domingo, 4 de marzo de 2012

El cuento del domingo


Juan José Arreola

Una reputación


La cortesía no es mi fuerte. En los autobuses suelo disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levanté de mi asiento automáticamente, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de ángel anunciador.

La dama beneficiada por ese rasgo involuntario lo agradeció con palabras tan efusivas, que atrajeron la atención de dos o tres pasajeros. Poco después se desocupó el asiento inmediato, y al ofrecérmelo con leve y significativo ademán, el ángel tuvo un hermoso gesto de alivio. Me senté allí con la esperanza de que viajaríamos sin desazón alguna.

Pero ese día me estaba destinado, misteriosamente. Subió al autobús otra mujer, sin alas aparentes. Una buena ocasión se presentaba para poner las cosas en su sitio; pero no fue aprovechada por mí. Naturalmente, yo podía permanecer sentado, destruyendo así el germen de una falsa reputación. Sin embargo, débil y sintiéndome ya comprometido con mi compañera, me apresuré a levantarme, ofreciendo con reverencia el asiento a la recién llegada. Tal parece que nadie le había hecho en toda su vida un homenaje parecido: llevó las cosas al extremo con sus turbadas palabras de reconocimiento.

Esta vez no fueron ya dos ni tres las personas que aprobaron sonrientes mi cortesía. Por lo menos la mitad del pasaje puso los ojos en mí, como diciendo: "He aquí un caballero". Tuve la idea de abandonar el vehículo, pero la deseché inmediatamente, sometiéndome con honradez a la situación, alimentando la esperanza de que las cosas se detuvieran allí.

Dos calles adelante bajó un pasajero. Desde el otro extremo del autobús, una señora me designó para ocupar el asiento vacío. Lo hizo sólo con una mirada, pero tan imperiosa, que detuvo el ademán de un individuo que se me adelantaba; y tan suave, que yo atravesé el camino con paso vacilante para ocupar en aquel asiento un sitio de honor. Algunos viajeros masculinos que iban de pie sonrieron con desprecio. Yo adiviné su envidia, sus celos, su resentimiento, y me sentí un poco angustiado. Las señoras, en cambio, parecían protegerme con su efusiva aprobación silenciosa.

Una nueva prueba, mucho más importante que las anteriores, me aguardaba en la esquina siguiente: subió al camión una señora con dos niños pequeños. Un angelito en brazos y otro que apenas caminaba. Obedeciendo la orden unánime, me levanté inmediatamente y fui al encuentro de aquel grupo conmovedor. La señora venía complicada con dos o tres paquetes; tuvo que correr media cuadra por lo menos, y no lograba abrir su gran bolso de mano. La ayudé eficazmente en todo lo posible; la desembaracé de nenes y envoltorios, gestioné con el chofer la exención de pago para los niños, y la señora quedó instalada finalmente en mi asiento, que la custodia femenina había conservado libre de intrusos. Guardé la manita del niño mayor entre las mías.

Mis compromisos para con el pasaje habían aumentado de manera decisiva. Todos esperaban de mí cualquier cosa. Yo personificaba en aquellos momentos los ideales femeninos de caballerosidad y de protección a los débiles. La responsabilidad oprimía mi cuerpo como una coraza agobiante, y yo echaba de menos una buena tizona en el costado. Porque no dejaban de ocurrírseme cosas graves. Por ejemplo, si un pasajero se propasaba con alguna dama, cosa nada rara en los autobuses, yo debía amonestar al agresor y aun entrar en combate con él. En todo caso, las señoras parecían completamente seguras de mis reacciones de Bayardo. Me sentí al borde del drama.

En esto llegamos a la esquina en que debía bajarme. Divisé mi casa como una tierra prometida. Pero no descendí incapaz de moverme, la arrancada del autobús me dio una idea de lo que debe ser una aventura trasatlántica. Pude recobrarme rápidamente; yo no podía desertar así como así, defraudando a las que en mí habían depositado su seguridad, confiándome un puesto de mando. Además, debo confesar que me sentí cohibido ante la idea de que mi descenso pusiera en libertad impulsos hasta entonces contenidos. Si por un lado yo tenía asegurada la mayoría femenina, no estaba muy tranquilo acerca de mi reputación entre los hombres. Al bajarme, bien podría estallar a mis espaldas la ovación o la rechifla. Y no quise correr tal riesgo. ¿Y si aprovechando mi ausencia un resentido daba rienda suelta a su bajeza? Decidí quedarme y bajar el último, en la terminal, hasta que todos estuvieran a salvo.

Las señoras fueron bajando una a una en sus esquinas respectivas, con toda felicidad. El chofer ¡santo Dios! acercaba el vehículo junto a la acera, lo detenía completamente y esperaba a que las damas pusieran sus dos pies en tierra firme. En el último momento, vi en cada rostro un gesto de simpatía, algo así como el esbozo de una despedida cariñosa. La señora de los niños bajó finalmente, auxiliada por mí, no sin regalarme un par de besos infantiles que todavía gravitan en mi corazón, como un remordimiento.

Descendí en una esquina desolada, casi montaraz, sin pompa ni ceremonia. En mi espíritu había grandes reservas de heroísmo sin empleo, mientras el autobús se alejaba vacío de aquella asamblea dispersa y fortuita que consagró mi reputación de caballero.

Juan José Arreola Zúñiga (Zapotlán el Grande —hoy Ciudad Guzmán—, Jalisco; 21 de septiembre de 1918 - Guadalajara, Jalisco; 3 de diciembre de 2001) fue un escritor, académico y editor mexicano.

Juan José Arreola fue el cuarto hijo de Felipe Arreola y Victoria Zúñiga. Entre 1926 y 1929 se educó en su pueblo natal. En 1930 empezó a trabajar como encuadernador y luego se dedicó a sobrevivir ejerciendo toda clase de trabajos. "He sido vendedor ambulante y periodista; mozo de cuerda y cobrador de banco. Impresor, comediante y panadero. Lo que ustedes quieran." En 1934 escribió sus tres primeros textos. En 1937 va a vivira la ciudad de México, D.F. y se inscribió en la Escuela Teatral de Bellas Artes.

En 1948, gracias a Antonio Alatorre, encontró trabajo en el Fondo de Cultura Económica como corrector y autor de solapas. Obtuvo una beca en El Colegio de México gracias a la intervención de Alfonso Reyes. Su primer libro de cuentos Varia invención, apareció en 1949, editado por el FCE. Para 1950 comenzó a colaborar en la colección "Los Presentes" y recibió una beca de la Fundación Rockefeller.

En 1952 apareció la que muchos consideran su primera gran obra Confabulario. En 1955 recibió el Premio del Festival Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes. En 1963, año en que recibió el Premio Xavier Villaurrutia, salió a la luz pública otra de sus grandes obras, la novela La feria.1 En 1964 dirigió la colección "El Unicornio" y comenzó a enseñar en la Universidad Nacional Autónoma de México.

En 1969 recibió un reconocimiento de parte del grupo cultural "José Clemente Orozco" de Ciudad Guzmán. En 1972 se publicó Bestiario, que completaba la serie empezada en 1958 con Punta de plata. En 1977 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo de México en divulgación cultural por su trabajo en Canal 13.2

En 1979 recibió el Premio Nacional en Lingüística y Literatura, en la Ciudad de México.3 Diez años más tarde se le dio el Premio Jalisco de Letras (1989). En 1992 participó como comentarista de Televisa para los Juegos Olímpicos de Barcelona y ese mismo año recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, que se concede al conjunto de una producción literaria, y se entrega en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En 1995 recibió el Premio Internacional Alfonso Reyes y en 1998 el premio Ramón López Velarde. En 1999, con motivo de sus ochenta años, el Ayuntamiento de Guadalajara le entregó un reconocimiento y lo nombró hijo preclaro y predilecto en una ceremonia efectuada en el Hospicio Cabañas en Guadalajara.

Víctima de una hidrocefalia que lo aquejó durante sus últimos tres años, muere a los 83 años en su casa en Jalisco; le sobrevivieron su viuda, tres hijos y seis nietos.

Fue muy aficionado al ajedrez. Esta afición lo llevó a invitar a Guadalajara al adolescente Bobby Fischer, entonces campeón de ajedrez de los Estados Unidos y que después sería campeón mundial.

Tuvo una amplia cultura. La obra de Arreola se caracteriza por una inteligencia profunda y lúdica. Juega con los conceptos, con las situaciones, utiliza símbolos, parodia. Ama los textos breves y significativos. Su prosa es de estilo clásico y depurado. En el universo de su obra se rompen las leyes lógicas y naturales. En ello se nota, como en el caso de Borges, un escepticismo fundamental. En cuanto a su formación, escribió: "Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más y menos ilustres... "


En 2010 obtuvo el premio Daniela Santacruz en el estado de Baja California.

Varia invención (1949). Incluye: Varia invención, La hora de todos (juguete cómico en un acto). México, Fondo de Cultura Económica.

Confabulario (1952). Incluye: Parturient montes, En verdad os digo, El rinoceronte, La migala, El guardagujas, El discípulo, Eva, Plueblerina, Sinesio de Rodas, Monólogo del insumiso, El prodigioso miligramo, Nabónides, El faro, In memoriam, Baltasar Gérard, Baby H. P., Anuncio, De balística, Una mujer amaestrada, Pablo, Parábola del trueque, Un pacto con el diablo, El converso, El silencio de Dios, Los alimentos terrestres, Una reputación, Corrido, Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos. México, Fondo de Cultura Económica.

La feria (1963). México, Joaquín Mortiz.

Palindroma (1971). Incluye: Palindroma: Tres días y un cenicero, Starring all people, Hogares felices, Para entrar al jardín, Botella de Klein, El himen en México. Variaciones sintácticas: Duermevela, Profilaxis, Receta casera, De un viajero, La disyuntiva, Ciclismo, Astronomía, Historia de los dos ¿que soñaron?, Balada, Doxografías. Tercera llamada ¡tercera! o Empezamos sin usted (farsa de circo en un acto). México, Joaquín Mortiz.

Bestiario (1972). Incluye: Bestiario: El rinoceronte, El sapo, El bisonte, Aves de rapiña, El avestruz, Insectiada, El carabao, Felinos, El búho, El oso, El elefante, Topos, Camélidos, La boa, La cebra, La jirafa, La hiena, El hipopótamo, Cérvidos, Las focas, Aves acuáticas, El ajolote, Los monos. Cantos de mal dolor: Loco dolente, Casus conscientiae, Kalenda maya, Homenaje a Johann Jacobi Bachofen, Homenaje a Remedios Varo, La noticia, Navideña, De cetrería, El rey negro, Homenaje a Otto Weininger, Metamorfosis, Cocktail party, La trampa, Caballero desarmado, Post scriptum, Achtung! Lebende Tiere!, La lengua de Cervantes, Balada, Tú y yo, El encuentro, Dama de pensamientos, Teoría de Dulcinea, Epitalamio, Allons voir la rose, Luna de miel, Armisticio, Cláusulas, Gravitación. Prosodia: Informe de Liberia, Telemaquia, Inferno V, De L´Osservatore, Una de dos, Libertad, El último deseo, Elegía, Flor de retórica antigua, Flash, El diamante, El mapa de los objetos perdidos, Loco de amor, La caverna, Los bienes ajenos, Alarma para el año 2000, Interview, El soñado, El asesino, La canción de Peronelle, Autrui, Epitafio, El lay de Aristóteles, El condenado, Apuntes de un rencoroso. Aproximaciones: Una familia de árboles [Jules Renard], El sapo [Jules Renard], Al fondo del país lituano [O. V. de Lubicz Milosz], Declaración [Pierre Jean Jouve], El puerco [Paul Claudel], La tristeza [Pierre Jean Jouve], Vida de una araña real [Henri Michaux], Octubre [Paul Claudel], Disolución [Paul Claudel], La derivación [Paul Claudel], Tristeza en el agua [Paul Claudel], Pensamiento en el mar [Paul Claudel], Libación por el día futuro [Paul Claudel], La tierra vista desde el mar [Paul Claudel], Corimbo de otoño [Francis Thompson].. Inventario (1976).

Confabulario personal (1980). Reunión de textos de varios de sus libros anteriores. México, Bruguera

Foto:Internet. Semblanza biográfica:Wikipedia. Texto: El cuento del día.