martes, 30 de septiembre de 2014

El poder de la lengua

El pésimo uso del idioma hace que nuestra realidad y capacidad de pensar sean más pobres, dice. Cada tilde mal puesta debe causar alarma

El escritor español Juan José Millás, durante su visita de esta semana a Bogotá. / Luis Ángel. elespectador.com

Pulcro como es en el manejo del lenguaje, Juan José Millás no perdona una palabra en el lugar equivocado, independientemente de que el soporte para el que fue escrita sea electrónico o un papel tradicional. Le da tedio, piquiña, malestar. Le duele el doble si el gazapo aparece en un medio de comunicación y le resulta inexplicable cuando está en las comunicaciones informales de algún colega, pues el uso correcto del idioma tampoco se limita a la producción literaria de un autor.
Como no anda por el mundo con ínfulas de bienhablado, sino más en condición de observador permanente de los modismos propios de cada región, es capaz de asombrarse con la elocuencia de los latinoamericanos y hasta se dejó descrestar con la sintaxis de un adolescente de las comunas menos favorecidas de Medellín, el día que fue a conocer las escaleras eléctricas de la capital antioqueña. Sabe de los problemas de la zona y que no estaba ante una persona con elevado grado de escolaridad, pero el relato del joven paisa le hizo evocar textos del siglo de oro español. Lo cuenta con hipérboles. Y entre signos de admiración.
Para decirlo al compás de una de las obras de su gran amigo Álex Grijelmo —exdirector de la agencia EFE— Millás ejerce de manera permanente una defensa apasionada del idioma español. Desempeñó mil oficios y nunca escribió para vivir. Vive para escribir, como lo demuestran sus más de 30 libros, traducidos a 23 idiomas. Hace dos décadas trabaja también con éxito en prensa, televisión y radio. ¡En radio! Con esa dicción imperfecta que desnuda una infancia de dificultades mayores para hablar.
El Espectador lo abordó durante su visita de esta semana a Colombia, en donde promociona La mujer loca (Seix Barral), la más reciente de sus creaciones. En ella, una vez más, la gramática, la filología y hasta el psicoanálisis cumplen roles protagónicos.
Vuelve Juan José Millás a las librerías y lo hace con otra obra en donde la palabra es protagonista. ¿De dónde nació esa obsesión por la lengua?
Es mi esencia. Seguramente de niño tuve dificultades para hablar. El lenguaje siempre me ha provocado mucha extrañeza. Es una cosa psicótica, los niños piensan que las palabras forman parte de un objeto y hay casos extremos en los que se confunde la palabra con un objeto, y yo lo hacía. Ese proceso por el que uno va comprendiendo la relación de la palabra con el objeto es arbitrario. Saber que entre la palabra mesa y el objeto no hay más relación que la de consenso, que la que hemos puesto. Suelo contar una anécdota que la gente no comprendía: ¿Por qué, si yo decía “casa” veía dentro de mi cabeza una casa, pero si decía “ca” no veía media casa?
Ese es el argumento de ‘El orden alfabético’, el libro en el que usted plantea un mundo en el que las letras desaparecen y con ellas se van los objetos representados por palabras escritas con esas letras.
Efectivamente. Estoy muy satisfecho de esa novela. Siempre me ha gustado mucho la idea de que si el lenguaje se deterioraba, se deterioraría la realidad también. Esto tiene mucho de verdad. Las sociedades que escriben mal piensan mal. Vivimos en un mundo donde el vocabulario es cada vez más pobre: el vocabulario de la televisión, donde la gente se maneja con 700 palabras. Eso empobrece la lengua, pero empobrece también la realidad.
¿Y por qué cree usted que no le damos a la lengua el cuidado que se merece?
Porque siempre que hay que hacer un ajuste paga el pato la lengua. Siempre se reducen las humanidades. En España están prácticamente descontinuadas. El latín está prácticamente desaparecido, siendo tan importante para comprender el español. No hay nada más interesante que hacer traducciones del latín, que hacer análisis sintácticos y morfológicos, pero nosotros vivimos en un mundo en donde aquello que no se puede cuantificar no existe. Si aprendes a dividir, te vas a la cama diciendo que aprendiste algo. Si lees Madame Bovary no, porque esa sabiduría no es cuantificable.
Lo curioso es que eso ocurre justo cuando la oferta educativa parece haber crecido…
Se aprenden idiomas y, en muchos casos, un inglés de aeropuerto, que sirve sólo para saber dónde están los servicios o la cafetería. Una metáfora del encogimiento del lenguaje, por eso nuestra comunicación es más pobre cada día.
¿Qué opina entonces de la forma como escribe la gente en eso que llaman ‘chats’?
Es un desastre. ¡Y nadie se queja! No hay ortografía ni sintaxis. Eso desordena el pensamiento. Me sorprende que estas licencias se las permitan personas que escriben bien, escritores que uno conoce y que se descuidan absolutamente en un correo electrónico. Empiezas a descuidar las mayúsculas en un mensaje de móvil y no sabes dónde vas a parar. En muchos textos, además, no hay relato. Relato proviene de relación y hacer un relato consiste en relacionar hechos, en articularlos bien. Lo otro son disparates.
En este sentido critica usted muy duro a los diarios de su país.
En España venimos de una tradición de periódicos y revistas muy bien escritos, pero ahora encuentra uno textos en que desde el primer párrafo se nota el disparate. A veces sigo leyendo a ver si en algún momento el autor es capaz de abrochar, pero no, es como el que tira palabras a lo loco. No hay fomento de pensamiento. Por eso dicen que la sociedad de la información no necesariamente es la sociedad del conocimiento. Al despertar escuchamos radio, entramos en internet 10 veces antes de desayunar y en un día hemos recibido más datos que un hombre del siglo XIX en toda su vida. Pero eso no es conocimiento. Los datos se convierten en conocimiento cuando se articulan, cuando se les da sentido. Confundimos los datos con sabiduría, es lo que pasa cuando uno se convierte en un lector de titulares.
 ¿Y cómo debe ser el periódico del futuro para no sucumbir ante ese desafío?
 Hoy sería un éxito un periódico que no te diera los datos. Si me dormí escuchando radio y entré a internet 10 veces antes de comprar el diario es absurdo que el periódico me diga qué pasó. Lo que debe es explicarme por qué pasó. Lo otro ya lo sé.
 ¿En qué terminará esa tensión entre diarios tradicionales y nuevas tecnologías?
 Soy lo suficiente mayor como para no ver cómo acabará esto, pero está claro que, aunque el papel no es el futuro, convivirá mucho tiempo con internet, hablando de libros. En periódico la situación es muy grave, porque los lectores cada vez son menos. No sé si fue The New York Times el que pronosticó que los diarios de papel durarían hasta 2044, basado en conjeturas científicas. Creo que hoy cualquier editor firmaría por llegar al 2044. Es un futuro muy incierto.

Le Clézio: "La literatura es lo contrario del nacionalismo"

El premio Nobel francés está estos días en Córdoba para participar en el Festival Cosmopoética. Escritor nómada, atiende para hablar de su obra y de algunos de los males de Europa. "Los movimientos populistas son una enfermedad pasajera y no mortal", nos dice

Jean-Marie Gustave Le Clézio, Premio Nobel es contrario a los nacionalismos europeos tardíos./elcultural.es
Jean-Marie Gustave Le Clézio (J. M. G Le Clézio, para los lectores) está al otro lado del teléfono. Se ha disculpado: “Mi español es callejero, nada culto”. Pero enseguida parte con dicción más o menos limpia hacia sus conocidos temas recurrentes: la interculturalidad, la diversidad, América Latina, África. El Nobel francés, autor de libros como La música del hambre o El pez dorado, está estos días en España; el fin de semana en el Hay Festival, de Segovia, y ahora en el Cosmopoética, de Córdoba, en donde comparte cartel con Herta Müller. Atiende a El Cultural tras la primera de sus intervenciones en la ciudad andaluza, desde donde viajará a París, y de ahí a China. “Soy un nómada”, dice. Su familia ya lo fue: emigrantes franceses en las Islas Mauricio. “Como todos los isleños, tuvieron que salir de su isla, y yo, desde mi niñez, me sentí preso en esa isla demasiado estrecha”.

Por eso viaja. O más exacto: se desplaza, se muda. “Estoy tres años aquí, cuatro allí, etc.” Y entiende la literatura, también, como un viaje no menos modesto: “Mi vida es un ahondar y un escribir al mismo tiempo; la escritura me permite seguir viajando: no viajo para escribir, es más bien al contrario. Por eso no suelo escribir de lugares en donde estoy”. El jurado del Nobel dijo de él que era el “escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada”. “La definición es muy breve, pero estoy de acuerdo”, dice el autor de Urania. Varias veces se referirá, a lo largo de la entrevista, al poco espacio que hay para explicar el mundo. De hecho ha escrito 40 o 50 libros, no recuerda bien, y anuncia más. De joven tuvo sus devaneos experimentales, en la línea de Perec y del Oulipo. Pero pronto se desvinculó. Ocurrió algo: “Aquellas primeras obras se iban acumulando como nubes, y hubo un momento en que me sentí paralizado. No iba a ningún sitio y, de repente, no pude escribir más. Entonces viajé a América Latina y estuve viviendo algo más de tres años en la selva de Panamá. Me instalé con unos indígenas con los que al principio no podía comunicarme. Poco a poco aprendí el idioma local. Allí me ocurrieron cosas que darían para una larga historia, pero quizá la más importante se dio el día en que conocí a una señora de unos 40 años, soltera, que iba de una aldea a otra cantando, con voz muy fina, mitos que ella interpretaba sobre la marcha de un modo muy personal. Tuve la sensación de estar asistiendo al principio de la literatura. Era como un teatro primitivo. Aquella experiencia renovó mi confianza en lo que hacía”.

El escritor se refiere después a lo que llama “el misterio de la literatura”. Aquello que eleva a los poetas a un éxtasis místico -no en vano el misticismo, de distintas raíces, recorre toda su obra- que les hace conectar con los demás. El poder de ciertas ficciones: “En un ambiente muy difícil, la literatura se abre paso entre la gente, y esto ocurre en todas partes, y siempre igual, da lo mismo el lugar del mundo y la condición social de los hombres. Eso me lo han enseñado mis viajes”. Escritor precoz, fueron sus padres -uno inglés, la otra francesa- quienes le iniciaron en la letras. Los libros se los llevaba de un lugar a otro. “La mezcla de culturas es una riqueza para mí, es algo que siempre agradeceré a mis padres. Que mi familia emigrara a las Islas Mauricio fue fundamental en mi formación; allí presencié, por primera vez, lo que era el diálogo entre culturas”.

¿Se siente usted de algún lugar? Porque la crítica, a menudo, ha dado palos de ciego con Le Clézio: “Si uno identifica lengua con cultura, soy francés, no cabe duda. Para mí el idioma es importante, pero la literatura, que es lo que yo hago, trasciende el idioma, en primer lugar gracias a las traducciones. No importa la procedencia de los autores: lo importante es que un niño de cualquier lugar del mundo pueda leer El Quijote en su idioma”. Para el autor de Revoluciones, ganador con 23 años del prestigioso premio Renaudot, la literatura es encuentro, pues trata de lo universal. “Creo que el interculturalismo es el único modo de sobrevivir”, dice. Y da el método: “La educación es la clave, como lo es la literatura, que es el mejor modo que tenemos de encontrar a los demás; precisamente lo contrario al nacionalismo”.

Le Clézio menta el mal que recorre Europa; pero, afirma, no le preocupa demasiado el avance del Frente Nacional -anteayer ultimaron su última conquista: dos escaños en el Senado francés- ni el auge de otros movimientos populistas que amenazan la unidad del viejo continente contra un enemigo común, y extranjero. Es optimista: “Son enfermedades pasajeras. Yo creo que son acontecimientos menores, es como una fiebre, algo que no puede durar. Morirá por su propio exceso. Es una ceguera, una enfermedad pasajera y no mortal. Europa está tan vinculada a otras culturas, está tan hecha de otros, que no puede tolerar movimientos de este tipo”. Pero no hace falta irse al colonialismo para rastrear el racismo europeo. ¿No es, más bien, una enfermedad que se reproduce? “Tenemos precedentes, y lo de ahora es peligroso, no hay duda. Y tampoco hay duda de que existen semejanzas con los años treinta europeos. Semejanzas que en Francia son muy notables. Pero precisamente la memoria de aquella época nos vacuna. Cuando estallaron los movimientos de extrema derecha en el siglo pasado, no había referencias. Por eso me cuesta creer que un partido como el Frente Nacional alcance el poder en Francia o en España, y mucho menos en Alemania”.

Dice Le Clézio que “cualquier nacionalismo es insostenible”. Y aprovecha para valorar el problema catalán, del que, sin embargo, reconoce no poseer “demasiados datos”: “Creo que es bueno respetar las identidades regionales. Es evidente que su identidad [la de Cataluña] no es la misma que la de Castilla, pero esa diferencia debería servir para unir, no para separar; eso sí, siempre teniendo en cuenta la voz de Cataluña en el resto del país”. Repite que la vacuna contra el radicalismo está, cómo dudarlo, en la educación, y hace de portavoz de la extravagante idea de un amigo suyo, el historiador mexicano Luis González: “Eduquemos a nuestros hijos no la historia de las batallas, no en una historia violenta, sino en la historia de los progresos de la humanidad. Enseñémosles cómo se inició la pesca, el cultivo, las técnicas hidráulicas. Solo así podremos evitar que sean seducidos por determinados cantos de sirena”.

El pensamiento de Unamuno, clave para la Europa de hoy

Un día hace 150 años nació en Bilbao Miguel de Unamuno, el filósofo y escritor, paradigma del intelectual comprometido, que mantuvo un duro y doloroso equilibro en la España convulsa que le tocó vivir y que reflejó en su intensa obra sus preocupaciones religiosas, filosóficas y políticas

 
Salamanca busca al Unamuno más humano en el 150 aniversario de su nacimiento./lainformacion.com
Luchador incansable, liberal y miembro central de la llamada generación del 98, empeñada en regenerar la España de finales del XIX tras la perdida de las últimas colonias de Cuba y Filipinas, Unamuno fue un pensador al que le "dolía España".
Y cuya frase espetada a Millán-Astray: "Vencéis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir", en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, le supuso la pérdida del título de rector vitalicio de esa institución
Una expulsión dictada por Franco junto al arresto en su domicilio. Dos meses después Unamuno moriría en su casa, un 31 de diciembre de 1936.
Y es que en Salamanca hizo su casa el pensador, ciudad a la que llegó con 27 años para dirigir la cátedra de Griego y de donde no salió nunca salvo varios años de destierro.
Condenado a prisión por injurias al Rey, durante la dictadura de Primo de Rivera, sentencia que no llegó a cumplir, fue desterrado a Fuerteventura, en febrero de 1924, e indultado el 9 de julio. Después se trasladó a vivir a París y, poco después se refugió en Hendaya, hasta 1930.
Instaurada ya la II República (abril 1931), fue nombrado rector de la Universidad de Salamanca, elegido diputado por Salamanca en las Cortes Constituyentes y designado presidente del Consejo de Instrucción Pública un año después.
Kant, Kierkegaard, Nietzsche o Schopenhauer fueron los pensadores que interesaron a este gran intelectual y poeta preocupado por la ética, la filosofía, la historia, la literatura y España.
Autor de obras como "El sentimiento trágico de la vida", "La tía Tula", "Abel Sánchez", "San Manuel bueno y mártir" o "Del sentimiento trágico de la vida, Unamuno fue en opinión de su biógrafo Jon Juaristi, una persona "contradictoria, polémica, vehemente y neurótica".
Así lo explicó el autor también vasco cuando presentó su biografía, publicada por Taurus y la Fundación Juan March. "Miguel de Unamuno encarnó como pocos al intelectual moderno, al que la escritura le sirvió para guardar un precario equilibrio" con la convulsa época que le tocó vivir".
Unamuno "es una de las últimas vidas españolas que coinciden con un ciclo histórico completo, el del liberalismo democrático, que se inicia en 1868 y que termina con la Guerra Civil".
El escritor de la Generación del 98 tenía la conciencia de "sentirse arrojado a la modernidad. España estaba saliendo de una modorra de siglos y se estaba acercando a la Europa de su tiempo", dijo Juaristi.
Juaristi se centra en su biografía en aquellos aspectos que demuestran que Unamuno fue eminente y, sobre todo, lo fue porque su obra, en especial la ensayística y la periodística, "ofreció a la España de fin de siglo un nuevo lenguaje, el del modernismo, el de la autorreflexión crítica sobre la modernidad".
El pensamiento del filósofo y escritor hoy podría estar más vivo que nunca como reconoce el escritor premio nobel alemán, Gunter Grass, para quien el Unamuno es el pensador clave para la Europa futura.
"Europa se enfrenta a una época crucial en la que solo su capacidad de asimilación democrática de culturas constituye una garantía de futuro, y esto deberían comprenderlo sus dirigentes, a los que pensadores de la talla de Miguel de Unamuno podrían servir como guía", subraya Günter Grass.
"Europa aún necesita a escritores como Unamuno, dotados de una gran intensidad reflexiva no desprovista a la vez de ironía y poseedores de una veta filosófica desde la que es posible afrontar las lacras y los desvelos humanos", subraya el autor de "El tambor de hojalata".

¿Quién sobrevivirá al postcapitalismo?

 En Adiós al capitalismo, el historiador francés Jérôme Baschet retoma su propia experiencia en Chiapas, donde vivió muchos años, y encuentra en las palabras de los zapatistas "una nueva forma de hacer teoría política"

La Escuelita. Chicos en Nuevo Yibeljob, Chiapas. Fue visitada por más de cinco mil personas de todo el mundo./revista Ñ
Adiós al capitalismo es el libro que acaba de publicar Futuro Anterior. Una combinación no casual de temporalidades entre el nombre del texto y de la editorial: un futuro ya realizado sólo posible desde un imaginario utópico y concreto. El autor es el historiador francés Jérôme Baschet y fue invitado a dar un seminario en Buenos Aires por el Centro Franco Argentino (CFA). Baschet se dedicaba a la historia medieval europea hasta que en 1995 se acercó al por entonces reciente levantamiento zapatista y su vida dio un vuelco. Se quedó a vivir en Chiapas por muchos años. Ahora, divide su tiempo entre México y Francia. El título de su libro, claro está, se debe a lo que aprendió con la insurrección indígena. Por otro lado, trae una reminiscencia al libro de André Gorz: Adiós al proletariado . Sólo que el tono es totalmente diferente porque Baschet agrega a esa consigna otras tres nociones, que completan el título: autonomía, sociedad del buen vivir y multiplicidad de mundos. Allí radica la diferencia de maneras de decir adiós. El de Baschet abre un régimen de futuro y no sólo de nostalgia por un sujeto revolucionario en extinción. Sin embargo, el zapatismo como experiencia concreta no es modelizada ni utilizada como fuente de un optimismo metodológico, sino como perspectiva que sostiene –ante todos y para todos– una pregunta tan sencilla como radical: ¿qué es el anti-capitalismo hoy en día?
–¿Este libro busca ser una teoría política del zapatismo?
 –No puedo tener la pretensión de escribir una teoría de la práctica zapatista. Mi posición no es la del cientista social ni la del teórico. Escribo por un interés político. En sus palabras, en las del zapatismo, hay una nueva forma de hacer teoría que tiene que ver con romper la abstracción. Tampoco me limito a repetir lo que ellos dicen. Creo que se trata de aprender de esa mezcla de experiencia y de palabra y asumirla en toda su profundidad. En otro sentido, claro que este es mi libro, no pretende hablar en nombre de ellos.
El libro se propone fechar como ejercicio político. El zapatismo es el inicio de un ciclo con su aparición pública en 1994; le siguen en 1995 las huelgas en Francia, las manifestaciones de Seattle en 1999, la crisis y los movimientos de 2001 en la Argentina y las insurrecciones del ciclo 2000-2003 en Bolivia, según enumera el historiador. Luego la discusión en torno al zapatismo, al menos en el Cono Sur, se corre frente al brillo que toman los llamados gobiernos progresistas de la región.
–¿Cómo percibe ese debate? 
–Hablo desde México y Europa. Y creo que México es bien distinto a los casos sudamericanos, tanto por su relación con Estados Unidos como porque no tuvo un gobierno progresista. Pero por supuesto que esta discusión circula en Chiapas.
–Pero es una discusión que en México se da con la candidatura de López Obrador y La Otra Campaña de los zapatistas, en 2006…
–Sí, claro. Pero quiero decir que la perspectiva del libro, que es con la que se identifican los zapatistas, es el anticapitalismo. Discusión que queda fuera cuando el debate se da en torno a la evaluación centrada en los gobiernos progresistas, sean tales o no. Cuando se habla del fin del neoliberalismo, sostengo que esa es una discusión alrededor de cierta recuperación del Estado en algunos sectores, especialmente a partir de la crisis de 2008. Los gobiernos progresistas de América del Sur son un ejemplo posible de esto. Pero el análisis que planteo es que hay que rebasar esa idea de fin del neoliberalismo porque es posible que esta forma de mayor presencia del Estado implique un cierto re-equilibrio para el mismo funcionamiento del neoliberalismo. Hay que enfatizar que el principal actor de la implementación de políticas neoliberales fueron los Estados, que es un instrumento para la imposición de las normas capitalistas al conjunto social. Entonces, quizás lo que está empezando a darse es un uso mayor del Estado en esa dirección para este momento de crisis. La relegitimación del Estado tiene que ver con darle las herramientas para esa tarea.
–Justamente el libro inicia con una definición del neoliberalismo. Y refiere a la crisis de 2008 como la primera crisis global del mundo globalizado. Por un lado, endeudamiento masivo y una fragilización de las finanzas y, por otro, exhibición de la plasticidad del capitalismo para desarmar pronósticos catastróficos de su fin.
 –Después de un momento de auge, el zapatismo para cierta izquierda se transformó en una experiencia romántica. El argumento es doble: porque no asume el problema del Estado y, vinculado a lo anterior, porque su escala territorial es circunscripta a una serie de municipios.
–¿Qué opina de esas objeciones?
 –La opción zapatista es la autonomía y la distancia con el Estado y entiendo que desde posiciones estatalistas esto pueda sonar romántico. Es parte del debate de las izquierdas. Pero volvemos a lo anterior: esta distancia con el Estado está en la base de la reformulación de la perspectiva anticapitalista a la que han contribuido los zapatistas. Por otro lado, me parece una trampa ubicar al zapatismo como experiencia local. Si no, no se explicaría su alcance. Luego su impacto hacia ciertos sectores de las izquierdas disminuyó, por la división que se da alrededor de la posición sobre el Estado, y por cierta aparente invisibilización de sus prácticas. Pero justo cuando decían muchos que el zapatismo estaba muerto, se hace la marcha del silencio del 21 de diciembre de 2012. La experiencia de construir la autonomía, es decir, otra forma de organización político-social desde abajo, desde la capacidad de la gente de gobernarse y crear sus propias instituciones, saliendo del marco del Estado no es una cuestión que podamos calificar como local, ya que, como experimento, tiene validez y alcance general.
–¿Pondría en esa marcha de diciembre de 2012 el inicio de un nuevo ciclo en la trayectoria zapatista?
 –Creo que cuarenta mil zapatistas marchando abren una fase diferente, justo cuando el discurso oficial y de algunos sectores de la academia era que se habían acabado. A partir de esta demostración de fuerza y vitalidad, empezaron a anunciar nuevas iniciativas. En especial, están invitando a la escuelita zapatista, donde ya han ido más de cinco mil personas a ver y compartir cómo se está construyendo una educación, una salud, una justicia, un gobierno autónomos. De esta manera, se abren para dar a conocer lo que estuvieron construyendo de manera silenciosa durante más de 10 años. Es una nueva etapa en la cual es pertinente volver a debatir sobre la experiencia zapatista. En realidad, el debate sobre el zapatismo se dio en los 90 y principios de los años 2000 cuando aún no habían desarrollado su aporte esencial: los municipios autónomos y las juntas de buen gobierno. Se trata de una organización política que es a la vez muy sencilla y muy elaborada, de gente humilde, campesina, que está avanzando en la difícil tarea de construir una vida auto-determinada. Abren la posibilidad de pensar y actuar más allá del Estado.
La crítica ecológica, siempre despreciada como poco realista, cuasi-infantil, retoma en el argumento de Baschet las tres capas propuestas por Félix Guattari: la destrucción del ambiente, de los vínculos sociales y el llamado inmenso vacío de la subjetividad (sufrimientos psíquicos, desposesión, etcétera). Subrayando la incorporación de la norma de la competencia como modalidad subjetiva de normalización, se enlaza una crítica tanto al consumo como al neodesarrollismo.
–¿Desde dónde hace esa crítica?
 –Hablamos de pensar la posibilidad de otra organización político-social, que no sea capitalista. Eso significa lanzarnos a un imaginario alternativo que implica romper fuertemente con las normas de vida en las que estamos inmersos. Eso es el desafío, que parte de la evaluación del desastre al que nos lleva el capitalismo. Claro que el modelo neodesarrollista puede tener sus ventajas y presentarse como la maravilla del mundo pero ahí está justamente el punto: ¿abandonamos la evaluación crítica de esa realidad? Creo que hay que evaluarla con toda la negatividad que implica sin desconocer las dimensiones de atracción y seducción que envuelve. También hay otra cuestión urgente: no minimizar la destrucción de los territorios y en especial de los territorios indígenas que este modelo significa y sus múltiples consecuencias negativas para los seres humanos y no humanos.
–Usted insiste especialmente en el sufrimiento psíquico al que lleva la normalización competitiva…
–El desgaste psíquico en nuestras sociedades alcanza hoy un grado al que nunca se había llegado en toda la historia de la humanidad. Por eso creo que son necesarios otros “posibles”, que no caben en el neodesarrollismo consumista. Por supuesto es muy difícil. El zapatismo es un suelo concreto para pensar otra opción para los pueblos del mundo, rompiendo con la ilusión de que no hay alternativa. El libro apuesta a ese esfuerzo de imaginación, analizando un más allá de la producción por la producción que es la lógica del capitalismo. Esa premisa productivista nunca se cuestiona. Y vuelvo a la cuestión antropológica: efectivamente se trata de transformar subjetividades, más allá de cómo la modernidad pensó lo individual y lo colectivo. Eso no implica suponer una naturaleza humana angelical.
–La tentación de la mercancía no es sencilla porque están aquellas que pueden ser útiles y agradables. Pero también eso empieza a mostrar su lado oscuro: por ejemplo el aumento de enfermedades vinculadas a lo que comemos y a cómo se produce, en especial con el uso masivo de pesticidas.
 –Hay que profundizar en los impactos de salud y ambientales y en los modos de explotación y sufrimiento que amparan los niveles de consumo. Lo planteo también en términos de una ética política. Por ejemplo, en México hubo hace pocos días un enorme derrame en una mina de cobre de Sonora. Los ríos están contaminados y se descubre que los empresarios no tomaron ningún recaudo acordado. Y esto se repite incesantemente.
–¿Cómo se narra una historia post-capitalista? 
–La idea de futuro es fundamental en la modernidad. El problema es cómo reabrirlo más allá de ella. Eso implica una lucha en dos frentes. Por un lado, contra el dominio neoliberal del presente perpetuo, como imposibilidad de alternativa, excepto como competencia en tanto conducción de conductas, pelear para tener tu lugar o desaparecer. La competencia deviene la norma perfecta de la adaptación a las determinaciones del sistema. Tampoco podemos retomar las leyes de la historia, del marxismo clásico, porque esa es una de las bases de los fracasos del siglo pasado. Se trata de construir una visión de la historia más abierta, no unilineal, capaz de salir de los modelos de la modernidad. Y ahí los zapatistas tienen mucho que aportar: plantean una perspectiva de transformación social que junta pasado y futuro. El pasado no es arcaísmo, no es algo que retorna inmodificado, sino que plantean un futuro incierto, como posibilidad y sin receta, y al mismo tiempo todo el pasado está por delante.
–¿A qué se refiere con la desespecialización de la política?
 –Desespecialización de la política significa invertir a favor de una multiactividad y eso se puede hacer sólo a partir de recobrar tiempo disponible. Eso permite no depender del mercado como único proveedor de servicios y bienes. Eso es lo que la experiencia de autogobierno rebelde también propone como democracia radical: una organización colectiva no estatal con dos principios: la desespecialización de la política y la reapropiación de la capacidad de decidir colectivamente.

La musa del paso a paso

Diurnos o nocturnos, sobrios o estimulados, impulsivos o calculadores. Sea como fuere, los artistas de todos los tiempos tarde o temprano han debido enfrentar la encrucijada de cómo llevar a la práctica sus actos de creación. Desde las célebres manías de Kant hasta las paredes revestidas de corcho de Proust, filósofos, músicos, pintores y escritores llevaron adelante sus rutinas de trabajo. Rituales cotidianos, de Mason Currey, es una excelente y por momentos sorpresiva recopilación de costumbres, ritos y horarios detrás de la escena del arte

 
Los escritores y artistas mantenían rutinas para sus creación, que se constituían en manias, a veces insufribles pero válidas para su creatividad./pagina12.com.ar
Los vecinos de Immanuel Kant sabían que eran las tres y media en punto porque a esa hora exactamente el filósofo salía de su casa en el pueblo de Konigsberg. Esto no debería llamar tanto la atención ya que hay personas tan puntuales como rutinarias, aunque el poeta Heine fue mucho más allá en la consideración de estos rituales rayanos en la manía. “La historia de la vida de Kant es difícil de describir –escribió–, pues no tuvo ni vida ni historia. Vivió una existencia mecánicamente organizada, casi abstracta, sin casarse nunca, en un callejón tranquilo y apartado de Konigsberg, una vieja ciudad en la frontera nordeste de Alemania. No creo que el gran reloj de la catedral completase su tarea con menos pasión y menos regularidad que su compatriota Immanuel Kant.” Más adelante nos enteraremos de que Heine exageraba bastante, pero lo cierto es que Kant quedó como caso ejemplar del artista o pensador atado a los rituales más severos, a la manera de castigos autoimpuestos para destilar la obra, un repetidor de ceremonias, casi un personaje de La invención de Morel. Los rituales del noctámbulo Proust (¡uno de los pocos en un verdadero mar de escritores diurnos!) también son célebres desde que se encerrara a escribir En busca del tiempo perdido entre paredes de corcho, con el café con leche y las croissants bien calentitas, con el abrigo cubriéndolo y escribiendo en posición casi horizontal. Es de suponer que estas personas creativas cedían a los rituales porque buscaban producir una obra y encauzar la pulsión creativa. El poeta Auden, extremista, se había convertido en un esclavo del reloj, pero tenía claro el objetivo: “La rutina, en un hombre inteligente, es signo de ambición –declaró–. Un estoico moderno sabe que el camino más moderno para disciplinar la pasión pasa por disciplinar el tiempo”. Y él mismo sabría que con sentar la cola en la silla tampoco alcanza.

Con este espíritu, Rituales cotidianos, de Mason Currey, un crítico y periodista norteamericano que llevó un blog del mismo nombre para luego convertirlo en este libro, recopiló hábitos, horarios de trabajo, opiniones sobre la disciplina y la creatividad, pequeñas historias de las invisibles batallas heroicas de escritores, músicos, pintores, filósofos contra la sequedad, la vida disipada y las trampas sociales, manías y algunas rarezas. Como el mismo autor declara, la intención de su registro es más bien superficial, como quien dice sin grandes pretensiones, y tiene algo de autoayuda: quería indagar acerca de “cómo realizar una obra creativa que valga la pena mientras te ganas la vida al mismo tiempo”. Cuenta que una vez estaba paralizado frente a un artículo que tenía que escribir contrarreloj y que en vez de escribirlo, se puso a buscar por Internet en qué horarios trabajaban los artistas. Así arrancó. Pero, tal vez sin quererlo, el resultado traspasa la frontera de la curiosidad y la rutina.

Suponemos que Currey sabe a esta altura que la lectura de su libro de corrido resulta hipnótica, pero quizá no sea tan consciente de que además produce una sensación de shock, algo así como la cachetada metafísica. La procesión de nombres atrae y asusta ¡tan parecidos!, Dickens, Jane Austen, Patricia Highsmith, Proust, Ingmar Bergman, Marx, Thomas Mann, Louis Armstrong, Sartre, Francis Bacon (turbulento y disciplinado a la vez), Erik Satie, Isaac Asimov, Liszt, Darwin...

No es que todos fuesen partidarios de la mañana y la disciplina, pero todos –hasta Descartes, hasta Kant– probaron de la amarga necesidad de disciplinar la pulsión, todos enfrentaron la necesidad de estar solos y de tener una posición frente a los estimulantes, desde el café a la bencedrina, todos bajaron alguna vez la cabeza y frente a la obra en progreso debieron decir: sí, esto es un trabajo. Si no, no hay obra.

Por supuesto, es difícil encontrar aquí héroes románticos, poetas como Keats o Rubén Darío (además no hay un solo ejemplo latinoamericano), intelectuales escindidos entre el fusil y la novela, reos de nocturnidad al estilo Bryce. Pero la lista es larga, variada y sobre todo no se limita a la imagen del escritor adusto y profesional con pipa y planes de tantas palabras al día, aunque desde luego queda claro que muchos hombres y mujeres de letras adoptarían este criterio cuantitativo para mensurar su trabajo y llevarlo hacia alguna parte. Muchos se consolaban con el famoso cálculo de que una página al día al final del año termina en un nada desdeñable volumen de 365 páginas. Pero hay otras variables y extrañezas en juego, y se puede entrar a Rituales cotidianos como a una enciclopedia de datos tan útiles como inútiles. Pero en lo superfluo, lo fútil o trivial o, si se quiere ser más piadoso, en lo más normal de la vida cotidiana al servicio de una causa poco cotidiana, se pretende demostrar que aquí late algo que no es meramente decorativo sino que hace al corazón del arte.

Rituales cotidianos. Mason Currey Turner noema 264 páginas

Cada quien puede llegar a la conclusión de qué hacer o no hacer para llevar adelante su vida creativa. El libro pone a los artistas a nivel de la tierra y ese efecto es bastante positivo. Desde luego no hay una evaluación de los resultados de la influencia de horarios, hábitos, alimentos y bebidas ingeridas durante la producción de cuadros, libros y melodías célebres. El muestrario rompe con el mito de la creación como hija del estímulo, pero queda claro que el tema de cómo ir para adelante siempre estuvo presente. ¿Hay algo de espíritu pragmático y de la moral del trabajo en todo esto? Sí. Pero en muchos casos vivido como desgarramientos, momentos cruciales en los que hay que elegir y decidir cómo ser un artista. Si de día o de noche puede ser, a la larga, indiferente para el arte y la literatura, pero es crucial en algún momento para el artista, y de eso se trata este libro que de tan ameno y grato termina por resultar inquietante.
Rituales cotidianos 

THOMAS MANN

(1875-1955) Mann siempre estaba despierto antes de las ocho de la mañana. Después de levantarse bebía una taza de café con su esposa, se daba un baño y se vestía. Luego, a las nueve, Mann cerraba la puerta de su estudio y se hacía inaccesible a las visitas, las llamadas telefónicas o la familia. Los niños tenían estrictamente prohibido hacer ruido alguno entre las nueve y el mediodía, las principales horas de Mann para escribir. Era entonces cuando su mente estaba más fresca, y Mann se presionaba tremendamente para encajar su escritura en aquel lapso. “Cada pasaje deviene un ‘pasaje’”, escribió. “Cada adjetivo una decisión.” Todo lo que no llegara antes del mediodía tendría que esperar hasta el otro día, de modo que él se obligaba “a apretar los dientes y avanzar poco a poco”.
Habiendo concluido un inmenso trabajo matutino, Mann almorzaba en su estudio y disfrutaba de su primer puro; fumaba mientras escribía, pero se limitaba a doce cigarrillos y dos puros diarios. Luego se sentaba en el sofá y leía diarios, publicaciones periódicas y libros hasta las cuatro de la tarde, cuando regresaba a la cama y dormía una siesta de una hora. (Una vez más, los niños no debían hacer ruido alguno durante esta hora sagrada.) A las cinco, Mann volvía a reunirse con la familia para tomar el te. Luego escribía cartas, reseñas o artículos periodísticos –trabajo que podía ser interrumpido por llamadas telefónicas o visitantes– y salía a dar un paseo antes de cenar a las siete y media o las ocho. A veces la familia recibía invitados a esa hora. Cuando no era así, Mann y su esposa se pasaban la noche leyendo o escuchando discos de gramófono antes de retirarse a sus habitaciones, separadas, a medianoche.

HENRI MATISSE

(1869-1954) “Básicamente disfruto de todo: no me aburro jamás, dijo Matisse a un visitante en 1941, mientras le enseñaba su estudio en el sur de Francia. Después de mostrar a su invitado su espacio de trabajo, sus jaulas con aves exóticas y su invernadero lleno de plantas tropicales, calabazas gigantes y estatuillas chinas, Matisse le habló acerca de sus hábitos de trabajo.
“¿Entiende usted ahora por qué jamás me aburro? Durante más de cincuenta años he trabajado sin parar ni un instante. Desde las nueve hasta el mediodía, primera sesión. Almuerzo. Luego echo una siestita y vuelvo a coger mis pinceles desde las dos de la tarde hasta la noche. Usted no me lo va a creer. Los domingos tengo que inventar toda clase de cuentos para las modelos. Les prometo que será la última vez que les rogaré que vengan y posen ese día. Naturalmente, les pago el doble. Finalmente, cuando siento que no están convencidas, les prometo un día libre durante la semana. ‘Pero, Monsieur Matisse –me respondió una de ellas–, esto ya viene pasando durante meses y nunca he tenido una tarde libre, ¡Pobrecillas! No comprenden. No obstante, no puedo sacrificar mis domingos por ellas sólo porque tengan novio.”

PATRICIA HIGHSMITH

(1921-1995) La autora de thrillers con tanta carga psicológica como Extraños en un tren y El talento de Mr. Ripley era, en persona, igual de solitaria y misántropa que algunos de sus protagonistas. Para ella escribir era menos una fuente de placer que una compulsión, sin la cual se deprimía profundamente. “No hay vida real, salvo en el trabajo, es decir, en la imaginación”, escribió en su diario. Afortunadamente, rara vez le faltaba la inspiración, decía tener tantas ideas como orgasmos tienen las ratas.
Highsmith escribía a diario, usualmente unas tres o cuatro horas durante la mañana, llegando a completar dos mil palabras en un día bueno. El biógrafo Andrew Wilson documenta sus métodos: “Su técnica favorita para colocarse en el estado mental adecuado era sentarse en su cama rodeada de cigarrillos, cenicero, fósforos, una jarra de café, una rosquilla y un azucarero. Tenía que evitar todo sentido de disciplina y hacer del acto de escribir algo lo más placentero posible. Su posición, según ella misma comentara, era casi fetal y, de hecho, su intención era crearse un útero para sí misma”.
Highsmith tenía también la costumbre de tomarse un trago fuerte antes de sentarse a escribir, “no para animarse –señala Wilson– sino para reducir sus niveles de energía, que tendían a ser maniáticos. En sus últimos años, al volverse una bebedora consuetudinaria con una alta tolerancia, tenía una botella de vodka junto a su cama y tan pronto se despertaba marcaba en ella su límite para ese día. También fue una fumadora compulsiva durante gran parte de su vida, consumiendo un paquete diario de Gauloises. Era diferente con respecto a la comida. Alguien que la conoció recordaría que ‘nunca comió otra cosa que jamón, huevos fritos y cereales, todo esto a horas irregulares del día’”.

SIMONE DE BEAUVOIR

(1908-1986) “Siempre tengo prisa por ponerme en marcha, aunque en general no me gusta empezar el día –dijo Beauvoir a The Paris Review, en 1965–. Primero tomo el té y luego, hacia las diez, me pongo a trabajar hasta la una. Luego veo a mis amistades y después de eso, a las cinco, vuelvo a trabajar y continúo hasta las nueve. No me resulta difícil retomar el hilo por la tarde.” De hecho, a Beauvoir rara vez le resultaba difícil trabajar; en todo caso, más bien sucedía lo contrario: cuando se tomaba sus dos o tres meses de vacaciones al año, comenzaba a aburrirse y a sentirse incómoda a las pocas semanas de estar alejada de su trabajo.
Aunque para Beauvoir su trabajo era lo primero, su cronograma diario también giraba en torno de su relación con Jean-Paul Sartre, que duró desde 1929 hasta la muerte de él, en 1980. Por lo general, Beauvoir trabajaba sola por las mañanas, y después se reunía con Sartre para almorzar. Por las tardes los dos trabajaban juntos en silencio en el apartamento de Sartre. Por las noches iban a cualquier evento político o social que hubiera en la agenda de Sartre, o al cine, o bebían whisky y escuchaban la radio en el apartamento de Beauvoir.
El cineasta Claude Lanzmann, quien fuera amante de Beauvoir desde 1952 hasta 1959, experimentó en carne propia este acuerdo. Así describió el inicio de su cohabitación en el apartamento parisiense de Beauvoir:
“La primera mañana, pensé quedarme en la cama, pero ella se levantó, se vistió y se fue a su mesa de trabajo. ‘Tú trabaja ahí’, me dijo señalando la cama. De modo que me levanté y me senté en el borde de la cama y fumé y fingí trabajar. No creo que ella me dijera ni una palabra hasta que llegó la hora de comer. Entonces se fue a ver a Sartre y almorzaron juntos; yo a veces me sumaba a ellos. Luego por las tardes ella se iba a la casa de él y trabajaban juntos tres, tal vez cuatro horas. Luego había reuniones, encuentros. Más tarde nos reuníamos para cenar y casi siempre ella y Sartre hacían un aparte y ella le daba su opinión sobre lo que él había escrito durante el día. Después ella y yo regresábamos y nos íbamos a dormir. No había fiestas, ni recepciones, ni valores burgueses. Evitábamos por completo todo eso. Estaba solo la presencia de lo imprescindible. Era una forma despejada de vivir, una simplicidad construida deliberadamente para que ella pudiera hacer su trabajo”.

FRANCIS BACON

(1902-1992) Para el observador externo, Bacon parecía florecer con el desorden. Sus talleres eran ambientes extremadamente caóticos, con las paredes manchadas de pintura y unas pilas que llegaban hasta la rodilla de libros, pinceles, papeles, muebles rotos y otros desechos apilados sobre el suelo. (Decía que los interiores agradables paralizaban su creatividad.) Y cuando no estaba pintando, Bacon llevaba una vida de excesos hedonistas, consumiendo múltiples comidas fuertes al día, tremendas cantidades de alcohol, cualesquiera estimulantes tuviera a mano y, en general trasnochando y yéndose de juerga más que cualquiera de sus contemporáneos. Y sin embargo, como ha escrito su biógrafo, Michael Peppiatt, Bacon era esencialmente “una criatura de costumbres”, con un cronograma diario que varió poco a lo largo de su carrera. Pintar era lo primero. Por tarde que se acostara, Bacon siempre se levantaba al amanecer y trabajaba durante varias horas, usualmente hasta cerca del mediodía. Luego se extendía ante él otra larga tarde y noche de fiesta, y Bacon la aprovechaba a tope. Recibía a algún amigo en su estudio para compartir una botella de vino o se iba de copas a un pub, para después almorzar largo y tendido en un restaurante y luego seguir bebiendo de club en club. Al llegar la noche cenaba en un restaurante, hacía una ronda por los locales nocturnos, tal vez algún casino, y a menudo, en las primeras horas del día, volvía a comer en una fonda.
Al final de estas largas noches, muchas veces les pedía a sus tambaleantes camaradas que lo acompañaran a una última copa en su casa, según parece, para posponer su cotidiana batalla contra el insomnio. Bacon dependía de los somníferos y solía leer y releer libros de cocina para relajarse antes de irse a la cama. Aun así, dormía unas pocas horas cada noche. No obstante, la constitución del pintor era sobremanera resistente. Su único ejercicio era dar vueltas frente al lienzo y su idea de hacer dieta era tomar grandes cantidades de píldoras de ajo y evitar las yemas de huevo, los postres y el café, mientras seguía trasegando seis botellas de vino y dos o más copiosas comidas en restaurantes cada día. Pero aparentemente su metabolismo podía procesar este excesivo consumo sin embotar su lucidez ni engrosar su cintura.
Hasta la ocasional resaca era un impulso para Bacon. “A menudo me gusta trabajar con resaca –decía– porque mi mente chisporrotea de energía y logro pensar con mucha claridad.”

HENRY MILLER

(1891-1980) Siendo un joven novelista, Miller escribía con frecuencia desde la medianoche hasta el amanecer, hasta que se dio cuenta de que en realidad era una persona mañanera. Durante su estancia en París, al principio de la década de 1930, Miller varió su horario de escribir, trabajando desde el desayuno hasta el almuerzo y a veces hasta la noche. Pero al hacerse más viejo, comprendió que cualquier cosa después del mediodía era innecesaria y hasta contraproducente. Como dijera en una entrevista: “No creo en drenar las reservas, ¿entiende usted? Creo en levantarme y alejarme de la máquina de escribir mientras todavía tengo cosas que decir”. Dos o tres horas de la mañana eran suficientes para él, aunque recalcaba la importancia de llevar un horario regular a fin de cultivar un ritmo creativo diario. “Sé que para sostener esos auténticos momentos de lucidez uno tiene que ser muy disciplinado, llevar una vida disciplinada”, decía.

GRAHAM GREENE

(1904-1991) En 1939, ante el rápido advenimiento de la Segunda Guerra Mundial, Greene empezó a preocuparse por la posibilidad de morir antes de completar la que, estaba seguro, sería su más grande novela, El poder y la gloria, y dejando en la pobreza a su mujer e hijos. De modo que se puso a escribir otros de sus divertimentos –thrillers melodramáticos sin arte pero que él sabía que generarían dinero– mientras continuaba puliendo su obra maestra. Para escapar de las distracciones de la vida doméstica, Greene alquiló un estudio privado cuya dirección y número de teléfono no reveló a nadie salvo a su esposa. Allí se atuvo a un horario regular de oficina, dedicando las mañanas a la novela de suspense El agente confidencial y las tardes a El poder y la gloria. Para afrontar la presión de escribir dos libros a la vez, tomaba dos tabletas diarias de bencedrina, una al despertarse y otra al mediodía. Gracias a esto lograba escribir dos mil palabras tan solo por la mañana, en comparación con sus habituales quinientas. En sólo seis semanas, El agente confidencial estaba terminada y en camino de ser publicada. (El poder y la gloria tardó otros cuatro meses.)
Greene no sostuvo esta misma productividad (ni continuó usando drogas) durante toda su carrera. Ya pasados los sesenta, reconocía que, si antes se había exigido quinientas palabras diarias, ahora había rebajado la meta a doscientas. En 1968 un entrevistador le preguntó si era él “un hombre de nueve a cinco”. “No –respondió Greene–, válgame Dios, yo diría que soy más bien un hombre de nueve a diez y cuarto.”

RENE DESCARTES

(1596-1650) Descartes se levantaba tarde. Al filósofo francés le gustaba dormir media mañana y quedarse en la cama, pensando y escribiendo, hasta las once más o menos. “Aquí duermo diez horas cada noche sin que me perturbe ninguna preocupación –escribió Descartes desde Holanda, donde vivió desde 1629 hasta pocos meses antes de morir–. Y después de que mi mente haya vagado en sueños por bosques, jardines y palacios encantados donde experimento todo placer imaginable, me despierto mezclando las ensoñaciones nocturnas con las diurnas.” Estas últimas horas matutinas de meditación constituían su único esfuerzo intelectual del día; Descartes creía que el ocio era esencial para todo buen trabajo mental y se ocupaba de no agotarse demasiado. Tras un almuerzo temprano, salía a caminar o se reunía con amigos para conversar; tras la cena, despachaba su correspondencia.
Esta confortable vida de soltero terminó abruptamente cuando, a finales de 1649, Descartes aceptó un puesto en la corte de la reina Cristina de Suecia quien, a los veintidós años, era una de las monarcas más poderosas de Europa. No está del todo claro por qué aceptó aquel nombramiento. Puede que lo motivara el deseo de reconocimiento y prestigio, o un genuino interés en modelar el pensamiento de una gobernante joven. En cualquier caso, resultó una decisión catastrófica. A su llegada a Suecia, a tiempo para uno de los inviernos más fríos que se recuerden, Descartes fue informado de que sus lecciones a la reina Cristina tendrían lugar por las mañanas... comenzando a las cinco de la madrugada. No tenía otra opción que obedecer. Pero aquellas horas tempranas y el frío espantoso fueron demasiado para él. Al cabo de un mes de seguir este nuevo horario, Descartes enfermó, al parecer de neumonía; diez días después estaba muerto.

Hábitos de sueño de los escritores

  • La hora de levantarse de los escritores es muy variable y, en algunos casos, sorprendente, como muestra este cuadro extraído del blog Brainpickings.org.

    1h - Honoré de Balzac.

    4h - Haruki Murakami y Sylvia Plath.

    5h - Toni Morrison y Oliver Sacks.

    6h - Isaac Asimov, Ernest Hemingway, Edith Wharton, Vladimir Nabokov y Maira Kalman.

    7h - Charles Dickens.

    8h - Stephen King, Charles Darwin, Susan Sontag.

    8.30h - Franz Kafka.

    9h - Gore Vidal y Virginia Woolf.

    10h - Simone de Beauvoir.

    11h - F. Scott Fitzgerald.

    12h - Charles Bukowski.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Castro Caycedo muestra la cara oculta de la guerra contra las drogas en su nuevo libro

El escritor señala que  Nuestra guerra ajena  será un texto "incómodo" para el poder, pero conveniente para los colombianos

Germán Castro Caycedo, publica Nuestra guerra ajena. /elespectador.com

El periodista y escritor colombiano Germán Castro Caycedo sostiene en su último libro, "Nuestra guerra ajena", que EE.UU. usa la lucha contra el narcotráfico como "pretexto" para acercarse a lo que realmente le interesa: las enormes reservas de agua dulce de Suramérica.
El libro, el número 16 de los publicados por Castro, puede ser "incómodo" para el poder, pero es conveniente para los colombianos, porque deben conocer los efectos y las consecuencias del Plan Colombia y del Tratado de Libre Comercio, con los que EE.UU. ejerce una "tenaza" sobre el país, señaló Castro a Efe.
La obra lleva como presentación una nota del autor en la que indica que la editorial Planeta rehusó publicar el libro "por su contenido en cuanto a la posición del Estado frente al conflicto interno (2002-2010)", los años en los que gobernó Álvaro Uribe, e incluso le devolvió el manuscrito. Sin embargo, al cambiar la dirección de la filial colombiana de Planeta, se decidió a publicarlo.
Ganador de once premios nacionales de periodismo y de otros tantos en el extranjero, entre ellos el Rodolfo Walsh por su obra "El Karina", Castro es muy crítico con la política estadounidense hacia Colombia y toda Latinoamérica y también con los gobiernos colombianos, que, a su juicio, se han "arrodillado" ante EE.UU.
"Uribe estaba con las dos rodillas en tierra y (el actual presidente, Juan Manuel) Santos, también", dice en la entrevista.
Con respecto a Santos lamentó que haya anunciado planes para enviar energía eléctrica a Centroamérica y de ahí a EE.UU., lo cual, dijo, "destruirá" el tapón del Darién, una zona virgen entre Colombia y Panamá.
La rica biodiversidad de Colombia es algo que a EE.UU. le interesa mucho y que en el TLC entre ambos países ha quedado desprotegida, según se denuncia en "Nuestra guerra ajena".
"Es fatal", señala Castro cuando se le pregunta por el TLC, suscrito por Uribe en 2006 y calificado por Santos, en cuya Presidencia entró en vigor (2012), de "histórico".
"Otro rodillazo" de los gobiernos colombianos frente a EE.UU. es el hecho de que se haya permitido la fumigación desde el aire con glifosato de terrenos con cultivos ilícitos.
"Colombia es el único país del mundo que fumiga desde el aire con glifosato", un "veneno" que se esparce por "poblados, escuelas y hospitales, sin importar nada", afirma.
"Las grandes ganadoras de esta guerra ajena son Monsanto y Dow Chemical", las multinacionales productoras de herbicidas y plaguidas, subraya.
Pero además para fumigar los campos sembrados con las plantas con las que se producen drogas han entrado a Colombia miles de "mercenarios" estadounidenses, denominados eufemísticamente "contratistas", relata el escritor.
En el libro se hace un repaso de las empresas que ponen el personal para esta guerra contra las drogas que además de "ajena" está "privatizada", según Castro, el cual ha contabilizado hasta 18 compañías de "mercenarios" con presencia en Colombia.
Por no ser soldados no deben dar cuentas a nadie mas que a quien les paga y actúan con impunidad, subraya.
Castro, que lleva investigando desde hace años los orígenes del narcotráfico en Colombia, señala a excombatientes estadounidenses de la guerra del Vietnam, que se habían "enviciado" con la marihuana en el país asiático, como los que organizaron los primeros negocios de drogas en Colombia y los "pusieron a andar".
Otros estadounidenses llegaron varias décadas después a Colombia con el pretexto de librar una batalla contra las drogas, pero el verdadero objetivo es, según este periodista, establecer una "cabeza de playa mirando a Suramérica" para estar cerca de las mayores reservas de agua dulce de la Tierra.
"Eso es lo que les interesa", la cuenca hidrográfica del Amazonas, el acuífero guaraní, el del sur de Chile, en la Patagonia, y uno subterráneo del que se acaba de medir la capacidad en el estado brasileño de Pará, llamado Alter do Chao, que "es el más grande de la Tierra", dice.
"Cuatro potentes radares, comprados con nuestro dinero pero operados por mercenarios estadounidenses que no informan a Colombia, miran a Sudamérica desde el sur del país", señala.
"El agua es un recurso natural estratégico que coloca a Sudamérica en el centro de la disputa geopolítica, todas las guerras que surjan en el mundo dentro de diez años serán por el agua", concluye.

Alejandra Pizarnik: la sonrisa desde el precipicio

La correspondencia ampliada de la gran poeta argentina, que llegará a las librerías la semana próxima, suma textos desconocidos y nuevos destinatarios; la crítica Ivonne Bordelois, amiga y estudiosa de la autora de Extracción de la piedra de la locura, analiza ese eslabón que une de manera decisiva la vida con una obra brillante y atormentada

Alejandra Pizarnik, en el apartamento de sus padres; detrás, una imagen de El Greco. /Sara Facio./adncultura.com
La mejor literatura no es sino la sombra de una buena conversación, solía decir Borges citando a Stevenson. Y qué son las cartas sino conversaciones, en las que el espacio entre una y otra permite la reflexión, la incertidumbre, el espejo lejano que nos ofrece el otro. Aquellos que tuvimos el privilegio de conversar con Alejandra Pizarnik recordamos esa pradera de luces e incertidumbres que se abría cuando con su voz titubeante, avanzando entre tinieblas luminosas, proponía juegos, citas, adivinaciones, ráfagas de abismo. El epistolario de Alejandra Pizarnik, en esta tercera edición de Alfaguara -la primera fue en 1998, Seix Barral y la segunda en 2013, México, Posdata- permite reabrir una vez más la puerta y adentrarse en la atmósfera encantadora, pero a veces también escalofriante, de las conversaciones con Alejandra.
Las últimas ediciones, gracias al talento detectivesco y el dinamismo inagotable de Cristina Piña, han aumentado la cantidad de corresponsales de veinticuatro a cuarenta. Entre los incorporados se encuentran, entre otros, Antonio Beneyto, pintor y poeta español, editor de El Deseo de la Palabra, que apareció póstumamente (Ocnos, 1975); Raúl Gustavo Aguirre, Manuel Mujica Lainez y Esmeralda Almonacid, cuya correspondencia incluye deliciosos dibujos, tarjetas, collages (un cuadernillo de imágenes facsimilares acompaña el texto). Impresiona el número y la diversidad de los corresponsales de Pizarnik, que muestran la intensa complejidad de su vida.
Entre la intimidad de los diarios y la profusión de la obra editada, los epistolarios constituyen ese eslabón reencontrado que une la vida personal del autor con su creación: puente efectivo que nos deja vislumbrar su día a día, sus vacilaciones y aflicciones, sus lecturas, amistades y amores. Los epistolarios de Kafka y Virginia Woolf son excelentes muestrarios de estas revelaciones, un taller interior en donde la obra y su relación con la persona del escritor se va ofreciendo a la mirada amable y a la vez temible de los interlocutores válidos. También lo es el epistolario de Pizarnik:
No te envío poemas porque están en laboratorio. Estoy en un gran proceso de síntesis. Muy pronto te enviaré algo, unos pocos pájaros de fuego, una breve palmada en el hombro tieso de la señora muerte. (Carta a Rubén Vela, 1957).
Mientras el diario -cuya última edición, considerablemente aumentada, acaba de aparecer en Barcelona- muestra a veces descensos abruptos en la más oscura melancolía, y los poemas, por otra parte, son revelaciones, relámpagos oscuros de una mente singularmente lúcida y atormentada, las cartas retratan a Pizarnik en diálogo con el mundo, en su esfuerzo de construir con otros y a través de otros un lenguaje de señales y sobreentendidos que la resguarden de las intemperies del tiempo, de la temida locura, de la soledad. Personajes cruciales en la vida de Pizarnik, como Juan Jacobo Bajarlía, no aparecen en el diario, pero sí en las cartas, cubriendo vacíos que sería interesante explorar. Al decir de ella,
la poesía tiene que ser el lugar del encuentro. Un espacio donde encontrarse con lo ausente, con el ausente, con lo que no está. Lugar de la obsesión. De allí que todo poema inauténtico significa falta de obsesión o de necesidad de ese encuentro. Dije lo ausente. Por ello entiendo el deseo, el lugar vacío o la herida que nos dejó alguien (Dios?) yéndose para sólo dejar sed de su presencia imposible.
En este caso las cartas, sin duda, son también un lugar de encuentro, de intento de derrota de lo ausente. Son tentativas de comunicación, voluntad de compartir espacios secretos, confidencias obscenas o tiernas, indicaciones para encuentros reparadores, llamados pasionales, pedidos patéticos de socorro, advertencias, juegos de amor y de humor. Nos la muestran diversa y estratégica, adaptándose a las expectativas de sus destinatarios, tratando de adivinar sus deseos, balanceándose entre el cariño, la admiración, la inseguridad y la adulación, intentando proyectar una imagen de sí misma donde alternen la niña menesterosa, la amante empedernida, la consejera lúcida, la amiga de las bromas y los juegos de palabras, la arquitecta de su carrera, la vigía del tiempo por venir.
Notable es la prolijidad clásica del formato de las cartas de Alejandra -líneas muy regulares realizadas con su letra infantil y aplicada, que Enrique Molina describía como el hilo tenue que conduce fuera del laberinto- o bien las misivas tecleadas a máquina, donde exhibe una rara perfección. Aquí resulta curioso el contraste entre la forma y el contenido a veces inesperado, calcinante o perturbador, que en ocasiones encierran en estas cartas. Mientras que el diario -sobre todo en las últimas etapas- es desolador y avanzamos por sus páginas con terror, casi por obligación, con un sentimiento lúgubre que invita a compadecerla o incluso a menoscabarla contra nosotros mismos, en sus cartas se respira en ocasiones un aire alto y refrescante, pero con esa frescura que viene del abismo y nos conforta.
Pienso que en algunas de ellas apuntaba a lo mejor y más hondo de sus interlocutores en muchos sentidos, abriendo posibilidades de una nueva manera de ser: ésa ha sido por lo menos mi experiencia al recibirlas y recordarlas. Pero en otras, como en las dirigidas a Osías Stutman, lo que se percibe es una aterradora cercanía con un precipicio inevitable:
Osías, amigo mío, tuve que haberme muerto en diciembre, cuando terminé de escribir esas prosas de humor, las corrosivas que ya te mencioné. Ahora solo me la paso pensando qué mala suerte tuvo Hölderlin al vivir 40 años después de su erosión y corrosión. Y qué suerte morir joven.
Pero hay también lugar para la gratitud y la celebración, como en esta carta dirigida a Mujica Lainez:
Manucho hermoso, Manucho querido (y tan admirado!) de repente en una breve, luminosa carta, aludís a mis "difíciles" poemas con una exactitud que ni los más grandes poetas o críticos lograron. Y todo de un modo dulce y refinadísimo, como un pequeño príncipe danzando o como un niño genial y autómata de un museo francés que escribe genialmente distraído. Gracias, gracias.
Ciertos textos de humor obsceno aparecen en la Correspondencia, en particular en las muy significativas cartas a Stutman -pero debo decir que no regreso a ellos con predilección: me resultan aún más ominosos que aquellos donde Alejandra invoca líricamente a la muerte. Hay una suerte de desenfreno de espiral negra en estos textos, que producían una irreprimible angustia en los que la rodeábamos- Olga Orozco decía experimentar algo parecido al respecto. Era como si asistiéramos a un paseo por la cornisa del abismo, a una suerte de desfonde deliberado en donde nadie podía detener lo inevitable. En otras palabras, más que textos, estos escritos me parecían o me resultaban síntomas, y nunca he podido distanciarme suficientemente de ellos como para considerarlos de otra manera, lo cual, naturalmente, desvirtúa la interpretación literaria, como la que ofrecen en este punto los escritos críticos de María Negroni o Cristina Piña. Para acercarse acertadamente a estos textos, con todo, entiendo que se precisa recordar en primer lugar lo que dice Alejandra: "La obscenidad no existe; existe la herida". Así le escribe a la filósofa tucumana Eugenia Valentié, en una de las cartas incorporadas a esta nueva edición:
Solamente vos, en este país inadjetivable, comprobás con notable facilidad y prodigiosa rapidez, que el personaje -esa Érzebet increíblemente siniestra- no es una sádica más sino alguien que pertenece a lo sacro: eso a lo que intentamos aludir en las palabras del sueño, las de la infancia, las de la muerte, las de la noche de los cuerpos. Solamente vos comprendiste (atendiste a) mi última frase: "la libertad absoluta? es terrible" que tanto escandalizó a los izquierdistas de salón que, para fortuna de ellos, nada saben de la falta absoluta de límites, sinónimo de locura, de muerte (y de la poesía, de la mística?) Nadie odia más que yo a la Bathory.
Pero también hay lugar para disquisiciones sobre el humor, como en esta carta que dirige a Antonio Fernández Molina -una novedad de esta edición:
Por cierto que siendo el humor -el "alto don sagrado" del humor- una de mis preocupaciones constantes, me encantó sentirlo encarnado en poemas como los tuyos, enteramente insólitos en nuestra lengua, empleada tan a menudo para la sátira (tan inútilmente cruel) pero no para el-humor-ácido-corrosivo- de-la-llamada-realidad.[?] Quiero decir que nunca, hasta ahora, la lengua española ha sido instrumento apto para ciertas metamorfosis de que sólo es capaz el humor. Quisiera que no abandonaras esta preciosa vía de iniciación hacia lo otro.
Lo que estas cartas señalan es que había en Alejandra una intuición central que daba en el corazón de cada cosa -textos, situaciones o personas circundantes-, ya que nada ni nadie podía escapar a su formidable perspicacia: era el suyo un poderío difícil de conjurar. Pero se matizaba con una extrema sutileza, lirismo y comicidad en todos sus giros, donde lo obsceno y lo delicado alternaban de forma sorprendente. Cautivaba el clima que comunicaba, tanto en sus conversaciones como en sus escritos: las citas exactas, el humor negro o maravilloso, las lecturas abracadabrantes que proponía, su manera de dar vuelta la literatura con una sola frase. Su voluntad de descifrar y poner a prueba, con palabras precisas, "el corazón de las tinieblas", era admirablemente obstinada, e imponía una suerte de compasión mezclada de reverencia y terror. Por eso acaso su existencia tuvo un breve límite, porque semejante intensidad no era sostenible más allá de ciertos plazos naturales.
Alejandra Pizarnik hizo del español un idioma vacilante y nocturno, frágil y misterioso. /Sara Facio
Y aquí aparece una veta acaso lamentable en la atención despertada por Pizarnik: la excesiva concentración en su suicidio -ocurrido en 1972, cuando tenía 36 años - y a la vez la ignorancia de su tenacidad y valentía hasta el final. Pizarnik fue muy tenaz en su vocación y valiente en su sufrimiento; se interrogó hasta el final y hasta las más extremas consecuencias acerca del sentido de su escritura, de lo que su compromiso con la poesía significaba, sin renunciar a la más intensa soledad: "Ayúdame a no pedir ayuda". Y si es verdad que en ella el enigma de la tragedia es permanente, patente y central, también son centrales el humor, la infancia, la reflexión sobre la música, la pintura y el silencio, la mirada crítica sobre la tradición literaria: estas dos son las pautas obligatorias cuando nos aproximamos a ella.
No se trata sólo de una poeta de la muerte, sino también una escritora extraordinariamente lúcida, con una visión crítica sumamente rica y compleja. Es raro en nuestros tiempos encontrar una conciencia como la suya, tan persuadida del contacto de la belleza con lo tenebroso, no como una moda literaria sino como una propiedad de la vida misma. Su no pertenencia al mundo no era un gesto, sino una convicción física y metafísica inapelable. Lo muestra este fragmento de su diario que me transmitió en una de sus cartas: "La vida perdida para la literatura por culpa de la literatura. Por hacer de mí un personaje literario en la vida real fracaso en mi intento de hacer literatura con mi vida real pues esta no existe: es literatura".
La obra y la existencia de Pizarnik atestiguan permanentemente el sentimiento de la inadecuación del lenguaje para expresar al mundo, y la inadecuación del mundo con respecto a nuestros deseos más profundos. En esto se aparta de la tradición de la poesía de lengua española, que no suele internarse con tanta tenacidad, verdad e intensidad en estas zonas de la experiencia. Ella es un testigo trágico e insobornable de este sentimiento, y lo expresa con fuerza, como por ejemplo en esta carta no enviada a Jean Staborinski:
Sí, usted lo dice perfectamente: "mis terribles experiencias deben ser recubiertas por los signos de la poesía [?]". Sí, hay que recubrir con poemas las desgarraduras, las fisuras, los agujeros todo lo que alude a la presencia de la ausencia (o del ausente). Creo también y sobre todo en la corrección de los escritos. "Curar" un poema significa curar esa desgarradura [?].
Tanto en sus cartas como en su poesía, Alejandra realiza una operación muy extraña en el español, lengua sólida, sonora y solar en su sustancia prima, que con ella se vuelve un idioma vacilante y nocturno, frágil y misterioso, lleno de acechanzas y vislumbres, mucho más sutil y profundo de lo que suele ser; tanteos y resistencias que ceden al paso de una voz única e irrepetible. Por eso, aun cuando mucho se la ha plagiado, lo que no puede plagiársele es la voz poética, que la señala como una poeta mayor de nuestro siglo. Ella escribe sin mediaciones, directamente desde el inconsciente: hay una suerte de electricidad negra en estos textos de la cual cuesta mucho desprenderse.
Paradójicamente, a pesar de las trágicas circunstancias que rodearon su desaparición, el mensaje de Alejandra Pizarnik ha sido un muy potente mensaje de vida. Pero se trata de un mensaje de "la otra vida", la que Rimbaud evocaba cuando decía: "La vraie vie est ailleurs"(La vida verdadera está en otra parte). Es este ailleurs el que Pizarnik atestigua y reivindica con su existencia y con su poesía; con su humor, su amor y su terror. Terror de estallar en la dispersión, en la fuga, en la no-pertenencia:
Heredé de mis antepasados las ansias de huir. Dicen que mi sangre es europea. Yo siento que cada glóbulo procede de un punto distinto. De cada nación, de cada provincia, de cada isla, accidente, archipiélago, oasis. De cada trozo de tierra o de mar han usurpado algo y así me formaron, condenándome a la eterna búsqueda de un lugar de origen.
Quizá ésta es la realidad que subyace bajo la pluralidad de "sus voces". Porque hay motivos para creer que en verdad ella construyó, a través de su poética, una personalidad que, bajo la apariencia de continuidad de una voz torturada, en realidad estaba constituida por muchas voces. Algo en este lenguaje, en el tono de este lenguaje, representa algo así como un contrapelo absoluto frente a lo que se da en llamar poesía en nuestro tiempo. Reconocer que estamos heridos es un tabú fundamental en un mundo donde el hedonismo es ley. Es en vano decir que este lenguaje de Pizarnik suena a romanticismo trasnochado, a metafísica, a religión. Lo que ocurre es que este lenguaje suena a cierto, con una certidumbre que nos lastima y en la que no podemos dejar de reconocernos. Pero había nacido en un grupo -en un mundo- que temía sus poderes extraordinarios y no supo preservarla ante ellos. Así, es notable la escasez de reacción a su obra en la Argentina comparada con su impacto en el exterior, el ingente volumen de estudios colectivos, tesis y congresos que se celebran en su nombre. En parte esta retracción es explicable por la época oprobiosa en que escribió sus obras más candentes, pero más tarde resulta más difícil de entender. ¿Un espejo intolerable?
En verdad, Alejandra Pizarnik encontró ese lugar en el que los lenguajes tiemblan, un lugar que muy pocos poetas pueden alcanzar. Como Kafka y como Vallejo, ella escribe con los huesos, razón por la cual no envejece nunca, porque más allá del sufrimiento, está escribiendo desde lo esencial con lo esencial. Y muchas de estas cartas encierran pasajes donde vibra ese verbo aterido y aterrado que es la voz inconfundible de Pizarnik, sólo que en lugar de estar encerradas en un poema, la reflexión, la imploración que se niega a implorar están ahora dirigidas a destinatarios concretos que serán luego testigos, y se matizan o iluminan con inflexiones personales únicas e insustituibles en cada caso. Por eso son imprescindibles señales de su paso memorable por nuestro mundo, como un cometa que iluminara el fin de una época maravillosa y rebelde que ella ha encarnado y seguirá encarnando hasta la eternidad.

Beatriz de Moura: "A esta edad el poder es afirmar lo que tengo"

La brasileña fundó Tusquets hace 45 años. El momento actual le desconcierta

Beatriz de Moura, fundadora de la editorial Tusquets. / Vicens Giménez./elpais.com

¿En qué convirtió su vida la lectura? 
Es un puntal contra la desgana. Son luces. Cuando no te atreves a seguir un camino la lectura te ayuda a abrirlo. Las novelas rusas, por ejemplo, te enseñan el XIX, tan conflictivo. Y siempre Stendahl; su Fabricio (de La cartuja de Parma) es el personaje de los jóvenes de hoy
¿Por qué
 Te parece odioso cuando eres joven. Se pasea por la guerra de Waterloo sin darse cuenta de lo que ocurre. Con esa especie de desengaño de la época. 

¿Qué le hace a esta sociedad la escasez de lectura? 
Caminar a ciegas. La información es pasajera, no deja tiempo para la reflexión. Puede que sea el principio de otro tiempo.

Un momento oscuro. 
No lo sé: es un momento que me desconcierta. Quizá por la edad, pero también porque pienso que una humanidad alimentada por inputs tan sin reflexión, ¿a dónde va? Siento desazón.

¿Cómo ve esa oscuridad trasladada a Europa? 
Estaba en Roma en 1971 en la primera reunión de jóvenes por Europa; éramos entusiastas del proyecto europeo, lo sigo siendo. Pero, mira a Francia, por ejemplo: el país que mejor ha representado la república en Europa y ahora está en manos de una derechona peor que la que tenemos nosotros. Y aquí discutimos si monarquía o república cuando el asunto es democracia.


No entiendo el sentimiento nacionalista; me cuesta porque no pasa por la razón

Santos Juliá explicó que aquí la de la república es una tradición inventada. 
Porque se asimila la idea de democracia a república. La de España es una historia de poderes absolutos, de reyes absolutos y de dictaduras militares. Y llevamos 30 años de una monarquía democrática auténtica. Veremos si el PP no es capaz de destruirla y mangonearla. Es el país con la democracia más avanzada de Europa.

En este panorama, ¿qué significa la cuestión catalana? 
 Soy brasileña. Vivo aquí desde 1956. Me siento de maravilla en Barcelona y adoro la ciudad. Me siento muy bien en España porque tengo un pasaporte español. La primera lengua que aprendí fue el español, en Quito, donde crecí con mi padre diplomático. No entiendo el sentimiento nacionalista; me cuesta porque no pasa por la razón.

No lo entiende pero lo escucha. ¿Un resumen de la situación? Me parece demencial. Como es irracional, las contradicciones son permanentes, constantes, y se ve en el desarrollo del discurso que quiere darle identidad a esa idea, a ese sueño más bien, a ese deseo, a ese sentimiento.

75 años. Una edad en la que se piensa más en lo que hubo que en lo que vendrá. 
Ahora me van bien las cosas. Algunas no han sido fáciles pero me gusta el resultado final hasta el momento. Me he regalado una vida bastante buena. A esta edad el poder es afirmar lo que tengo.

Su generación creó un mundo. Como un milagro. ¿Y ahora? Ahora es todo preocupante, también en Europa, lo digo con tristeza. Vi a Pablo Iglesias en la tele, en Estrasburgo. Me recordó a los revolucionarios de la época de [Daniel] Cohn-Bendit. Éste se corrigió en el momento en que tuvo que pasar a la política. Iglesias habla como si fuera Cohn-Bendit hace medio siglo.

Un tiempo preocupante y mortecino
Vivimos una guerra continua, pequeñas guerras en todo el mundo. Se ha interrumpido la conversación, la lectura, la reflexión. Hay debates insensatos y no somos felices.

Lledó dice que dentro de todo sí hay un pequeño no.
De este desconcierto podríamos aprender algo nuevo.