Rubem Fonseca
El vendedor de seguros
Renata, con su vestido nuevo, permaneció de perfil frente al
espejo y volteó el cuello para mirarse el culo, pues era un espejo grande que
le alcanzaba para verse de cuerpo entero. Cuando me puse el saco, no sé ni cómo
me vio, ya que cuando se miraba al espejo no veía nada más, sin embargo
preguntó ¿vas a salir a trabajar a estas horas?
Mi negocio es vender seguros, lo sabes, no tengo horario,
respondí.
Preferiría que lo tuvieras, son las cinco de la tarde, no sé a qué
horas regresarás y ya sé que no vamos a salir esta noche, y además ¿de qué me
sirve comprar ropa nueva si no salgo con
ella?
Disculpa, pero tengo que ganar dinero.
Tú no has ganado mucho últimamente.
La competencia es muy grande. Y eso no era una disculpa. Por lo
menos voy a ver mi desfile, dijo ella, prendiendo el televisor: había un canal
por cable que pasaba un desfile de modas todos los días.
Cuando yo estaba en la puerta Renata dijo, las mujeres elegantes
andan ahora con los senos por fuera, ¿qué te parece?
Todavía no he visto eso.
Dije mujeres elegantes. ¿Cuántas mujeres elegantes conoces?
Sólo tú.
Si las cosas siguen así, no será por mucho tiempo.
Monté en el auto y me detuve en la puerta de mi futuro cliente, en
un edificio de cinco pisos. No paré exactamente en la puerta, paré un poco
antes. Él siempre llegaba en taxi, llevando un maletín, era un sujeto muy
gordo, debía ser por las pizzas que se comía. Se bajó con dificultad del auto,
pensé que esta vez estaría solo, pero el otro tipo, un barbudo, bajó en
seguida. Yo quería visitarlo cuando estuviera solo, el otro sujeto no estaba en
el seguro y no quería desperdiciar mi tiempo. Entraron al edificio y encendí un
cigarrillo. Mi celular sonó. Contesté.
¿Eres tú?
Quien más podría ser, dije.
Di la clave.
Oye, estás viendo demasiadas películas.
Es mi forma de trabajar. Deberías estar acostumbrado.
Foz do Iguaco.
Te tengo un seguro.
Tendrás que esperar. Estoy en
medio de una venta.
¿Qué póliza es esa? ¿Trabajas para otro agente?
Eso no te importa.
¿Cuándo terminas?
No sé. Tú también deberías estar acostumbrado a mi forma de
trabajar.
Me parece que estás medio promiscuo.
Necesito ganarme la vida. Tú no me consigues suficientes
negocios.
¿Qué fue ese ruido?
No escuché ningún ruido.
Lo oí. Sabes que los celulares son una mierda. Líneas cruzadas,
los sapos acceden fácilmente.
Qué se jodan los sapos, no estamos diciendo nombres. Cambia el
celular.
Lo tengo hace más de dos meses.
Es demasiado tiempo. Yo cambio el mío todos los meses.
Tú eres un agente.
Los vendedores también tienen que hacerlo. Sobre todo uno como tú, que mea fuera del tiesto.
¿Acabaste?
Te llamo dentro de dos días.
Esperé media hora y llegó el que entrega la pizza. Llamó por el
citófono que había en la portería. Se abrió la puerta y entró. Un resorte
cerraba la puerta. El edificio no tenía portero. Prendí otro cigarrillo. Esperé
una hora, fumé ocho cigarrillos, esperando a que saliera el barbudo. Un taxi se
detuvo en la puerta del edificio y poco después el gordo y el barbudo salieron
juntos y se montaron al taxi. Yo no iba a perder tiempo siguiéndolos, pues no
me interesaba lo que hacían. Regresé a casa.
Antes de entrar, apagué el celular. Renata estaba viendo
televisión.
Regresaste rápido. ¿Pedimos comida china?
Está bien.
No pareces muy entusiasmado. No te gusta la comida china.
Confiésalo.
Confieso que no me gusta la comida china.
A ti sólo te gusta el bacalao.
Confieso que sólo me gusta el bacalao.
¿Me estás tomando del pelo?
Más o menos. ¿Cómo estuvo el desfile de modas?
Algunas modelos desfilaron con el culo por fuera. ¿Qué te parece?
No conozco mujeres elegantes.
Definitivamente me estás tomando del pelo. En la oficina de la
compañía de seguros, con seguridad no vas a ver mujeres desfilando con la cola
por fuera.
¿Y en dónde pasa eso?
En los sitios elegantes. Sitios en donde nadie anda con un
revólver debajo del sobaco, como tú.
No es revólver, es pistola. Me siento más tranquilo con ella.
¿Ya imaginaste qué pasa si estoy vendiendo un seguro en una
joyería y aparece un asaltante?
Y si aparece, ¿qué haces?
No lo sé. Todavía no me ha pasado.
¿Y hoy fuiste a vender seguros en una joyería?
No.
Pero llevaste el revólver.
Se volvió un hábito. Y es pistola.
Para mí todo es lo mismo.
Voy a llamar al restaurante chino.
Comimos la comida china. Renata siguió viendo la televisión.
Me acosté. Primero me fume un cigarrillo en el área de servicio,
pues Renata no me dejaba fumar en ningún otro lugar de la casa. Más tarde ella
entró al cuarto, y se quitó la ropa. Mi vida es tan aburrida, dijo, menos mal
que por lo menos siempre que estás dispuesto.
El mérito no era mío. Con Renata nadie podía dejar de estarlo.
Durante una semana seguí viendo al gordo que llegaba en taxi, y el
barbudo siempre estaba con él. Nunca los vi conversando. Después aparecía el
que entregaba las pizzas. El gordo se volvía cada vez más gordo, pero el otro
tipo parecía volverse más delgado, debería ser que no le gustaba la pizza. Una
vez me quedé toda la noche en las inmediaciones del apartamento del gordo, los
cigarrillos se me acabaron y yo seguía ahí, esperando al que el barbudo saliera,
pero no salió. Entonces comencé a llegar en la madrugada. El barbudo salía
alrededor de las siete de la mañana, y usaba siempre un blusón largo, como para
esconder una herramienta. Tenía cara de tira, debía despachar en el turno de la
mañana. El gordo salía por las tardes.
Llegué a la casa y encontré una nota de Renata: se acabó me fui a
la casa de mi madre. Lo chistoso es que ella
siempre me había dicho que no tenía mamá. Se llevó las tres maletas
con su ropa, pues tampoco es que tuviera mucho más para llevar, ya que sólo
compraba ropa. Ese asunto quedaría para después, ahora tenía otro problema por
resolver. Tomé el teléfono y pedí comida
china, no sé bien por qué. Creo que quería quedar en los puros huesos, y la
manera mejor de conseguirlo era comiendo mal.
Muy temprano en la mañana, me puse mi mejor vestido y me fui a los
alrededores del apartamento del cliente. El barbudo salió a las siete de la
mañana. Me dirigí a la entrada del edificio y cuando apareció la primera
persona en la puerta, una mujer con un perro, le dije muy gentilmente, buenos
días, muchas gracias, y no dejé que el resorte cerrará la puerta.
Mi cliente vivía en el cuarto piso. El corredor estaba desierto. Saqué el silenciador del bolsillo y lo adapté al cañón de la
pistola. La cerradura de la puerta podía ser abierta hasta por un aficionado.
Entré. El agente me había proporcionado el plano del apartamento. No escuché
ningún ruido, ni hice ninguno.Nadie en la sala, nadie en la cocina. Fui a los cuartos, las camas
estaban sin tender pero no había ninguna señal del cliente. La puerta del baño
estaba entreabierta.
Abrí lentamente la puerta del baño con el cañón del silenciador.
Mi cliente estaba acostado en la tina, con el agua hasta el
cuello. Me vio cuando entré y suspiró. Yo tenía que disparar de inmediato, pero
no disparé.
Vas a perder el tiro, dijo, con acento de portugués. Comenzó a
sacar uno de los brazos dentro del agua.
Despacio, le dije, apuntando la pistola hacia su cabeza.
Él me mostró su muñeca, le escurría la sangre. El agua no estaba
muy roja. Una cuchilla brillaba en el suelo del azulejo.
Me senté en el banco al lado de la bañera.
Muéstreme el otro brazo, le pedí.
También tenía la muñeca cortada.
Me puse los guantes y revisé la casa. Encontré un revólver, un
veintidós, con el tambor cargado.
Me quité los guantes y salí. Bajé en el ascensor, pensando. Al llegar al primer piso, oprimí el botón del cuarto piso. Entré
al apartamento del cliente.
Me vio cuando entré al baño.
¿Regresó?
¿Cuánto tiempo se demora eso?, pregunté.
No sé. Pero no duele.
Me puse los guantes, fui a las sala, cogí el arma del cliente y
regresé al baño.
No me mire, le dije.
La veintidós no hace mucho ruido. Le disparé en la cabeza. Una
noche más sin dormir.
Dejé el revólver en el suelo del baño, al lado de la cuchilla.
Llamé desde el auto al agente.
Hice el trabajo.
Le hago el depósito hoy, dijo el agente y colgó.
Me gusta bañarme en la tina, leer el periódico acostado en el agua
caliente pero no me bañé. Entré al baño sólo para orinar.
No almorcé. Una noche más sin dormir. Sería bueno que Renata
estuviera conmigo.
Texto: Pequeñas criaturas, cuentos.Grupo Editorial Norma. 2004. Traducción: Elkin Obregón. S. Foto: Internet