Entrevista. El sociólogo francés David Le Breton reivindica la caminata como forma de resistencia
Central Park, Nueva York. Caminar permite la suspensión dichosa del tiempo, dice Le Breton./revista Ñ |
Caminar es un buen anacronismo en el mundo contemporáneo de la
velocidad, la utilidad, el rendimiento, la eficacia, de las tecnologías,
es un acto de resistencia”, enfatiza el sociólogo francés David Le
Breton, festejando, casi con la picardía de un niño, ser parte de esa
gesta de caminantes a la que han pertenecido grandes escritores,
pensadores y poetas. En su libro Caminar. Elogio de los caminos y de la lentitud
(Waldhuter), lanzado recientemente en la Argentina, el autor explora
el paso de los andariegos y, como todo senderista, se sirve de las
huellas que han dejado otros caminantes, como Charles Baudelaire, Arthur
Rimbaud, Virginia Woolf, Friedrich Nietzsche, Marcel Proust, Italo
Calvino y Albert Camus, entre otros. “Escribo como un caminante, con una
curiosidad infinita, con la sensación de buscar un diálogo amistoso con
otros innumerables estudiosos, escritores, creadores, como si todos
camináramos juntos por la ruta discutiendo, sabiendo escucharnos y
argumentar cuando no estamos de acuerdo”, afirma Le Breton.
–¿Qué es, para usted, lo más valioso de la experiencia de caminar?
–Caminar
involucra los recursos elementales del cuerpo, sin tecnologías, a paso
de hombre, sin prisa, cada uno a su ritmo. Es una vuelta a lo sensorial,
a la disponibilidad en los caminos y al alejamiento de las
preocupaciones personales. Caminar es un reencantamiento de la
existencia, es sentirse vivo, real, inmerso en el corazón del mundo. Es
un acto de resistencia que privilegia la lentitud, la conversación, el
silencio, la curiosidad, la amistad, la gratuidad, la generosidad, la
contemplación. Tomarse tiempo hoy es una forma de subversión, igual que
la larga inmersión en una interioridad que parece un abismo para muchos
contemporáneos que sólo viven en la superficie de sí mismos y hacen de
ésta su única profundidad. Caminar en el contexto del mundo
contemporáneo podría evocar una forma de nostalgia.
–¿Hay en la lentitud, en la creación de un ritmo propio, una clave de la experiencia del caminante?
–El
caminante establece su soberanía ante el calendario, su independencia
frente a los ritmos sociales. No va más rápido que su sombra. La
caminata desbarata los imperativos de velocidad, de rendimiento, de
eficacia. Es un movimiento de respiración. El caminante es aquel que se
toma su tiempo y no se deja atrapar por el tiempo. Ya no se trata del
tiempo cotidiano acompasado por las tareas del día o los hábitos, sino
un tiempo que se estira, que callejea, que se aparta del reloj. Una
marcha en un tiempo interior, un retorno a la infancia o a momentos de
la existencia propicios para una vuelta sobre sí mismo. La caminata
exige una suspensión dichosa del tiempo, una disponibilidad a entregarse
a improvisaciones.
–¿Cuál es para usted la diferencia esencial entre caminar y correr? ¿Qué implica la elección de una actividad sobre otra?
–También
me gusta correr, pero la experiencia es distinta. Correr a pie poniendo
el cuerpo en el centro radiante de la vida es un camino para valorizar
lo mejor de nosotros mismos. Convierte el enfrentamiento consigo mismo
en una prueba decisiva que el cuerpo ratifica. Genera un sentimiento de
ampliación de uno mismo. Pero es sobre todo un esfuerzo sobre sí mismo,
asociado a menudo a una necesidad de salud, un imperativo, un deber
incluso. El caminante no tiene esta preocupación en cierto modo
puritana, se mantiene dentro de un compromiso físico moderado pero
siempre dichoso.
–Existe en la actualidad cierto fervor por el running, ¿a qué piensa que ello puede adjudicarse?
–A
la obsesión de nuestros contemporáneos con la salud, a esa resistencia
contra la humanidad sentada en que nos hemos convertido con un cuerpo
generalmente inútil, incómodo y que hace sentir su malestar. Muchas
veces correr, incluso en un lugar fijo en las salas de gimnasio, es una
exigencia para recuperar la dimensión encarnada de la existencia.
–En
su libro habla del ejercicio de caminar o correr en una cinta como un
exorcismo de la caminata, ¿cree que quienes optan por ello están
desechando el goce del andariego, aferrándose sólo a fines utilitarios?
–Sí,
esa postura tiene un lado ridículo, narcisista. Alcanzamos aquí una
fase suprema del puritanismo que afecta a una parte de nuestros
contemporáneos. El cuerpo se transforma prácticamente en una prótesis.
No sirve para nada en lo cotidiano. Los clientes de estos gimnasios son
hombres o mujeres que permanecen sentados durante todo el día. Su cuerpo
se hace sentir dolorosamente. En vez de ir a caminar o a correr al
bosque, prefieren no abandonar la seguridad del universo tecnológico y
aséptico que los envuelve. Le tienen miedo al encuentro, miedo de
descubrir que hay otro mundo presente detrás de la pantalla de su
computadora, de su parabrisas o las ventanas de su escritorio. Ya no
viven la experiencia corporal y sensorial del mundo, mantienen su
cuerpo.