ocurría”, mientras que la ministra de Cultura francesa, Aurélie Fillippetti, que nunca se ha mordido la lengua en sus críticas a la compañía de Seattle, fue contundente y llamó a la Comisión a “vigilar las tentaciones de Amazon de abusar de su posición dominante”. “Chantajear a los editores al restringir el acceso del público a los libros de sus catálogos para imponerles condiciones comerciales más duras no es tolerable. El libro no es un producto como cualquier otro”, aseguró. El precio que pagan las editoriales afectadas es enorme. La revista Publishing Perspectives publicó la semana pasada que Hachette vende en el Reino Unido el 78% de sus libros electrónicos a través de Amazon y un 60% en Estados Unidos. Su margen de negociación es, por lo tanto, muy pequeño.
Paquetes en fila en el centro logístico de Amazon en Madrid. / ÁLVARO GARCÍA
La mayoría de los editores españoles consultados comparten una opinión sobre la librería virtual —y distribuidor de todo tipo de productos, que hace honor al viejo lema de Harrod’s, “ofrece desde un elefante a un alfiler”—: Amazon es un vendedor importante —para muchos es el quinto o sexto cliente— con el que, por ahora, no han tenido mayores problemas. Pero miran al futuro cada vez con mayor inquietud. El reproche más generalizado es que su principal obsesión es el precio. “La máxima de Amazon es que cuanto más barato, más se vende, da igual que sean cafeteras o libros”, asegura Paula Canal Huarte, de Anagrama, la más grande de las editoriales independientes españolas que tiene en su catálogo desde a Rafael Chirbes hasta a Roberto Bolaño o Ian McEwan. “Pero con los libros no funciona exactamente así, ya que por muy baratos que sean la mayoría no se van a vender más, sino que se va a reducir tanto el beneficio del editor que no le será posible seguir publicando libros más minoritarios, caros de traducir o de editar”. Para ilustrar su forma de operar, el analista Javier Celaya explica que Amazon cambia de precios en todo el mundo dos millones y medio de veces al día.
El mercado del libro electrónico, que es donde Amazon es más fuerte, representa, según los últimos datos de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), un 3% del total, aunque en 2013 subió un 8% con respecto al año anterior. “En el mundo analógico no tienen una posición mayoritaria, pero en el libro digital controlan en torno al 40%”, afirma Antonio María Ávila, secretario de la Federación de Editores. La cifra del 3% es engañosa por la piratería, un problema especialmente grave en España: según diferentes fuentes se venden muchos lectores electrónicos y muy pocos ciberlibros, lo que quiere decir que, como señala un librero, “la gente consume títulos gratuitos o se piratea mucho, o un poco de cada cosa”. Editores y libreros consultados también aseguran que Amazon es una empresa que funciona bien, que liquida en tiempo y forma y que envía millones de títulos con mucha rapidez —el 90% de los libros de papel que venden no están en la lista de best sellers, sino que son obras de fondo—. En el caso del Kindle, que llegó al mercado en 2007 y se impuso rápidamente a sus competidores, se trata de un dispositivo con el que resulta muy sencillo comprar libros, que ofrece un catálogo enorme y creciente.
El enfrentamiento en Alemania ha preocupado especialmente a los editores españoles porque, a diferencia de Estados Unidos y el Reino Unido, donde el precio es completamente libre, allí como aquí los libros tienen un precio fijo (es el editor el que lo decide y éste no se puede cambiar, más allá de un descuento del 5% en las grandes superficies, de un 10% en ferias o el Día del Libro, incluso regalar el envío se considera un descuento y no está permitido). “El precio fijo es la mayor garantía que podemos tener”, señala Antonio Ramírez, de La Central, que sin embargo sí cree que el conflicto acabará por alcanzar a nuestro país. “Alemania es un país con una red de librerías muy tupida, con un sistema de distribución muy bueno, con muchos lectores y, sin embargo, controlan el 25% del mercado. Nadie puede permitirse el lujo de perder de golpe un cuarto de sus clientes”, prosigue.
La máxima de Amazon es que cuanto más barato, más se vende, da igual que sean cafeteras o libros
Dos editores independientes consultados aseguran que sus negocios dependen del apoyo de las librerías y de los lectores, que, en un mundo de guerras de precios constantes, nunca sobrevivirían y que muchos proyectos culturales de largo aliento se verían afectados. Todos los profesionales consultados consideran que el precio fijo es vital para la supervivencia del mundo del libro. El precio fijo del libro de papel está muy claro: un libro vale lo que vale en su cubierta o en su ISBN. En cambio, con los electrónicos el asunto es mucho más complejo: “El precio es fijo pero variable”, lo define un editor. Precio fijo significa que es el editor quien pone el precio y que lo puede cambiar, siempre que lo haga para todo el mundo (no es legal ofrecer un precio especial a un vendedor). Otra posibilidad es que, dado que el precio va asociado a un número ISBN, basta con hacer una nueva edición para tener un nuevo número y un nuevo precio. Esto en papel es complejo y caro; en un libro digital, no.
¿Qué efecto tiene eso? Que los vendedores de libros electrónicos, no sólo en Amazon sino también en la Casa del Libro, ofrecen promociones y descuentos de acuerdo con los editores, como Kindle Flash o Tagus Today. Varios editores explican que si se baja mucho el precio del libro, las ventas suben y se puede colocar entre los más vendidos, lo que arrastra también las ventas cuando regresa a su precio normal (de nuevo un portavoz de la compañía no quiso pronunciarse sobre esta estrategia de ventas). Otra ventaja de Amazon sobre sus competidores españoles es su ingeniería fiscal. No se trata sólo de los trucos para pagar menos impuestos, como hacen los principales gigantes de Internet (un asunto que la Comisión Europea está estudiando con lupa para atajarlo), sino que, en este caso, tiene un efecto muy concreto: al tener su sede en Luxemburgo, aplica el IVA a los libros electrónicos de este país (un 3%), mientras que en España es del 21%.
Las guerras de precios “nos llevan por un camino peligroso”, asegura una editora. “Muy probablemente estamos depreciando el valor de lo que creamos. Lo podemos hacer porque el libro electrónico representa una parte mínima de nuestra facturación y aplicamos sus costes a lo que ingresamos por el libro de papel. Si la situación cambiase y los libros electrónicos representasen la mayor parte de nuestras ventas, sería insostenible”, prosigue. “Amazon vive en un mundo donde sólo hay consumidores, pero los consumidores son también ciudadanos, que deben velar por la riqueza cultural”, señala Paula Canal Huarte, de Anagrama. Los escritores consultados todavía notan muy poco la presencia de Amazon en sus liquidaciones, aunque, como señala Javier Moro, autor de Pasión india, “sí ha influido en el precio de los libros electrónicos”. “Cuanto más barato, menos te piratean, prefiero el 25% de poco al 25% de nada”, agrega. El poeta y novelista Carlos Pardo, que ha sido librero muchos años, critica “sus métodos de trabajo” (Amazon ha tenido conflictos laborales por las condiciones de trabajo), pero sobre todo el peligro que las condiciones sobre precios pueden llegar a representar para “las pequeñas editoriales”, que encarnan actualmente una de las apuestas más claras por la cultura. Paco Roca, premio Nacional de Cómic que ha publicado recientemente Los surcos del azar, señala que apenas nota las ventas digitales, pero sí le preocupa el efecto de los gigantes de Internet sobre la cultura —aclara que no se refiere sólo a Amazon, sino también a Apple—: “Los monopolios de la distribución de la cultura dan cierto miedo porque pueden llegar a influir sobre los contenidos”.
Mientras sigue el debate, la empresa de Jeff Bezos continúa creciendo y ampliándose a nuevos sectores —acaba de lanzar un teléfono móvil y un servicio de música online—. La distorsión que provoca la piratería y la ausencia de datos proporcionados por la propia compañía, sumado al hecho de que Amazon no lleva ni tres años en España (llegó en septiembre de 2011), hace difícil saber con precisión cuál es su efecto en nuestro mercado. Pero hay una cosa clara: todo el sector está pendiente de cada uno de sus movimientos.

Libros, fideos y bujías en el bazar virtual

Amazon. El sitio que empezó vendiendo libros hoy ofrece mil y un rubros comunes e insólitos. Los prolegómenos de su proyectada sede local, en suspenso por el cerrojo cambiario y la ley del Libro 

Phoenix. Galerías infinitas repletas de productos (entre ellos, libros) en uno de los 11 depósitos de Estados Unidos de la megatienda virtual.
Fire Phone. Jeff Bezos presentó la semana pasada el flamante teléfono celular de Amazon.
Drones. La Administración Federal de Aviación de EE.UU. acaba de prohibir la entrega de paquetes de Amazon por esta vía.
Consoladores. Amazon amplió su universo consumista y ofrece accesorios sexuales para todos los gustos.
Se prohíben los Kindle en el reino de Hay”, se lee en una librería galesa durante el Festival Literario Hay, que terminó el 1 de junio. /Samanta Schweblin./revista Ñ

Seducción tecnológica, belleza futurista: el consumo teledirigido. Todo esto encierra el nuevo teléfono celular de Amazon Fire Phone. El poder de fuego está en su nombre, algo de lo que nadie puede prescindir. Sí, estamos hablando de aquel portal que nació como la mayor librería del mundo en la que cabía el mundo entero –una especie de archivo imperial, de British Museum–, y que devino en el megadepósito, la trastienda invisible de un hipermercado más que de una librería que hoy genera una tentación irresistible con un teléfono cuya última y relegada función es hablar con otra persona. Un ícono permite una compra instántanea o compulsiva. ¿Dónde si no?, en Amazon. Es la más sofisticada herramienta tecnológica para el consumo sin mediación de operaciones de hardware o software; es casi neurológico, como el zapping: lo quiero ahora y me lo compro ya . Así se consume en la galaxia Amazon, así se consigue un libro de Heidegger, de García Márquez pero también un tomito agotado del exquisito poeta John Ashberry –fabricado express para esa demanda– o de Paulo Coelho, una tv, papel higiénico, un Kindle –dispositivo para leer e-books–, fideos o juguetes. ¿Y los libros?: perdidos entre electrodomésticos y consoladores. Y claro, también produjo su moneda: el Amazon Coins que sirve –obvio–para comprar productos del “sistema de depósitos caóticos” de su fundador Jeff Bezos. En EE.UU. hay 11; 9 en Gran Bretaña; 8 en Japón; 7 en Alemania; 4 en Francia; 3 en China y uno en Canadá, México, España, Irlanda, Italia, República Checa y la India.
Pero, de acuerdo con un exhaustivo y venenoso artículo de George Packer en la revista The New Yorker (febrero 2014), Amazon está mucho más interesado en otras ramas del saber y del poder: firmó un contrato con la CIA para proporcionarle una nube privada por 600 millones de dólares por diez años: un espacio de almacenamiento de información virtual propio y hermético. Según Packer, Amazon intentó vender libros como una forma de recolectar información sobre compradores educados y acaudalados. Una confesión que traza un link entre el origen y el fin último de lo que hoy es una empresa cercana al modelo que en la Argentina conocemos como el de Farmacity: uno entra a comprar un antibiótico y termina llevándose un cd de música para hacer yoga. Y un chocolate.
El martes último, Amazon tuvo su primera gran derrota oficial, cuando la Administración Federal de Aviación de los Estados Unidos (FAA) suspendió los permisos para emplear drones en función delivery. La FAA sostiene que el uso de estos dispositivos con motivos recreativos no es ilegal pero considera que enviar paquetes a personas y cobrar sí lo es, al menos con las regulaciones actuales.
Además el consumo compulsivo tiene su contracara. Un documental con cámara oculta de la BBC de Londres, ingresó en una bodega de Amazon en Swansea, Gales, y reveló la explotación laboral. El periodista infiltrado trabajó recolectando órdenes de compras con un carro en un turno nocturno de diez horas y media (la jornada nocturna es de 8 horas). Caminaba unos 17 kilómetros diarios y debía recoger un paquete cada 33 segundos. Terminaba cada mañana con los pies llagados. Debía utilizar un scanner que le indicaba la ubicación de cada paquete a recolectar y que activaba un conteo regresivo para medir cuánto tardaba en hacerlo. Un pitido alertaba si el “operario” superaba el lapso establecido. “La seguridad de nuestros empleados es nuestra prioridad número uno y nosotros cumplimos con toda la legislación laboral vigente. Según nuestro experto laboral independiente, las condiciones en que se desempeña el recolector son similares a las de otros lugares” respondió Amazon después de emitirse el programa en diciembre de 2013.
En el comienzo fue el papel...
Las noticias contra Amazon se multiplican y casi siempre se vinculan con situaciones jurídico-financieras laberínticas, que suele ganar basándose en la libertad de comercio. En muchos casos es acusada de prácticas desleales con la industria editorial y hasta con los propios autores. En las últimas semanas el mar de fondo escaló a la portada del New York Times; luego la revista inglesa The Economist tituló en tapa: “¿Hasta dónde llegará Amazon?” Actualmente, la megatienda está enfrentada con Hachette, una de las editoriales más importantes de EE.UU. y Europa, por los precios de venta de los e-books. En 2007, Amazon lanzó el Kindle, la primera herramienta que permitió descargar libros a 9,99 dólares cada uno. Las editoriales empezaron a perder márgenes de ganancia; se ponía en marcha el primer rival concreto del libro en cinco siglos. Si hace algunos años ésta habría sonado a amenaza apocalíptica, mera tecnofobia, hoy esa afirmación se reproduce en titulares. Tres semanas atrás, Hachette se negó a otorgarle más descuentos a Amazon y la empresa de Bezos suprimió el botón de “encargar por adelantado con un solo clic” para esa editorial y les puso plazos de entrega de “tres a cinco semanas”, cuando el servicio clásico puede acercar un libro en dos días dentro de EE.UU.. Fue un cachetazo virtual con consecuencias económicas reales y cuantiosas, justo cuando Hachette estaba lanzando The Silkworm (El gusano de seda), nuevo libro de J. K. Rowling escrito bajo el seudónimo de Robert Galbraith. De buenas a primeras, Amazon le quitó la pre-compra, que permite vender antes de imprimir, y así ajustar la tirada a la demanda.
Por otra parte, Amazon se cruzó con Apple y la llevó a la justicia acusándola de pactar los precios de sus e-books con cinco editoriales. Estos acuerdos se produjeron en el año 2009, poco antes del lanzamiento del primer iPad, lector con el que Steve Jobs salía a competir con el Kindle. Finalmente, Apple pagó 840 millones de dólares para cerrar el caso.
Hoy muchos coinciden en que en Amazon la venta del libro de papel ha quedado banalizada y su autor, contenido, editorial, diseño, ocultos tras las etiquetas de precios. Carlos Marx había anticipado el destino oculto del trazo humano en su trabajo “El fetichismo de la mercancía”. Dice: “El carácter misterioso de la forma mercancía estriba en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo y como si la relación social que media entre productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores”, sostenía. Para Amazon las mercancías están desprovistas de subjetividad, no hay nada ni nadie allí detrás, se vinculan entre sí. Packer cuenta en su artículo que los editores contratados por Amazon para sus comentarios han manipulado las etiquetas, valoraciones, consensos y orígenes de todos los libros por igual, en una coctelera de ofertas que ya no evocan ninguna colección ni género.
El río más caudaloso
La aventura de Amazon comenzó modestamente como empiezan los sueños de los emprendedores estadounidenses: en un garaje de Seattle en 1994. Entonces, en esa ciudad, moría Kurt Cobain y desaparecía Nirvana, justo en su clímax. Pero al joven Jeff Bezos no le importaba, escuchaba Simon & Garfunkel y se dedicaba a lanzar el sitio para el que había elegido un nombre ambicioso, el del río más caudaloso del mundo. Antes había estudiado Ingeniería Eléctrica e Informática en Princeton. Luego trabajó para una compañía de fibra óptica y en Wall Street.
Bezos lanzó el sitio el 16 de julio de 1995 bajo el dominio cadabra.com (actualmente en venta); luego relentless.com (inclaudicable). Finalmente lo registró con el nombre del río sudamericano y ofrecía 200.000 títulos que se podían pedir por e-mail. En 1997 amazon.com comenzó a cotizar en bolsa; en 2002 logró un beneficio de 3.900 millones de dólares que creció hasta triplicarse cuatro años después. En 1999, la revista Time subió a Bezos al altar de personaje del año.
Por su fecha, los orígenes de Amazon para los argentinos se vinculan con el deseado paraíso del peso convertible: también el universo de los libros había dejado de exigirnos visa. Es que la gran librería electrónica siempre tuvo su mayor sentido en comunidades periféricas o aisladas, desde lo geográfico, idiomático o cultural: encarnó el acceso absoluto de un plumazo, el mejor rostro de lo global.
El crecimiento exponencial de Amazon comenzó a generar una cantidad impensada de dinero: Bezos empezó a absorber empresas y ampliar la frontera del emporio. Compró: Audible (audiolibros), BookSurge (libros de baja demanda), Mobipocket (e-books y accesorios) o Fabric.com (¡empresa de costura!). El cielo era el límite y Bezos compró Alexa Internet; a9.com; Shopbop; Kongregate; Internet Movie Database (IMDb); Zappos.com; DPreview.com y el diario The Washington Post en 250 millones de dólares, una cifra que representa el 1% del valor de Amazon.
De ellas vale la pena recordar que Alexa es una empresa que nació con el plan muy ambicioso de ser un universo donde alojar toda la producción de Internet. Hoy funciona como un archivo donde puede rastrearse el movimiento de millones de webs activas o inahallables. Es de Amazon.
Las páginas web de Borders.com, entre otras antiguas cadenas poderosas de libros y música, que quebraron estrepitosamente, redirigen a secciones de amazon.com para captar restos de su clientela. Además amazon.com ofrece servicios web para manejar las tiendas en líneas de los locales para que éstos sólo se preocupen de la parte corporativa; éste tipo de prestaciones ya lo tienen algunas compañías y empresas como Target Corporation, Marks & Spencer, la NBA, Sears Canadá, Timex o Bombay Company. Según The Wall Street Journal en el primer trimestre de 2009 obtuvo ganancias un 24% superiores respecto de 2008.
¿Hasta dónde piensa llegar Amazon? Bien, una parte de la respuesta la ofrece el proyecto de utilizar drones para el reparto de sus entregas que acaba de ser suspendido. El delivery debía tardar media hora como máximo. ¡Antes que una pizza! Y a todas partes.
La otra parte de la respuesta está en la oferta infinita. La semana pasada Bezos desde un escenario con su fabuloso celular en la mano, decía: “El botón Firefly te permite identificar direcciones en la red y de email, números telefónicos, códigos de barra, obras de arte y más de 100 millones de artículos, entre ellos canciones, películas, programas de televisión y productos..., y tomar acción en cuestión de segundos”. El teléfono se encarga de conseguir lo deseado: toma decisiones en las góndolas de Amazon. Años atrás, le preguntaron a Bezos cuál era su banda preferida y dijo los Beatles; le pidieron que eligiera un tema favorito y dijo: “América”. Lástima. Si hubiera tenido su maravilloso Fire Phone habría podido reconocer que ese tema no era de los Beatles sino de aquel dúo que escuchaba en sus días de garaje: Simon & Garfunkel.

Un poco de charla inteligente

En 1949 hacía tres años que Hannah Arendt estaba en Estados Unidos. Antes había sido refugiada en París y prisionera en un campo de concentración. Ese año, en un bar de Manhattan, conoció a la escritora Mary McCarthy, un poco menor que ella y con una vida menos azarosa, pero una valentía y libertad de pensamiento similar

Hanna Arendt y Mary Mc Carthy, Entre amigas intelectuales./pagina 12.com.ar
La amistad entre ambas quedó reflejada en casi cuarenta años de correspondencia recopilada en Entre amigas (Lumen), donde las mujeres se unen para enfrentar a los críticos insidiosos, chusmean, se corrigen sus artículos y novelas, hablan de amor y de la a veces ingrata vida familiar y, sobre todo, dejan testimonio de una amistad femenina única entre dos mujeres brillantes que, cada una desde su lugar, fueron grandes protagonistas de siglo XX
En Hannah Arendt, la película de Margarethe Von Trotta estrenada a fines del año pasado, se ve a la filósofa alemana nacida en 1906, quien fuera amante y discípula de Heidegger, conversar en su living, animosamente, con una mujer. Esa mujer, en la vida real de Arendt, fue Mary McCarthy. La que se toma un avión de París a Escocia el 5 de mayo de 1974, cuando Arendt ya viuda, y a poco de morir, sufre su primer ataque al corazón. Mary McCarthy (EE.UU., 1912-1989) es considerada una de las escritoras más comprometidas del siglo XX, crítica de su época, militó desde las letras contra la guerra de Vietnam y Nixon. Mantuvo con Arendt un vínculo duradero y constructivo, “que se profundizó hasta un grado que no tiene equivalente entre los intelectuales modernos”, escribe Carol Brightman en la introducción a Entre amigas, compilación de la correspondencia Arendt-McCarthy desde que se conocieron en 1949 –cuando Mary tenía 37 años y Hannah 43– hasta la muerte de Arendt, en 1975. Ahora, el libro, publicado por Lumen en 1999 y hasta hace poco imposible de encontrar, vuelve a las librerías con una renovada edición.

Al momento de conocerse, Arendt hacía tres años que había llegado a Estados Unidos, tras dejar Alemania en 1933, cuando la persecución nazi estaba en los comienzos y dispuesta a no ser parte de la “adaptación al régimen” que argumentaban incluso sus amigos más cercanos, como Heidegger y Leo Strauss. Arendt pasa siete años refugiada en París, hasta que la envían a un campo de concentración, del cual logra escapar a los pocos días. En EE.UU. se casa por segunda vez con Heinrich Blücher (su fiel compañero hasta la muerte), trabaja como traductora, y para cuando conoce a McCarthy, sus artículos aparecían en Commentary y Partisan Review. Por su parte, McCarthy, recién separada de su segundo marido (tendrá cuatro), el famoso crítico literario Edmund Wilson (con quien tuvo su único hijo, Reuel Wilson), ya tenía dos libros publicados, The Company She Keeps (1942) y Míralo fríamente (1944), y era docente en el Bard College.

En aquel primer encuentro en el Murray Hill Bar de Manhattan, las dos mujeres no estaban solas. Era una reunión y la gente hablaba del maltrato francés a los alemanes que ocupaban París. McCarthy, irónica, dijo, que “lo lamentaba por Hitler, porque era un hombre tan absurdo que hasta deseaba el amor de sus víctimas”. Dicen que Arendt se dio vuelta y enfurecida le dijo cómo se atrevía a hablar así frente a alguien “que ha estado en un campo de concentración”. Un tiempo más tarde, se encontraron en una estación de subte, Arendt se acercó y le dijo: “Terminemos con esta tontería. Pensamos de forma muy parecida”. Y le escribió a McCarthy la primera carta de una larga correspondencia el 10 de marzo de 1949: “Acabo de leer The Oasis y debo decirle que es un libro delicioso. Usted ha escrito una verdadera obrita maestra”.

Ya para 1951, la correspondencia se hace fluida, y es ahora McCarthy la que elogia: “He pasado los últimos quince días absorbida por la lectura de tu libro (Los orígenes del totalitarismo), lo leía en la bañera, en el automóvil, haciendo cola en la tienda. Constituye un avance del pensamiento humano de por lo menos una década”. En esa misma carta, aparece lo que será un sello: la hermandad ante la crítica. “Las objeciones hipócritas de David Riesman me parecieron terriblemente estúpidas; creo que no entendió casi nada del libro ni de su construcción, que es magnífica.” Con las cartas –que a veces cruzaban el océano, porque ambas viajaban por placer y trabajo– enviaban manuscritos que se devolvían marcados con detalladas justificaciones. El 8 de diciembre de 1954, Mary escribe: “Mi novela (Una vida encantada) avanza, pero tus reproches imaginarios han sido tan eficaces que la he vuelto a escribir”.

INFORME EICHMANN Y EL GRUPO


McCarthy resultó una correctora de lujo para Arendt en el uso del inglés, ya que era su tercera lengua después del alemán y el francés. Cuando el mundo judío cae sobre Arendt por su Informe sobre el juicio a Adolf Eichmann (publicado en The New Yorker en febrero y marzo de 1963) y su polémico concepto sobre “la banalidad del mal”, Mary le advierte en la carta del 9 de junio de 1971, que se había “descuidado con el lenguaje” al emplear la palabra thoughtlessness aludiendo a la incapacidad de Eichman para pensar. “Me parece un error pretender darle a una palabra, clave en un ensayo, un sentido que no es el que habitualmente tiene (...) la diferencia entre lo que denominas thoughtlessness y lo que designas como estupidez no me resulta evidente.” Es que, en inglés, thoughtlessness define algo parecido al descuido o a la distracción antes que a la traducción literal del no-pensamiento. La comunidad judía acusó a Arendt de insinuar que los Consejos Judíos habían acatado las exigencias de los nazis entregando los nombres de los miembros de sus organizaciones. En la carta del 20 de septiembre de 1963, Arendt cuenta cómo su amigo Lionel Abel (rabino y poeta a quien más adelante Sartre calificaría como “el hombre más inteligente de la ciudad de Nueva York”), “anda por la ciudad diciendo calumnias sobre mí y sobre Heinrich”. “Preocupada como estoy, no creo que pueda seguir conservando la cabeza fría y no estalle.”

En paralelo a esta controversia, McCarthy publica El grupo, su novela de mayor éxito editorial y que le llevó once años escribir, basada en su experiencia como estudiante en el prestigioso Vassar College (en 1957 ya había escrito Memorias de una joven católica). “Me encanta verte en la lista de libros más vendidos y que ganes mucho dinero”, le escribe Hannah. Pero Norman Mailer la criticó comparándola con una novela para “mujeres que leen revistas femeninas”. A raíz de esa reseña, Mary escribe el 24 de octubre de 1963: “Me siento traicionada por la gente del New York Book Review. Me resulta extraño que personas que se supone son mis amigos le encarguen la reseña a alguien que es declarado enemigo mío”. En esa misma carta, y en referencia a los ataques a Arendt (en The New York Times el juez Michel Musmanno la había acusado de defender a la Gestapo y de calumniar a las víctimas judías), McCarthy escribe: “Me siento doblemente dolorida, por ti y por mí, y me produce mareos. Es como una puerta giratoria en la que una queda atrapada, sin salida, y en esta visión múltiple –como una imagen de Picasso– no tienes otra mejilla que ofrecer”. Mary instó a su amiga a refutar las acusaciones, a “defender sus ideas”. Hannah le respondió: “No hay ‘ideas’ en este Informe. Sólo hay hechos y algunas conclusiones”, y se mantenía firme en no responder a quienes llamaba “la turba intelectual”. Finalmente, en enero de 1964, Arendt hizo un descargo de doce páginas en Partisan Review.

LA VIDA MISMA


En enero de 1960, Mary deja a su tercer marido (“Me estoy aburriendo a muerte, salvo cuando escribo 10 horas por día”) y se casa con el diplomático Jim West, con quien se instala definitivamente en París: “Nunca me sentí tan cómoda con un hombre, tanto me imagino, como cuando era jovencita, sola dentro de mi piel”. A Hannah la impacientaba que Mary se volviera a casar y creyera en el amor de una manera que a ella le parecía ingenua. Y en mayo de ese mismo año, a raíz de una violenta escena de celos que West le hace a McCarthy –pasajes como éstos se leen como maravillosos cuentos cortos– le escribe: “Por favor, no te engañes, ningún hombre se ha curado jamás de nada, rasgo de carácter o hábito por una simple mujer, por más que todas las chicas crean precisamente que pueden lograrlo”. West tenía tres hijos que pasaban temporadas en casa de McCarthy, que solía quedarse sin niñera, no podía escribir y se ponía de pésimo humor. En la carta del 29 de septiembre de 1971 cuenta cómo se la agarra con el marido: “Jim es el blanco de unas flechas envenenadas con pócima Women’s Lib (se refiere a “liberación femenina”) que le arrojo yo por la ausencia de María”.

Por otra parte, los comentarios graciosos y cómplices sobre libros y autores funcionan como una guía acerca de qué y cómo se leía en ese momento. “¿Has leído El tambor de hojalata, de Gunther Grass? Creo que el ‘vuelo épico’ es un error, un pecado de vanidad.” (McCarthy, 28/11/62). “Estuve leyendo durante semanas La forcé des choses, de Beauvoir, me servía de pastilla para dormir.” (Arendt, 2/4/65). Y los chismes –cortos y al pie– que bien podrían igualarse a un intercambio de whatsapp de hoy: “Estuve con Margaret Mead, un monstruo, y Marianne Moore, un ángel” (20/6/60). “¿Qué se sabe de Susan Sontag? Cuando la vi la última vez, contigo en casa de los Lowell, era evidente que procuraba seducirte.” (McCarthy, 19/11/67). “Capote es muy desagradable, pretencioso y vulgar.” (Arendt, 28/5/68).

ESCRIBEME


 
Entre amigas. Correspondencia entre Hannah Arendt y Mary McCarthy 1949-1975 Lumen 457 páginas

“Estuve en Friburgo y volví a casa muy deprimida. Súbitamente, Heidegger se ha puesto viejísimo, está muy cambiado con respecto al año pasado, muy sordo, lejano, inabordable, como nunca antes lo había visto. Desde hace semanas estoy rodeada de personas viejas que de pronto se han vuelto muy viejas”, escribe Hannah el 22 de agosto de 1975, antes de sufrir otro ataque al corazón el 4 de diciembre de 1975. Murió instantáneamente, en su departamento de Riverside Drive. En su máquina de escribir quedó una hoja en blanco para comenzar la tercera parte de La vida del espíritu. Tras su muerte, McCarthy abandona su novela Caníbales y misioneros para editar a su amiga durante tres años. “Sé que está muerta, pero a la vez sé que está aquí, en este cuarto, escuchando estas palabras mientras las escribo, asintiendo acaso con un mohín reflexivo, acaso ahogando un bostezo”, dice McCarthy en el Epílogo. Se habían visto por última vez a fines de 1974, cuando Hannah viajó a París para pasar juntas la Navidad. Un tiempo antes cerraba una carta: “Mary, escríbeme si no es demasiada molestia. Un poco de charla inteligente me haría muchísimo bien.”

domingo, 29 de junio de 2014

El cuento del domingo

Amílcar Bernal 
Hablando de fútbol

Dijo que él, cuando estaba en la escuela, escribía a mano con una letra Palmer muy bonita, por contrato y a destajo, las escrituras y actas de la notaría de su padre, en un pueblo perdido de Boyacá.

Su hija, mi consuegra, creía que la vida de su padre era memorable, y me pidió que fuera a visitarlo para ver si yo me le medía a escribir su biografía. Entonces el viejo tenía 86 años y estaba a punto de enviudar, mientras en la calle no se hablaba de otra cosa que del mundial de fútbol, que acababa de comenzar. Íbamos, creo, por ahí en 1994.

Estábamos sentados, después del almuerzo, en la sala de su casa de campo. El viejo tomó la palabra después de ir, con su mirada a través de la ventana, hasta la infancia para traer lo que iba a decirme:

“Papá, abogado y notario del pueblo, mi jefe, cansón de tan honesto que era, guardaba religiosamente mi salario, dos centavos por cada acta escrita, para que mi futuro lo gastara. Eso entendía, y me parecía injusto pues no era el tiempo quien trabajaba sino yo, que lo imaginaba a él como un viejito jorobado, canoso, de bastón y oloroso a almanaque, parado al otro lado de mi escritorio en nuestra notaría, leyendo con voz mohosa la primera escritura del mundo, que yo sostenía cerca de sus ojos azules para que su ceguera pudiera leerla; entonces el papel se deshacía al contacto con su mirada dejándome las manos amarillas, una sensación de incompetencia y dos centavos menos en mis ahorros”.

De la cocina vino su esposa con un café para mí y un consomé para él.

“Ahora que lo pienso,” siguió, “yo a ratos desconfiaba de la existencia del viejito de marras pues la infancia, que éramos yo y todos mis amigos, ignoraba el futuro: el tiempo, para ella, la infancia, sólo era oscuro o soleado, dormido o despierto y, por raro que parezca, todo, desde el comienzo de la historia sagrada, se llamaba Hoy. Pues bien: un domingo, cuando ya tenía suficientes ahorros, papá decidió que yo debía invertir mi dinero; entonces nos fuimos, a caballo y bien tempranito, hasta la capital para comprar, con mi dinero, el primer par de zapatos de cuero para los pasos de mi vida. Antes los caminos sólo sabían de mis tropezones y mis alpargatas. Al mediodía regresamos al pueblo, yo con mis zapatos nuevos y él con la certeza de que su hijo era pobre otra vez y por tanto debía seguir trabajando: es que para los papás de mi tiempo el trabajo era más que el salario recibido. Hoy creo que sucede lo contrario”.

De nuevo se quedó como dormido al comienzo de una mirada azul que salía por la ventana e iba por ahí hasta mil novecientos.

“Como siempre que salía, y antes de volver al abrazo de mamá, que para él era la casa, papá fue a la droguería a comprar algún remedio que generalmente no necesitábamos (quizás por eso yo ahora me enfermo a cada rato), y me dio permiso para ir al parque donde mis amigos jugaban al fútbol. Estaba tan emocionante el partido que no me aguanté las ganas y entré a jugar con mis zapatos nuevos.”

Aquí el viejo se detiene, inmortal, me mira con ojos de tragedia y boca que sonríe, como si el recuerdo de la catástrofe fuera feliz, un juego, y dice:

“Pues los pinches zapatos no aguantaron hasta el final del partido. Se dañaron de tanta patada contra el cuero. Quedaron inservibles. Tanto trabajo para nada, y además, para colmo, quedamos cero a cero”.

Ahora el viejo se nota cansado, mira alrededor e intenta pararse de su asiento, como si quisiera irse. Pero no, decide quedarse, me mira y me dice, como dejándome una herencia:

–¿Sabe qué, señor?: a mí desde ese día ese deporte no me gusta. 
 Amílcar Bernal Calderón, ganador de algunos premios de narrativa y poesía a nivel local e internacional; autor de dos poemarios premiados en concursos de Colombia y España, e incluido en antologías internacionales de cuento y poesía; publicamos un cuento alusivo al fútbol, por estos días tema omnipresente.
Texto y foto: Con-fabulación

sábado, 28 de junio de 2014

El cuento negrísimo


Rubem  Fonseca

El enano              


Poco importa que diga cómo fue que un empleado bancario desempleado como yo conoció a una mujer como Paula, pero voy a contarlo. Me atropello con su carrazo y me llevó al Miguel Couto y me dijo en el camino, la culpa fue mía, estaba hablando en el teléfono celular y me distraje, mi marido odia que maneje. Al llegar al hospital le dije a todo el mundo que la culpa era mía. Ella suspiró aliviada y dijo muy bajo, muchas gracias. Me operaron la pierna, le pusieron un montón de tornillos y me dejaron en una camilla en el pasillo, pues el hospital estaba lleno y no había lugar en los cuartos.

Al día siguiente por la mañana ella vino a visitarme. Me preguntó si había pasado la noche en el pasillo, aquello era un absurdo, dijo que me iba a llevar a un hospital privado. Le expliqué que estaba bien, no necesitaba preocuparse. Yo quería que se fuera pronto, me habían puesto una bata que si me daba vuelta en la cama, digo, camilla, mi culo quedaba de fuera. Me dejó una caja de chocolates que yo le di a la chica que me cuidaba, Sabrina, creo que era sirvienta pero le gustaba fingir que era enfermera.

Unos días después la mujer volvió con otra caja de chocolates. Ni siquiera pudo decir nada pues Sabrina apareció y le preguntó, cómo pudo entrar usted hasta aquí y ella dijo que tenía permiso del director y que se sentía responsable por mí pues me había atropellado, que yo tendría que usar muletas y que ellas iba a traérmelas. No es necesario, dijo Sabrina, ya tiene y retírese por favor pues es la hora de la revisión. La mujer me preguntó si yo quería que se fuera y le dije que sí y se fue y Sabrina me cogió la pierna y siempre que Sabrina me cogía la pierna se me paraba, ahora que la pierna me dolía menos. La caja de chocolates de esa frívola ociosa la tiras a la basura, ¿eh?

Ese mismo día por la tarde Sabrina apareció y me dijo que era un tipo con suerte o bien era amigo del alcalde pues iba a ser trasladado a un cuarto. Cuando Sabrina llegaba mi corazón latía apresurado y cada día me parecía más atractiva y se me paraba cuando ella me tocaba, pero todas las noches soñaba con la mujer que me había atropellado, sus cabellos negros largos finos y el cuerpo blanco como una hoja de papel. Y ese mismo día Sabrina me dio un recorte del periódico con el retrato de la mujer, mira, aquí está tu ricachona asesina. Fue ahí donde me enteré que se llamaba Paula. Es seguro, idiota, que no sabías su nombre, no te lo iba a dar por miedo a que pidieras una indemnización, lo que más les gusta a los ricos es el dinero, mejor te da chocolatitos que cuestan una miseria para que no hagas nada contra ella, rompe pronto esa foto.

Escondí la foto y seguí soñando con Paula y quedándome con el palo tieso cada vez que Sabrina me agarraba la pierna y mirando la foto de Paula cuando Sabrina no estaba cerca. Cuando me dieron de alta Sabrina me preguntó si quería que me llevara a casa y le dije que no era necesario, que me iría solo. Insistió y yo fui duro, no es necesario, y ella se quedó desilusionada y yo me puse triste, Sabrina había cuidado de mí, me había enseñado a andar con muletas y yo la trataba de aquella manera.

Subir las escaleras de mi casa en Catumbi fue muy difícil, sufrí endemoniadamente. Por la tarde golpearon en la puerta y una mujer vestida de blanco entró y dijo que era fisioterapeuta del Miguel Couto y que la habían mandado para que se ocupara de mí. ¿Fue Sabrina quien la mandó? Sí, sí, y la mujer movió mi pierna para allá y para acá y dijo cómo eran los ejercicios que yo tenía que hacer y que regresaba mañana.

Después de quince días de fisioterapia Sabrina apareció en mi casa con un casete de Tim Maia de regalo. Le conté que una fisioterapeuta del hospital venía un día sí y un día no para darme masaje en la pierna. Permaneció callada un tiempo y luego dijo, ¿fisioterapeuta?, el hospital no mandó ninguna fisioterapeuta, si no tenemos dinero para comprar gasas, ¿crees que íbamos a tenerlo para mandar fisioterapeutas a domicilio?, el medio está lleno de charlatanes, yo misma te haré la fisioterapia y empezó a mover mi pierna y vio cómo se me paraba y dijo ¿qué es eso?, agárrala y veras le dije, la agarró, siempre te ponías así cuando te agarraba la pierna, ¿crees que no me daba cuenta?, no te muevas que me voy a subir encima de ti, quédate quietecito, y se me subió encima y se la metió dentro y estuvimos cogiendo, fue algo grande.

Sabrina volvió al día siguiente, un poco antes que la fisioterapeuta. Cuando la mujer apareció Sabrina le preguntó, ¿a usted la envió el hospital? Si señora, el hospital me envió. Sabrina apretó los dientes y se quedó viendo a la mujer que hacía los ejercicios conmigo hasta que ya no aguantó y dijo, puedes incluso ser fisioterapeuta, pero no del Miguel Couto, YO SOY del Miguel Couto y conozco a todos los fisioterapeutas del hospital, ¿quién te mandó aquí? No puedo decirlo. Vamos, es mejor que lo digas. Un alma caritativa, respondió la mujer bajando la mirada. Nadie hace caridad a un cajero desempleado, carajo, gritó Sabrina, fue aquella riquilla apestosa que cree que el dinero lo compra todo, ve y dile que Zé no acepta limosnas, ¿no es así, mi amor? La mujer vestida de blanco se defendió, me pagaron por adelantado y tengo que terminar mi trabajo, todavía faltan... Se acabó, se acabó y no vuelves a entrar aquí, ¿verdad, mi amor?, haz lo que quieras con el dinero que te dio aquella puta pero aquí no vuelves a entrar, anda Zé, dile que no que aquí no volverá a entrar. Intenté manipular la situación, dije, mira Sabrina. Que no entra más aquí, carajo, si ella entra yo no vuelvo a poner un pie en esta casa. La fisioterapeuta cogió su maleta y salió enojada y un poco asustada y Sabrina se subió encima de mí y cogimos.

No fue porque Sabrina tenía los cabellos oxigenados que empezó a gustarme menos, quiero decir, me gustaba coger con ella, nosotros los empleados de banco somos muy calientes, vivimos con la verga dura, debe ser porque agarramos dinero todo el día, por lo menos eso era lo que ocurría conmigo, me daban ganas de cogerme a cualquier mujer que se acercara a la caja, quiero decir, a las bonitas, pero no necesitaban ser muy bonitas y a veces quería cogerme hasta a las feas, me quedaba perturbado y me equivocaba en el cambio y todo eso me lo descontaban a fin de mes, el banco no perdonaba, y tantas hice que me corrieron y hasta fue bueno pues creí que al dejar de agarrar tanto dinero aquella calentura loca terminaría y podría vivir en paz. Pero me atropellaron al día siguiente de que fui despedido y empezaron a ocurrir todas estas cosas, Sabrina, Paula, el enano.

Cuando Sabrina se iba yo me acostaba y soñaba con Paula. Para no olvidar cómo era veía su retrato todo el tiempo. Mi pierna fue sanando y ya podía subirme encima de Sabrina y podía rodar en la cama y podía salir a la calle y la primera cosa que hice fue enmicar el retrato de Paula pues el papel del periódico se estaba deshaciendo. Cuando doña Alcira, la dueña del departamento que vivía en la planta baja, me dijo que ya estaba pagada la renta pensé que había sido Sabrina, fue entonces cuando me fastidié. Habíamos acabado de coger, yo aún estaba encima de ella cuando le dije gracias por la renta pero te pagaré todo no me gusta deberle nada a nadie y menos a la mujer de la que estoy enamorado. Sabrina me empujo con fuerza, se quitó de abajo de mí, me golpeo en la pierna, la que tenía los clavos de metal y gritó fue aquella puta, tú estabas con ella el viernes que vine aquí y habías desaparecido, estabas cogiendo con aquella vaca, si te vuelves a encontrar con ella te voy a cortar la verga cuando estés dormido, como aquella americana lo hizo con su marido, y voy a meter tu verga en el molino para carne, no va a haber un médico en el mundo que te haga el reimplante. Juré que no había visto a Pa... a aquella mujer. Hijo de puta, ibas a decir su nombre, y Sabrina volvió a golpearme la pierna de los clavos de metal. Intenté bromear, ¿si pasas mi verga por el molino para carne te lo comerás después como hamburguesa? Más golpes en la pierna con clavos.

No se puede vivir con una mujer así. Siempre que cogíamos, las veces en que cogíamos el día entero y me aventaba dos o tres sin sacársela, no estoy presumiendo, fue el maldito tiempo que me pasé contando dinero en el banco, en esas ocasiones, cuando acabábamos de coger, Sabrina me preguntaba ¿cómo fue con las otras?, ¿la misma locura? Y yo, que no soy tonto, decía, no, no, sólo contigo. ¿Me lo juras? Sí, que se muera mi madre si alguna vez cogí así con otra mujer. Tu madre ya está muerta, hijo de puta. Juro que quiero ver a mi madre viva si no fuera verdad que sólo cojo así contigo. Esto nos daba risa, nos carcajeábamos, es bueno reír entre una cogida y otra, pero Sabrina no se reía nunca, sólo le gustaba coger. Si ella hubiera agarrado tanto dinero nuevo y viejo durante tanto tiempo no sé qué habría ocurrido con ella. Sabrina era obstinada, seguro recuerdas su nombre completo, infeliz, anda, confiésalo, uno de estos días voy a buscar a la Paula esa para ajustar cuentas. Más juramentos míos, más golpes en la pierna con clavos.

A quien Sabrina realmente buscó fue a doña Alzira. Mi casera dijo que el dinero había llegado por correo, una hoja mecanografiada en la que estaba escrito, para paga la renta. Con letra de computadora, dijo Sabrina, la desgraciada tiene una computadora.

Sabrina no salía de mi casa. Trajo una maleta con cosas, ropa, discos de Tim Maia. Empecé a sentir rabia hacia ella, rabia hacia Tim Maia, pero aun así cogíamos, cogíamos, maldito banco, malditos billetes nuevecitos recién salidos de la Casa de Moneda. Yo sabía a qué hora llegaba Sabrina y antes de que llegara agarraba el retrato de Paula y me hacía dos puñetas para que no se me parara en la cama y que ella se decepcionara de mí y me dejara en paz. Pero Sabrina sabía cómo hacer para que se me parara y allá íbamos, era una locura. Y tenía que tomar vitaminas que Sabrina me empujaba por el gaznate, y sopas de avena, polvo de guaraná y un brebaje de yerbas que ella me preparaba en la cocina.

Si Sabrina supiera que algunas veces cuando salía de la casa el carro que me atropelló estaba parado en la esquina y mi corazón latía tan fuerte que hacía sonar las medallitas que cargo en un cordón y que me dio mi madre poco antes de morir, hijo mío nunca separes de tu pecho estas medallitas de Nuestra Señora, y yo veía el carro de vidrios oscuros sabiendo, porque yo lo sabía, que Paula estaba ahí dentro con aquellas maneras finas de ella, y las medallitas hacían plimplim y yo no quitaba los ojos del carro plimplimplim y el carro se iba y yo me sentaba en la orilla de la banqueta con ganas de llorar porque extrañaba a Paula. Si Sabrina lo supiera mi verga iría directo al molino de carne.

Un día tenía que ocurrir. Tocaron en la puerta. Abrí, era Paula. Nos quedamos mirando uno al otro, ella estaba aun más blanca, incluso con la peluca rubia, y yo debía estar de su color, y sus maneras eran finas aunque su voz era firme, ¿hay aquí alguna cosa por la que sientas un cariño especial?

Puse una silla encima de la mesa y saqué su retrato del agujero que había en el forro del techo, Sabrina nunca dudaría de aquel escondrijo, menos aún después de que le dije que había visto un ratón que entraba en aquel agujero. Vámonos, dijo Paula. Cuando abrimos la puerta para salir Sabrina estaba llegando y al verme con Paula pareció que se desmayaba. Paula la miró como quien ve a la muchacha que empaca verduras en el supermercado y caminó en dirección a la escalera llevándome del brazo. Sabrina salió de su estupor y vino tras nosotros. ¿Te vas? Sí, sé feliz. Ella se tiró al piso y agarró mi pierna, la de los clavos, por favor, perdóname, no me abandones, te amo. Cada paso que daba arrastraba a Sabrina por el suelo y ella aullaba como un animal y en medio de los aullidos y gemidos suplicaba, déjelo conmigo, usted es rica y puede conseguir al hombre que quiera, él es todo lo que tengo en el mundo, por el amor de Dios, haré lo que usted quiera, seré su esclava por el resto de mi vida, déjelo conmigo, y cuando llegamos a la parte alta de la escalera sacudí la pierna y me solté y Sabrina rodó escaleras abajo, quedó tirada junto a la puerta de la calle. Intenté reanimarla pero ni siquiera respiraba. Paula le tomó el pulso, dijo la pobrecita está muerta y mejor nos vamos porque no hay nada que podamos hacer.

Subimos al carro y nos fuimos en silencio por las calles, en silencio entramos al túnel, en algún momento yo había deseado la muerte de Sabrina y de Tim Maia pero no era en serio y yo me estaba muriendo de pena por ella. Yo también lo lamento, dijo Paula, pero tú no tuviste la culpa, yo tampoco, no fue culpa de nadie.

Quiero volver, dije, no voy a dejarla muerta ahí. Paula aceptó, está bien, tal vez así sea mejor. El carro se detuvo en la esquina, mañana en la tarde vengo a verte, me esperas, y Paula se fue. Había una multitud en la puerta, curiosos, un policía que informó que ya venía la ambulancia. Doña Alzira me recibió con una granizada de palabras, ah, llegaste, tu amiga se cayó de la escalera, yo estaba viendo la televisión cuando oí el barullo y corrí es decir primero me puse la bata con este calor nadie anda completamente vestido en casa y la puerta de la calle estaba abierta y la chica tirada en el suelo y en eso me di cuenta que estaba muerta, yo sé cuándo una persona está muerta, he visto mucha gente muerta en mi vida, no soy una niña, cuando murió mi hermana se quedó con la cara igual a la de esa chica y el policía quiere hablar contigo. El policía sólo me dijo tendría que ir a la delegación para declarar. Los curiosos se fueron, doña Alzira se fue a ver la telenovela y sólo nos quedamos yo, el policía, la pobre Sabrina cuyo cabello parecía aún más oxigenado, esperando a los peritos y la ambulancia.

En la delegación dije un montón de mentiras, había salido a comprar el periódico deportivo y a mitad del camino me di cuenta que no llevaba dinero y regresé y encontré a mi novia tirada al final de la escalera y doña Alzira me dijo que oyó el barullo y llegó enseguida. No está bien eso que doña Alzira dijo, dijo el detective, ella dijo que fue a ponerse una ropa y perdió algún tiempo en eso, y otra cosa, ¿por qué la muerta dejó abierta la puerta de la casa, la de arriba?, ¿tenía prisa?, ¿salió corriendo?, ¿a dónde iba? Expliqué, probablemente Sabrina, sabiendo que yo no tenía llaves, bajó para abrir la puerta de la calle y resbaló. ¿Y quién abrió la puerta de abajo? Quizá ya estaba abierta. ¿Ustedes pelearon? ¿Nosotros? Nunca, ella era una santa, puede preguntarle a doña Alzira si alguna vez peleamos, me iba a casar con ella, era una santa, se hizo cargo de mí cuando me rompí esta pierna que está llena de clavos metálicos, me hizo la fisioterapia todos los días durante no sé cuánto tiempo, era una santa. Mientras no se casan con nosotros todas son unas santas, dijo el detective, y dijo que quería oírme de nuevo otro día que ahora podía irme.

Al día siguiente Paula apareció con la peluca rubia y lentes oscuros, dijo vas a hacerte esos exámenes no confío en el hospital del gobierno y me dio un montón de papeles con solicitudes de exámenes, había examen de heces, de orina, de sangre, examen eléctrico del corazón y de la cabeza, y dijo que el laboratorio ya había recibido instrucciones para realizar los exámenes, que no me preocupara por el dinero y que ella volvería en quince días.

Quince días después volvió todavía con la peluca y los anteojos pero se quitó pronto la peluca y me dijo que los exámenes habían resultado muy buenos y se quitó los anteojos oscuros y agarró mi pierna y preguntó si me dolía y se me paró, aquellos billetes todos nuevecitos de la Casa de Moneda. Le dije que lo que me dolía era el corazón, que soñaba todas las noches con ella. Nos quitamos la ropa, su cuerpo era aun más blanco de lo que yo hubiera podido imaginar y sus cabellos más negros y cogimos cogimos cogimos.

Y cogimos cogimos cogimos al día siguiente toda la tarde y todos los días de la semana, toda la tarde, y el viernes me dijo que sólo me vería el lunes y me preguntó si con las otras mujeres yo también era así. Yo no era tonto y le di mi palabra de honor de que no nunca me había ocurrido algo así, era ella quien hacía que aquello ocurriera, ella me gustaba como a un niño le gusta el helado de chocolate y la amaba como una madre ama a un hijo y estaba locamente enamorado de ella y por eso cogía con ella como un tigre coge con una onza. Y nos reíamos en los intervalos y comíamos sandwiches de queso caliente con Coca-Cola y no estaba mintiendo, con las otras mujeres era un simple rebote de los billetes de la Casa de Moneda estallando en mis manos, pero con Paula era pasión, dolía me elevaba me inspiraba sangraba. No podemos contarle esto a nadie, me decía, y esa sería la última cosa que yo haría en el mundo, sabía que estaba casada con el dueño del banco donde yo había trabajado y ella sabía que yo lo sabía pues su nombre completo estaba escrito debajo de la foto del periódico y era más fácil que yo muriera a que lo contara.

Pero yo tenía que desahogarme y se lo conté al enano. Salí un día del fin de semana pensando en ella, muriendo de añoranza pues sábado y domingo no nos veíamos, entonces vi al enano husmeando en el bote de basura de una lonchería y me dijo como disculpándose de zopilotear en la basura, a veces rescato un sandwich casi entero y la vida no está fácil. Respondí, es cierto y le enseñé el recorte enmicado del periódico con el retrato de Paula. Qué mujerón, dijo. Más respeto, enano de mierda. Lo agarré por el brazo y lo sacudí y lo arrojé contra un automóvil que estaba parado y él hizo una cara tan triste que me dio pena y lo invité a tomar un cafecito. Le enseñé de nuevo el retrato, estoy muy enamorado, pienso en ella noche y día, es blanca como un lirio, y el enano oyó muy atento dando pequeños gruñidos como les gusta hacer a los enanos, por lo menos a aquel enano.

Paula inventaba cosas, trajo un enorme hule que coloqué encima del colchón y cada día traía una cosa, aceite de oliva, puré de tomate del que la gente pone encima de la pasta, miel, leche y me pedía que lamiéramos nuestros cuerpos desnudos y cogíamos rodando en la cama completamente untados. Y reíamos en los intervalos y cogíamos un poquito más debajo de la regadera y encima de la mesa, ella sentada en la orilla con las piernas abiertas y yo de pie. Un día trajo una máquina pólaroid para tomar fotos de mi verga y yo sacaba fotos de su coño y de su trasero y de sus pechos y del rostro, que era la parte de su cuerpo que más me excitaba, y luego rompíamos todas las fotos. Todas menos una, de ella desnuda riendo para mí, que no tuve el valor de romper.

Todos los sábados me encontraba con el enano y le pagaba el almuerzo con el dinero de mi indemnización y el enano oía gruñendo que le contaba que estaba muy enamorado, que Paula era la mujer más bonita del mundo, que un día habíamos cogido nueve veces viniéndonos los dos en todas, y que se iba a su casa con dolor de piernas. Las mujeres tienen piernas fuertes, dijo el enano, pero me parece que no creyó lo que le dije. Ese sábado le pagué todo al enano el día entero y en la noche fuimos a cenar y nos emborrachamos y llevé al enano hasta donde vivía, no muy lejos de mi casa, en una barraca a la orilla de la ciudad nueva, cerca del Piranhão, que es la cede del ayuntamiento, así llamada porque había sido barrio de putas. Cuando desperté las fotos de Paula habían desaparecido, la del periódico y la de la pólaroid, me puse como loco y fui al lugar donde nos habíamos emborrachado pero nadie había hallado las fotos y fui a la barraca del enano y no estaba y me pasé el resto del domingo desesperado y toda la noche despierto dándome de topes contra la pared.

El lunes Paula llegó y no se quitó la peluca ni los anteojos oscuros ni dejó la bolsa ni me dio un beso y me dijo un tipo llamado Haroldo me telefoneó hoy por la mañana a mi casa alegando que era tu amigo y que tenía una foto mía, desnuda, y que quería dinero para devolverla, ¿guardaste una de aquellas fotos? Me arrodillé a sus pies y le pedí perdón y besé sus zapatos y le dije fue aquel enano de mierda y le conté todo y le pedí perdón nuevamente y me acordé de Sabrina arrastrándose agarrada a mi pierna con clavos. ¿Y ahora?, ¿qué vamos a hacer?, dijo Paula. Déjamelo a mí, le dije, y Paula se fue salió sin haberse quitado la peluca sin haber dejado la bolsa sin haberse quitado los anteojos oscuros y sin haberme dado un beso rodé por el suelo como un perro rabioso maldiciendo al enano hijo de puta.

Fui a buscar al enano a su casa y cuando me vio trató de correr y le dije, quédate quieto, vine para decirte que el negocio está cerrado y la doña te va a dar la lana que quieres, es más, te va a dar el doble y la mitad será para mí, ¿estamos de acuerdo? ¿Estás encabronado conmigo? ¿Seguro? Eres mi hermano, cabrón, lleva las fotos hoy por la noche a mi casa y la doña te dará la lana. Nos apretamos las manos solemnemente como dos comerciantes y me fui y atravesé la calle Constitución y compre una maleta vieja de cuero y llegué a casa y me tiré a rodar un poco más en el suelo echando espuma por la boca como un epiléptico.

El enano llegó a las ocho de la noche y al verme sólo en la sala me preguntó ¿y la mujer? Señalé la puerta cerrada del cuarto y le dije está adentro y no quiere hablar contigo, dame las fotos para cambiarlas por la lana, y me dio las fotos, la del periódico y la de ella desnuda y linda riendo para mí. Agarré al enano por el pescuezo y lo levanté en el aire y él forcejeó y me hizo tropezar por la sala golpeando en los muebles hasta que caímos al suelo y puse las rodillas en su pecho y apreté mis manos hasta que me dolieron y vi que estaba muerto. Y después apreté de nuevo su pescuezo y coloqué la oreja en su pecho par ver si su corazón latía y apreté otra vez y otra vez y otra vez y me pasé el resto de la noche apretando su pescuezo. Cuando amaneció lo coloqué en la maleta y cerré la maleta y abrí la ventana y aspiré el aire de la mañana con la voracidad con que aspiraba el aire que salía de la boca de Paula cuando cogíamos.

Al día siguiente Paula llegó y le di las fotos, la del periódico también, y dije, descubrió quién eras por la foto del periódico, todo está resuelto, no te preocupes, y ella rompió las dos fotos en pedacitos pequeños y colocó todo dentro de la bolsa y se quedó con la bolsa en la mano y los anteojos en la cara y la peluca en la cabeza y no me dio un beso y me dijo estoy embarazada de mi marido, de mi marido, de mi marido, creo que es mejor que no nos volvamos a ver y vio la maleta y me miró a mí y salió corriendo.

Me quedé solo, sin la mujer a la que amaba locamente, sin Sabrina que estaba enterrada en Caju y sin el único amigo que tenía en el mundo que era el enano muerto dentro de la maleta y la noche cayó y como ya no tenía su retrato para mirarlo me quedé viendo la maleta hasta el amanecer, entonces agarré la maleta y me puse a andar con ella en la sala de un lado a otro.

Texto: Los mejores relatos.Rubem   Fonseca. Editorial Alfaguara. 1998. Foto:internet